IMPARCIALIDAD
Sin prejuicio o favoritismo; equidad. Las palabras hebreas y griegas que se usan en la Biblia para “parcial” o “parcialidad” tienen el sentido de considerar y juzgar a las personas por la apariencia exterior. La imparcialidad, por lo tanto, significa no dejar que la persona o su apariencia material, como posición, riqueza, poder u otra influencia, o un soborno (o, por otra parte, sentimentalismo hacia una persona pobre), influya en nuestro juicio o acciones. La imparcialidad procura que todos sean tratados en armonía con lo que es equitativo y justo, de acuerdo con lo que cada uno merece y necesita. (Pro. 3:27.)
JEHOVÁ ES IMPARCIAL
Jehová dice que Él “no trata a nadie con parcialidad ni acepta soborno”. (Deu. 10:17; 2 Cró. 19:7.) Cuando Dios envió a Pedro a declarar las buenas nuevas al gentil incircunciso Cornelio, el apóstol declaró: “Con certeza percibo que Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Hech. 10:34, 35; Rom. 2:10, 11.)
No se pueden pedir explicaciones a Jehová por sus decisiones y acciones, pues Él es el Creador y el Ser Supremo. Puede hacer lo que desee con lo que ha creado, y no le debe nada a nadie. (Rom. 9:20-24; 11:33-36; Job 40:2.) Trata con individuos o grupos de personas, incluso con naciones enteras, de acuerdo con su propósito y a su propio tiempo señalado. (Hech. 17:26, 31.) Sin embargo, Dios es imparcial. Recompensa a cada uno, de acuerdo no a su apariencia exterior o posesiones, sino por lo que es y lo que hace. (1 Sam. 16:7; Sal. 62:12; Pro. 24:12.) Su Hijo Jesucristo sigue el mismo derrotero imparcial. (Mat. 16:27.)
No fue parcial con Israel
Algunas personas han afirmado que Jehová mostró parcialidad al usar y favorecer a Israel como su pueblo de tiempos antiguos. Sin embargo, un examen honrado de sus tratos con los israelitas revelará que tal acusación es falsa. Jehová los escogió y tuvo tratos con ellos, debido no a la grandeza de la nación ni a la multitud de sus miembros, sino por su amor y aprecio por la fe y lealtad de su amigo Abrahán, el antepasado de ellos. (Sant. 2:23.) También, fue paciente con Israel debido a que había puesto su nombre sobre ese pueblo. (Deu. 7:7-11; Eze. 36:22; Deu. 29:13; Sal. 105:8-10.) Mientras que Israel obedecía, era bendecido por encima de las naciones que no tenían la Ley. Cuando Israel desobedecía, Dios era paciente y misericordioso, pero los castigaba. Y aunque disfrutaban de una posición favorecida, su responsabilidad delante de Dios era mayor, pues llevaban Su nombre y estaban bajo la Ley, la cual contenía maldiciones para los que la quebrantasen: “Maldito es el que no ponga en vigor las palabras de esta ley poniéndolas por obra”. (Deu. 27:26.) Al violar la Ley, los judíos llegaron a estar bajo esta maldición, la cual venía a añadirse a su condenación como prole del pecador Adán. (Rom. 5:12.) Por lo tanto, para redimir a los judíos de esta desventaja especial, Cristo no solamente tuvo que morir sino que hubo de hacerlo en un madero de tormento, tal como el apóstol Pablo razona en Gálatas 3:10-13.
Por lo tanto, Dios no ejerció ninguna parcialidad con Israel. Él estaba usando a Israel teniendo en mira la bendición de todas las naciones. (Gál. 3:14.) De este modo, Dios estaba obrando realmente para que, a su debido tiempo, se beneficiasen gentes de todas las naciones. En armonía con esto, el apóstol recalca: “¿Es él el Dios de los judíos únicamente? ¿No lo es también de gente de las naciones? Sí, de gente de las naciones también, si en verdad Dios es uno solo, que declarará justos a los circuncisos como resultado de fe y justos a los incircuncisos por medio de su fe”. (Rom. 3:29, 30.) Además, en la antigua comunidad judía, había la posibilidad de que hombres de otras naciones estuvieran bajo el favor de Dios y recibieran sus bendiciones si adoraban a Jehová el Dios de Israel y guardaban su Ley, tal como hicieron los gabaonitas, los netineos (“los que han sido dados”) y muchos residentes forasteros. (Jos. 9:3, 27; 1 Rey. 8:41-43; Esd. 8:20; Núm. 9:14.)
Por lo tanto, aunque un punto de vista superficial y de corto alcance en cuanto a los tratos de Dios podría dar a entender cierta parcialidad, el punto de vista más profundo y de largo alcance revela una maravillosa imparcialidad y justicia más allá de todo lo que el hombre pudiese haber concebido. ¡De qué manera tan excelente manejó los asuntos a fin de que toda la humanidad tuviese la oportunidad de recibir su favor y la vida! (Isa. 55:8-11; Rom. 11:33.)
No fue parcial con David
Como Jehová le dijo a Moisés, Él es un Dios que de ninguna manera dará exención del castigo por el error. (Éxo. 34:6, 7; Col. 3:25.) Ni siquiera hizo una excepción en el caso de su amado siervo David, con el que Jehová había hecho un pacto para un reino. Dios castigó a David severamente por sus pecados. (2 Sam. 12:11, 12.)
El relato bíblico revela que David sufrió muchas dificultades de parte de su propia familia. (2 Sam., caps. 13-18; 1 Rey., cap. 1.) Aunque por causa del pacto del reino que había hecho con él, Dios no lo ejecutó (2 Sam. 7:11-16), David experimentó grandes desdichas. Como había dicho Elihú, un anterior siervo de Dios: “Hay Uno que no ha mostrado parcialidad a príncipes”. (Job 34:19.) Sin embargo, basándose en el venidero sacrificio de Jesucristo, Dios podía perdonar al arrepentido David y todavía mantener su propia justicia y rectitud. (Rom. 3:25, 26.) Por medio del sacrificio de su Hijo, Dios tiene una base justa e imparcial sobre la cual devolver la vida a Urías y a otros, de manera que, finalmente, nadie sufra injustamente. (Hech. 17:31.)
CONSEJO A LOS JUECES
Jehová aconsejó firmemente a los jueces de Israel en cuanto a la imparcialidad. Los jueces estaban bajo la siguiente orden estricta: “No deben ser parciales en el juicio”. (Deu. 1:17; 16:19; Pro. 18:5; 24:23.) No debían, por sentimentalismo, mostrarle parcialidad a un pobre meramente debido a su pobreza, ni tampoco por prejuicio en contra de los ricos. Asimismo, no tenían que favorecer a un rico por su riqueza—quizá dándole trato especial a fin de ganar su favor, lo que sería un soborno—o debido a temer su poder o influencia. (Lev. 19:15.) Con el tiempo, Dios condenó al infiel sacerdocio levítico de Israel por violar su Ley y, particularmente, por mostrar parcialidad, puesto que ellos actuaban como jueces en Israel. (Mal. 2:8, 9.)
EN LA CONGREGACIÓN CRISTIANA
En la congregación cristiana la imparcialidad es una ley. Mostrar favoritismo es un pecado. (Sant. 2:9.) Aquellos que son culpables de actos de favoritismo llegan a ser “jueces que dictan fallos inicuos”. (Sant. 2:1-4.) Tales personas no tienen la sabiduría de arriba, la cual no hace distinciones por parcialidad. (Sant. 3:17.) Los que se hallan en puestos de responsabilidad en la congregación están bajo la seria obligación que el apóstol Pablo colocó sobre el superintendente Timoteo: “Solemnemente te encargo delante de Dios y de Cristo Jesús y de los ángeles escogidos que guardes estas cosas sin prejuicio, y no hagas nada según una inclinación parcial”. Esto aplicaría especialmente al celebrar audiencias judiciales en la congregación. (1 Tim. 5:19-21.)
Se condena a los que ‘admiran personalidades para su provecho’
La violación de los principios de imparcialidad pueden resultar en la condenación más severa. El medio hermano de Jesús, Judas, describe a algunos que se infiltraron en la congregación y practicaban inmoralidad crasa, diciendo: “Estos hombres son murmuradores, quejumbrosos respecto a su suerte en la vida, que proceden según sus propios deseos, y su boca habla cosas hinchadas, a la vez que están admirando personalidades en el interés de su propio provecho”. (Jud. 16.) De estos hombres se dice que son “los que hacen separaciones, hombres animales, que no tienen espiritualidad”. (Jud. 19.) Pueden influir en otros por sus expresiones hinchadas y su admiración o aceptación de personalidades, como aquellos a quienes Pablo describe diciendo que “astutamente logran introducirse en las casas y se llevan como cautivas suyas a mujeres débiles cargadas de pecados, llevadas de diversos deseos”. (2 Tim. 3:6.) A dichas personas les espera destrucción. (Jud. 12, 13.)
“Dignos de doble honra”
En vista de estas cosas, ¿cómo pueden los que componen la congregación cristiana considerar a los ancianos que presiden excelentemente “dignos de doble honra, especialmente los que trabajan duro en hablar y enseñar”? (1 Tim. 5:17.) Esto no es debido a las personalidades de estos hombres o su habilidad, sino a su diligencia y trabajo duro al llevar a cabo las responsabilidades adicionales que han sido colocadas sobre ellos. Las disposiciones y nombramientos de Dios deben respetarse. Tales hombres deberían recibir una cooperación y un apoyo especiales a fin de que puedan desempeñar su obra en la congregación de Dios. (Heb. 13:7, 17.) Santiago, el medio hermano de Jesús, hace notar que los maestros de la congregación tienen una pesada responsabilidad delante de Dios y recibirán un juicio más severo. (Sant. 3:1.) Por lo tanto merecen ser escuchados, obedecidos y que se les dé honra. Por una razón similar, la esposa debería honrar y respetar a su esposo, a quien Dios le ha encargado la responsabilidad de cuidar de los miembros de la familia y Él lo juzga de acuerdo con esto. (Efe. 5:21-24, 33.) El mostrar dicho respeto a hombres que han sido colocados en posiciones de responsabilidad según las disposiciones de Dios no es parcialidad.
Respeto a los gobernantes
A los cristianos también se les dice que respeten a los gobernantes humanos, no por lo que son como personas, puesto que es posible que algunos sean personas corruptas, tampoco por los favores especiales que ellos pudieran hacer debido a su poder, motivo por el cual algunos suelen hacer favores a los gobernantes; los cristianos respetan a los gobernantes porque Dios lo ordena y también debido a la posición elevada de responsabilidad que su cargo representa. La honra que el cristiano rinde en este caso particular, superior a la que se otorga al ciudadano común, no la rinde a la persona misma del gobernante, por lo que no es una muestra de parcialidad. (Rom. 13:1, 2, 7.)