Preguntas de los lectores
● ¿No hay esperanza alguna de que uno de la “grande muchedumbre” que muera ahora antes del Armagedón sea reunido con su cónyuge como cónyuge de éste en el nuevo mundo y tenga parte en cumplir el mandato de procreación?
La esperanza se basa en la Palabra de Dios, no en sentimentalismo. La verdad desnuda de la Biblia persiste: El matrimonio humano queda disuelto por la muerte de uno de los cónyuges. (Rom. 7:1-3) Por esta razón, el cristiano que muere en la actualidad no tiene derecho de obligar a su cónyuge sobreviviente a quedarse sin contraer matrimonio en la esperanza de que sean reunidos en la resurrección.
El que sobrevive no está siendo infiel para con su cónyuge fallecido al casarse después con otro. Mientras el cónyuge difunto estaba vivo, el sobreviviente le daba la plenitud de su amor, lealtad y devoción y no fue infiel en cuanto a eso. Así que en cuanto a esto el que fallece no puede quejarse ni criticarlo.
El sobreviviente, no obstante, tiene que vivir una vida normal después de la muerte del cónyuge amado. Las circunstancias y acontecimientos nuevos quizás dicten que vuelva a casarse de acuerdo con las Escrituras. Está libre para hacerlo. El fallecido no tiene al sobreviviente obligado a él, porque el fallecido no puede dar al sobreviviente los débitos conyugales durante el intervalo entre ahora y la resurrección de los muertos. Dios no hace excepción alguna respecto a esta ley de que el matrimonio queda disuelto por la muerte de uno de los cónyuges. Estaría haciendo una excepción si permitiera que los cónyuges anteriores se reunieran como marido y mujer por medio de la resurrección y participaran con los sobrevivientes del Armagedón en cumplir el mandato de la procreación.
De modo correspondiente esto es cierto de los cristianos que no son de la “grande muchedumbre” de “otras ovejas” sino que son hermanos espirituales de Cristo y que por lo tanto son coherederos con Jesucristo del reino celestial. Para éstos también la muerte disuelve los vínculos matrimoniales. Por eso en la resurrección de los muertos para vida en el cielo los cónyuges que antes estaban casados no serán reunidos en el cielo como cónyuges ni como compañeros muy íntimos. A estas nuevas criaturas espirituales está escrito: “De ahora en adelante nosotros no conocemos a nadie según la carne. Aun si hemos conocido a Cristo según la carne, ciertamente ya no lo conocemos así.” (2 Cor. 5:16) Seguramente, entonces, si tal “nueva criatura” cristiana ha muerto y experimentado una resurrección espiritual a la vida en el cielo sin el cuerpo carnal que queda allí en el sepulcro convirtiéndose en polvo, el cónyuge sobreviviente engendrado del espíritu ya no puede conocer al fallecido según la carne. Ya no hay nada de carne acerca del coheredero resucitado de Cristo. El matrimonio como de marido y mujer para la generación de hijos es cosa que pertenece a la carne, no al espíritu. Por consiguiente un cristiano engendrado del espíritu con esperanzas celestiales que sobrevive a su cónyuge no debe creer que debe quedarse soltero y no volverse a casar porque tiene la idea de que se quedará libre para reunirse con su cónyuge anterior en el reino celestial. No debe abrigar la esperanza de que si se queda soltero y se mantiene exclusivamente vinculado en su afecto a un solo cónyuge terrestre Jesucristo reconocerá eso y lo recompensará, y que por eso a estos dos que antes estaban casados Cristo los reunirá en la resurrección y en los asuntos, arreglos y actividades del reino celestial.
De modo que para los muertos con esperanzas celestiales y espirituales y para los muertos con esperanzas de un Paraíso terrestre la regla que Jesucristo pronunció subsiste inalterada: “En la resurrección ni los hombres se casan ni las mujeres son dadas en matrimonio, sino que son como ángeles en el cielo.” (Mat. 22:30) En el tiempo del diluvio en los días de Noé se castigó a los ángeles por contraer matrimonios, que en esa ocasión fueron matrimonios con las hijas de los hombres porque eran tan bien parecidas. (Gén. 6:1-4) En la resurrección de las “otras ovejas” en la Tierra, ninguna persona que antes hubiera estado casada tendrá ocasión de envidiar a otra persona que antes hubiera estado casada, como sería el caso si esta última volviera a conseguir su cónyuge anterior que se había quedado soltero, mientras que el cónyuge envidioso no vuelve a conseguir su cónyuge anterior porque este cónyuge volvió a casarse y sobrevivió al Armagedón con su nuevo cónyuge. Lo que la resurrección promete a los hombres es, no el casarse de nuevo, sino el vivir de nuevo, y esto bajo el reino de Dios mediante Cristo. ¿No es eso algo que satisface? ¿Hay quien tenga derecho de demandar más mediante el sacrificio de Cristo? ¡Cristo murió, no para que uno se casara, sino para que viviera! No dejemos que el sentimentalismo o emocionalismo afecte nuestro pensar o nos venza.
● ¿Pueden decirme por qué, en Lucas 24:37 a 43, Jesús dijo que no era una criatura espíritu que se hubiera materializado y que era humano y tenía bastante hambre para comer allí con sus discípulos? ¿No enseñan ustedes que Jesús aquí era una criatura espíritu que se materializó?—C.S. EE. UU.
Los textos de que se trata dicen: “Porque se aterrorizaron, y se habían asustado, se imaginaban que contemplaban un espíritu. Por eso él les dijo: ‘¿Por qué están perturbados, y por qué surgen dudas en su corazón? Vean mis manos y mis pies, que soy yo mismo; tiéntenme y vean, porque un espíritu no tiene carne y huesos como ustedes contemplan que yo tengo.’ Y al decir esto les mostró sus manos y sus pies. Pero mientras no creían todavía por puro gozo y se admiraban, él les dijo: ‘¿Tienen algo ahí para comer?’ Y ellos le dieron un pedazo de pescado asado; y lo tomó y lo comió delante de sus ojos.”
Como se ha hecho notar repetidamente en las columnas de La Atalaya, hay una abundancia de testimonio bíblico en el sentido de que, como el apóstol Pedro lo expresa con respecto a Jesús, “[fue] muerto en la carne, pero [fue] hecho vivo en el espíritu.” No podemos evitarlo: si Jesús hubiera sido levantado en su cuerpo de carne habría ascendido al cielo con él, y “carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.” Ningún Jesucristo de carne humana podría ser ‘la reflexión de la gloria de Dios y la representación exacta del mismo ser de Dios.’ Su cuerpo humano fue “el pan que [dio]. . .a favor de la vida del mundo.” Si hubiera sido resucitado con ese cuerpo, ello habría significado que había tomado de vuelta este don de vida y la humanidad ya no estaba rescatada.—1 Ped. 3:18; 1 Cor. 15:50; Heb. 1:3; Juan 6:51.
Entonces, ¿cómo hemos de entender las palabras de Jesús? Sus discípulos pensaron, a causa de que repentinamente se apareció en medio de ellos, que estaban viendo una aparición, como lo pensaron cuando vino a ellos sobre el agua cuando se hallaban angustiados a causa de una tormenta. (Mat. 14:26, 27) En vez de tratar de hacerles entender algo para lo cual todavía no estaban listos, Jesús solo les aseguró que no era un fantasma o aparición, lo cual no era, sino que de veras era él; y de veras tenía un cuerpo carnal que materializó para esa ocasión. En otras palabras, Jesús les estaba asegurando que él no era producto de la imaginación de ellos, ni que era otra persona, sino que en realidad y de hecho era el mismo Jesús que habían conocido antes de su muerte.
La respuesta que Jesús dio a sus discípulos más tarde, en cuanto a restaurar él el reino en ese tiempo, fue parecida. (Hech. 1:6) Él no se detuvo a explicar que su reino sería celestial y que ellos reinarían con él desde los cielos; no estaban preparados para tal información notablemente nueva. “Tengo muchas cosas que decirles todavía, pero no son capaces de aguantarlas por ahora.” (Juan 16:12) De modo que Jesús en ese tiempo solo les dijo que no les tocaba conocer el tiempo en que se restaurara el reino a Israel; dejándoles averiguar más tarde que el reino jamás iba a ser restaurado al Israel carnal, sino que sería dado a un Israel espiritual. Y sucedió igualmente con las declaraciones de Jesús a sus discípulos según se registran en Lucas 24:37-43. No se esforzó por explicar que había sido resucitado como criatura espíritu y que ahora se había materializado para provecho suyo, sino que solo recalcó el hecho de que realmente era él, el Jesús que habían conocido todo el tiempo. Pidió algo de comer, no porque tuviera hambre, sino solo para ayudar a grabar en ellos el hecho de que era una persona real, no imaginaria.
● ¿Cómo puede armonizarse Mateo 8:11, que habla de Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, con Mateo 11:11, que indica que ni siquiera Juan el Bautista estará en el reino?
En Hebreos 11:8-19 leemos: “Por fe Abrahán . . . habitó en tiendas con Isaac y Jacob, los herederos con él de la mismísima promesa. Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos verdaderos, y el edificador y creador de la cual ciudad es Dios. . . .Pero ahora ellos están haciendo esfuerzos por alcanzar un lugar mejor, es decir, uno que pertenece al cielo. Por lo tanto Dios no se avergüenza de ellos, de ser invocado como el Dios de ellos, porque él les ha preparado una ciudad. Por fe Abrahán, cuando fue probado, puede decirse que ofreció a Isaac, . . . Pero él juzgó que Dios podía levantarlo hasta de entre los muertos; y de allí lo recibió también a manera de ilustración.”
¿Cómo esperaba Abrahán que se le devolviera a Isaac de entre los muertos? ¿En el cielo como espíritu? No, sino aquí en la Tierra como criatura humana. A manera de ilustración recibió a Isaac de entre los muertos aquí en la Tierra. De modo que Abrahán no esperaba una resurrección espiritual o celestial que lo colocara entre los ángeles celestiales, así como no esperaba que Isaac tuviera tal resurrección y se reuniera a él en el cielo.
Abrahán había salido de Ur de los caldeos, y ya no quería esa ciudad. Él y su hijo Isaac y su nieto Jacob deseaban un lugar mejor, es decir, uno que perteneciera al cielo, un gobierno ciudad, a saber, el gobierno o ciudad que Dios ha preparado y en el cual la prometida Simiente o Prole de Abrahán será el Rey de Dios. Este es el “reino de Dios,” o “el reino de los cielos,” puesto que estas dos expresiones son intercambiables, refiriéndose la expresión “los cielos” a Dios. Bajo ese reino de los cielos o reino de Dios Abrahán, Isaac y Jacob esperaban vivir en la Tierra.
En el año 30 (d. de J.C.) Jesús le dijo a Nicodemo que Abrahán, Isaac y Jacob no estaban en el cielo. (Juan 3:13) Tres años después, en el día del Pentecostés del año 33, el apóstol Pedro dijo que el descendiente de Abrahán, Isaac y Jacob, a saber, el rey David, no había ascendido al cielo y por lo tanto no estaba en ningún reino de los cielos o reino de Dios. (Hech. 2:34) Pedro dijo eso después que Jesús hizo la declaración acerca de Abrahán, Isaac y Jacob en Mateo 8:11 al tiempo que sanó al siervo de un centurión romano.
Por lo tanto esos tres patriarcas no podían estar en la clase del reino como coherederos del Señor Jesucristo. Eran sus antepasados, que lo antecedieron por más de mil setecientos años.
De esto se hace patente que en Mateo 8:11 Jesús se refirió a Abrahán, Isaac y Jacob figuradamente. En la ocasión en que Abrahán ofreció a su hijo Isaac, Abrahán representó a Jehová Dios e Isaac representó a Jesucristo el Hijo unigénito de Dios, a quien se ofreció en sacrificio. Por consiguiente, Jacob representó a la congregación cristiana espiritual, la clase del “reino de los cielos”; porque, así como la congregación consigue la vida mediante Jesucristo, así Jacob consiguió la vida de Abrahán mediante Isaac. Desde este punto de vista Abrahán, Isaac y Jacob mencionados juntos en la ilustración de Jesús representarían al gran gobierno teocrático, en el cual Jehová es el Gran Teócrata, Jesucristo es su Rey representativo ungido, y la fiel y victoriosa congregación cristiana de 144,000 miembros es el cuerpo de coherederos de Cristo en el Reino.
Cuando la congregación cristiana fue fundada en el día del Pentecostés, sus miembros ungidos por espíritu fueron hechos coherederos de Cristo y se les encausó en el camino al reino celestial, para reclinarse allá en la mesa espiritual con el Abrahán Mayor y el Isaac Mayor. Los judíos naturales o según la carne de la nación de Israel afirmaban ser los “hijos del reino” o los miembros presuntos del reino de Dios. Desde el día del Pentecostés en adelante presenciaron el principio y el desarrollo gradual de este arreglo teocrático, pero porque no tenían fe en Cristo no se hallaron en él. Por eso, tal como dijo Jesús (Mat. 8:12): “Los hijos del reino serán echados a la oscuridad de afuera. Allí es donde será su llanto y el crujir de sus dientes.”
Por esta razón muchos gentiles (no judíos), como el centurión romano cuya fe produjo una curación milagrosa efectuada por Jesús, deberían venir “de las partes del oriente y del occidente,” de toda parte de la Tierra, para llegar a ser cristianos dedicados y bautizados. Así ayudarían a completar el número cabal de la clase del Reino. Por ser fieles hasta la muerte estos gentiles convertidos son resucitados a vida celestial para reclinarse en la mesa celestial, por decirlo así, con Jehová Dios y Jesucristo “en el reino de los cielos.”
Cuando se entiende de esta manera, Mateo 8:11 concuerda con las palabras de Jesús en Mateo 11:11: “Entre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista; pero la persona que sea menor en el reino de los cielos es mayor que él.” Puesto que Abrahán, Isaac y Jacob no son mayores que Juan, no estarán literalmente en el reino de los cielos. Jesús los usó solo como una ilustración de los que realmente estarán en él.