Una vida de bendiciones en el servicio de Jehová
Según lo relató Athan Doulis
MI VIDA, desde el punto de vista humano, tuvo su comienzo en un ambiente pobre, con expectativas igualmente pobres de un futuro satisfactorio. Nací en una pequeña aldea de las montañas de Epiro Septentrional, Albania, y nunca conocí a mi padre, porque murió tres meses antes de que yo naciera. Mi madre, según puedo recordar, era mujer piadosa, dedicada a lo que había aprendido; ella murió cuando yo tenía solo ocho años de edad. Mi única hermana se casó, y mi único hermano y yo fuimos expatriados a Estambul.
Un tío mío se hizo cargo de mí y me crió según su fe ortodoxa griega. Frecuentaba el patriarcado y muchas iglesias de Estambul, y me llevaba consigo, suponiendo, parece, que esto serviría de sustituto a una educación académica. Pero yo me sentía ofendido al no poder adquirir instrucción como todos los otros jóvenes. Afortunadamente, hallé algunos viejos libros escolares que había desechado mi primo, y emprendí un curso de autoeducación.
En 1923 fui como refugiado a Salónica, y luego, dos años después, fui a Albania para encontrar a mi hermano. Al llegar a la vieja casa, no encontré a mi hermano, porque estaba trabajando a unos 200 kilómetros de allí. Pero encontré La Atalaya, la Biblia, siete tomos de Estudios de las Escrituras, así como otros folletos sobre temas bíblicos. Algunos de los títulos, como “Infierno” y “La vuelta de nuestro Señor,” me atrajeron y comencé a leer. Mi cuñada trataba de desanimarme, diciendo: “Te harás como tu hermano, que se hizo estúpido con éstos y no va a la iglesia ni observa días festivos.” No hice caso. Yo sabía que mi hermano era letrado. Cuando finalmente lo encontré, descubrí que era un hombre cambiado, que su punto de vista en cuanto a la vida había cambiado mucho.
BENDICIONES TEMPRANAS
Al principio todo fue muy nuevo y difícil para mí. Nunca antes había yo leído la Biblia; de hecho, apenas sabía lo que era la Biblia, a pesar de mi larga conexión con la religión ortodoxa griega. Pero aun en ese remoto distrito de las montañas había algunos Estudiantes de la Biblia, como entonces se llamaba a los testigos de Jehová. Habían ido a los Estados Unidos y vuelto con un conocimiento de la Biblia y un amor a ella. Su espíritu manso y paciente me impresionó.
Recuerdo que en aquellos días tempranos dudaba que yo fuera digno y que pudiera alcanzar alguna vez la condición de cristiano verdadero. Me sentía como si yo fuera de una casta de carácter inferior a mi hermano. Sin embargo, él me aseguró que nadie nace con principios elevados... más bien, éstos se adquieren y se cultivan. Poco sabía yo en ese entonces que habría de regocijarme en muchos privilegios cristianos que jamás soñé tener.
En 1925 había tres congregaciones organizadas en Albania, así como Estudiantes de la Biblia aislados y personas interesadas acá y allá a través del país. ¡El amor que existía entre ellos contrastaba mucho con la altercación, el egotismo y la competencia de la gente que los rodeaba! Fui atraído a sus reuniones y encontré verdadero placer en asociación con ellos.
Salí de Albania en 1926, con gran dificultad, porque yo era refugiado de Turquía y no tenía pasaporte. Desembarqué en la isla Corfú, Grecia. Estuve lleno de gozo al hallar allí unos treinta Estudiantes de la Biblia. Allí probé por primera vez el gozo de predicar el reino de Dios a otros, porque en esta ocasión se me ayudó a comenzar en el ministerio de casa en casa. La obra en ese tiempo consistía en colocar literatura con las personas a quienes podíamos interesar en nuestro mensaje. El hacer revisitas y conducir estudios bíblicos de casa todavía no se habían instituido como rasgos vitales de nuestra obra cristiana. En Corfú, a propósito, había la reliquia de algún “santo,” y el clero estaba explotándola a grado cabal.
Un día, mientras trabajaba de tienda en tienda ofreciendo literatura bíblica, un fanático se apresuró hacia mí blandiendo un cuchillo de carnicero y gritando el nombre del santo patrón local. Jehová me protegió de esta persona poseída del demonio por medio de un hombre que estaba cerca, el cual intervino. Otro día, en una de las aldeas alejadas, se levantó oposición contra mi compañero y yo. Felizmente para nosotros hubo una división de opinión, el presidente de la comunidad a favor de nosotros y el sacerdote contra nosotros. Este último reunió a una chusma para que nos apedreara. Seguimos nuestro camino a salvo, aunque algunas de las piedras que nos arrojaron le dieron a mi compañero en la espalda y a mí alrededor de los pies.
El metropolitano ortodoxo griego de Corfú al fin logró, tres meses después, que me deportaran a Albania, con la intención de causarme mucha penalidad y encarcelación. Pero su plan de venganza no resultó. Cuando el barco en el que yo iba llegó al puerto albanés de Santi Quaranta, un Estudiante de la Biblia que era secretario del alcalde de la población vino a encontrarme. Se encargó de que yo no fuera encarcelado, y hasta telefoneó a un coronel-gobernador de la ciudad de Argyrokastron, por medio de cuyo buen servicio obtuve un pasaporte. De modo que, cuatro días después me hallé de nuevo en Corfú y otra vez estaba proclamando el mensaje de Dios a los habitantes.
SE APRECIA LA GUÍA DIVINA
Pronto salí para Atenas, donde me establecí. Imagínese mi gozo al enterarme más tarde de que el coronel-gobernador que había obrado a favor mío se había bautizado como testigo cristiano de Jehová, y que por medio de ello se dio un gran testimonio entre el elemento mahometano de Albania.
Atenas, por supuesto, tenía una congregación mucho más grande, y literalmente me asoleaba en el grato calor de su amigable asociación y reuniones. Mientras tanto estaba avanzando en conocimiento y aprecio de los propósitos de Dios y de la historia del pueblo que él estaba usando para su nombre. En el ínterin Jehová le había revelado a su pueblo que el tiempo de su juicio del templo había llegado, y “relámpagos y voces y truenos” procedieron de su templo celestial, causando una purificación de su clase del “santuario” en la Tierra. (Rev. 11:16-19) Se eliminó una clase del “esclavo malo” de las filas de los Testigos fieles.—Mat. 24:48-51.
En aquel tiempo los que éramos más nuevos buscábamos y hallábamos comunión grata con los Testigos de mayor edad, como Rut con Noemí. (Rut 1:16, 17) Nos enteramos en cuanto a visitas tempranas que C. T. Russell y J. F. Rutherford hicieron a Grecia y otros acontecimientos sobresalientes.
En aquellos días, también, nos enteramos de la maravillosa serie de asambleas internacionales que comenzó con la de Cedar Point, Ohio, en 1922. De hecho, estuvimos celebrando nuestras asambleas correspondientes en miniatura hasta el año 1931. En una de éstas, en 1926, llegué a otro punto significativo de mi vida... simbolicé mi dedicación a Dios mediante bautismo en agua.
A pesar de persecuciones, confiscaciones de literatura, juicios en los tribunales y condenas en prisión, los Testigos estaban aumentando en número. Con los muchos privilegios y gozos del servicio del Reino también vinieron pruebas y tentaciones. Recuerdo que, en el hotel donde yo estaba empleado, estuve expuesto a la misma clase de tentación que tuvo José en la casa de su amo, Potifar. (Gén. 39:7-12) Puedo regocijarme de que ya había sido fortalecido con los valores morales cristianos para resistir tal prueba.
DISFRUTANDO DE PRIVILEGIOS BENDITOS
En 1930 se me invitó a venir y servir con la familia Betel de la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Atenas. Betel en aquel tiempo, diferente del hermoso Betel que ahora tenemos, estaba albergado en un edificio situado en la esquina de las calles Kumanudi y Lombardou. La familia se componía del hermano Athan Karanassios y su familia, el hermano Karkanes y el hermano Triantaphyllopulos. Toda la obra de predicación en Grecia, Albania, Chipre y Turquía se dirigía desde Atenas.
Otra bendita sorpresa me vino en 1934. De la central de la Sociedad de Brooklyn vinieron instrucciones de promover la obra del Reino en Chipre y Turquía. Otros dos fueron asignados para ir a Chipre, mientras que yo fui asignado a Turquía. Aunque en aquel tiempo me sentía bastante incapacitado para la misión, recordé estas palabras de Jehová: “No por una fuerza militar, ni por poder, sino por mi espíritu.”—Zac. 4:6.
De modo que allí estuve en Estambul, viviendo y predicando entre una población de muchas nacionalidades, que hablaban diversos idiomas y que practicaban diferentes costumbres. Teníamos que llevar literatura en muchos idiomas; a menudo las casas de apartamientos eran inaccesibles; la gente, en vez de abrirnos la puerta, bajaba una canasta desde una ventana superior en la cual colocábamos nuestra literatura y una tarjeta que explicaba de qué se trataba. Teníamos que ser precavidos debido al elemento musulmán, puesto que siempre corríamos el riesgo de ser arrestados. Sin embargo, a pesar de los obstáculos pudimos regocijarnos por los nuevos que se presentaban en nuestras reuniones de estudio bíblico. Jehová verdaderamente nos estaba haciendo prosperar.
UN MODERNO EBED-MELEC
Apenas habían pasado siete meses cuando fui arrestado y sometido a cuatro días de interrogatorio policíaco, debido a que una comunidad judía se quejó. La policía fue bastante bondadosa, pero en el ínterin nuestro abastecimiento de literatura fue confiscado, y tuvimos que habérnoslas con un pequeño abastecimiento que había sido almacenado en otro lugar. En 1935 fui arrestado otra vez, esta vez mientras disfrutaba tranquilamente de la comida de mediodía. Fui encerrado en una celda secreta, en una celda que se usaba para presos que habrían de ser deportados sin ninguna formalidad legal. Aun aquí tuve la oportunidad de predicar a otros cinco presos de diversas naciones.
Dos días después fuimos sacados a un patio pequeño, donde me senté a disfrutar del sol. El carcelero principal se acercó y me preguntó por qué había sido encarcelado. Le expliqué que se debía a que estuve predicando acerca del reino de Dios. Se fue asombrado, pero pronto regresó y me preguntó si necesitaba algo. Por la noche vino y me trajo una cobija de su propia casa así como algún alimento. “Coma,” dijo, “porque usted es varón de Dios.” Continuó extendiéndome bondad y reveló que junto con los otros presos yo iba a ser deportado clandestinamente a Persia en el transcurso de unos cuantos días.
Ahora vino la evidencia de la vigilancia y cuidado de Jehová. Aquel hombre me preguntó si había algo que pudiera hacer por mí. Le pedí que notificara a mis amigos. Accedió, aunque aquello podía significar la pérdida de su trabajo y libertad si lo descubrían. Cuando mis amigos se enteraron de dónde estaba yo, apelaron al prefecto de la ciudad a favor mío, de modo que, en vez de ser deportado sin un centavo a Persia, fui deportado a Grecia en medio de mejores circunstancias. Jehová verdaderamente había levantado a un moderno Ebed-melec para rescatarme en el tiempo crítico.—Jer. 38:7-13.
Después de volver a hacer una visita breve a Albania, regresé a la sucursal de la Sociedad en Atenas. Enemigos religiosos de la verdad de Dios se aprovecharon del régimen dictatorial para estorbar nuestra obra de toda manera posible. En 1939, se las arreglaron para cerrar del todo la oficina de sucursal, se apoderaron de nuestro equipo tipográfico y encarcelaron a muchos de los Testigos. Arrestos, vistas en los tribunales, cárcel y destierro no pudieron apagar el celo de nuestros hermanos cristianos. La obra siguió.
BENDICIONES EN EL CRISOL
Vino la II Guerra Mundial y ésta sometió a Grecia a bombardeos y ocupación extranjera, seguidos de perturbaciones civiles. La estructura de la organización de los Testigos permaneció intacta. Por todo el país nos reuníamos en grupitos y manteníamos nuestra salud espiritual mientras fomentábamos la obra del testimonio de cualquier manera que podíamos. Equipo tipográfico, hecho para funcionar por medio de electricidad, hasta era operado a mano a fin de imprimir piezas pequeñas de literatura que se necesitaban en nuestro ministerio. Un rasgo brillante y gozoso de aquellos tiempos tenebrosos fue la evidencia que se multiplicaba de que la “grande muchedumbre,” que se menciona en Revelación 7, versículo 9, ahora estaba presentándose delante de nuestros mismísimos ojos. ¡Cuán agradecidos estuvimos a Jehová por este maravilloso estímulo... una verdadera bendición!
Como representante especial de la Sociedad tuve la oportunidad de estar asociado con queridos compañeros Testigos en todas partes del país a medida que aguantaban penalidades por causa de Cristo. Pandillas bajo acaudillamiento clerical, dando a entender que buscaban enemigos del Estado, estaban arrestando a testigos cristianos pacíficos, a ancianos y ancianas, golpeándolos y exigiendo de ellos que repudiaran su fe. Algunos fueron echados a hoyos después de golpizas salvajes; otros fueron colgados con la cabeza abajo; otros fueron muertos con ametralladoras enfrente de sus propios hijos; sus hogares fueron demolidos, sus vides desarraigadas. Veintenas fueron desterrados a isletas áridas sin el debido juicio legal. Habían revivido las persecuciones de Nerón y la Inquisición católica. No obstante, los adoradores fieles de Jehová de Grecia, retuvieron su integridad.
De 1947 en adelante tuve el privilegio de servir como siervo de circuito. La reorganización sirvió eficazmente para traer gozo y estímulo a los que habían aguantado fielmente. Puedo recordar que el estar con los que habían aguantado el calor de la persecución llegó a ser una magnífica fuente de inspiración y fortaleza para mí. No puedo hallar palabras para darle gracias adecuadamente a Jehová por el privilegio que tuve de pelear junto con tales individuos leales bajo condiciones penosas.
A menudo me fue preciso tener un guía confiable que me llevara de un grupo a otro de Testigos fieles, porque teníamos que viajar de noche y a través de rutas tortuosas, evitando los caminos principales. Recuerdo cuán silvestres y solitarias eran algunas de las zonas a través de las cuales buscábamos a tientas nuestro camino en la oscuridad, ¡y luego cómo cambiaba el cuadro cuando llegábamos a algún lugar remoto y veíamos allí La Atalaya y otras ayudas para el estudio de la Biblia! Las aguas refrescantes de la Palabra de verdad de Dios penetraban en todas partes.
En una población al noroeste de Grecia una persona, que anteriormente había sido criminal, homicida, se interesó en leer La Atalaya y ¡Despertad!, y pronto se transformó completamente su vida. Luego cuando se enteró de que una joven criminal, con quien había estado enemistado, había llegado a apreciar el mensaje de la Biblia mientras estuvo en la prisión, exclamó: “Tengo que llamarla ‘hermana’ y ella tiene que llamarme ‘hermano.’” Verdaderamente nuestro Dios es un Dios de amor y de paz.
De 1947 a 1961, según recuerdo, salí bien de cuarenta y tres dificultades serias en que me hallé al esforzarme por llegar y servir al circuito de grupitos que estaban bajo mi supervisión. Arrestos, encarcelaciones, juicios en los tribunales y condenas en prisión fueron experiencias comunes para mí. Para hacer aun más difíciles las cosas, mi nombre se publicó en los periódicos, con amenazas y comentarios intolerantes de parte del clero y de sus títeres. Pero nunca caí en la desesperación. Jehová siempre suministró las bendiciones del consuelo y el estímulo cuando más las necesitaba.
Regresé a Turquía en 1956. En 1934 había disfrutado de los privilegios de precursor allí, y ahora se me estaba permitiendo enlazar aquellas bendiciones pasadas con nuevas bendiciones. Ahora en Estambul había un grupo bastante grande de Testigos. Fue conmovedor ver que la obra lograba progreso constantemente en este campo virgen.
En el ínterin, las condiciones para nuestro ministerio en Grecia mejoraron. Desde 1961 he estado sirviendo como siervo de circuito en El Pireo y Atenas. A pesar de dos intervenciones quirúrgicas, una en 1954 y la otra en 1963, todavía me siento fuerte, y puedo ver en mi propia experiencia cumplimiento de la promesa de Isaías 40:28-31. Algunas de las bendiciones sobresalientes que jamás olvidaré son: el asistir a las magníficas asambleas internacionales, en Londres en 1951, en Nueva York en 1953, en ciudades alrededor de Europa en 1955 ¡y en aquella gigantesca asamblea de la ciudad de Nueva York en 1958! Y qué privilegio fue el transmitir las bendiciones de esas reuniones a Testigos humildes al regresar a Turquía y Grecia.
Ahora tengo cincuenta y ocho años de edad y he encanecido. Los jóvenes a veces me llaman “anciano.” Pero le doy gracias a mi Creador por el don de la fuerza corporal que continúa conmigo e insto a todos los jóvenes a estudiar la Biblia y llegar a conocer al Creador amoroso en vez de desperdiciar sus vidas en vanidades. (Ecl. 12:1) Él puede bendecir y bendecirá su derrotero fiel así como ha bendecido el mío.