Los Padres Apostólicos: ¿verdaderos sucesores de los apóstoles?
A PRINCIPIOS del siglo II de nuestra era, ciertas enseñanzas falsas comenzaron a enturbiar las aguas puras del cristianismo verdadero. Tal como se había predicho por inspiración divina, tras la muerte de los apóstoles, algunos se apartaron de la verdad y prefirieron creer en “mitos” (2 Timoteo 4:3, 4, nota). Alrededor del año 98, Juan —el único apóstol que quedaba vivo— advirtió a los cristianos fieles contra los que “trata[ban] de extraviarlos” con creencias falsas (1 Juan 2:26; 4:1, 6).
Poco después aparecieron en escena quienes llegaron a conocerse como los Padres Apostólicos. ¿Qué hicieron ellos ante esa ola de enseñanzas falsas? ¿Prestaron atención a la advertencia que Juan había dado movido por el espíritu santo?
¿Quiénes eran?
Se les llama “Padres Apostólicos” a los escritores religiosos que supuestamente fueron instruidos por alguno de los apóstoles o por los discípulos de estos. Vivieron entre finales del siglo I y mediados del siglo II.a Algunos de ellos fueron Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Papías de Hierápolis y Policarpo de Esmirna. Entre los escritos de esta época figuran también las obras de autores desconocidos, tituladas la Didaché, la Epístola de Bernabé, el Martirio de Policarpo y la llamada Segunda carta de Clemente a los Corintios.
Es difícil saber con certeza hasta qué grado armonizaban las enseñanzas de los Padres Apostólicos con las de Jesucristo. Lo que no se puede negar es que ellos pretendían preservar o promover cierta clase de cristianismo. Condenaban la idolatría y el libertinaje, y sostenían que Jesús era el Hijo de Dios y que había sido resucitado. Con todo, no pudieron contener la marea de ideas apóstatas; al contrario, algunos incluso la alimentaron con sus propias enseñanzas.
¿Solo unos ligeros cambios?
En cierto momento, las aguas del cristianismo empezaron a enturbiarse con enseñanzas distintas a las de Jesús y sus apóstoles. Por ejemplo, a diferencia del procedimiento que Jesús había instituido en la Cena del Señor (llamada también la Última Cena), la Didaché señalaba que había que pasar primero el vino y después el pan (Mateo 26:26, 27). Al hablar del bautismo, autorizaba que se derramara agua en la cabeza del candidato en caso de no haber una masa de agua en la cual sumergirlo (Marcos 1:9, 10; Hechos 8:36, 38). La misma obra también ordenaba ayunar dos veces a la semana y rezar el padrenuestro tres veces al día (Mateo 6:5-13; Lucas 18:12).
Ignacio de Antioquía, por su parte, dispuso una nueva forma de organizar la congregación cristiana: un solo obispo presidiría “en lugar de Dios” y ejercería autoridad sobre muchos sacerdotes. Tales reformas sirvieron de punto de partida para nuevas oleadas de enseñanzas antibíblicas (Mateo 23:8, 9).
Cayeron en la exageración y la idolatría
Algunos Padres Apostólicos se desviaron de la verdad al creer en afirmaciones exageradas. Papías de Hierápolis, por ejemplo, tenía sed de la verdad y citaba de las Escrituras Griegas Cristianas. Sin embargo, creía que durante el predicho Reinado Milenario de Cristo crecerían vides, cada una de las cuales tendría 10.000 cepas, y cada cepa 10.000 ramas, y cada rama 10.000 ramitas, y cada ramita 10.000 racimos, y cada racimo 10.000 uvas, y de cada uva se obtendría el equivalente a 1.000 litros de vino (1.000 cuartos de galón).
El caso de Policarpo de Esmirna fue distinto. Se dice que lo instruyeron los apóstoles y otros discípulos directos de Jesús. Todo parece indicar que este hombre, que solía citar de las Escrituras, regía su vida por los principios bíblicos. De hecho, prefirió sufrir una muerte de mártir antes que renunciar a la fe cristiana.
No obstante, la devoción que algunos creyentes le rindieron llegó a rayar en la idolatría. Tras la muerte de Policarpo, los fieles de Esmirna hicieron todo lo posible por recuperar sus huesos porque, como indica la obra Martirio de Policarpo, los consideraban “más preciosos que piedras de valor y más estimados que oro puro”. Es evidente, pues, que para entonces ya estaban emergiendo a borbotones las turbias aguas de la apostasía.
Obras apócrifas
Algunos Padres Apostólicos reconocían como inspiradas por Dios ciertas obras que no formaban parte del canon bíblico. Por ejemplo, Clemente de Roma citó de los libros apócrifos de Sabiduría y Judit. Y en su Epístola a los Filipenses, el propio Policarpo dio crédito a las palabras del libro de Tobías de que las limosnas pueden librar de la muerte.
En el siglo II, los evangelios apócrifos divulgaron relatos falsos sobre la vida de Jesús, pasajes que muchas veces los Padres Apostólicos consideraron legítimos. Ignacio de Antioquía, por su parte, citó de la obra espuria llamada el Evangelio según los Hebreos. Respecto a Clemente de Roma, una fuente comenta: “El conocimiento que tiene de Jesús no parece provenir de los Evangelios, sino de documentos no canónicos”.
Una oleada de mentiras
Al explicar la fe cristiana basándose en mitos, ideas místicas y diversas filosofías, los Padres Apostólicos abrieron paso a una oleada de mentiras. Pongamos por caso a Clemente, quien recurrió a la historia mitológica del Ave Fénix para explicar la enseñanza de la resurrección. ¿Qué tenía esto de malo? Pues bien, esta ave legendaria, que supuestamente renacía de sus propias cenizas, se relacionaba con la adoración al Sol en el antiguo Egipto.
Otro autor que distorsionó la verdad bíblica fue el que escribió la Epístola de Bernabé, donde se interpretaba toda la Ley mosaica como una alegoría. Así, los animales limpios (rumiantes con la pezuña partida) representaban a las personas justas que meditan —o “rumian”— las enseñanzas de la Palabra de Dios. Además, la pezuña partida en dos simbolizaba que el cristiano fiel “camina por este mundo” y, al mismo tiempo, aguarda la vida en los cielos. Dichas interpretaciones, sin embargo, no se fundamentan en las Escrituras (Levítico 11:1-3).
Las advertencias del apóstol Juan
Hacia finales del siglo I, el apóstol Juan exhortó: “Amados, no crean toda expresión inspirada, sino prueben las expresiones inspiradas para ver si se originan de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo” (1 Juan 4:1). ¡Qué oportuna resultó ser esta advertencia!
Ya para ese entonces, muchos supuestos cristianos se habían desviado de las enseñanzas de Jesús y sus apóstoles. En vez de resistir este embate de creencias falsas, los Padres Apostólicos se dejaron arrastrar por ellas y, lo que es peor, muchos llegaron a contaminar las aguas puras de la verdad. Refiriéndose a esta clase de individuos, el apóstol Juan declaró: “Todo el que se adelanta y no permanece en la enseñanza del Cristo no tiene a Dios” (2 Juan 9). Sin duda, estas palabras escritas por inspiración divina son una clara advertencia para todos los que buscan la verdad.
a Los escritores, teólogos y filósofos comúnmente llamados “Padres de la Iglesia” vivieron entre el siglo II y el siglo V de nuestra era.