¿Qué deberían decir los sermones?
Hoy más personas que nunca escuchan sermones. Pero, ¿dicen los sermones lo que deberían decir?
“LOS grandes sermones son un fastidio en noventa y nueve casos de cada cien,” declaró una vez el clérigo estadounidense Henry Ward Beecher. “Son semejantes a campanarios sin campanas; cosas erigidas a gran altura en el aire que sirven de adorno y atraen observación, pero que no albergan a nadie, no calientan a nadie, no ayudan a nadie.”
Puesto que los sermones pueden llamar la atención y hasta ser llamados “grandes” sin que ayuden a nadie, deberíamos dedicar algún tiempo a examinar los sermones que oímos. Esto resultará valioso. La Palabra de Dios declara: “Mi pueblo está destruído por falta de conocimiento.” (Ose. 4:6, Mod) Deberíamos, entonces, estar seguros de estar obteniendo el conocimiento que nos preservará de la destrucción.
Es especialmente conveniente, también, examinar los sermones. El llamado despertamiento religioso sigue avanzando aprisa, pero también lo hace la proporción de aumento en los crímenes. Las iglesias aumentan; la moral decae. Y oímos tales expresiones como: “Florece mejor el crimen donde más abundan los campanarios de iglesias,” y a personas que frecuentemente ocupan bancos en las iglesias se les llama “paganos saturados de sermones.” Oímos hablar de increíble ignorancia bíblica; o, según lo expresó Billy Graham: “Muy pocos de nosotros sabemos cosa alguna acerca del mensaje de la Biblia.” ¿A qué señala tan vergonzoso estado de cosas? ¿No señala a los sermones? Porque si los sermones están diciendo lo que deberían decir, la gente saturada de sermones debería conocer el mensaje de la Biblia y la vida que vive debería estar en armonía con los principios morales de la Biblia. Claramente algo anda mal. Para averiguar qué, examinemos los sermones populares de hoy.
CLASES DE SERMONES POPULARES
La radio y la televisión han hecho bien conocidos los sermones de los predicadores de los despertamientos religiosos. El conocimiento que éstos contienen generalmente se limita a exponer el estado pecaminoso del mundo y a pedir que la gente se arrepienta y acepte a Cristo. Del vasto océano de conocimiento bíblico el sermón del evangelista imparte sólo unas cuantas gotas. Se puede decir que no es el propósito del evangelista explicar todo el mensaje de la Biblia, sino que su propósito es más bien el de estimular a la gente a que vaya a la iglesia. Pero después de ir a la iglesia, ¿qué oye la gente? Más de lo mismo, más acerca de “arrepentimiento de obras muertas, y fe hacia Dios.” En la Biblia esto se llama “la doctrina elemental acerca del Cristo.” (Heb. 6:1) Los sermones populares de hoy día, sin embargo, a menudo dicen muy poco siquiera acerca de la doctrina elemental, y la Biblia es abandonada. Los sermones por lo tanto generalmente se clasifican en una de cuatro categorías o en una combinación de ellas.
Primero, hay el sermón político. La política local, nacional e internacional proporciona una abundancia de materia. Casi todo el mundo ha leído en los periódicos acerca de algún sermón político que algún clérigo ha pronunciado. La política ha sido el tema de sermones tan a menudo (en E.U.A.) que David Lawrence se sintió obligado a escribir lo siguiente en una revista comercial, U. S. News & World Report: “Este es el tiempo de todos los tiempos en que los clérigos deberían enseñar el cristianismo y no hacerse pecadores ellos mismos en los recintos inmorales de la política del día actual.”
Segundo, hay el sermón acerca de los acontecimientos corrientes. Es parecido al sermón político, excepto que más probablemente trate de problemas sociológicos. En cuanto al valor que tienen estos sermones por su contenido de conocimiento, el profesor Marcos Barth, de la Universidad de Chicago, dice, al hablar acerca del regreso a la religión en los Estados Unidos: “Las iglesias están llenas, pero el problema es si acaso oye la congregación cosa alguna en los sermones que sus miembros no hayan leído ya en sus periódicos matutinos.”—Time del 18 de febrero de 1957.
Tercero, hay el sermón acerca de asuntos divertidamente livianos. Este puede tratar del libro más reciente o hacer destacar las ideas interesantes de algún escritor seglar famoso. A menudo estos sermones tienden más a divertir que a instruir. Puede que el predicador hasta actúe ante el auditorio de modo muy parecido al de un actor de la televisión. Lo que descuella en estos sermones es que dejan la Biblia casi completamente a un lado. Los pocos pasajes que usan les sirven de trampolines de donde saltar a lagunas de temas que divierten.
Se publicó un artículo relativo a esto en la revista religiosa Theology Today de abril de 1953, bajo el tema “La decadencia de la predicación bíblica.” Este artículo dijo: “El moderno eclipse de la predicación bíblica no significa meramente que los predicadores no están usando pasajes bíblicos; al contrario, usan pasajes con frecuencia, pero tan a menudo los arrancan de su contexto y los fuerzan violentamente a dar alguna apariencia de autoridad bíblica a ideas y sentimientos que son cuasi bíblicos. . . . Gran parte de la predicación se compone de un mosaico de cuentos interesantes o anécdotas personales. Esta predicación tiene la mira de complacer, de hacer que la gente siga viniendo. En nuestro día, la predicación bíblica ha sufrido.”
Y fué Jorge Jeffrey quien, en sus Discursos de Warrack de 1949, describió los sermones de predicadores “cuyo método de preparación aparentemente es el de buscar tres anécdotas y colocarlas como si fueran tres islas en un mar de oratoria sagrada, consistiendo el resto del sermón en el nadar falto de aliento desde una hasta otra con la esperanza viva de llegar a tierra sin novedad.” Mullidos de humorismo y asuntos de naturaleza trivial, muchos sermones populares se parecen más al sedoso algodón de azúcar que se vende a los niños en los parques de diversiones que al alimento sólido espiritual de la Biblia que es para el cristiano.
Cuarto, hay el sermón que ha venido a estar en boga en años recientes. Este es el sermón que se concentra en tranquilidad de ánimo y el tener fe en uno mismo. Este da a uno confianza en la vida y un modo de pensar positivo. Por lo general dice que con la ayuda de Dios uno puede lograr todo lo que quiera lograr. Señalando a Norman Vincent Peale como ejemplo de este sermoneo psicológico, uno que fué redactor de The Christian Century, Pablo Hutchinson, escribió lo siguiente en Life del 11 de abril de 1955: “Los sermones de él siguen un solo modelo; él mismo dice: ‘Cuando usted haya oído uno, los habrá oído todos.’ Considere los temas de los primeros seis sermones que él predicó este año y tendrá usted el modelo: ‘La clave de la confianza en uno mismo,’ ‘Cómo sentirse lleno de vida y bien,’ ‘Maneras de mejorar la situación suya,’ ‘Maravillosos resultados de la actitud de fe,’ ‘La vida con vitalidad gozosa,’ ‘Elimine de sus pensamientos el temor.’. . . A menudo lo censuran otros clérigos por no prestar mucha atención a los asuntos sociales y políticos.”
AJENOS A LAS NECESIDADES DEL GÉNERO HUMANO
Después de haber examinado las principales clases de sermones populares, ¿qué hemos de pensar? Poco importaría—si estos sermones fueran pronunciados por psicólogos, psiquiatras, sociólogos, políticos, analistas de noticias, críticos de libros y humoristas de la televisión. Pero no es así. ¡Clérigos son quienes los pronuncian! ¡Los pronuncian hombres que deben estar predicando la Palabra de Dios! Los están presentando hombres que deberían estar proveyendo alimento espiritual, el conocimiento que la gente necesita acerca de los propósitos de Dios y cómo puede armonizar su vida con la voluntad de Dios, en vez de utilizar a Dios para la voluntad de ella. Los sermones populares, entonces, han errado el blanco. Han venido a ser ajenos al reino de Dios, ajenos a las obligaciones morales del género humano, ajenos a las necesidades de los que buscan la vida.
Esta es una observación que los clérigos mismos hacen frecuentemente. Observe usted la declaración que hizo el predicador escritor episcopal Bernard Iddings Bell, según se halla registrada en el tomo Treasury of the Christian Faith: “En gran parte se debe a la infidelidad del clero a la tarea profética el que la mayoría de los cristianos de nuestro tiempo no sepa lo que Dios demanda o lo que Cristo enseña; ¡el que el cristianismo haya venido a ser poco más que una costumbre vaga y cortés! Como tal, carece de sentido, no viene al caso. ¡Ya es tiempo de que nosotros los clérigos comencemos de nuevo a enseñar en términos no equívocos lo que Cristo revela acerca del hombre, acerca del porqué las civilizaciones decaen en anarquía, acerca del porqué las vidas particulares mayormente llegan a frustración e infelicidad, acerca de Dios y lo que puede hacer en nosotros para hacer soportable la tierra! Nosotros los clérigos hemos pecado.”
Aquí hay cosas, de veras, que los sermones deberían decir; pero los clérigos no están diciéndolas. La gente necesita saber por qué el desafuero se ha apoderado de este mundo, especialmente desde el año 1914. Los sermones deberían dar a saber el significado que hay tras los acontecimientos mundiales. Los sermones deberían explicar con toda claridad que estamos viviendo en el “tiempo del fin” de este mundo y cómo sabemos que es cierto esto. Los sermones deberían revelar la causa básica de la iniquidad aumentada, que es el resultado de una guerra en el cielo en la cual Cristo y sus ángeles arrojaron a Satanás el Diablo y a sus demonios hacia abajo a la vecindad de la tierra. De modo que, ¡“ayes para la tierra”! ¿Por qué? “Porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran ira, sabiendo que tiene un corto período de tiempo.” Es vital que estemos enterados de estos hechos si hemos de comprender el desbarajustado mundo de hoy. Y no obstante, los sermones populares, aunque dan mucho tiempo a considerar la iniquidad, rara vez explican esta causa raíz de la angustia mundial, si es que alguna vez lo hacen.—Apo. 12:7-12.
Según las palabras del Dr. Alberto Schweitzer: “La religión no sólo tiene que explicar el mundo. También tiene que responder a la necesidad que siento de darle un propósito a mi vida.” Sin embargo, ¿qué propósito bien definido han dado los sermones populares a la gente? El camino al éxito mundano por medio de la psicología y el usar a Dios, sí; pero ése no es el propósito que la Biblia hace claro. La Palabra de Dios muestra la vanidad de las ocupaciones materiales y que la única cosa que realmente importa es el servir a Dios, obedecer sus mandamientos, procurar tener parte en la vindicación de su nombre. El gran punto en disputa hoy no es quién gobernará la tierra, sino quién gobernará el universo: ¿Satanás el Diablo o Jehová Dios? Ese es el punto en disputa que pronto ha de decidirse a favor de Dios. Benditos son los que se proponen estar en el lado correcto de ese punto en disputa. Para hacer eso uno tiene que saber acerca del reino de Dios.
SERMONES DEBERÍAN DAR ÉNFASIS AL REINO
Pero ¿cuántos sermones populares dicen alguna vez algo acerca del reino de Dios como el tema principal de la Biblia? Los sermones de Jesús dieron énfasis al Reino. Antes de pronunciar una ilustración Jesús a menudo la introducía por medio de las palabras “el reino de los cielos,” de ese modo haciendo destacar que la ilustración enseñaba una verdad acerca del Reino. De manera que los sermones deberían hacer destacar el Reino, mostrando que es celestial pero que traerá bendiciones a la tierra; porque tiene que gobernar el universo. En vez de señalar a la política corrupta de este mundo los sermones deberían señalar al Reino, puesto que Cristo dijo claramente: “Mi reino no es parte de este mundo.” (Juan 18:36) Sobre todo, los sermones deberían explicar que el reino de Dios, en manos de Cristo Jesús, ya ha sido establecido en el cielo. ¡Estas son noticias trascendentales, noticias para encabezamientos de primera plana! Sin embargo, el mundo está durmiendo, y los sermones populares lo manifiestan.
Los sermones deberían enseñar a la gente qué es lo que ella pide cuando reza el padrenuestro: “Venga tu reino. Cúmplase tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra.” La gente debería saber que está pidiendo que el reino celestial de Dios venga contra este mundo por medio de destruirlo, mediante el hacer lo que el profeta Daniel predijo que el reino de Dios haría: “Desmenuzará y acabará con todos aquellos reinos, en tanto que él mismo permanecerá para todos los siglos.”—Mat. 6:10; Dan. 2:44, Mod.
Y ¿cuántos de los sermones populares mencionan alguna vez el evento por medio del cual el reino de Dios destruirá este mundo inicuo? ¡Cuántas veces se refiere la Biblia a la gran obra de destrucción que el reino de Dios efectuará en la guerra del Armagedón, llamada “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”! Fíjese en sólo unos cuantos de los muchos textos: “El día de la ira de Jehová,” “el día de ira y de la revelación del justo juicio de Dios,” “el día de juicio y de la destrucción de hombres impíos,” “la revelación del Señor Jesús desde el cielo con sus poderosos ángeles en fuego llameante, al traer él castigo merecido sobre los que no conocen a Dios y los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús,” y la culminación de la “grande tribulación como no ha acontecido desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a acontecer.”—Apo. 16:14, 16; Sof. 2:2, Mod; Rom. 2:5; 2 Ped. 3:7; 2 Tes. 1:7, 8; Mat. 24:21.
Un sermón debería mostrar, entonces, lo que el reino de Dios hará posible—¡un nuevo mundo! La Biblia se refiere a éste como a “nuevos cielos y una nueva tierra que esperamos de acuerdo con su promesa, y en éstos la justicia habrá de morar.” La guerra de Dios del Armagedón extirpará este viejo mundo y quitará a Satanás el Diablo y a sus demonios y así abrirá el camino para un nuevo mundo. De modo que un sermón debería mostrar las bendiciones del nuevo mundo, cómo los hombres vivirán sobre la tierra en perfección humana, cómo Dios “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni tampoco habrá más duelo ni lloro ni dolor.” —2 Ped. 3:13; Apo. 21:4.
CONTESTANDO LA PREGUNTA: ¿QUÉ DEBO HACER?
Y un sermón debería hacer aun más. Debería contestar esa pregunta: ¿Qué debo hacer? Debería mostrar claramente las obligaciones morales del hombre, que es menester que él viva de acuerdo con los elevados principios morales de la Biblia si quiere conseguir vida en el nuevo mundo, sea esto por medio de una resurrección de entre los muertos o por medio de sobrevivir al Armagedón. Y un sermón debería estimular a los oyentes a vivir para ese nuevo mundo por medio de obedecer las buenas nuevas del Reino. ¿Cómo? Por medio de participar en la proclamación del testimonio amonestador que Cristo predijo tendría que hacerse: “Estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada con el propósito de dar un testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin cabal.” (Mat. 24:14) Antes del fin consumado de este mundo en el Armagedón se tiene que dar un testimonio concerniente al reino establecido de Dios y lo que ese reino pronto hará a este mundo inicuo. Los sermones populares no están dando dicho testimonio.
Entonces, ¿qué contemplamos? Precisamente lo que el prelado británico H. R. L. Sheppard, en un tiempo deán de la catedral de Cantérbury, observó en su libro The Impatience of a Parson:
“Estoy obligado, con la mayor renuencia, a creer que corporalmente las Iglesias han tomado un sentido tan erróneo del mensaje de su Fundador. . . que lo que actualmente sobrevive y desempeña su deber, por medio de las Iglesias, como cristianismo es una caricatura de lo que tenía por objeto Cristo. Las Iglesias necesitan mucho más que remiendos. Hace falta una Sociedad cristiana que esté fundada en la revelación de Jesucristo; pero si esa Sociedad ha de estar de acuerdo con la mente de Cristo, me imagino que tendrá que ser tan cabalmente diferente a cualquier Iglesia que existe hoy en cuanto a alcance y punto de vista, que apenas podría ser reconocida como perteneciente a la familia de las Iglesias como ahora las conocemos.”
¡Qué declaración reveladora—que si la gente ha de practicar el cristianismo de acuerdo con la mente de Cristo hace falta una sociedad vastamente desemejante a las iglesias organizadas de la cristiandad! Pues, entonces, ¿vemos una sociedad de cristianos que viva de acuerdo con la mente de Cristo, que predique la mente de Cristo y que sea tan desemejante a las iglesias organizadas que este mismo hecho sea notable?
¿Vemos una sociedad de cristianos cuyos sermones expliquen el mundo, expliquen la raíz y causa de toda iniquidad, expliquen el porqué las cosas están como están en el mundo?
¿Vemos una sociedad cristiana que esté dando testimonio acerca de las buenas nuevas del reino de Dios ya establecido en los cielos y que esté proclamando la inminencia del Armagedón?
¿Vemos una sociedad de cristianos cuyos sermones estén ayudando a la gente a vivir en conformidad con los principios morales de la Biblia, cuyos sermones estén amonestando a la gente con la esperanza de vida eterna sobre la tierra en el nuevo mundo de Dios, y cuyos sermones estén señalando al único modo de sobrevivir al Armagedón y entrar en el nuevo mundo de Dios?
¡Ciertamente que sí! La identidad de esa sociedad es obvia; porque hay solamente una organización en el mundo hoy predicando todo esto, haciendo todo esto. Esa es la sociedad del nuevo mundo de testigos de Jehová. En los Salones del Reino de los testigos de Jehová—y es probable que haya uno en su vecindad—usted puede oír estos sermones, sermones que dicen lo que deberían decir. No se hace ninguna colecta, no le cuesta nada a usted. De modo que según las palabras de la Biblia: “¡Sí, venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche! ¿Por qué gastáis dinero por lo que no es pan?”—Isa. 55:1, 2, Mod.