Cuando no cesaba de llover
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Madagascar
EN EL tropical Madagascar hay solo dos estaciones: la época de las lluvias y la de la sequía. Puesto que la época de las lluvias se extiende desde noviembre hasta marzo, nadie quedó sorprendido cuando empezó a llover en diciembre de 1981. Los granjeros sintieron alivio. Necesitaban la lluvia para sus arrozales.
No obstante, las sonrisas de los granjeros se convirtieron en ceños perturbados cuando la lluvia siguió cayendo. En Antananarivo, la capital, llovió día y noche por tres semanas. Además, no se trataba de una lluvia normal. Cierta tarde, después de tan solo 10 minutos de lluvias excepcionalmente torrenciales, varias zonas de la ciudad quedaron aisladas unas de otras debido a las inundaciones. A medida que seguía lloviendo, los ríos empezaron a subir. Esta vez la estación de las lluvias estaba haciéndose inquietante y amenazadora. ¿Qué estaba sucediendo?
Madagascar estaba siendo azotada por ciclones, huracanes violentos que no son poco comunes en el océano Índico, donde está Madagascar. Los ciclones traen consigo mucha de la lluvia que los cultivadores de arroz esperan fervorosamente cada año. Pero aquel año pasaron tres fuertes ciclones, uno tras otro, echando cantidades increíbles de agua sobre la isla. La situación empeoró debido a la ruptura del antiguo sistema de diques diseñado para retener los ríos dentro de ciertos límites cuando el agua sube. El agua se llevó el suelo de los diques, y los ríos inundaron la ciudad y las tierras de labrantío.
A medida que pasaban los días, seguía lloviendo. A principios de febrero, los daños ocasionados por las inundaciones eran graves. Se perdieron muchos cultivos. Campos, plantaciones, casas y caminos desaparecieron debajo de las aguas que iban esparciéndose. En la capital, los muros de barro de muchas casas, que estaban constantemente en contacto con el agua, se ablandaron y se desplomaron, lo cual resultó en que 71.000 habitantes de Antananarivo quedaran sin hogar. Se les dio abrigo en escuelas, centros sociales, hospitales e iglesias, hasta que pudieran regresar a sus hogares... o construir nuevas casas.
La parte más alta de la ciudad, edificada sobre las colinas, no se inundó. Pero con todo había peligro. La lluvia socavó la tierra y se llevó muros de contención, lo cual produjo desprendimiento de tierras. Además, por toda la isla las carreteras sufrieron daño. Era difícil imaginarse que éstas en un tiempo habían estado pavimentadas. Además, las autoridades no se dieron al trabajo de repararlas, puesto que no se esperaba que las lluvias cesaran antes de fines de marzo. Por lo tanto, los que conducían automóviles tenían que hábilmente evitar enormes baches, y los peatones tenían que estar alerta para evitar que los vehículos que pasaban les salpicaran con agua fangosa.
Finalmente, hacia fines de marzo, dejó de llover. Al poco tiempo, volvió el clima tropical soleado, y era difícil imaginarse que hubiera estado lloviendo... hasta que se calcularon los daños. Noventa y tres personas habían muerto en las inundaciones. En tan solo Antananarivo, habían quedado destruidos novecientos edificios, y más de mil en la ciudad de Toamasina, que queda en la costa oriental. El número total de personas que quedaron sin hogar por todo el país fue de 117.000, de una población de solo 9.000.000. Además, los granjeros perdieron sus cosechas.
A los habitantes de Madagascar les tomará tiempo olvidar esta experiencia. Hay familias que todavía lamentan la muerte de seres queridos. Muchas otras pasaron meses sin tener un techo donde cobijarse. Los granjeros tenían que esperar hasta el próximo año para una cosecha... con la esperanza de que las lluvias fueran menos violentas en el futuro.
La vida sería más feliz para la mayor parte de nosotros si pudiéramos estar seguros de que desastres como el que azotó a Madagascar nunca volverán a suceder. Resulta que la Biblia nos dice que dentro de poco llegará el tiempo en que podremos tener dicha certeza (Isaías 11:9; 65:21, 22; Miqueas 4:4). Cristianos sinceros de Madagascar están ocupados compartiendo estas buenas nuevas con los habitantes de esta isla a medida que se esfuerzan por restablecerse de todo lo que experimentaron cuando no cesaba de llover.