Los jóvenes preguntan...
¿Es en realidad tan fuerte la presión de grupo?
“A mí no me parece que mis compañeros me presionen.”—Pamela, estudiante de secundaria.
“No creo que la presión de mis compañeros me afecte ya tanto. La mayoría de la presión me la impongo yo mismo.”—Robbie, joven adulto.
¿HAS pensado lo mismo en alguna ocasión? Probablemente ya sepas lo que dice la Biblia: “Las malas compañías echan a perder los hábitos útiles” (1 Corintios 15:33). Sin embargo, puede que te preguntes: “¿No exagerarán mis padres y otros adultos el poder de la presión de grupo?”.
Si de vez en cuando te asalta esa duda, no eres el primer joven al que le pasa. No obstante, considera otra posibilidad. ¿Podría ser la presión de tus compañeros más fuerte de lo que tú piensas? A muchos jóvenes les ha sorprendido descubrir lo influyente que es. Angie, por ejemplo, admite que quizás esté haciendo más de lo que cree por encajar entre los que la rodean. “A veces, la presión social es tan fuerte que ni siquiera la reconoces como tal. Comienzas a pensar que eres tú misma la que te presionas”, confiesa.
Del mismo modo, Robbie, citado arriba, afirma que la mayor presión procede de sí mismo. Sin embargo, reconoce que es difícil vivir cerca de una gran ciudad. ¿Por qué? Por la presión social derivada del entorno materialista. Robbie explica: “Aquí se le da mucha importancia al dinero”. Está claro, pues, que la presión de grupo ejerce una influencia que hay que tener en cuenta. Entonces, ¿por qué piensan tantos jóvenes que a ellos no les afecta?
Más fuerte de lo que parece
La presión de grupo puede ser engañosa; de hecho, tal vez ni se note. Ilustrémoslo así: si vivimos al nivel del mar, la gran masa de aire que tenemos encima ejerce sobre nosotros una presión constante de un kilogramo por centímetro cuadrado.a Estamos soportando esa presión todos los días, pero apenas nos damos cuenta. ¿Por qué? Porque estamos acostumbrados a ella.
Es cierto que la presión atmosférica no tiene por qué ser dañina. Pero cuando alguien ejerce sutilmente presión sobre nosotros, poco a poco puede hacernos cambiar. El apóstol Pablo era consciente del poder de la presión de grupo y por eso advirtió a los cristianos de Roma: “No dejéis que se os mold[e]e según el criterio de este mundo malo” (Romanos 12:2, Hendriksen). Sin embargo, ¿cómo podría ocurrir esto?
Cómo funciona la presión de grupo
¿Buscas la aprobación de otros? Hay que admitir que la mayoría lo hacemos. Pero este deseo natural puede ser un arma de dos filos. ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para conseguir la tan ansiada aceptación? Aunque estemos seguros de nosotros mismos en ese sentido, ¿qué puede decirse de los que nos rodean? ¿Intentan siquiera resistir esa presión de grupo, o están dejando que otros los moldeen?
Por poner un ejemplo, no son pocas las personas que consideran las normas morales de la Biblia anticuadas o poco realistas en el mundo actual. Muchas piensan que no es tan importante adorar a Dios como él nos pide que lo hagamos en su Palabra (Juan 4:24). ¿Por qué piensan de este modo? Entre otras cosas, por la presión de grupo. En Efesios 2:2, Pablo habla del “espíritu”, o actitud predominante, de este sistema de cosas. Dicho espíritu presiona a la gente para que se ajuste a la forma de pensar de un mundo que no conoce a Jehová. ¿Cómo nos puede afectar esto?
Normalmente, nuestra rutina diaria de clases, estudio, obligaciones familiares y trabajo hace que nos mezclemos con gente que no comparte todos nuestros principios cristianos. En la escuela, sin ir más lejos, muchos jóvenes tal vez quieren alcanzar la popularidad casi a cualquier precio, tienen relaciones sexuales inmorales o incluso consumen drogas y abusan del alcohol. ¿Qué ocurrirá si escogemos a nuestros amigos íntimos entre los que participan en ese tipo de conducta o la consideran normal, incluso digna de elogio? Probablemente iremos adoptando —al principio quizá poco a poco— una actitud similar. El “espíritu”, o “aire”, de este mundo nos presionará hasta que nos conformemos a su molde.
Es interesante notar que ciertos sociólogos modernos han realizado experimentos que corroboran el valor de estos principios bíblicos. Tomemos como ejemplo el notable experimento realizado por el doctor Asch, para el cual se invitaba a un individuo a unirse a un grupo de personas ya sentadas. Asch les enseñaba una cartulina con una línea vertical dibujada; luego les mostraba otra con tres líneas verticales de tamaños obviamente diferentes. A continuación preguntaba a todos los miembros del grupo cuál de las tres líneas se correspondía en tamaño con la primera. La respuesta era fácil, y las dos primeras veces todos concordaban. Pero al realizar la prueba por tercera vez, algo cambiaba.
Como en las ocasiones anteriores, era fácil determinar qué líneas coincidían en tamaño. Pero sin que la persona a la que se estaba sometiendo a prueba lo supiera, al resto de los miembros del grupo se les había pagado para que actuaran como parte del experimento. Todos daban la misma respuesta equivocada. ¿Qué ocurrió? Solo un 25% de los individuos sometidos al experimento mantuvo con resolución la respuesta que sabían que era correcta. Todos los demás dieron la razón al resto del grupo por lo menos una vez, aunque con ello estuviesen negando lo que veían con sus propios ojos.
Está claro que la gente quiere ser aceptada por los que están a su alrededor, tanto que la mayoría está dispuesta a negar lo que sabe que es cierto. Muchos jóvenes han experimentado en carne propia el efecto de esta presión. Daniel, de 16 años, reconoce: “La presión de tus compañeros puede hacerte cambiar. Y cuantas más personas estén presentes, más aumenta la presión. Puede que incluso llegues a pensar que lo que hacen está bien”.
Angie, a quien se citó antes, cuenta un típico ejemplo de esta presión en la escuela: “Cuando estaba en los primeros años de la secundaria, era muy importante qué ropa llevabas. Tenía que ser de marca. Pero la verdad es que no querías gastarte 50 dólares en una camiseta, ¿quién querría hacerlo?”. Tal como sugiere Angie, es difícil detectar la presión de grupo cuando está afectándote a ti. Sin embargo, ¿puede afectarnos en asuntos más serios?
¿Por qué es peligrosa la presión de grupo?
Imagínate por un momento que estás nadando en la playa. Mientras estás entretenido nadando y jugando con las olas, otras fuerzas poderosas están actuando inadvertidamente. Las olas te empujan hacia la costa, pero también hay corrientes bajo la superficie que poco a poco te desplazan hacia un lado. Cuando por fin miras hacia la costa, ya no ves ni a tu familia ni a tus amigos. Ni por un instante te diste cuenta de lo lejos que la corriente te había llevado. De igual modo, mientras realizamos nuestras actividades diarias, nuestros pensamientos y sentimientos están sometidos a continuas influencias. Y antes de que nos demos cuenta, estas influencias nos pueden alejar de las normas a las que siempre pensamos que nos ceñiríamos.
El apóstol Pedro, por ejemplo, fue un hombre valiente. Sin temor empuñó la espada frente a una multitud hostil la noche que arrestaron a Jesús (Marcos 14:43-47; Juan 18:10). Aun así, años más tarde, la presión de grupo hizo que se comportara de una manera claramente parcial. Evitó el trato con los cristianos gentiles, a pesar de que antes había recibido una visión en la que Cristo le mandaba que no considerara inmundos a los gentiles (Hechos 10:10-15, 28, 29). A Pedro le resultó más difícil enfrentarse al desprecio de otros hombres que al filo de una espada (Gálatas 2:11, 12). Sin lugar a dudas, la presión de grupo es peligrosa.
Es fundamental reconocer la fuerza de la presión de grupo
El ejemplo de Pedro nos enseña una lección fundamental: el que seamos fuertes en algunos aspectos no implica que lo seamos en todo. Como cualquiera de nosotros, Pedro tenía sus puntos débiles. Sin importar quiénes seamos, todos debemos ser conscientes de nuestras debilidades. Preguntémonos con franqueza: “¿En qué puntos flaqueo? ¿Anhelo un estilo de vida acomodado? ¿Soy vanidoso? ¿Hasta dónde estaría dispuesto a llegar por recibir elogios o alcanzar popularidad o cierta categoría social?”.
Es posible que nunca nos expongamos adrede a un proceder dañino relacionándonos con consumidores de drogas o con personas promiscuas. Pero ¿y las flaquezas que no son tan obvias? Si optamos por relacionarnos estrechamente con quienes pueden influir de forma negativa en nuestro punto débil, nos estamos arriesgando a ser manipulados por la presión de grupo y a que esto nos ocasione un daño irreparable.
No obstante, anima saber que no toda la presión de grupo es perjudicial. ¿Podemos controlarla e incluso sacarle provecho? ¿Y cómo podemos luchar contra la presión de grupo negativa? Estas preguntas se responderán en un artículo futuro de “Los jóvenes preguntan...”.
[Nota]
a Un sencillo experimento muestra lo real que es la presión atmosférica. Si en la cima de una montaña llenamos con aire una botella plástica vacía y la cerramos herméticamente, ¿qué le sucederá a la botella a medida que vayamos descendiendo? Se deformará, pues la presión del aire exterior es mucho mayor que la del aire de baja densidad que se encuentra dentro de la botella.
[Ilustración de las páginas 12 y 13]
Un entorno materialista puede generar una fuerte presión de grupo