CAPÍTULO 71
Los fariseos interrogan al hombre que nació ciego
LOS FARISEOS INTERROGAN AL HOMBRE QUE ANTES ERA CIEGO
LOS LÍDERES RELIGIOSOS ESTÁN “CIEGOS”
Los fariseos se niegan a creer que Jesús haya curado al hombre que nació ciego, así que llaman a sus padres. Los padres saben que se enfrentan a la posibilidad de que los expulsen de la sinagoga (Juan 9:22). Eso los aislaría de otros judíos y tendría graves consecuencias sociales y económicas para la familia.
Los fariseos les hacen dos preguntas: “¿Es este su hijo, el que ustedes dicen que nació ciego? Entonces, ¿cómo es que ahora ve?”. A lo que ellos les responden: “Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos; y quién le abrió los ojos, tampoco lo sabemos”. Aunque su hijo tal vez les haya contado lo que pasó, ellos miden muy bien sus palabras antes de seguir hablando. Les dicen: “Pregúntenselo a él, que es mayor de edad y debe responder por sí mismo” (Juan 9:19-21).
Así que los fariseos llaman al hombre y lo intimidan afirmando que tienen pruebas contra Jesús. “Da gloria a Dios —le ordenan—. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. Pero él esquiva la acusación y les contesta: “Si es un pecador, eso no lo sé. Lo que sí sé es que yo era ciego y ahora veo” (Juan 9:24, 25).
Pero los fariseos no quieren dejar ahí el asunto, por eso le preguntan de nuevo: “¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?”. El hombre se arma de valor y les dice: “Ya se lo dije, pero ustedes no me hicieron caso. ¿Por qué quieren oírlo otra vez? No querrán hacerse discípulos de él también, ¿verdad?”. Al oír esto, los fariseos se enojan mucho y lo acusan: “Tú eres discípulo de ese hombre, pero nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que Dios le habló a Moisés, pero este no sabemos de dónde ha salido” (Juan 9:26-29).
Entonces, el mendigo les dice asombrado: “Esto sí que es increíble, que él me haya abierto los ojos y ustedes no sepan de dónde ha salido”. Con respecto a la gente a la que Dios escucha y aprueba, les dice algo muy lógico: “Sabemos que Dios no escucha a pecadores, pero el que teme a Dios y hace su voluntad, a ese sí lo escucha. En toda la historia, jamás se ha oído que alguien le abriera los ojos a un ciego de nacimiento”. Y luego concluye: “Si este hombre no fuera de Dios, no podría hacer nada” (Juan 9:30-33).
Como los fariseos no pueden demostrar que está equivocado, se ponen a insultarlo: “Tú, que naciste lleno de pecado, ¿pretendes darnos lecciones a nosotros?” (Juan 9:34). Y luego lo echan.
Cuando Jesús escucha lo que ha pasado, encuentra al mendigo y le pregunta: “¿Tienes fe en el Hijo del Hombre?”. Y él le responde: “¿Y quién es, señor? Dímelo para que pueda tener fe en él”. A fin de que no le quepa la menor duda, Jesús le confiesa: “Tú ya lo has visto. De hecho, estás hablando con él” (Juan 9:35-37).
Enseguida, el hombre le contesta: “Tengo fe en él, Señor”. Lleno de fe y respeto, se inclina ante Jesús, quien en ese momento hace esta importante declaración: “He venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven puedan ver y los que ven se queden ciegos” (Juan 9:38, 39).
Los fariseos, que se encuentran ahí mismo, no están ciegos. Pero ¿y en sentido espiritual? ¿Están cumpliendo con su responsabilidad de guiar al pueblo? Se ponen a la defensiva y le preguntan: “Nosotros no estamos ciegos también, ¿verdad?”. Jesús les dice: “Si fueran ciegos, no serían culpables de pecado. Pero, como ustedes dicen ‘Nosotros vemos’, su pecado permanece” (Juan 9:40, 41). Son maestros de Israel, pero han rechazado al Mesías, así que no tienen excusa. Con todo lo que saben sobre la Ley, rechazar a Jesús es un grave pecado.