JURAMENTO
Frase con la que se asegura o promete algo solemnemente y que con frecuencia implica poner a Dios por testigo o garante de lo que se dice o promete.
En las Escrituras Hebreas se utilizan dos palabras para indicar lo que nosotros entendemos por juramento. Schevu·ʽáh significa “juramento o declaración jurada”. (Gé 24:8; Le 5:4.) El verbo hebreo relacionado scha·váʽ, que significa “jurar”, viene de la misma raíz que la palabra hebrea para “siete”. De modo que “jurar” significaba originalmente “estar bajo el influjo de siete cosas”. (Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, edición de Mario Sala y Araceli Herrera, Salamanca, 1985, vol. 2, pág. 398.) Abrahán y Abimélec juraron sobre siete corderas cuando hicieron el pacto en el pozo de Beer-seba, que significa “Pozo del Juramento, o: Pozo de Siete”. (Gé 21:27-32; véase también Gé 26:28-33.) Schevu·ʽáh se refiere a una declaración jurada por parte de una persona en cuanto a si hará o no cierta cosa. El término en sí mismo no implica maldición alguna sobre el que jura si no cumpliese con el juramento. Esta palabra es la que Jehová usa en el caso del juramento o declaración jurada a Abrahán, pues Jehová nunca deja de cumplir su palabra y a Él no le puede sobrevenir ninguna maldición. (Gé 26:3.)
La otra palabra usada es ʼa·láh, que significa “juramento, maldición”. (Gé 24:41, nota.) También se puede traducir “juramento de obligación”. (Gé 26:28.) El léxico hebreo-arameo de Koehler y Baumgartner (pág. 49) define el término como una “maldición (amenaza de calamidad en caso de delito) proferida contra una p[ersona], bien por sí misma o por otros”. En tiempos bíblicos se consideraba que hacer un juramento era un asunto de máxima importancia. Un juramento se tenía que cumplir, incluso si resultaba en perjuicio para el que lo había hecho. (Sl 15:4; Mt 5:33.) A la persona que hablaba irreflexivamente en una declaración jurada se la consideraba culpable ante Jehová (Le 5:4), y el violar un juramento acarrearía un gravísimo castigo de parte de Dios. Entre las naciones más antiguas, especialmente entre los hebreos, un juramento era en cierto modo un acto religioso que tenía que ver con Dios. El uso que los hebreos hacían del término ʼa·láh implicaba que Dios era partícipe del juramento y manifestaba su disposición de aceptar cualquier juicio que quisiera infligir por su incumplimiento. Dios nunca utilizó este término para referirse a sus propios juramentos.
Los término griegos correspondientes son hór·kos (juramento) y o·mný·ō (jurar), ambos usados en Santiago 5:12. El verbo hor·kí·zō significa “poner bajo juramento” u “ordenar solemnemente”. (Mr 5:7; Hch 19:13.) Otros términos emparentados con hór·kos significan “firme juramento” (Heb 7:20), “imponer la solemne obligación o juramento” (1Te 5:27) “perjuro o incumplidor de un juramento” (1Ti 1:10) y “jurar y no cumplir, o perjurar” (Mt 5:33). La palabra griega a·na·the·ma·tí·zō se traduce “comprometer con maldición” en Hechos 23:12, 14 y 21.
Expresiones utilizadas en juramentos. El juramento solía hacerse por Dios o en Su nombre. (Gé 14:22; 31:53; Dt 6:13; Jue 21:7; Jer 12:16.) Jehová juró por sí mismo o por su propia vida. (Gé 22:16; Eze 17:16; Sof 2:9.) A veces los hombres utilizaban fórmulas como la siguiente: “Que Jehová me [o: te] haga así y añada a ello si [...]” yo [o: tú] no actúo [o: actúas] según lo jurado. (Rut 1:17; 1Sa 3:17; 2Sa 19:13.) El juramento cobraba más fuerza si la persona pronunciaba su propio nombre. (1Sa 20:13; 25:22; 2Sa 3:9.)
Los paganos también apelaban a sus dioses falsos. Jezabel, la adoradora de Baal, no invocó a Jehová, sino a “los dioses” (ʼelo·hím, con el verbo en plural), como lo hizo Ben-hadad II, rey de Siria. (1Re 19:2; 20:10.) Debido a la universalidad de estas expresiones, la frase ‘jurar por algún dios falso’ o por lo que “no es Dios” llegó a ser sinónima de idolatría en la Biblia. (Jos 23:7; Jer 5:7; 12:16; Am 8:14.)
En unos pocos casos muy serios o cuando la declaración solemne iba acompañada de una fuerte carga emocional, se especificaban las maldiciones o castigos que resultarían de no cumplir con el juramento. (Nú 5:19-23; Sl 7:4, 5; 137:5, 6.) En su defensa, Job repasa su vida y dice que está dispuesto a sufrir el peor castigo si se demuestra que ha violado las leyes de Jehová de lealtad, rectitud, justicia y moralidad. (Job 31.)
Cuando se juzgaba a una mujer por los celos de su esposo, ella tenía que contestar “¡Amén! ¡Amén!” cuando el sacerdote leía el juramento y la maldición, y de este modo juraba que era inocente. (Nú 5:21, 22.)
Una fórmula semejante a un juramento consistía en asegurar algo no solo por el nombre de Jehová, sino también por la vida del rey o un superior. (1Sa 25:26; 2Sa 15:21; 2Re 2:2.) “Tan ciertamente como que Jehová vive” era una frase común que añadía seguridad a un testimonio de determinación o a la veracidad de una declaración. (Jue 8:19; 1Sa 14:39, 45; 19:6; 20:3, 21; 25:26, 34.) Una frase que tenía menos fuerza y que posiblemente no se consideraba un juramento, pero que también confería seriedad a lo que se decía, era la que apelaba a la vida de la persona con la que se hablaba, como en el caso de Ana y Elí (1Sa 1:26) o de Urías y David. (2Sa 11:11; también 1Sa 17:55.)
Formas o acciones que se empleaban. Parece ser que el ademán que se utilizaba con más frecuencia al hacer un juramento era levantar la mano derecha hacia el cielo. Se dice simbólicamente que Jehová mismo pronuncia un juramento de esta manera. (Gé 14:22; Éx 6:8; Dt 32:40; Isa 62:8; Eze 20:5.) En la visión de Daniel, el ángel alzó ambas manos hacia los cielos al expresar un juramento. (Da 12:7.) Se dice de los perjuros que su “diestra es diestra de falsedad”. (Sl 144:8.)
Cuando se requería un juramento de otra persona, se le podía pedir que colocase su mano bajo su muslo o cadera. Cuando Abrahán envió a su mayordomo para conseguir una esposa para Isaac, le dijo: “Pon tu mano, por favor, debajo de mi muslo”, tras lo cual el mayordomo juró que conseguiría la muchacha de entre los parientes de Abrahán. (Gé 24:2-4, 9.) De la misma manera, Jacob exigió en juramento a José que no lo enterrase en Egipto. (Gé 47:29-31.) Con respecto al significado de esta práctica, véase POSTURAS Y ADEMANES.
Los pactos solían celebrarse con algún tipo de juramento. Una expresión común en tales casos era: “Dios es testigo entre yo y tú”. (Gé 31:44, 50, 53.) Estas palabras también se utilizaban para dar fuerza a una declaración de hecho o verdad. Moisés tomó como testigos a los cielos y la tierra cuando habló de la relación de Israel con Jehová basada en un pacto jurado. (Dt 4:26.) Una persona o varias, un documento escrito, una columna o un altar podían servir de testigos y recordatorios de un juramento o de un pacto. (Gé 31:45-52; Dt 31:26; Jos 22:26-28; 24:22, 24-27; véase PACTO.)
Bajo la Ley. Bajo la ley mosaica había algunos casos en los que se requería un juramento de ciertas personas: de una esposa en un juicio por celos (Nú 5:21, 22), de un depositario cuando faltaba la propiedad que se había dejado a su cuidado (Éx 22:10, 11) o de los ancianos de una ciudad en el caso de un asesinato no resuelto (Dt 21:1-9). También estaban permitidos los juramentos voluntarios de abstinencia. (Nú 30:3, 4, 10, 11.) En algunas ocasiones, las autoridades pusieron bajo juramento solemne a los siervos de Dios y estos dijeron la verdad. De igual manera, un cristiano que estuviera bajo juramento no mentiría, sino que diría toda la verdad o, posiblemente, rehusaría responder si pusiese en peligro los justos intereses de Dios o de sus compañeros cristianos, en cuyo caso debería estar dispuesto a afrontar las consecuencias que resultaran de esta postura. (1Re 22:15-18; Mt 26:63, 64; 27:11-14.)
En Israel se consideraba que el voto tenía la fuerza de un juramento, que era sagrado y que debía cumplirse, aunque resultase en pérdida para el que lo había hecho. Se consideraba que Dios vigilaba el que se llevasen a cabo los votos, y que castigaba en caso de que no se cumpliesen. (Nú 30:2; Dt 23:21-23; Jue 11:30, 31, 35, 36, 39; Ec 5:4-6.) El esposo o el padre podía respaldar o anular los votos de las esposas y de las hijas solteras, pero tanto las viudas como las mujeres divorciadas estaban obligadas a cumplir con sus votos. (Nú 30:3-15.)
Jesucristo corrigió a los judíos en el Sermón del Monte por su costumbre de jurar a la ligera o hacerlo por cualquier cosa. Había llegado a ser común el que jurasen por el cielo, la tierra, Jerusalén e incluso sus propias cabezas. Pero como el cielo era “el trono de Dios”; la tierra, su “escabel”; Jerusalén, su ciudad real, y la cabeza (o vida) de la persona depende de Dios, jurar por tales cosas equivaldría a hacerlo por el nombre de Dios. No podía tomarse a la ligera. Por ello Jesús dijo: “Simplemente signifique su palabra Sí, Sí, su No, No; porque lo que excede de esto proviene del inicuo”. (Mt 5:33-37.)
Con estas palabras Jesucristo no prohibió que se hiciesen juramentos, pues él mismo estaba bajo la Ley de Moisés, que requería jurar en ciertas circunstancias. De hecho, cuando a Jesús lo juzgaron, el sumo sacerdote lo puso bajo juramento, y él no objetó al juramento, sino que procedió a responder. (Mt 26:63, 64.) Lo que Jesús quería enseñar es que no deberían tenerse dos criterios. El obrar en armonía con la palabra dada debería considerarse como un deber sagrado y tendría que cumplirse como si fuese un juramento; uno sinceramente debería querer decir lo que dice. Jesús aclaró aún más el significado de sus palabras cuando expuso la hipocresía de los escribas y fariseos al decirles: “¡Ay de ustedes, guías ciegos!, que dicen: ‘Si alguien jura por el templo, no es nada; pero si alguien jura por el oro del templo, queda obligado’. ¡Necios y ciegos! ¿Cuál, de hecho, es mayor?: ¿el oro, o el templo que ha santificado el oro?”. Y luego: “El que jura por el cielo jura por el trono de Dios y por el que está sentado sobre él”. (Mt 23:16-22.)
Los escribas y fariseos, a quienes Jesús pone al descubierto en esta ocasión, justificaban el incumplimiento de ciertos juramentos con razonamientos falsos y sutilezas, pero Jesús mostró que este modo de jurar era falsedad para con Dios y en realidad acarreaba oprobio a su nombre (pues los judíos eran un pueblo dedicado a Jehová). Jehová manifiesta claramente que odia un juramento falso. (Zac 8:17.)
Santiago corrobora las palabras de Jesús. (Snt 5:12.) Pero las advertencias de ambos contra tales prácticas irreflexivas no suponen que el cristiano deba evitar prestar un juramento cuando sea necesario asegurar a otros la seriedad de sus intenciones o la veracidad de lo que dice. El modo de actuar de Jesús ante el sumo sacerdote judío ilustra que un cristiano no debería objetar a prestar juramento en un tribunal, pues va a decir la verdad, tanto si está bajo juramento como si no. (Mt 26:63, 64.) La misma resolución de servir a Dios es un juramento a Jehová, que introduce al cristiano en una relación sagrada. Jesús puso al mismo nivel el juramento y el voto. (Mt 5:33.)
El apóstol Pablo utiliza una fórmula equivalente a un juramento en 2 Corintios 1:23 y Gálatas 1:20 para dar fuerza a su testimonio. Además, se refiere al juramento como una manera acostumbrada y apropiada de poner fin a una disputa, y llama la atención al hecho de que Dios, “cuando se propuso demostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, intervino con un juramento”, jurando por sí mismo, pues no podía hacerlo por nadie mayor. Esto añadió a su promesa una garantía legal y dio una seguridad doble por medio de “dos cosas inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta”: la palabra de promesa de Dios y su juramento. (Heb 6:13-18.) Además, Pablo señala que Cristo fue hecho sumo sacerdote por el juramento de Jehová y ha sido dado en fianza de un pacto mejor. (Heb 7:21, 22.) En las Escrituras hay más de cincuenta ocasiones en las que se indica que Jehová mismo hace un juramento.
La noche que detuvieron a Jesús, el apóstol Pedro negó tres veces conocerlo, y finalmente empezó a maldecir y a jurar. Leemos con respecto a la tercera negación: “Entonces [Pedro] empezó a maldecir y a jurar: ‘¡No conozco al hombre [Jesús]!’”. (Mt 26:74.) Pedro, atemorizado, intentaba convencer a los que estaban con él que era verdad que no conocía a Jesús. Con el juramento estaba diciendo que sus palabras eran verdaderas y que podía acontecerle una calamidad si no lo eran. (Véase también MALDICIÓN.)