Filipos. Lugar de fuentes
NOS acercábamos a Salónica (la antigua Tesalónica) sobrevolando el mar Egeo justo a ras de las olas cuando de pronto apareció en la orilla la pista de aterrizaje. La vimos pasar rápidamente debajo de nosotros y tan cerca del avión, que mi esposa pensó que ya habíamos tomado tierra. “¡Nunca habíamos tenido un aterrizaje tan suave como este!”, dijo. Al momento, una pequeña sacudida nos indicó que ahora las ruedas habían tocado la pista.
¡Macedonia, Grecia! Pensé en el mundo de Alejandro Magno y en la batalla que posteriormente se libró en la llanura de Filipos y que decidió el futuro de Roma. Me preguntaba también cuánta influencia habían tenido aquellas personas en la vida y el ministerio del apóstol cristiano Pablo, pues Filipos fue precisamente la primera ciudad europea que escuchó a Pablo, como “apóstol a las naciones”, predicar el cristianismo. (Romanos 11:13.) ¿Veríamos algo en ese lugar que ampliase nuestro conocimiento? ¿O habría pasado la historia sin dejar ningún rastro?
A dos horas de Salónica en dirección norte, nuestro autobús serpenteaba por la carretera de montaña desde la que se divisa el puerto de Kavala. Una ciudad sobre todo conocida por la exportación de tabaco, pero donde una escena de los pescadores remendando sus redes en el muelle nos hizo pensar en que posiblemente ese sería el ambiente que Pablo vio cuando Kavala se llamaba Neápolis. (Hechos 16:11.)
Sin embargo, Pablo no se quedó en Neápolis sino que emprendió camino por la empinada calzada adoquinada que se veía unos metros más abajo. A continuación, tras pasar por el estrecho y arbolado puerto de montaña, pudimos ver por primera vez lo que fue la ciudad de Filipos. Casi en medio de la llanura se distinguía el cerro sobre el que se había edificado la ciudadela.
Al mirar abajo vimos los campos de tabaco próximos a la recolección, pero lo que Pablo contempló fueron marismas y lo que vieron los primeros pobladores fueron densos bosques. Posiblemente el apóstol se detuviera de vez en cuando durante el descenso para recobrar el aliento, aunque quizás acelerase el paso, emocionado igual que nosotros en aquellos momentos.
Fuentes de agua
Filipos existía antes de que Filipo II llegase en 356 a. E.C. para deforestar la zona, agrandar la ciudad y darle su nombre. Cinco años antes habían llegado pobladores procedentes de Tasos para trabajar en las ricas minas de Asila y del monte Pangeo. Ellos llamaron a su pueblo Crenides (Krenides), ‘lugar de fuentes pequeñas’. ¿Por qué? Pues porque por todas partes había manantiales de agua que convertían el valle casi en una marisma.
El terreno no ha sido totalmente desecado hasta hace poco, pero los manantiales siguen allí y los riachuelos continúan fluyendo. La antigua calzada romana atraviesa en un punto al río Gangites. Como junto a ese río tuvieron lugar algunas de las actividades de Pablo, nos ilusionaba verlo.
Fuentes de metales preciosos
Filipo fortificó Crenides para proteger a los mineros de Tasos de las amenazas de Tracia. Él quería utilizar Crenides como una avanzada militar. Pero en especial necesitaba su oro para financiar sus ambiciosos planes de guerra. Las minas de oro proporcionaban a Filipo y a Alejandro Magno más de mil talentos al año, y cuando el oro se agotó Filipos cayó en el olvido.
Fuentes de sangre
Pasó más de un siglo y Roma sucedió a Grecia como potencia. Como el Imperio romano requería calzadas, se construyó a través de Macedonia la vía Egnatia. Estaba a 14 kilómetros de la costa y pasaba por el centro de Filipos, haciendo de ella un importante centro de tráfico comercial y militar.
Filipos se había convertido en un lugar estratégico. En el año 42 a. E.C., con motivo de dos batallas encarnizadas entre Roma y unos usurpadores que trataban de controlar el imperio, se derramó mucha sangre en esa llanura. Pero la conspiración republicana fracasó y el imperio cesáreo fue salvado. En conmemoración de su victoria, Octavio elevó a Filipos a la categoría de colonia romana. (Hechos 16:12.)
Fuentes de vida
Hoy día no vive nadie en Filipos. Tan solo es una ubicación arqueológica. Al pasear por la vía Egnatia, vimos las marcas que las ruedas habían dejado en el pavimento. Anduvimos por la plaza del mercado y observamos unos retretes públicos de cincuenta asientos. En la biblioteca no había libros, como tampoco luchadores en el gimnasio (en realidad una palestra o escuela de lucha). Vimos los restos de templos romanos, hornacinas griegas y, como a mitad del camino en el ascenso hacia la acrópolis, vimos incluso un santuario egipcio. Sentados en el teatro al aire libre, nos maravillamos de su magnífica acústica. Al pasar por el foro nos detuvimos y nos imaginamos a los arrogantes magistrados saliendo de sus aposentos, precedidos por los alguaciles que, como símbolo de su autoridad, portaban haces de varas con un hacha en el centro. En nuestra mente tratamos de reconstruir la Filipos del año 50 E.C., aquella ciudad macedonia tan romanizada.
Según la Biblia, Pablo y sus compañeros ‘continuaron en esta ciudad, pasando algunos días’. (Hechos 16:12.) No hay registro de que sucediese nada destacable hasta que un día Pablo oyó de un grupito que no seguía a dioses antiguos ni nuevos y de los que sin embargo se decía que eran devotos. Se reunían fuera de la ciudad, al otro lado del arco que simbolizaba la fundación de la colonia, cerca del lugar donde la calzada atravesaba el río.
“El día de sábado —escribió Lucas— salimos fuera de la puerta junto a un río, donde pensábamos que había un lugar de oración; y nos sentamos y empezamos a hablar a las mujeres que se habían congregado.” Hablaron de la esperanza de salvación y vida eterna mediante Jesucristo. Particularmente “cierta mujer por nombre Lidia, vendedora de púrpura, [...] estaba escuchando, y Jehová le abrió el corazón ampliamente para que prestara atención a las cosas que Pablo estaba hablando”. (Hechos 16:13, 14; compárese con Filipenses 2:12, 16; 3:14.)
Al cabo de unos días, la estancia de Pablo en Filipos terminó de forma dramática. Mientras recorría los casi dos kilómetros hacia el lugar de oración se encontró a una importuna muchacha poseída por un espíritu malo. Cuando Pablo expulsó al demonio, los amos de la muchacha se enfurecieron, pues aquello arruinaba su negocio de adivinación y, ¿qué hicieron?
“Se apoderaron de Pablo y de Silas y los arrastraron a los gobernantes en la plaza de mercado.” ‘Son judíos’, los acusaron. (Todo el mundo sabía que Claudio acababa de desterrar a todos los judíos de Roma.) ‘Están turbando muchísimo a nuestra ciudad publicando costumbres que no nos es lícito adoptar ni practicar, puesto que somos romanos’, añadieron. Entre los gritos de la muchedumbre, los magistrados dictaron sentencia. Sin más, los alguaciles desataron sus varas y ‘descargaron muchos golpes’ contra Pablo y Silas. Después los echaron en prisión, sangrando y desfallecidos, y les aseguraron los pies en el cepo. Aquella misma noche un gran terremoto liberó a Pablo y Silas, y llevó a que el carcelero y su casa aceptaran el cristianismo. (Hechos 16:16-34.)
A la mañana siguiente, ¡cuánto lamentaban los magistrados aquel malentendido! ¿Tendrían los extranjeros la bondad de partir de la ciudad? Pablo y Silas fueron primero a casa de Lidia para animar a sus compañeros de creencia antes de partir para Tesalónica. Por su parte, Lucas se quedó para cuidar de la congregación recién formada. (Hechos 16:35-40.)
Fuente de generosidad
“Sencillamente nos obligó a aceptar”, escribió Lucas al referirse a la invitación que Lidia les extendió para quedarse en su casa. Hasta el carcelero de Pablo fue muy hospitalario tan pronto como entendió bien la situación. (Hechos 16:15, 33, 34.) Durante la estancia de Pablo en Tesalónica, los cristianos de Filipos le enviaron en dos ocasiones artículos que necesitaba.
Más tarde, cuando servía a Dios valerosamente en Corinto, los filipenses de nuevo lo buscaron. Años después, cuando Pablo estaba encarcelado en Roma, llegó un enviado procedente de Filipos trayéndole regalos y ofreciendo sus servicios personales a favor del apóstol. Aquello conmovió a Pablo, porque sabía que los filipenses no tenían mucho en sentido material. Por eso escribió: “Su profunda pobreza [hizo] abundar las riquezas de su generosidad”. (2 Corintios 8:1, 2; 11:8, 9; Filipenses 2:25; 4:16-18.)
Nuestra partida
Mientras paseábamos junto al río Gangites toqué el agua con la mano. Estaba sorprendentemente fría. Miramos a nuestro alrededor. Cerca de allí debió estar el “lugar de oración” donde Pablo y otros se reunían para adorar.
Pero entonces me pregunté: “¿Qué hace que Filipos sea tan especial para mí? ¿Es este lugar junto al río? ¿Quizás la plaza del mercado con su biblioteca vacía, su gimnasio desocupado, sus templos sin dioses y sus tiendas sin mercancías?”.
¿Son las fuentes? Sin duda, Filipos es un “lugar de fuentes” y todavía corre mucha agua por aquí. Hubo un tiempo en que corría el oro y, por desgracia, en cierta época corrió mucha sangre. Pero también hubo una época buena cuando de algunas personas muy especiales como Pablo, Lidia, el carcelero y otros, brotaron fuentes de vida, de amor y de generosidad. Son aquellas personas extraordinarias las que hacen que Filipos sea un lugar especial para mí. Me hacen pensar y reflexionar. Desearía... —mi esposa me toca el brazo—. “Vamos, es hora de irnos”, dice con cariño.—Contribuido.
[Fotografías/Mapa en la página 25]
Arriba, a la izquierda: “bema” (tribunal) de la antigua Filipos; arriba, a la derecha: intersección de la vía Egnatia con el río Gangites; abajo: el foro
[Mapa]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
FILIPOS
GRECIA
MAR EGEO