MANUSCRITOS DE LA BIBLIA
El contenido de las Sagradas Escrituras es de origen sobrehumano, pero humana fue su escritura y conservación. Bajo inspiración divina, Moisés comenzó su compilación en 1513 a. E.C.; el apóstol Juan escribió la parte final más de mil seiscientos años después. Puesto que la Biblia no fue originalmente un solo libro, su canon aumentó con el paso del tiempo y se produjo una demanda de copias de sus diferentes libros. Por ejemplo, después del exilio babilonio hubo que hacer muchas copias, puesto que no todos los judíos libertados regresaron a Palestina. Muchos se establecieron en diversos lugares y comenzaron a fundarse sinagogas a través del vasto territorio de la diáspora judía. Los escribas prepararon copias de las Escrituras que se necesitaban en esas sinagogas donde los judíos se reunían para oír la lectura de la Palabra de Dios. (Hech. 15:21.) En tiempos posteriores, seguidores de Cristo, que eran copistas concienzudos, reprodujeron los escritos inspirados con el fin de que se beneficiasen las congregaciones cristianas, las cuales se iban multiplicando, de modo que se pudiese llevar a cabo un intercambio de dichos escritos y se promoviese su circulación general. (Col. 4:16.)
Antes de que llegase a ser común la imprenta de tipo móvil (a partir del siglo XV), tanto los escritos bíblicos originales como las copias se hacían a mano. Por consiguiente, recibieron el nombre de “manuscritos” (lat. manu scriptus, “escritos a mano”.) Un manuscrito bíblico es un documento de las Escrituras, o parte de estas, escrito a mano, diferenciándose, por tanto del documento impreso. Los manuscritos bíblicos se produjeron principalmente en la forma de rollos y códices.
MATERIALES
Hay manuscritos de las Escrituras en piel, papiro y vitela, así como palimpsestos. Por ejemplo, el célebre Rollo del mar Muerto de Isaías es un rollo de piel. El papiro, un tipo de papel hecho de las fibras de una planta acuática, se usó para los manuscritos bíblicos en los lenguajes originales y para las traducciones de los mismos que se hicieron hasta aproximadamente el siglo IV E.C. En ese tiempo el papiro empezó a sustituirse por la vitela, un pergamino de alta calidad hecho generalmente de pieles de becerro, cordero o cabra. Con la vitela se mejoró el uso de pieles de animales como material de escritura. Famosos manuscritos, como el Códice Sinaítico y el Vaticano Núm. 1209, pertenecientes al siglo IV E.C., son códices de pergamino o vitela. Un palimpsesto (lat. palimpsestus; gr. pa·lím·pse·stos, que significa “raspado de nuevo”) es un manuscrito del que se ha quitado o raspado el escrito original para poder escribir encima. Un célebre palimpsesto bíblico es el Códice Ephraemi Rescriptus, del siglo V E.C. Si el escrito anterior del palimpsesto (el que fue raspado) es el importante, los eruditos suelen poder leer la escritura borrada empleando medios técnicos, como reactivos químicos y la fotografía. Algunos manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas son leccionarios, es decir, lecturas bíblicas seleccionadas para los servicios religiosos.
ESTILOS DE ESCRITURA
Los manuscritos bíblicos escritos en griego (tanto las traducciones de las Escrituras Hebreas como las copias de las Escrituras Griegas Cristianas) pueden dividirse o clasificarse dependiendo del estilo de la escritura, lo cual también es una ayuda a la hora de fecharlos. El estilo más antiguo (empleado especialmente hasta el siglo IX E.C.) es el manuscrito uncial, escrito en letras mayúsculas que no están unidas. Normalmente no hay separación entre palabras ni signos de acentuación y puntuación. El Códice Sinaítico es uno de esos manuscritos unciales. A partir del siglo VI, el estilo de escritura empezó a evolucionar, para llegar con el tiempo (en el siglo IX E.C.) al manuscrito de cursiva o minúsculas, escrito en letras más pequeñas, muchas de las cuales estaban unidas en un estilo cursivo o trabado. La mayoría de los manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas que han llegado hasta nuestro días son de escritura cursiva. Los manuscritos de cursiva predominaron hasta el comienzo de la imprenta.
LOS COPISTAS
Que se sepa, en la actualidad no hay en existencia ningún manuscrito original o autógrafo de la Biblia. Sin embargo, la Biblia se ha conservado de forma exacta y confiable debido a que los copistas bíblicos en general aceptaron las Escrituras como inspiradas divinamente y buscaron perfección en su ardua labor de producir copias manuscritas de la Palabra de Dios. Los hombres que copiaron las Escrituras Hebreas en los días del ministerio de Jesucristo sobre la Tierra y durante los siglos precedentes recibieron el nombre de “escribas” (heb. sohf·rím). Entre los primeros escribas estuvo Esdras, del cual se habla en las Escrituras como un “copista hábil”. (Esd. 7:6.) Algunos escribas posteriores hicieron ciertas alteraciones deliberadas en el texto hebreo, pero sus sucesores, los masoretas, detectaron y registraron estas alteraciones en la masora o notas marginales que aparecían en el texto hebreo masorético que ellos produjeron. Los copistas de las Escrituras Griegas Cristianas se esforzaron de igual modo por reproducir fielmente el texto de las Escrituras.
MANUSCRITOS DE LAS ESCRITURAS HEBREAS
En la actualidad hay más de 1.700 manuscritos o porciones de las Escrituras Hebreas en diferentes bibliotecas. La gran mayoría de ellos contienen el texto masóretico y son del siglo X E.C. o posteriores a esta fecha. Los masoretas (pertenecientes a la segunda mitad del primer milenio de nuestra era) trataron de transmitir el texto hebreo fielmente y no hicieron cambios en el texto mismo. No obstante, para conservar la pronunciación tradicional del texto consonántico sin vocales, concibieron un sistema de puntos vocálicos y de acentos. Además, en la masora o notas marginales dirigieron la atención a las anomalías del texto y anotaron las correcciones que consideraron necesarias. El texto masorético es el que aparece en las Biblias hebreas impresas de hoy día.
Cuando los manuscritos de las Escrituras Hebreas que se usaban en las sinagogas judías se deterioraban, eran reemplazados por copias verificadas, y los viejos manuscritos eran depositados en la “genizah” (un almacén o depósito de la sinagoga). Finalmente, cuando la “genizah” estaba llena, se sacaban los manuscritos y se enterraban con ceremonia. Por este procedimiento se llegaron a perder muchos manuscritos antiguos. Sin embargo, el contenido de la “genizah” de la sinagoga de la antigua ciudad de El Cairo fue conservado probablemente porque fue tapiada y olvidada durante siglos. Después de la reconstrucción de la sinagoga en el año 1890 E. C. se reexaminaron los manuscritos de su “genizah”, de modo que manuscritos de las Escrituras Hebreas bastante completos y diversos fragmentos (algunos se dice que son del siglo VI E.C.) fueron trasladados de allí a diferentes bibliotecas.
Uno de los fragmentos más antiguos que contiene pasajes bíblicos es el Papiro de Nash, hallado en Egipto y conservado en Cambridge, Inglaterra. Este papiro, que data del segundo o del primer siglo antes de la era común, consta tan solo de cuatro fragmentos de veinticuatro líneas de un texto premasorético de los Diez Mandamientos así como de algunos versículos de los capítulos 5 y 6 de Deuteronomio.
Desde 1947 se han hallado muchos rollos bíblicos y extrabíblicos en la zona occidental del mar Muerto, comúnmente llamados los Rollos del mar Muerto. Los más importantes son los manuscritos descubiertos dentro de varias cuevas en los alrededores de Wadi Qumrán. También son conocidos como los textos de Qumrán. Parece ser que en un tiempo pertenecieron a una comunidad religiosa judía centralizada en los alrededores de Khirbet Qumrán. El primer descubrimiento fue hecho por un beduino que encontró en una cueva, aproximadamente a 13 K. al S. de Jericó, cierta cantidad de vasijas de barro que contenían manuscritos antiguos. Entre ellos se encontraba el famoso Rollo de Isaías (1QIsa), un rollo de piel bien conservado que contiene todo el libro de Isaías excepto algunos pocos pasajes. La escritura hebrea premasotèrica ha sido fechada de finales del segundo siglo o principios del primero antes de la era común. Por lo tanto, precede aproximadamente en mil años al manuscrito más antiguo que existe del texto masorético. Sin embargo, aunque presenta algunas diferencias en el deletreo y la construcción gramatical, no varía doctrinalmente del texto masorético. Entre los documentos recuperados en la zona de Qumrán están unos cien rollos que representan porciones de todos los libros de las Escrituras Hebreas excepto el de Ester; de algunos libros hay más de una copia. La fecha de estos manuscritos va desde los últimos siglos antes de la era común hasta los comienzos del primer siglo de nuestra era. En ellos se puede apreciar más de un tipo de texto hebreo, como el protomasorético y otro texto que sirve de base para la Versión de los Setenta. Hoy día todavía se siguen estudiando estos manuscritos.
Entre los manuscritos hebreos en vitela más importantes de las Escrituras Hebreas está el Códice Karaíta de El Cairo. Este códice de los Profetas contiene además la masora y los puntos vocálicos. En su colofón indica que fue completado aproximadamente en el año 895 E.C. por el renombrado masoreta Moisés ben Aser de Tiberíades. Otro manuscrito importante (del año 916 E.C.) es el Códice de Leningrado de los profetas posteriores, conocido como el Códice Babilónico Petropolitano. El Códice Sefardita de Alepo, Siria, que actualmente se encuentra en Israel, contiene las Escrituras Hebreas completas. Su texto consonántico original fue corregido, puntuado y provisto de masora por Aarón ben Aser, hijo de Moisés ben Aser, alrededor de 930 E.C. El manuscrito más antiguo fechado de todas las Escrituras Hebreas en hebreo es el Manuscrito de Leningrado Núm. B 19A, conservado en la biblioteca pública de Leningrado. Había sido copiado en el 1008 E.C. “de los libros completamente corregidos preparados por el maestro Aarón ben Mases ben Aser”. Otro manuscrito hebreo sobresaliente es un códice del Pentateuco que se conserva en el Museo Británico (Códice Oriental Núm. 4445), que contiene el texto de Génesis 39:20 a Deuteronomio 1:33 y que data probablemente del siglo X E.C.
Muchos manuscritos de las Escrituras Hebreas de la Biblia fueron escritos en griego. Entre aquellos que merecen interés especial está uno de la colección de papiros Fuad (número de inventario 266, perteneciente a la Société Royale de Papyrologie du Caire), que contiene porciones de la segunda mitad de Deuteronomio según la Versión de los Setenta. Se remonta al segundo o primer siglo antes de la era común y muestra en varios lugares del texto griego el Tetragrámaton: el nombre divino escrito en caracteres hebreos antiguos. También se han encontrado fragmentos de los capítulos 23 a 28 de Deuteronomio en el Papiro Rylands Núm. 458, que data del siglo II a. E.C. y se conserva en Manchester, Inglaterra. Otro fragmento importante de papiro de la Versión de los Setenta, publicado por L’École Pratique d’Études Bibliques de París, contiene Miqueas 4:3-7 y Habacuc 1:14-2:5; 2:13-15, y es del siglo I E.C.
MANUSCRITOS DE LAS ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS
Las Escrituras Cristianas fueron escritas en griego koi·né. Aunque en la actualidad no se tiene conocimiento de que existan manuscritos originales autógrafos, sin embargo, se ha calculado en más de 4.600 las copias manuscritas de las Escrituras Griegas, ya sea completas o en fragmentos. Además, hay aproximadamente 8.000 manuscritos de versiones de las Escrituras Cristianas en latín y unos 1.000 más en otros idiomas.
Manuscritos en papiro de las Escrituras Griegas Cristianas
Entre los códices en papiro hallados en Egipto alrededor de 1930, y cuya adquisición se anunció en 1931, había algunos papiros bíblicos de gran importancia. Algunos de esos códices griegos (del segundo al cuarto siglo de la era común) contienen porciones de ocho libros de las Escrituras Hebreas (Génesis, Números, Deuteronomio, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y Ester) y tres contienen porciones de quince libros de las Escrituras Griegas Cristianas. La mayor parte de esos papiros bíblicos fueron comprados por un coleccionista americano de manuscritos, A. Chester Beatty, y actualmente se conservan en Dublín, Irlanda. El resto fue adquirido por la universidad de Michigan y otras entidades.
La designación internacional de los papiros bíblicos es una “P” seguida de un número en voladita. El Papiro Chester Beatty Núm. 1 (P45) consta de porciones de 30 hojas de un códice que probablemente tenía en un principio unas 220 hojas. En el P45 hay fragmentos de los cuatro evangelios y del libro de Hechos. El P47, el Papiro Chester Beatty Núm. 3, es una porción de un códice que contiene diez páginas algo dañadas de Revelación. El P45 es probablemente de principios del siglo III y el P47, de la parte final del mismo siglo. Digno de mención especial es el P46, el Papiro Chester Beatty Núm. 2, de principios del siglo III E.C. Está compuesto por 86 páginas algo dañadas de un códice que probablemente tenía 104 originalmente. Contiene nueve de las cartas inspiradas de Pablo: Romanos, Hebreos, 1 Corintios, 2 Corintios, Efesios, Gálatas, Filipenses, Colosenses y 1 Tesalonicenses. Es significativo que la carta a los Hebreos está incluida en este códice antiguo. Puesto que en esta última carta no se da el nombre del escritor, a menudo se ha cuestionado si era obra de Pablo. Pero el que se incluya esta carta en el P46, que al parecer tan solo recoge cartas de Pablo, indica que en el siglo III E.C. la carta a los Hebreos era aceptada por los cristianos primitivos como un escrito inspirado del apóstol Pablo. La carta a los Efesios también se encuentra en este códice, refutando aquellos argumentos según los cuales Pablo no fue su escritor.
En la biblioteca de John Rylands, Manchester, Inglaterra, hay un pequeño fragmento de papiro del evangelio de Juan (algunos versículos del capítulo 18), catalogado como el Papiro Rylands 457. Es conocido internacionalmente como P52. Este es el fragmento de manuscrito más antiguo que existe de las Escrituras Griegas Cristianas, ya que se escribió en la primera mitad del siglo segundo, posiblemente alrededor del año 125 E.C. y, por lo tanto, aproximadamente tan solo un cuarto de siglo después de la muerte de Juan. El que circulase una copia del evangelio de Juan en Egipto (donde se descubrieron los fragmentos) en aquel tiempo, muestra que las buenas nuevas según Juan habían sido registradas en el siglo I E.C. y por Juan mismo, no por algún escritor desconocido bien adentrado el siglo II E. C., después de la muerte de Juan, tal como algunos críticos habían afirmado.
Manuscritos en vitela de las Escrituras Griegas Cristianas
Los manuscritos bíblicos escritos en vitela a veces incluyen porciones de las Escrituras Hebreas y de las Griegas Cristianas, mientras que algunos de ellos son únicamente de las Escrituras Cristianas.
El Códice de Beza
El Códice de Beza, designado por la letra “D”, es un valioso manuscrito del siglo V o VI E.C. Aunque se ignora el lugar de donde procede, se sabe que fue adquirido en Francia en el año 1562. Contiene los evangelios, el libro de Hechos y unos pocos versículos más. Se trata de un manuscrito uncial con el texto en griego en las páginas de la izquierda y un texto paralelo en latín en las páginas de la derecha. Este códice se conserva en la universidad de Cambridge, en Inglaterra, y fue presentado a esa institución por Teodoro de Beza en el año 1581.
El Códice Claromontano (D2)
El Códice Claromontano (D2) también está escrito igualmente en griego y latín: en griego a la izquierda y en latín a la derecha. Contiene las cartas canónicas de Pablo, incluyendo Hebreos, y se considera que es del siglo VI. Se dice que fue encontrado en el monasterio de Clermont, Francia, y adquirido por Teodoro de Beza, pero en la actualidad se conserva en la Bibliothèque Nationale de París.
Los Códices Washingtonianos I y II
Entre los manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas en vitela descubiertos más recientemente está el Códice Washingtoniano I, que contiene los evangelios en griego (en el orden “occidental” común: Mateo, Juan, Lucas y Marcos). Este códice se adquirió en Egipto en el año 1906 y se conserva en la galería de arte Freer, en Washington D.C. El símbolo internacional de este códice es W. Se cree que fue escrito en la última parte del siglo IV o en el siglo V, excepto Mateo y parte de Juan que al parecer fueron reemplazados en el siglo séptimo por haberse estropeado. El Códice Washingtoniano II, cuyo símbolo es I, también de la colección Freer, contiene porciones de las cartas canónicas de Pablo, entre las que se encuentra la carta a los Hebreos. Es probable que este códice fuese escrito en el siglo séptimo.
MANUSCRITOS EN VITELA DE LAS ESCRITURAS HEBREAS Y GRIEGAS
Los manuscritos bíblicos más importantes y completos que hay en griego fueron escritos en vitela en letras unciales.
Manuscrito Vaticano Núm. 1209 (Códice Vaticano)
El Manuscrito Vaticano Núm. 1209 (Códice Vaticano), designado internacionalmente por el símbolo B, es un códice uncial del siglo IV E. C., posiblemente escrito en Alejandría, y que originalmente contenía toda la Biblia en griego. Un corrector de fecha posterior repasó las letras, quizá debido a que la escritura original se había ido borrando, pero pasó por alto las letras y palabras que consideró erróneas. Es probable que en un principio este códice tuviese unas 820 páginas, de las cuales hoy hay 759. La mayor parte del Génesis ha desaparecido, así como una parte de los Salmos y Hebreos 9:14 a 13:25, y se han perdido en su totalidad 1 y 2 a Timoteo, Tito y Revelación. Este códice se conserva en la biblioteca del Vaticano, en Roma, Italia, donde está ya desde el siglo XV. Sin embargo, las autoridades de la biblioteca dificultaron enormemente a los eruditos el acceso al manuscrito, y no publicaron un facsímil fotográfico de todo el códice hasta 1889-1890.
El Manuscrito Sinaítico (Códice Sinaítico)
El Manuscrito Sinaítico (Códice Sinaítico) es también del siglo IV E.C., pero el Códice Vaticano puede que sea un poco más antiguo. El Manuscrito Sinaítico se designa por medio del símbolo א (‘á·lef, la primera letra del alfabeto hebreo). Aunque es probable que en un tiempo este manuscrito contuviese toda la Biblia en griego, parte de las Escrituras Hebreas se han perdido. Sin embargo, conserva todas las Escrituras Griegas Cristianas. En un principio este códice debía tener como mínimo 730 hojas, aunque en la actualidad tan solo quedan unas 390. Fue descubierto por el docto bíblico Constantine Tischendorf (una porción en el año 1844 y otra en 1859) en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí. Parte de este códice se conserva en Leipzig, unos fragmentos de tres hojas están en Leningrado, y la mayor parte se encuentra en el Museo Británico de Londres.
El Manuscrito Alejandrino (Códice Alejandrino)
El Manuscrito Alejandrino (Códice Alejandrino), designado por la letra A, es un manuscrito griego uncial que contiene la mayor parte de la Biblia, incluido el libro de Revelación. Es posible que este manuscrito contase originalmente con 820 páginas, de las que se han conservado 773. Por lo general se considera que este códice fue escrito en la primera mitad del siglo V E.C. y también se conserva en el Museo Británico.
El Códice Ephraemi Syri Rescriptus (Códice Ephraemi)
El Códice Ephraemi Syri Rescriptus (Códice Ephraemi), designado internacionalmente por la letra C, también se considera normalmente como perteneciente al siglo V E.C. Es un manuscrito palimpsesto escrito en letras griegas unciales en vitela. Posteriormente, el texto griego original fue borrado y sobre un buen número de páginas se escribieron los discursos de Ephraem Syrus (o el sirio) en griego. Es probable que esto se hiciese durante el siglo XII, cuando había escasez de vitela. Sin embargo, el texto subyacente ha sido descifrado. Aunque al parecer el Códice C contuvo en un tiempo todas las Escrituras en griego, en la actualidad solo se conservan 209 páginas, de las cuales 145 son de las Escrituras Griegas Cristianas. De modo que este códice contiene hoy únicamente algunos fragmentos de los libros de las Escrituras Hebreas y porciones de todos los libros de las Escrituras Griegas Cristianas, excepto 2 Tesalonicenses y 2 Juan. Este códice se conserva en la Bibliothèque Nationale de París.
EXACTITUD DEL TEXTO BÍBLICO
El aprecio por la exactitud de la Biblia aumenta notablemente al observar que, en comparación, hay tan solo unos pocos manuscritos de las obras de los escritores clásicos, y ninguno es original autógrafo. A pesar de ser solo copias hechas siglos después de la muerte de los autores, los doctos hoy día aceptan tales copias posteriores como evidencia suficiente de la autenticidad del texto.
Los manuscritos de las Escrituras Hebreas no son tan numerosos como los manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas; sin embargo, fueron preparados con sumo cuidado. Con respecto al texto de las Escrituras Hebreas, el docto William Henry Green hizo la siguiente observación: “Se puede decir con seguridad que ninguna otra obra de la antigüedad se ha transmitido con tanta exactitud”. El docto en textos bíblicos Sir Frederic Kenyon, ya fallecido, reafirmó la exactitud del texto bíblico en el prólogo de sus siete volúmenes sobre los “papiros bíblicos Chester Beatty” (publicados en el año 1933 en Londres, pág. 15): “La primera y más importante conclusión que se deriva del examen de [los papiros] es que confirman la solidez esencial de los textos existentes. No se muestra ninguna variación notable ni fundamental, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. No hay omisiones ni añadiduras importantes de pasajes, ni variaciones que afecten a hechos importantes o doctrinas. Las variaciones del texto afectan a asuntos menores, como el orden de las palabras o cuáles se usaron específicamente, […] pero su importancia fundamental es que confirman, al aportar evidencia más antigua que la conocida hasta entonces, la integridad de nuestros textos existentes. En este sentido suponen una adquisición de valor histórico”.
En lo que atañe a las Escrituras Griegas Cristianas, Sir Frederic Kenyon escribió en su libro The Bible and Archaeology (publicado en el año 1940): “El intervalo, pues, entre las fechas de su composición original y la más temprana evidencia existente llega a ser tan pequeño que de hecho es insignificante, y el último fundamento para dudar que las Escrituras hayan llegado a nosotros sustancialmente como fueron escritas ahora se ha eliminado. Tanto la autenticidad como la integridad general de los libros del Nuevo Testamento pueden considerarse finalmente establecidas”. (Págs. 288, 289.)
Siglos atrás, Jesucristo, “el testigo fiel y verdadero” (Rev. 3:14), confirmó repetidas veces y enfáticamente la autenticidad de las Escrituras Hebreas, tal como lo hicieron sus apóstoles. (Luc. 24:27, 44; Rom. 15:4.) Las versiones o traducciones antiguas de las Escrituras Hebreas constituyen una prueba más de la exactitud con que estos escritos han llegado hasta nuestros días. Los manuscritos y versiones de las Escrituras Griegas Cristianas ofrecen un testimonio irrefutable de la maravillosa conservación y exacta transmisión de esa parte de la Palabra de Dios. Por consiguiente, hemos sido favorecidos con un texto bíblico auténtico, confiable y exacto. Un examen cuidadoso de los manuscritos que se han conservado de las Sagradas Escrituras pone de relieve el testimonio elocuente de su fiel conservación y permanencia, lo cual da aún más significado a la declaración inspirada: “La hierba verde se ha secado, la flor se ha marchitado; pero en cuanto a la palabra de nuestro Dios, durará hasta tiempo indefinido”. (Isa. 40:8; 1 Ped. 1:24, 25.)
[Imagen página 1070]
El papiro de Nash, considerado del segundo o del primer siglo antes de la era común