Insectos comestibles, un menú inolvidable
UNOS amigos nos han invitado a mi esposa y a mí a comer en su casa en un barrio tranquilo de Bangui, la capital de la República Centroafricana.
“¡Pasen! ¡Esperamos que tengan hambre!”, nos dicen cuando llegamos. Incluso antes de entrar, nos llega un delicioso aroma a cebolla, ajo y especias y escuchamos la charla animada de nuestros amigos. Nuestra anfitriona nos entretiene hablándonos del menú que vamos a degustar.
“En nuestro país, los insectos son una importante fuente de proteínas para muchas personas—nos explica—. Pero no es que los comamos porque no haya otra cosa, sino porque son muy ricos.” Entonces añade: “Hoy comeremos makongo, es decir, orugas”.
No debería sorprendernos, pues aunque no a todo el mundo le atrae la idea de comer insectos, hay más de cien países donde se les consideran un manjar.
Un banquete en la selva
En la República Centroafricana se come una gran variedad de insectos. Durante la estación lluviosa, las termitas bobo pululan alrededor de los termiteros o en las zonas urbanas, alrededor de las luces eléctricas. Después de una tarde de tormenta, los niños se apresuran a recogerlas en cestos y a menudo se las echan a la boca dando gritos de satisfacción. Las termitas se comen secadas al sol, tostadas con sal y sazonadas con pimienta picante; también se cuecen en estofados o dentro de bolas de masa.
Los kindagozo son saltamontes verdes que llegan a la zona en la estación seca. Los centroafricanos los tuestan o los hierven a fuego lento después de quitarles las patas y alas más grandes.
Por todo el país se comen también varias especies de orugas. A nosotros nos invitaron a comer larvas de imbrasia. Una gran polilla marrón pone sus huevos en los árboles sapelli. Una vez que nacen las larvas, la gente de la aldea las recoge y las lava. Entonces las cuecen a fuego lento con tomate, cebolla y otros ingredientes según la receta de cada familia. Algunas pueden conservarse secas o ahumadas hasta por tres meses.
Comestibles y saludables
Aunque no todos los insectos son comestibles, muchos sí lo son si se recogen en lugares libres de pesticidas y fertilizantes y se preparan de la forma adecuada. Por supuesto, como precaución, deben evitarlos las personas alérgicas a los crustáceos, ya que estos artrópodos son los equivalentes marinos de los insectos. En contraste con la mayoría de los mariscos, que se alimentan de materia en descomposición, la mayoría de los insectos comestibles solo se alimentan de hojas limpias y de plantas que los seres humanos no serían capaces de digerir por sí mismos.
Las orugas tienen una sorprendente cantidad de nutrientes concentrada en un cuerpo engañosamente pequeño. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las orugas desecadas contienen más del doble de proteínas que la carne de vacuno. Los expertos en alimentación están redescubriendo los insectos como fuente de nutrientes en los países en desarrollo.
Dependiendo de la especie de oruga, tan solo 100 gramos (3,5 onzas) proporcionan la mayor parte de la cantidad diaria que se necesita de minerales importantes como calcio, hierro, magnesio, fósforo, potasio y zinc, así como de muchas vitaminas. Además, la harina hecha con orugas molidas puede utilizarse para hacer una papilla que complemente la dieta de los niños desnutridos.
Aparte del valor nutricional, la entomofagia —la práctica de comer insectos— tiene otras ventajas. Utilizar insectos como alimento no daña el medio ambiente, requiere poca agua y produce pocas emisiones de gases con efecto invernadero. Además, recoger insectos para alimento es una forma natural de control de plagas.
El plato principal
Mientras esperábamos que nos sirvieran esta comida especial, recordamos que el pacto de la Ley dado a la antigua nación de Israel decía que las langostas eran un alimento limpio. Hubo algunos siervos del Dios verdadero, como Juan el Bautista, que las comieron (Levítico 11:22; Mateo 3:4; Marcos 1:6). Aun así, es posible que al principio dudemos en comer algo a lo que no estamos acostumbrados.
Nuestra anfitriona salió de la cocina con un humeante plato cuya vista alegró a todo el mundo. A nuestro lado había ocho centroafricanos con sonrisas radiantes y ante nosotros, dos grandes cuencos de orugas. Los visitantes tuvimos el honor de que se nos sirviera primero, y de forma muy generosa.
Un consejo: Si tiene la oportunidad de probar este alimento tan nutritivo, delicioso y barato, no lo dude. Es un menú que nunca olvidará.
[Ilustración de la página 27]
Makongo (orugas) sin cocinar
[Ilustración de la página 27]
Kindagozo (saltamontes) ya cocinados