Matrimonios en que ambos cónyuges trabajan por salario... los desafíos a que se encaran
“ME PARECE que el hombre debería hacer el trabajo, y que debería traer el dinero al hogar —afirma cierto esposo—. Y cuando terminara de trabajar, debería sentarse y descansar el resto del día.” Sin embargo, a pesar de tal opinión obviamente arraigada, su esposa trabaja.
Muchos hombres se encuentran igualmente atrapados en una lucha emocional: la necesidad económica contra las obstinadas ideas sobre la hombría. La socióloga Lillian Rubin comenta: “En una sociedad en que personas de todas las clases están atrapadas en un esfuerzo frenético por adquirir bienes, en que el sentido de valía del hombre y la definición de su hombría dependen grandemente de su capacidad para proveer dichos bienes, a él se le hace difícil admitir que la familia sí necesita en realidad los ingresos de su esposa para vivir como ambos quisieran”. Por eso algunos esposos se deprimen mucho, o se hacen hipercríticos, y se quejan de que sus esposas se han vuelto demasiado independientes o que el hogar simplemente no está tan limpio como antes.
Y si la esposa gana más que el esposo u obtiene un puesto de alta categoría, ¿cuál puede ser el resultado? La revista Psychology Today afirma: “En el caso de algunos esposos cuyos logros son inferiores a los de sus esposas, la muerte prematura debido a enfermedad cardíaca es 11 veces más frecuente que lo normal”. La publicación The Journal of Marriage and the Family informó además que cuando las esposas tenían una ‘consecución profesional superior’, “tales matrimonios tenían mayor probabilidad de terminar en divorcio”a.
No obstante, las esposas mismas tienen que luchar a veces contra el resentimiento. Aunque conozcan bien la crisis económica del esposo, puede que aún se pregunten: ‘¿Por qué tengo que trabajar yo? ¿No debería él cuidar de mí?’. Además, quizás se vea atormentada por lo que el doctor Martin Cohen, sicólogo, llama la mayor fuente de tensión entre las mujeres que trabajan... “el sentimiento de culpabilidad por no estar haciendo lo suficiente... por no ser tan buena esposa y madre como lo era su propia madre”.
Por consiguiente, el aceptar las realidades económicas que obligan a trabajar por salario tanto al esposo como a la esposa quizás sea el primer desafío al que se encaren. Pero ciertamente no es el último.
“Tuyo”, “mío”... ¿de quién?
Más de una tercera parte de las 86.000 mujeres que participaron en una encuesta dijeron que el mayor problema de su matrimonio era: ¡el dinero! Un artículo de la revista Ladies’ Home Journal dijo: “El tema del dinero [...] convierte en locos delirantes a hombres y mujeres que en otros respectos están en su sano juicio”. Cierto esposo dijo: “Nuestro peor problema era el dinero. El mero hecho de que éste nos faltara, su carencia absoluta y agobiante”. Es cierto que un segundo salario pudiera aliviar esta presión, pero a menudo también crea nuevos problemas.
Ed, esposo joven, explica: “A principios de nuestro matrimonio, Ronda estaba ganando aproximadamente la misma cantidad de dinero que yo. Y cuando ella empezó a ganar más dinero que yo, en la subconsciencia tuve la impresión de que ella era mejor que yo”. Parece que el segundo salario también hace que el “equilibrio de fuerzas” favorezca a la esposa. Es comprensible que a ella quizás le parezca que ahora tiene derecho a mayor voz en la manera como se debe gastar el dinero.
Sin embargo, los hombres están poco dispuestos a compartir el control de esa esfera. “Él hacía que yo le dijera, cada día, cuánto dinero necesitaba para el día —recuerda cierta esposa—. Y eso realmente me disgustaba.” El esposo que sea inepto en el manejo del dinero o que, todavía peor, desperdicie los fondos, aumenta dicho resentimiento. Cierta tanzanesa se quejó: “Se gasta el dinero en la bebida, no en nosotros ni en los hijos. Compartimos el trabajo, o hacemos la mayor parte de éste, pero él se queda con todo el dinero y nos dice que es de él... que él se lo ganó”.
No obstante, no siempre es fácil llegar a un arreglo que satisfaga a ambos cónyuges. Por ejemplo, Ed y Ronda concordaron en poner ambos salarios en una sola cuenta bancaria. “Pero en lo que tocaba a los gastos —recuerda Ed—, los ojos de ella eran ‘más grandes’ que los míos. Mientras más dinero ella ganaba, más gastaba.” Y algunas esposas replicarían que el esposo es quien tiene los ojos ‘grandes’.
Neveras vacías y calcetines sucios
“Compartir los papeles.” Esto sonaba maravilloso en teoría. Se creía que cuando las esposas trabajaran, los esposos naturalmente harían su parte de los quehaceres domésticosb. ¡Quizás las mujeres finalmente podrían disfrutar del lujo de descansar después de un día de trabajo! Pero, lamentablemente, ¡hasta la fecha, el “compartir los papeles” ha resultado ser a menudo simple teoría!
¡Oh!, los hombres dicen que están dispuestos a ayudar. En cierta encuesta, 53 por 100 de los hombres a quienes se entrevistó no expresaron ninguna objeción a la idea de empujar una aspiradora. Pero ¿cuántos realmente lo hicieron? El 27 por 100. Su falta de acción ahogó sus palabras.
En Canadá, unos investigadores hallaron igualmente que “en las familias en que las mujeres tienen empleo de tiempo completo, ellas aún dedican aproximadamente tres veces más tiempo a los quehaceres domésticos y al cuidado de los hijos” que sus esposos. (Las cursivas son nuestras.) El cuadro no es muy diferente en Europa ni en los países en vías de desarrollo. Así que las esposas que trabajan llevan la carga equivalente a dos empleos de tiempo completo. No es de extrañar, pues, que los autores de Mothers Who Work digan: “La cuestión más crítica en la vida de las madres que trabajan es el tiempo”.
Durante las mañanas y las noches puede haber momentos de mucha agitación para la esposa que trabaja: despertar a los hijos y vestirlos, preparar el desayuno, apresurar a los hijos para que partan hacia la escuela, e irse al trabajo... solo para regresar luego y encontrar hambrientos a los hijos y al esposo, quien quizás se haya acomodado en su sillón favorito. Los investigadores de habla inglesa usan el término “role strain” para describir la tensión que resulta de desempeñar dicho papel. Para la esposa se trata de puro agotamiento. Cierta esposa dice: “Mi vida es como un delicado y bien construido castillo de naipes. Si algo no va bien, todo se desploma”. Y mientras más grande es la familia, mayor es la tensión que probablemente sienta la esposa que trabaja.
A la mujer que trabaja tal vez le den ganas de gritar: ‘¡Esto no puede seguir así! ¡Algo tiene que suceder!’. Y con frecuencia lo que sucede es que se sacrifica la calidad al desempeñar los quehaceres domésticos. Cierta esposa recuerda: “En nuestra casa [la situación] llegó al punto en que nunca había suficiente alimento en la nevera o nadie podía encontrar calcetines limpios. Mi esposo se estaba enojando conmigo, pero finalmente me llevé las manos a la cabeza, me senté y me puse a llorar”.
Hasta el matrimonio mismo puede sufrir. Otra esposa que trabaja dijo: “Tanto mi esposo como yo hallamos que nuestra relación no sufre porque nos falte el amor o el deseo, sino simplemente porque después que hemos cumplido con nuestras obligaciones para con el trabajo y los niños, frecuentemente nos queda poca energía que dedicar uno al otro”. Entonces, ¿cuál es la solución? ¿Cuál es la clave del éxito para las parejas que trabajan?
[Notas a pie de página]
a Algunos investigadores opinan que el hecho de que la esposa trabaje —no la cantidad de su salario— es lo que causa depresión y pérdida de amor propio en ciertos esposos. Un estudio hasta indica que los hombres pueden aceptar con mayor facilidad el que la esposa tenga un empleo de categoría superior si se trata de uno que tradicionalmente ocupan las mujeres.
b Lo que precisamente constituye “quehaceres domésticos” varía de una parte del mundo a otra. Aquí nos referimos a las labores domésticas que tradicionalmente han desempeñado las mujeres.
[Comentario en la página 8]
Las esposas que trabajan llevan la carga de dos empleos de tiempo completo
[Ilustración en la página 7]
A algunos esposos se les hace difícil encararse al hecho de que sus esposas ganen tanto como ellos, o más