El chamarón... un asombroso arquitecto
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en las Islas Británicas
ERA un día cálido y apacible, y el aire estaba cargado del aroma de las flores de mayo. Me senté a la orilla de las lentas aguas del río para ver el salto de las truchas que trataban de atrapar en la boca la multitud de moscas de mayo que danzaban sobre el agua.
Entonces me atrajo el sonido de un gorgojeo entre los árboles. Arriba, en las ramas sobresalientes de una vieja haya, había un grupo de chamarones. Recordé un frío día de marzo en el cual había encontrado una pareja de estos chamarones en el proceso de construir su intrincado nido en forma de cúpula. Esto fue en un arbusto de tojo a poco menos de un kilómetro río abajo.
Arquitectos en función
Mientras observaba, tanto el macho como la hembra metieron materiales de construcción en el nido, que se hallaba a más o menos metro y medio del suelo. El chamarón es un asombroso arquitecto, pues el elaborado nido que hace está entre las más grandes maravillas que se pudieran ver. El pájaro que construye este nido es un ave que mide solo catorce centímetros de largo. La cola da cuenta de más de la mitad de esa medida. El nido es solo un poco más largo que el pájaro, y a primera vista parece una bola de liquen.
Los chamarones trabajaron arduamente por dos semanas después de formar la estructura básica. ¡Qué ocupados estuvieron en entretejer el liquen, pelo de animales y telarañas, hasta pacientemente haber formado el nido en forma de cúpula ovalada con la apertura cerca de la parte superior! Yo sabía que el nido estaría terminado para cuando llegara el tiempo de poner los huevos en abril y mayo.
Al construir su nido, algunas aves forman primero el armazón, y luego añaden el revestimiento de plumas. Pero no es así en el caso de los chamarones. Estos comienzan por la base o fondo y entonces, mientras se ve que las paredes van en ascenso, van completando el nido, trabajando desde el interior. De ese modo, cuando llegan a la parte superior y colocan el último trozo de liquen en el lugar apropiado, el interior está listo para recibir los huevos, que generalmente son de ocho a 32. Los huevos son blancos con pequeñas manchas de color marrón rojizo.
Después de 16 días de incubación, principalmente por la hembra, los hijuelos salen del cascarón, y después de 14 días se marchan del nido. La mayoría de los nidos contienen de ocho a 10 pajaritos y pudiera ser que alguien se preguntara cómo pueden obtener todos éstos un abastecimiento de alimento igual, pues cuando los pajarillos escuchan que los padres se acercan, en la apertura de entrada solo hay espacio para que dos cabezas se asomen a recibir alimento. Siempre hay un forcejeo por llegar a la entrada, y cuando los afortunados sacan el pico, permanecen allí hasta que quedan satisfechos. Entonces se retiran y otros dos se asoman a empujones. El mismo procedimiento continúa durante todo el día.
Una mirada de cerca al nido
Hace unos años, a principios de un invierno quité de un arbusto un viejo nido de chamarón, mucho después de haber pasado el tiempo de anidar, y me dediqué a la tarea de contar las plumas del revestimiento. Hallé que contenía hasta 2.400 plumas, y, puesto que habían sido recogidas desde una distancia de varios centenares de metros, los pájaros tenían que haber viajado muchos kilómetros cada día antes de que les hubiera sido posible terminar el nido.
A medida que los hijuelos crecen, el nido va resultando menos espacioso para ellos. Pero aquí es donde resulta útil la telaraña que se usa en la construcción de éste. El interior se expande y las porciones de liquen llegan a estar bajo severa tensión, pero, debido a la elasticidad de los hilos finos y fuertes de la telaraña entretejida no se rompen. ¡Lo que pueden hacer estos asombrosos arquitectos del mundo de las aves! Pero ésta en realidad es otra manifestación de la sabiduría del Gran Creador.
[Ilustración de la página 24]
Hijuelos exigen alimento a la entrada del nido en forma de cúpula