Cómo me mantuve fuerte en la fe en una prisión de la China comunista
Por Haraldo King
EL 27 de mayo de 1963 un oficial de la policía china caminó conmigo hacia el puente que separa a Hong Kong de la China. Por más de cuatro años y medio yo había estado encerrado en las prisiones de la China comunista. Durante todo ese tiempo no se me había permitido visitar ni a un solo compañero cristiano. Todas las Biblias y la literatura bíblica habían sido quitadas de mi posesión. ¡Pero ése era el día de mi liberación! Al otro lado del puente misioneros hermanos de la sucursal de Hong Kong de la Sociedad Watch Tower me esperaban para darme la bienvenida. En unos instantes me hallaba en sus brazos, pero hablar se me hizo imposible. ¡Cuán agradecido a Dios estaba de que otra vez podía estar entre Su pueblo!
Al proseguir hacia la oficina sucursal de la Sociedad en Hong Kong los que habían venido a darme la bienvenida inquirieron ansiosamente en cuanto a mi bienestar, y estuvieron deseosos de saber en cuanto a sus hermanos cristianos que todavía están en la China comunista. De la mejor manera que pude les hice el relato de lo que había sucedido.
ACTIVIDAD RESTRINGIDA
Fue allá en 1954 que las autoridades llamaron a Stanley Jones y a mí, ambos siendo misioneros, a la estación de policía y nos dijeron que tendríamos que cesar de predicar de casa en casa. Si queríamos efectuar alguna predicación se nos dijo que lo hiciéramos en nuestra “iglesia” y no fuera de ella. Aunque no prohibieron que condujéramos estudios bíblicos de casa, exigieron las direcciones de todas las personas a quienes visitábamos.
Esto requirió algunos ajustes en nuestra actividad de predicación, a fin de proseguir con ella por lo menos hasta cierto grado. Por supuesto, la policía no nos había dicho que todos los testigos de Jehová tenían que cesar de predicar de casa en casa; solo nos lo dijeron a nosotros los misioneros. De modo que nuestros hermanos chinos no disminuyeron la marcha en el ministerio ni siquiera un poco, sino que estuvieron deseosos de avanzar, mostrando que el espíritu de Jehová estaba sobre ellos.
En cuanto a las personas con quienes conducíamos estudios bíblicos, aun cuando les dijimos que la policía había exigido sus nombres y direcciones, la mayoría quiso que continuaran sus estudios. Pero las opresiones aumentaron. Tan pronto como un extranjero entraba en un callejón de hogares chinos, se le identificaba. No se le impedía que entrara, pero cuando salía, el “representante del callejón” iba directamente a la casa donde había estado para averiguar lo que había estado haciendo allí. Esto hizo que algunos se intimidaran. Opresiones también vinieron desde otro lugar: había reuniones políticas a las cuales se esperaba que asistieran. Más y más de su tiempo les era quitado, y algunos comenzaron a retirarse. Por otra parte, los que tenían fe en que Jehová Dios los apoyaría continuaron estudiando y asistiendo a las reuniones de congregación con regularidad, rehusando envolverse en las sesiones políticas en las fábricas y en las escuelas.
PRUEBA DE FE PARA LOS TESTIGOS CHINOS
Luego comenzó a emprenderse acción directa en contra de nuestros celosos publicadores chinos del Reino. Nancy Yuan fue la primera de nuestras hermanas cristianas que fue arrestada en Changhái, siendo separada de sus cuatro hijos, el más joven de los cuales solo tenía un año de edad. Los esfuerzos de nuestra parte para intervenir a su favor todos fueron rechazados. No supimos adónde la enviaron. Pero sí sabemos que una carta dirigida a su madre alrededor de un año después de su arresto mostró que todavía se hallaba fuerte en la fe y que no había titubeado en su confianza en el poder de Jehová para librar.
De 1957 en adelante el Gobierno manejó lo que se llamaba una campaña de “rectificación.” A cada obrero se le exigió que escribiera una autobiografía y luego asistiera a reuniones especiales, donde era criticado por su conducta y su perspectiva sobre la vida. Aquí nuestros hermanos se toparon con grandes dificultades. Habían estado predicando a sus compañeros de trabajo, hablándoles del fin de este mundo inicuo y la esperanza de un justo nuevo mundo bajo Jesucristo. Pero ahora estos compañeros de trabajo se volvieron contra ellos y los acusaron de que habían estado predicando que la República del Pueblo Chino iba a ser destruida por Dios. Los que rehusaban aceptar el punto de vista socialista de las cosas, así como los que rehusaban asistir a tales sesiones, pronto eran arrestados. Uno por uno nuestros hermanos fueron a dar a la cárcel.
Hasta ese tiempo había habido un máximo de cincuenta y ocho publicadores en la congregación de Changhái, y los publicadores que se habían mudado habían esparcido las “buenas nuevas” a otros centros a través del inmenso territorio de la China. Los domingos había 120 ó más personas asistiendo a las reuniones tan solo en Changhái. Pero gradualmente los temerosos dejaron de asociarse con nosotros. No obstante, la parte central de la congregación llegó a estar aun más determinada, más resuelta, a continuar en el trabajo que Dios le había dado que hacer. Estaban sin temor, porque tenían plena confianza en el poder todopoderoso del Dios verdadero.
MISIONEROS A LA PRISIÓN
El 14 de octubre de 1958, cuando acababa de servirse el desayuno en nuestro hogar misional y Stanley Jones estaba por hacer oración, se escuchó un fuerte toque en la puerta. En un instante la policía cayó sobre nosotros, con pistolas en la mano, y nos esposaron. Al principio Stanley protestó que las pistolas y las esposas no hacían falta, porque éramos cristianos, pero en vano. Siendo invitados los vecinos como testigos, la casa fue registrada de arriba a abajo. Pero nada hallaron salvo nuestras Biblias y literatura bíblica y los registros que llevábamos del ministerio. Al mediodía fuimos metidos a empujones en dos automóviles que esperaban y llevados a la estación de policía. Esa mañana fue la última vez que hablé libremente con Stanley. Había sido un excelente compañero en el servicio del Señor. Su corazón siempre estuvo enlazado al corazón de los hermanos chinos. Tenía un aprecio profundo de las cosas espirituales, y de lo que he escuchado de maneras indirectas, todavía está fuerte en devoción a Jehová, aunque sigue en prisión en la China comunista.
En la prisión comenzó el interrogatorio. Al principio era tres veces al día. Más tarde, dos veces al día. Luego menos frecuentemente. No se usó de violencia física. Ni un solo golpe fue dado alguna vez. Solo hubo el interrogatorio persistente y la escritura de resúmenes de lo que se decía en estas sesiones. Esto fue sumamente penoso. Sabía lo que había hecho mientras viví en Changhái; sabía lo que había dicho. Pero no había hecho ni dicho cosas con el móvil que el Gobierno les atribuía. Por ejemplo, le habíamos enseñado a la gente, con la Biblia, que Satanás es el dios de este mundo, y que este mundo inicuo va a ser destruido en la batalla del Armagedón. Pero el que nosotros conviniéramos en que esto era actividad subversiva contra el Estado era absurdo. No obstante, eso es lo que las autoridades querían que dijéramos. Estuvieron firmes en su acusación de que éramos agentes del imperialismo, pero nosotros no lo éramos. Averiguamos que al que ellos llaman “imperialista” es a cualquiera que no es comunista y que ellos creen que está luchando en contra del comunismo. Cualquier negativa a admitir las acusaciones se consideraba como no admitir nuestros “crímenes.” Sin embargo, pareció causarles satisfacción hasta cierto grado cuando dije que era cierto que si toda persona reaccionara al mensaje que estábamos predicando (lo cual obviamente no harían todas), entonces eso podría resultar en la situación que ellos se representaban mentalmente. Dos años completos, en gran manera en cautiverio incomunicado, se emplearon en “prepararme” para el proceso.
El proceso en sí mismo fue muy breve. Se leyeron las acusaciones, y solo se me permitió responder Sí o No a las preguntas que se hicieron; no se permitieron las explicaciones. Fui condenado a cinco años de prisión, dos de los cuales ya había cumplido. Stanley, que había estado encargado de la obra, fue condenado a siete años. Aquélla fue la última vez que lo vi, pero aun entonces no se nos permitió hablar.
MANTENIÉNDOME FUERTE EN LA FE
Cuando se me trajo a la prisión por primera vez, la celda estaba infestada de sabandijas, todas las cuales parecían tener muchísima hambre. No había manera de que pudiera escaparme de ellas. Los ataques persistieron toda la noche, y no pude dormir. El arroz y el agua que me dieron para comer me produjeron indigestión. A la mañana siguiente cuando el guardia vino a mi celda se dio cuenta de que me encontraba en una condición muy mala, y me envió a ver al doctor de la prisión. Ese día la celda fue limpiada y rociada, y mi régimen alimenticio fue cambiado. La celda misma se hallaba vacía; solo un cubo de madera cubierto siendo provisto como excusado. Tenía que sentarme en el piso y comer en el piso, y por la noche dormía en el piso, aunque se permitía alguna ropa de cama y esto podía tenderlo debajo de mí. No me permitieron poseer materiales para escribir salvo para escribir el resumen de las sesiones de los interrogatorios. Casi la única materia de lectura que vi fue un repaso de noticias chinas. No se me permitía hacer ningún trabajo además de limpiar mi propia celda. Se me dejó sin otra alternativa que sentarme y pensar.
Desde el principio comprendí que tenía que dar pasos para permanecer fuerte en la fe. Tan pronto había sido encerrado en mi celda el día cuando fui arrestado me arrodillé para orar en voz alta, pero casi inmediatamente fui interrumpido cuando el guardia abrió de par en par la ventana de inspección y exigió saber a quién le estaba yo hablando. Expliqué que estaba orando a mi Dios como debe hacerlo un cristiano. “Bueno, usted no puede hacer eso aquí dentro,” ordenó. De modo que me senté y continué haciendo mis oraciones de manera menos perceptible.
Para mantener vivo mi aprecio de las cosas espirituales arreglé un programa de actividad de “predicación.” Pero, ¿a quién predica uno cuando está incomunicado? Decidí formar algunos sermones bíblicos apropiados de las cosas que podía recordar y luego predicar a personajes imaginarios. Luego principié a trabajar, por decirlo así, tocando una puerta imaginaria y dando el testimonio a un ama de casa imaginaria, visitando varias puertas durante la mañana. Con el tiempo hallé a una Sra. de Carter imaginaria, que mostró algo de interés, y después de volver a visitarla varias veces hicimos arreglos para tener un estudio bíblico regular. En el curso de este estudio abarcamos los temas principales del libro “Sea Dios Veraz,” según los recordaba yo. Todo esto lo hice en voz alta, para que el sonido de estas cosas las grabara más en mi mente. Estoy seguro de que los guardias creyeron que me estaba volviendo loco, pero esto realmente estaba manteniéndome fuerte en la fe y con la mente sana. Me ayudó a mantenerme equipado para emprender el ministerio otra vez cuando fuera puesto en libertad. Tenía la confianza de que Jehová nuestro Dios puede conservar a sus siervos y librarlos, si solo ellos permanecen fieles a él. No, no creí que él tenía que sacarme de la prisión para efectuar eso; mi expectativa era la de la liberación para entrar en el nuevo mundo. Me sentía como ciertos hebreos fieles de tiempos antiguos. Cuando fueron llamados al proceso delante del rey porque no habían abandonado la adoración de Dios, ellos dijeron: “Si ha de ser, nuestro Dios a quien servimos puede rescatarnos. Del horno ardiente y de tu mano, oh rey, nos rescatará él. Pero si no, llega a saber tú, oh rey, que no es a tus dioses que servimos, y a la imagen de oro que has erigido no la adoraremos.”—Dan. 3:17, 18.
Después de mi proceso, cuando fui trasladado de la casa de detención a la prisión de Changhái, mis condiciones de vida mejoraron. Aunque me pusieron en una celda aislada y no se me permitía mezclarme con los otros presos, con el tiempo se me concedió un poco de más libertad de movimiento. Se me permitió pasar tiempo durante el día afuera en el corredor junto a mi celda; y, aunque no había muebles en la celda, había una mesita y un banquillo en el corredor que yo podía usar. También me dieron materiales para escribir, y éstos los usé inmediatamente.
CANCIONES DE ALABANZA PARA REFORZAR LA FE
Comencé a poner por escrito algunos temas bíblicos de tal forma que pudieran usarse como estrofas de una canción, y luego tarareaba diversas combinaciones de notas hasta que hallaba una tonadilla que cuadrara. Con el tiempo formé una colección algo grande de canciones con el propósito de ayudarme a tener presentes los propósitos de Jehová. Algunas de las canciones solo tenían unas cuantas estrofas, mientras que otras tenían tantas como 144 estrofas, delineando las promesas de la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis. Estas me ayudaban a repasar porciones de la Biblia y a bosquejar los temas que se hallan manifiestos en todas las Escrituras. Por ejemplo, tenía canciones intituladas “Escogiendo la Simiente,” “Responda a la llamada de Jehová,” “El Memorial,” “El mayor de éstos es el amor,” “Más de un millón de hermanos,” y “De casa en casa.” Cuánta fortaleza me dieron éstas cuando cantaba:
Qué poder o fuerza del viejo Satanás
Nos pudiera jamás separar
De un Dios a quien amamos
¡oh! tan profunda y verdaderamente,
Sí, a quien con todo nuestro corazón
se ha de amar.
¿Podrías arrancar el monte de Sinaí
y colocarlo en las profundidades
del mar?
¡Eso sería una tarea más fácil, amigo,
que jamás procurar
Arrancarnos de la soberanía de Jah!
Mas al permanecer leales a Jehová,
Con amor inquebrantable como ligadura,
Las acciones más desesperadas
de Satanás, nuestro enemigo,
Las desafiaremos de manera
firme y segura.
Aun si llegara al límite completo,
Y nos matara debido a nuestro proceder,
Allí, a nuestro lado, está Cristo Jesús
nuestro Rey,
Con las llaves del sepulcro en su poder.
Cada mañana antes de desayunar cantaba unas cinco de mis canciones, y por la noche otras cuatro o cinco.
Aunque mis esfuerzos iniciales para orar en la prisión fueron interrumpidos algo rudamente, comprendí la importancia de permanecer cerca de Jehová. Podía estar aislado de mis semejantes, pero nadie podía aislarme de Dios. Cuando fui mudado a la cárcel de Changhái nuevamente me resolví a orar de manera más audible. Comprendí que ésta era una manera en que podía dar un testimonio a los que estaban a mi alrededor. Por eso, visible a cualquiera que pudiera pasar por mi celda, me arrodillaba en mi celda tres veces al día y oraba en voz alta, teniendo presente a Daniel, de quien habla la Biblia. Aun cuando estaba prohibido por ley, “tres veces al día se arrodillaba y oraba y ofrecía alabanza delante de su Dios.” (Dan. 6:10) Oraba para que Dios me concediera la sabiduría para decir y hacer las cosas correctas, para honrarlo. Oraba para que su propósito glorioso triunfara. Encarecidamente oraba a favor de mis hermanos en todas partes del mundo. Parecía que en tales ocasiones el espíritu de Dios guiaba mi mente hacia los asuntos más provechosos y me daba una sensación de serenidad. ¡Cuánta fortaleza y confortación espirituales me produjo la oración! Y por esto todos llegaron a conocerme como un ministro cristiano.
No obstante, a veces me asaltaban las dudas en cuanto a si realmente había hecho todo lo que debería haber hecho en el servicio de Jehová antes de mi prisión. Al principio me preocupaba acerca de ello, pero entonces encontré que me estaba beneficiando al repasar la situación, viendo dónde había faltado y dónde podía mejorar en el futuro; y decidí que sería un ministro mucho mejor en el futuro, de dárseme la libertad con la cual serlo. Haciendo esto un asunto para orar a Jehová, me sentí tranquilizado, y el resultado fue que mis días en la cárcel fortalecieron mi convicción y mi determinación de continuar en el servicio de Jehová.
Cada año arreglé celebrar el Memorial de la muerte de Cristo de la mejor manera que podía. Desde la ventana de mi prisión veía la Luna llenarse cerca del comienzo de la primavera. Calculaba tan cuidadosamente como podía la fecha para la celebración. Naturalmente, no tenía manera de obtener los emblemas, el pan y el vino, y los guardias rehusaron darme tales cosas. De modo que los primeros dos años solo pude hacer los movimientos, usando emblemas imaginarios, así como había predicado a amos de casa imaginarios. Luego, al tercer año encontré unas latas de grosellas oscuras en mi paquete de la Cruz Roja, y con éstas tuve éxito en producir vino, mientras que el arroz que no tiene levadura, sirvió de pan. Este año tuve tanto mi vino como algunos bizcochos hechos con agua y sin levadura del paquete de la Cruz Roja para usarlos como emblemas. Cantaba y oraba y pronunciaba un discurso regular para la ocasión, así como lo hubiera hecho en cualquier congregación del pueblo de Jehová. De modo que sentía que cada año estaba unido con mis hermanos en todo el mundo en esta importantísima ocasión.
Aunque mis actividades en la prisión eran sumamente limitadas, me esforcé por dar el testimonio mediante ejemplo. Recordé la fidelidad del judío Nehemías, quien, mientras estuvo en cautiverio, desempeñó tan fielmente el papel de mayordomo del rey de Persia que se le concedió licencia para ir a Jerusalén y atender asuntos que envolvían la adoración de su Dios. Repetidamente pedí una asignación de trabajo que desempeñar, pero esto me fue negado. Sin embargo, se requería que cada preso limpiara su propia celda, y me esforcé por que la mía fuera ejemplar. Gradualmente ensanché mis esfuerzos, limpiando la sección que estaba enfrente de mi celda durante el tiempo que se me permitía estar fuera, y luego las celdas vacías cerca de la mía. Con el tiempo hasta estaba limpiando y puliendo los escritorios de los guardias. Era sincero en mi deseo de hacer algo útil, y con el tiempo esto se ganó la confianza de los guardias. Como uno de ellos me dijo: ‘Todo lo que usted hace lo hace muy bien, sea limpiar el lugar o estudiar el idioma. Espero que cuando usted regrese a Inglaterra usted usará este celo suyo para servir a la gente.’ Le aseguré que eso era exactamente lo que esperaba hacer.
Jamás sentí odio a estos hombres que fueron asignados a vigilarme. Me parecía que eran muy semejantes a los oficiales del ejército a quienes se les dio la tarea de clavar a Jesús en el madero de tormento; no sabían lo que estaban haciendo. De modo que oré que Dios los perdonara, y solo castigara a los que realmente eran reprensibles y maliciosos en su odio a él y a su pueblo.
¡OTRA VEZ CON EL PUEBLO DE JEHOVÁ!
Cuando, al fin, se me dijo que se acercaba el tiempo de mi liberación, y cinco meses antes de que se cumpliera, ¡cuán aliviado me sentí! Después de ser llevado en excursiones de Changhái y el territorio circunvecino, y mostrarme lo que el comunismo ha hecho para la gente en lo material, finalmente fui enviado a través del puente a los brazos de mis hermanos cristianos que me esperaban, el veintisiete de mayo. ¡Qué cosa tan maravillosa es estar de regreso entre el pueblo de Dios!
Los hermanos de Hong Kong fueron tan amorosamente bondadosos conmigo que verdaderamente fue difícil separarme de ellos. Pero el 1 de junio fui puesto en un avión en ruta a mi casa en Inglaterra. La primera parada fue en el Japón, donde un grupo grande de Testigos estuvo presente para darme la bienvenida. No habían sido notificados en cuanto a mis planes de viaje, pero habían estado enterándose de las noticias de que estaba en libertad, por la prensa pública, y calcularon que podría estar en ese avión. Quisieron estar allí para darme la bienvenida.
En Nueva York quedé anonadado de gozo al ver al presidente de la Sociedad Watch Tower, el hermano Knorr, en el aeropuerto para darme la bienvenida, y él fue el primero en abrazarme en una amorosa bienvenida. Grandes cambios habían tenido lugar en el hogar de Betel y la imprenta de Brooklyn desde que los había visto por última vez en 1947, antes de salir para la China, pero el mismo espíritu de amor existe, solo que en una escala ensanchada.
Aquí, también, los hermanos querían saber mis experiencias, y tuve gusto en relatárselas y asegurarles con convicción que, a pesar de los acontecimientos de los últimos cuatro años y medio, nunca en todos mis veinticinco años de ministerio de tiempo cabal ha sido tan fuerte mi fe como lo es hoy en día. ¿Por qué? ¡Porque no hay pistolas, paredes, ni barrotes de prisión que puedan impedir que el espíritu de Dios llegue hasta su pueblo! Si nos hemos aplicado a un estudio de su Palabra y hemos permitido que se hunda profundamente en nuestro corazón, no hay nada que temer. No subsistimos con nuestra propia fuerza. ¡Pero con el todopoderoso poder de Dios él puede hacer que aun el más frágil de nosotros salga victorioso ante la persecución!
● ¿Cuán fuerte es la fe de usted? ¿Podría usted enfrentarse a tal interrogatorio constante y años de aislamiento en prisión y no obstante no vacilar? Recuerde, las Escrituras dicen que “todos los que deseen vivir con devoción piadosa en asociación con Cristo Jesús también serán perseguidos.” (2 Tim. 3:12) El tiempo para que usted mismo se fortalezca es antes de que venga la persecución. ¿Cómo? Por medio de usar sabiamente su tiempo ahora, estudiando y meditando en la Palabra de Dios para que llegue a arraigarse profundamente en su corazón, por medio de asociarse regularmente con el pueblo de Jehová, y por medio de usar lo que usted aprende en el servicio de Jehová. Así usted se hallará entre aquellos “que por medio del uso tienen las facultades perceptivas entrenadas para distinguir tanto lo correcto como lo incorrecto.” (Heb. 5:14) Esta percepción es vital cuando uno se enfrenta a la oposición. Pero si usted confía en Jehová ahora, valiéndose de las provisiones espirituales que él ha hecho, usted se hallará en posición de sacar fuerza de parte de él en tiempo de crisis, y él lo sustentará a usted.—Los Editores.