PABLO
(Pequeño; Chico).
Israelita de la tribu de Benjamín y apóstol de Jesucristo. (Ef 1:1; Flp 3:5.) Aunque quizás tenía desde su infancia tanto el nombre hebreo Saulo como el romano Pablo (Hch 9:17; 2Pe 3:15), puede que escogiera llamarse por su nombre romano en vista de su comisión de declarar las buenas nuevas a los gentiles. (Hch 9:15; Gál 2:7, 8.)
Pablo nació en Tarso, importante ciudad de Cilicia. (Hch 21:39; 22:3.) Sus padres eran hebreos, probablemente de la rama farisaica del judaísmo. (Hch 23:6; Flp 3:5.) Era ciudadano romano de nacimiento (Hch 22:28), tal vez porque a su padre se le había concedido la ciudadanía por servicios prestados. Su padre debió enseñarle el oficio de hacer tiendas de campaña. (Hch 18:3.) Después recibió instrucción del sabio fariseo Gamaliel en Jerusalén, lo que da a entender que Pablo era de una familia importante. (Hch 22:3; 5:34.) Estaba versado por lo menos en los idiomas griego y hebreo. (Hch 21:37-40.) Cuando hizo sus viajes misionales no estaba casado (1Co 7:8); en Jerusalén vivían una hermana y un sobrino suyos. (Hch 23:16-22.)
El apóstol Pablo tuvo el privilegio de escribir la mayor parte de los libros de las Escrituras Griegas Cristianas. Recibió visiones sobrenaturales (2Co 12:1-5), y habló muchas lenguas extranjeras mediante la acción del espíritu santo. (1Co 14:18.)
Persecución, conversión y comienzo de su ministerio. La primera vez que el registro bíblico menciona a Saulo o Pablo hace referencia a él como el “joven” a cuyos pies dejaron sus prendas exteriores de vestir los falsos testigos que apedrearon al discípulo cristiano Esteban. (Hch 6:13; 7:58.) Pablo aprobó el asesinato de Esteban, y debido a su celo, mal dirigido por la tradición, inició una campaña de persecución violenta contra los seguidores de Cristo. Cuando se les iba a ejecutar, votaba en su contra; cuando se les juzgaba en las sinagogas, trataba de obligarlos a retractarse. Extendió su persecución a otras ciudades además de Jerusalén, y hasta consiguió autorización escrita del sumo sacerdote para buscar a los discípulos de Cristo incluso en Damasco (Siria), muy al N. y llevarlos atados a Jerusalén, probablemente para que el Sanedrín los juzgase. (Hch 8:1, 3; 9:1, 2; 26:10, 11; Gál 1:13, 14.)
Cuando se acercaba a Damasco, Cristo se le reveló en una luz brillante y lo comisionó para que le sirviera y fuera testigo de las cosas que había visto y aún estaba por ver. Aunque los acompañantes de Pablo también cayeron al suelo debido a esta manifestación y oyeron el sonido de alguien que hablaba, solo Pablo entendió las palabras y fue cegado, por lo que se hizo necesario llevarlo de la mano hasta Damasco. (Hch 9:3-8; 22:6-11; 26:12-18.) Durante tres días no comió ni bebió. Ya en Damasco, mientras oraba en la casa de cierto Judas, contempló en una visión al discípulo cristiano Ananías que iba y le devolvía la vista. Cuando la visión se hizo realidad, Pablo fue bautizado, recibió espíritu santo, comió y cobró fuerzas. (Hch 9:9-19.)
En Hechos 9:20-25 se explica que Pablo pasó tiempo con los discípulos de Damasco e “inmediatamente” empezó a predicar en las sinagogas de esa ciudad. Luego narra su actividad de predicar hasta que se vio obligado a dejar Damasco debido a un complot contra su vida. Por otro lado, la carta de Pablo a los Gálatas dice que después de su conversión fue a Arabia, para más tarde regresar a Damasco. (Gál 1:15-17.) No se sabe exactamente cuándo hizo este viaje a Arabia.
Puede que Pablo fuese a Arabia justo después de su conversión a fin de meditar sobre lo que Dios esperaba de él. En tal caso, el que Hechos diga que Pablo empezó su predicación “inmediatamente” podría significar que lo hizo tan pronto como regresó a Damasco y comenzó a asociarse con los discípulos. Por otro lado, Pablo se limita a decir en Gálatas 1:17 que no subió inmediatamente a Jerusalén y que el único lugar aparte de Damasco donde estuvo durante aquel período inicial fue Arabia. Por ello, el viaje a Arabia no tuvo por qué producirse inmediatamente después de su conversión. Quizás Pablo primero pasó algunos días en Damasco y en seguida renunció públicamente a su anterior oposición a la congregación cristiana y expresó su fe en Cristo en las sinagogas. Tal vez hizo su viaje a Arabia (cuyo verdadero propósito no se revela) después de esos primeros días, y cuando regresó, continuó su predicación en Damasco con tal fuerza que sus opositores quisieron darle muerte. En lugar de contradecirse, los dos relatos se complementan; la única duda es el orden exacto de los acontecimientos.
Cuando llegó a Jerusalén (quizás en 36 E.C.; es posible que los tres años mencionados en Gálatas 1:18 signifiquen parte de tres años), Pablo se encontró con que los hermanos no creían que fuese un discípulo de Jesús. Sin embargo, “Bernabé vino en socorro de él y lo condujo a los apóstoles”, al parecer Pedro y “Santiago el hermano del Señor”. (A Santiago se le podía llamar apóstol aunque no era de los doce, porque lo era de la congregación de Jerusalén.) Pablo se quedó con Cefas (Pedro) por quince días. Mientras estuvo en Jerusalén, habló intrépidamente en el nombre de Jesús. Cuando los hermanos se enteraron de que por esta causa los judíos de habla griega intentaban matarlo, “lo llevaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso”. (Hch 9:26-30; Gál 1:18-21.)
Posiblemente alrededor del año 41 E.C., Pablo tuvo una visión sobrenatural tan real que no supo si había sido arrebatado al “tercer cielo” en el cuerpo o fuera del cuerpo. Al parecer, el “tercer cielo” se refiere a la forma de gobernación superlativa del Reino mesiánico. (2Co 12:1-4.)
Más tarde, Bernabé llevó a Saulo de Tarso a Antioquía para que ayudara en la obra entre las personas de habla griega. Alrededor del año 46 E.C., después de un año de trabajo en Antioquía, la congregación envió a Pablo y a Bernabé a Jerusalén con una ministración de socorro para los hermanos de aquel lugar. (Hch 11:22-30.) Acompañados por Juan Marcos, regresaron a Antioquía. (Hch 12:25.) Después, el espíritu santo indicó que se apartara a Pablo y a Bernabé para una misión especial. (Hch 13:1, 2.)
Primer viaje misional. (MAPA, vol. 2, pág. 747.) Siguiendo la dirección del espíritu, Pablo empezó su primer viaje misional junto con Bernabé, y con Juan Marcos como servidor (c. 47-48 E.C.). Embarcaron en Seleucia, el puerto de Antioquía, y navegaron hacia Chipre. Comenzaron “a publicar la palabra de Dios” en las sinagogas de Salamina, en la costa oriental de Chipre. Después de atravesar la isla, llegaron a Pafos, en la costa occidental. En este lugar, el hechicero Elimas procuró oponerse al testimonio que estaban dando al procónsul Sergio Paulo. Pablo hizo que se hiriese temporalmente con ceguera a Elimas. Atónito por lo que había sucedido, Sergio Paulo se hizo creyente. (Hch 13:4-12.)
En Pafos, Pablo y sus compañeros zarparon hacia Asia Menor. Cuando llegaron a Perga, en la provincia romana de Panfilia, Juan Marcos regresó a Jerusalén. Pero Pablo y Bernabé se dirigieron hacia el N., a Antioquía de Pisidia. Aunque en esa ciudad hallaron gran interés, finalmente los echaron de ella por instigación de los judíos. (Hch 13:13-50.) Sin desanimarse, viajaron hacia el SE., a Iconio, donde los judíos también incitaron a las muchedumbres contra ellos. Enterados de que intentaban apedrearlos, Pablo y Bernabé huyeron a Listra, en la región de Licaonia. Después que Pablo sanó a un hombre cojo de nacimiento, el pueblo de Listra creyó que Pablo y Bernabé eran dioses que se habían encarnado. Pero, más tarde, unos judíos de Iconio y de Antioquía de Pisidia volvieron a las muchedumbres en contra de Pablo y lograron que lo apedrearan, y, creyéndole muerto, arrastraran su cuerpo fuera de la ciudad. Sin embargo, cuando sus compañeros cristianos lo rodearon, Pablo se levantó y entró en Listra. Al día siguiente, él y Bernabé partieron hacia Derbe. Después de hacer un buen número de discípulos en Derbe, regresaron a Listra, Iconio y Antioquía (de Pisidia), fortaleciendo y estimulando a los hermanos, al tiempo que hacían nombramientos de ancianos para servir en las congregaciones formadas en estos lugares. Más tarde predicaron en Perga, y luego se embarcaron en el puerto de Atalia hacia Antioquía de Siria. (Hch 13:51–14:28.)
La cuestión de la circuncisión. Ciertos hombres de Judea fueron a Antioquía (alrededor del año 49 E.C.), y allí afirmaron que los que no eran judíos tenían que circuncidarse en conformidad con la ley mosaica para poder alcanzar la salvación. Pablo y Bernabé no estuvieron de acuerdo con esta proposición. No obstante, Pablo, aunque era un apóstol, no asumió la responsabilidad de zanjar el asunto por su propia autoridad. Acompañado de Bernabé, Tito y otros, fue a Jerusalén para plantear la cuestión ante los apóstoles y los ancianos de la congregación. Se decidió que no se requería la circuncisión de los creyentes gentiles, aunque sí deberían mantenerse libres de idolatría, comer y beber sangre e inmoralidad sexual. Además de preparar una carta en la que exponían esta decisión, los hermanos de la congregación de Jerusalén enviaron a Judas y Silas como sus representantes para aclarar el asunto en Antioquía. Además, en una consideración con Pedro (Cefas), Juan y el discípulo Santiago, se concordó en que Pablo y Bernabé continuaran predicando a los gentiles incircuncisos. (Hch 15:1-29; Gál 2:1-10.)
Algún tiempo después, Pedro fue personalmente a Antioquía de Siria y se asoció con los cristianos gentiles. Pero cuando llegaron ciertos judíos de Jerusalén, Pedro, probablemente llevado por el temor a los hombres, se separó de los gentiles, obrando de este modo contra la dirección del espíritu, dirección que indicaba que las distinciones carnales no contaban para Dios. Incluso Bernabé se desvió. Una vez que se dio cuenta de esta situación, Pablo valerosamente censuró a Pedro delante de todos, ya que su comportamiento era perjudicial para el progreso del cristianismo. (Gál 2:11-14.)
Segundo viaje misional. (MAPA, vol. 2, pág. 747.) Posteriormente, Pablo y Bernabé planearon visitar a los hermanos en las ciudades donde habían predicado durante su primer viaje misional. Debido a que surgió una disputa entre ellos en cuanto a si deberían llevar consigo a Juan Marcos, en vista de que los había abandonado durante su primer viaje, se separaron. Por lo tanto, Pablo escogió a Silas (Silvano), y pasando por Siria, entró en Asia Menor (c. 49-52 E.C.). En Listra invitó al joven Timoteo a que le acompañara, y lo circuncidó. (Hch 15:36–16:3.) Aunque la circuncisión no era un requisito cristiano, si Timoteo —en parte judío— hubiese permanecido incircunciso, es muy posible que los judíos se hubiesen predispuesto en contra de la predicación de Pablo. Por lo tanto, al quitar este posible obstáculo, Pablo actuó en armonía con lo que más tarde escribió a los corintios: “A los judíos me hice como judío”. (1Co 9:20.)
Una noche, en Troas, junto al mar Egeo, Pablo tuvo una visión de un macedonio que le suplicaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Llegó a la conclusión de que era la voluntad de Dios, por lo que él y sus compañeros misioneros, acompañados por el médico Lucas, zarparon hacia Macedonia, a Europa. En Filipos, la principal ciudad de Macedonia, Lidia y su casa se hicieron creyentes. El que Pablo hiciese que una muchacha perdiera sus poderes de predicción al expulsarle un demonio resultó en que se le encarcelara junto con Silas. No obstante, un terremoto los libertó, y el carcelero y su casa se hicieron cristianos. Pablo apeló a su ciudadanía romana y exigió que los magistrados civiles fueran personalmente para sacarlo a él y a Silas de la prisión. Después de animar a los hermanos, Pablo y sus compañeros viajaron a través de Anfípolis y Apolonia hacia Tesalónica. Allí se formó una congregación de creyentes. Sin embargo, unos judíos celosos levantaron una chusma contra Pablo. Por esta razón los hermanos lo enviaron con Silas a Berea. Muchos se hicieron creyentes en este lugar, pero las dificultades que provocaron los judíos de Tesalónica obligaron a Pablo a partir. (Hch 16:8–17:14.)
Los hermanos llevaron al apóstol a Atenas. Su predicación en la plaza del mercado resultó en que se le condujera al Areópago. Impresionados por su defensa, Dionisio, uno de los jueces del tribunal del Areópago, y otros, abrazaron el cristianismo. (Hch 17:15-34.) Luego Pablo fue a Corinto, donde se alojó con un matrimonio judío, Áquila y Priscila, y trabajó con ellos haciendo tiendas de campaña. Al parecer desde allí escribió sus dos cartas a los Tesalonicenses. Después de enseñar en Corinto por año y medio y formar una congregación, los judíos lo acusaron ante Galión, que desestimó el caso. (Hch 18:1-17.) Más tarde, Pablo se embarcó hacia Cesarea e hizo escala en Éfeso, donde predicó. Desde Cesarea “subió y saludó a la congregación”, refiriéndose sin duda a la de Jerusalén, y luego fue a Antioquía de Siria. (Hch 18:18-22.) Es posible que Pablo hubiese escrito su carta a los Gálatas antes desde Corinto o tal vez en ese tiempo desde Antioquía de Siria.
Tercer viaje misional. (MAPA, vol. 2, pág. 747.) Durante su tercer viaje misional (c. 52-56 E.C.), Pablo visitó de nuevo Éfeso, donde trabajó por unos tres años. Desde allí escribió su primera carta a los Corintios, y al parecer envió a Tito para ayudar a estos cristianos. Después de que el platero Demetrio instigó un alboroto contra él, Pablo partió de Éfeso y se dirigió a Macedonia. Allí escribió su segunda carta a los Corintios después de recibir noticias de Corinto por medio de Tito. Pablo recibió una contribución de los hermanos de Macedonia y Acaya para los cristianos necesitados de Jerusalén, y antes de abandonar Europa, escribió su carta a los Romanos. (Hch 19:1–20:4; Ro 15:25, 26; 2Co 2:12, 13; 7:5-7.)
De camino a Jerusalén, Pablo discursó en Troas y resucitó a Eutico, que había sufrido un accidente mortal. También paró en Mileto, donde se encontró con los superintendentes de la congregación de Éfeso, repasó el ministerio que había efectuado en el distrito de Asia y los animó a imitar su ejemplo. (Hch 20:6-38.)
Detención. Según Pablo iba viajando, unos profetas cristianos predijeron que le esperaban cadenas en Jerusalén. (Hch 21:4-14; compárese con 20:22, 23.) Sus profecías se cumplieron. Mientras estaba en el templo para limpiarse ceremonialmente, algunos judíos de Asia agitaron una chusma violenta contra él, pero los soldados romanos lo rescataron. (Hch 21:26-33.) Cuando subía las escaleras hacia el cuartel de los soldados, se le dio permiso para dirigir la palabra a los judíos. Tan pronto como mencionó su comisión de predicar a los gentiles, volvió a estallar la violencia. (Hch 21:34–22:22.) Dentro del cuartel, en un esfuerzo por averiguar la naturaleza de su culpa, se preparó a Pablo para la flagelación. El apóstol evitó la flagelación alegando que era ciudadano romano. Al día siguiente se sometió su caso al Sanedrín. Al parecer Pablo se dio cuenta de que no iba a recibir una audiencia imparcial, por lo que trató de enfrentar a fariseos y saduceos basando su juicio en la cuestión de la resurrección. Como creía en la resurrección y era “hijo de fariseos”, se identificó a sí mismo como fariseo, con lo que consiguió enfrentar a los saduceos —que no creían en la resurrección— con los fariseos. (Hch 22:23–23:10.)
Una conspiración contra Pablo hizo necesario que lo trasladaran de Jerusalén a Cesarea. Unos días después, el sumo sacerdote Ananías, algunos de los ancianos judíos y el orador Tértulo fueron a Cesarea para presentar su caso contra Pablo ante el gobernador Félix, y lo acusaron de promover sedición e intentar profanar el templo. El apóstol mostró que las acusaciones de que era objeto no tenían fundamento. Pero Félix buscaba un soborno, así que mantuvo a Pablo bajo custodia por dos años. Cuando Festo reemplazó a Félix, los judíos volvieron a acusar a Pablo. La causa se vio de nuevo en Cesarea, y el apóstol apeló a César para evitar que el juicio pasara a Jerusalén. Más tarde, después de exponer los hechos ante el rey Herodes Agripa II, Pablo fue enviado a Roma (alrededor del 58 E.C.) junto con otros prisioneros. (Hch 23:12–27:1.)
Primer y segundo encierro en Roma. En el camino, Pablo y los que estaban con él naufragaron en la isla de Malta. Después de pasar allí el invierno, finalmente llegaron a Roma (MAPA, vol. 2, pág. 750), donde a Pablo se le permitió alquilar una casa para alojarse, aunque custodiado por un soldado. Poco después de su llegada, organizó una reunión con los hombres prominentes de los judíos, algunos de los cuales se hicieron creyentes. Durante dos años, aproximadamente entre 59 y 61 E.C., el apóstol continuó predicando a todos los que iban a él. (Hch 27:2–28:31.) En ese tiempo también escribió sus cartas a los Efesios (4:1; 6:20), a los Filipenses (1:7, 12-14), a los Colosenses (4:18), a Filemón (vs. 9) y probablemente también a los Hebreos. (GRABADO, vol. 2, pág. 750.) Parece que César Nerón declaró a Pablo inocente y lo dejó en libertad. Es probable que Pablo reanudara su labor misional en asociación con Timoteo y Tito. Después de haber dejado a Timoteo en Éfeso y a Tito en Creta, Pablo les escribió cartas relacionadas con sus responsabilidades, al parecer desde Macedonia. (1Ti 1:3; Tit 1:5.) No se sabe si antes de su última estancia en prisión en Roma el apóstol llegó hasta España. (Ro 15:24.) Durante esa reclusión (c. 65 E.C.) escribió su segunda carta a Timoteo, en la que dio a entender que su muerte era inminente. (2Ti 4:6-8.) Es probable que poco después Pablo sufriera una muerte de mártir durante el mandato de Nerón.
Un ejemplo digno de imitar. En vista de que siguió fielmente el ejemplo de Cristo, el apóstol Pablo pudo decir: “Háganse imitadores de mí”. (1Co 4:16; 11:1; Flp 3:17.) Él estaba presto a seguir la dirección del espíritu de Dios. (Hch 13:2-5; 16:9, 10.) No era un vendedor ambulante de la Palabra de Dios, sino que hablaba movido por sinceridad. (2Co 2:17.) Aunque era una persona instruida, no intentó impresionar a otros con su habla (1Co 2:1-5) ni procuró agradar a los hombres. (Gál 1:10.) No insistió en sus derechos, sino que se adaptó a las personas a quienes predicó y tuvo cuidado de no hacer tropezar a otros. (1Co 9:19-26; 2Co 6:3.)
En el transcurso de su ministerio, Pablo se esforzó celosamente: viajó miles de kilómetros por mar y tierra y formó muchas congregaciones en Europa y Asia Menor. Por lo tanto, no necesitó cartas de recomendación escritas con tinta, sino que podía señalar a cartas vivas, personas que se habían hecho creyentes debido a su labor. (2Co 3:1-3.) No obstante, tuvo la humildad de reconocer que era un esclavo (Flp 1:1) que tenía la obligación de declarar las buenas nuevas. (1Co 9:16.) No se atribuyó el mérito, sino que dio toda la honra a Dios como Aquel que había sido responsable del crecimiento (1Co 3:5-9) y que le había capacitado adecuadamente para el ministerio. (2Co 3:5, 6.) El apóstol tuvo en gran estima su ministerio, lo glorificó y reconoció que era una expresión de la misericordia de Dios y de su Hijo. (Ro 11:13; 2Co 4:1; 1Ti 1:12, 13.) Le escribió a Timoteo: “La razón por la cual se me mostró misericordia fue para que, por medio de mí como el caso más notable, Cristo Jesús demostrara toda su gran paciencia como muestra de los que van a cifrar su fe en él para vida eterna”. (1Ti 1:16.)
Debido a que había perseguido a los cristianos, Pablo no se consideró digno de ser llamado apóstol y reconoció que lo era solo por la bondad inmerecida de Dios. Deseoso de que esta bondad inmerecida no se le hubiera extendido en vano, trabajó más que los otros apóstoles. No obstante, reconoció que pudo efectuar su ministerio solo por la bondad inmerecida de Dios. (1Co 15:9, 10.) Dijo: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder”. (Flp 4:13.) Aguantó mucho y no se quejó. Cuando comparó sus propias experiencias con las de otros, pudo decir (c. 55 E.C.): “En labores, más abundantemente; en prisiones, más abundantemente; en golpes, con exceso; a punto de morir, frecuentemente. De los judíos cinco veces recibí cuarenta golpes menos uno, tres veces fui golpeado con varas, una vez fui apedreado, tres veces experimenté naufragio, una noche y un día los he pasado en lo profundo; en viajes a menudo, en peligros de ríos, en peligros por parte de salteadores, en peligros por parte de mi propia raza, en peligros por parte de las naciones, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, en peligros entre falsos hermanos, en labor y afán, en noches sin dormir a menudo, en hambre y sed, en abstinencia de alimento muchas veces, en frío y desnudez. Además de esas cosas de carácter externo, hay lo que se me viene encima de día en día, la inquietud por todas las congregaciones”. (2Co 11:23-28; 6:4-10; 7:5.) Aparte de estas penalidades, y sobre todo con el paso de los años, tuvo que soportar la “espina en la carne” (2Co 12:7), tal vez una afección en la vista o de algún otro tipo. (Véanse Hch 23:1-5; Gál 4:15; 6:11.)
Como humano imperfecto, Pablo experimentó un conflicto continuo entre la mente y la inclinación pecaminosa de la carne. (Ro 7:21-24.) Pero no cedió. Dijo: “Aporreo mi cuerpo y lo conduzco como a esclavo, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no llegue a ser desaprobado de algún modo”. (1Co 9:27.) Siempre tuvo presente el glorioso premio de la vida inmortal en los cielos. Consideró que todo sufrimiento carecía de importancia en comparación con la gloria que recibiría en recompensa por su fidelidad. (Ro 8:18; Flp 3:6-14.) Por consiguiente, pudo escribir poco antes de morir: “He peleado la excelente pelea, he corrido la carrera hasta terminarla, he observado la fe. De este tiempo en adelante me está reservada la corona de la justicia”. (2Ti 4:7, 8.)
Como era un apóstol inspirado, Pablo ejerció su autoridad para dar disposiciones y órdenes (1Co 14:37; 16:1; Col 4:10; 1Te 4:2, 11; compárese con 1Ti 4:11), pero prefirió apelar a los hermanos sobre la base del amor y suplicarles por “las compasiones de Dios” y por “la apacibilidad y bondad del Cristo”. (Ro 12:1; 2Co 6:11-13; 8:8; 10:1; Flm 8, 9.) Fue amable con ellos, les tuvo tierno cariño y los exhortó y consoló como un padre. (1Te 2:7, 8, 11, 12.) Aunque tenía el derecho de recibir apoyo material de los hermanos, prefirió trabajar con sus manos para no ser una carga costosa. (Hch 20:33-35; 1Co 9:18; 1Te 2:6, 9.) Como resultado, se forjó una estrecha relación de cariño fraternal entre Pablo y aquellos a quienes ministraba. Los superintendentes de la congregación de Éfeso sintieron gran pesar y prorrumpieron en lágrimas al saber que posiblemente no contemplarían más su rostro. (Hch 20:37, 38.) Pablo estaba muy interesado en el bienestar espiritual de los compañeros cristianos y deseaba hacer cuanto pudiera para ayudarlos a conseguir su herencia celestial. (Ro 1:11; 15:15, 16; Col 2:1, 2.) Los recordaba continuamente en sus oraciones (Ro 1:8, 9; 2Co 13:7; Ef 3:14-19; Flp 1:3-5, 9-11; Col 1:3, 9-12; 1Te 1:2, 3; 2Te 1:3) y solicitaba que ellos también orasen por él. (Ro 15:30-32; 2Co 1:11.) La fe de sus compañeros cristianos fue una fuente de estímulo para él. (Ro 1:12.) Por otra parte, siempre defendió las normas justas y no dudó en corregir ni siquiera a otro apóstol cuyo proceder afectaba a las buenas nuevas. (1Co 5:1-13; Gál 2:11-14.)
¿Fue Pablo uno de los doce apóstoles?
Aunque Pablo estaba convencido de su condición de apóstol, y tenía pruebas de ello, nunca se incluyó entre “los doce”. Antes del Pentecostés, la asamblea cristiana había buscado un sustituto para el infiel Judas Iscariote, a instancias de la exhortación bíblica de Pedro. Posiblemente por el voto de los miembros varones de la asamblea (Pedro se había dirigido a los “varones, hermanos”; Hch 1:16), se escogió a dos discípulos como candidatos. Luego oraron a Jehová Dios (compárese Hch 1:24 con 1Sa 16:7; Hch 15:7, 8) para que Él eligiera al que debía reemplazar al apóstol infiel. Después de su oración echaron suertes, y “la suerte cayó sobre Matías”. (Hch 1:15-26; compárese con Pr 16:33.)
No hay razón para dudar de la elección divina de Matías. Pero también es cierto que una vez que Pablo se convirtió, gozó de gran relevancia y su trabajo excedió al de los demás apóstoles. (1Co 15:9, 10.) No obstante, no hay indicio alguno de que estuviese predestinado a un apostolado, de modo que Dios desoyera la oración de la congregación cristiana y mantuviese la vacante de Judas abierta hasta la conversión de Pablo, dejando así que la elección de Matías se convirtiese en un simple y arbitrario trámite del cuerpo apostólico. Por el contrario, hay pruebas bien fundadas de que la elección de Matías tuvo apoyo divino.
El derramamiento del espíritu santo en el Pentecostés confirió a los apóstoles poderes extraordinarios; únicamente se les ve a ellos imponiendo las manos sobre los recién bautizados e impartiendo los dones milagrosos del espíritu. (Véase APÓSTOL [Dones milagrosos].) Si la elección de Matías no hubiese tenido el beneplácito de Dios, su incapacidad para hacer lo mismo que los demás apóstoles hubiese sido evidente, pero el registro bíblico muestra lo contrario. Lucas, el escritor del libro de Hechos, fue compañero de viaje de Pablo y participó con él en algunas misiones, por lo que el libro debe reflejar y coincidir con los puntos de vista de Pablo. En él se narra la ocasión en la que “los doce” designaron a los siete hombres acreditados que se encargarían de la distribución de los alimentos. Esto ocurrió después del Pentecostés de 33 E.C., pero antes de la conversión de Pablo. Por consiguiente, en este caso en concreto se incluye a Matías entre “los doce”, y debió tomar parte en la imposición de las manos sobre los siete hombres a los que se designó. (Hch 6:1-6.)
Entonces, ¿cuál de los dos nombres —Matías o Pablo— figura entre las “doce piedras de fundamento” de la Nueva Jerusalén que Juan vio en la Revelación? (Rev 21:2, 14.) Según una línea de razonamiento, podría concluirse que es más probable que figure el de Pablo. Él hizo una importante aportación a la congregación cristiana con su ministerio y en particular por haber escrito una gran parte de las Escrituras Griegas Cristianas (se le atribuyen catorce cartas). En este sentido, puede decirse que eclipsó a Matías, cuyo nombre no se vuelve a mencionar después del primer capítulo de Hechos.
No obstante, un análisis imparcial demostraría que Pablo también eclipsó a muchos otros de los doce apóstoles, a algunos de los cuales rara vez se menciona, salvo en las listas apostólicas. Además, cuando Pablo se convirtió, la congregación cristiana, el Israel espiritual, ya había sido establecida o fundada y llevaba aproximadamente un año o más de crecimiento. Por otra parte, Pablo escribió su primera carta canónica hacia el año 50 E.C. (véase TESALONICENSES, CARTAS A LOS), unos diecisiete años después de la colocación del fundamento de la nueva nación, el Israel espiritual, en 33 E.C. Estos hechos, junto con otros argumentos presentados con anterioridad en este artículo, aclaran esta cuestión. Parece razonable, por tanto, que la elección original que Dios hizo de Matías como aquel que había de ocupar la vacante de Judas entre “los doce apóstoles del Cordero”, permaneció firme e inalterada por el nombramiento posterior de Pablo a un apostolado.
Entonces, ¿qué propósito tuvo el apostolado de Pablo? Jesús mismo había indicado que tendría una finalidad especial: Pablo sería un ‘apóstol [enviado] a las naciones’, no un sustituto de Judas (Hch 9:4-6, 15), y así lo entendió el propio Pablo. (Gál 1:15, 16; 2:7, 8; Ro 1:5; 1Ti 2:7.) En consecuencia, no fue necesario contar con su apostolado para poner el fundamento del Israel espiritual en el Pentecostés de 33 E.C.