¡Evite el lazo de adoración de criaturas!
POR instinto y por naturaleza, las criaturas humanas desean adorar y reverenciar a alguien que consideran más elevado y más poderoso que ellas mismas. “Hay muchos dioses y muchos señores.” La adoración de héroes es una práctica común en todo el mundo, entre todas las razas y pueblos. Los chinos adoran a sus antecesores; los comunistas a sus dictadores; las colegialas a sus cantantes románticos. La idolatría y adoración de criaturas adquiere otras formas también, porque algunos, en vez de exaltar a otra persona, se colocan ellos mismos en un pedestal para ser respetados y admirados. Con otros su “dios es su vientre”.—1 Cor. 8:5; Fili. 3:19.
Satanás el Diablo en un tiempo fué un querubín celestial sumamente glorioso y hermoso en perfección. Pero, envaneciéndose e hinchándose en su propia estimación, y deseando que hombres y ángeles lo adoraran en vez de adorar a Jehová Dios, se rebeló contra Dios y atrajo a Eva al pecado e indujo a Adán a caer. (Eze. 28:17) Desde esa rebelión hace miles de años, este presuntuoso e inicuo ha usado todo recurso para desviar a los hombres de su Creador. Si el Diablo no puede hacer que las criaturas lo alaben directamente, trata de desviar su adoración hacia otras criaturas, para que olviden al único Manantial de vida.
Así fué que Satanás levantó a Nimrod como un glorificado matador de animales, un extraordinario deportista y héroe, a quien la gente deificaba y adoraba como “poderoso cazador delante [en contra o al frente] de Jehová”. (Gén. 10:8, 9; Ro). Ese fué el comienzo no sólo de la adoración de héroes sino también de la doctrina del “derecho divino de los reyes”, y de muchas otras formas de idolatría que todavía están en boga tanto en el paganismo como en la cristiandad. Por lo tanto se entiende por qué Jehová Dios, después de separar a los israelitas de las naciones adoradoras de criaturas para ser una nación santa exclusivamente dedicada a Su adoración pura, les dió estas leyes, las primeras dos de un grupo de diez: “Yo soy Jehová tu Dios, . . . No tendrás otros dioses delante [como Nimrod, que fué colocado “delante”] de mí. No harás para ti escultura, ni semejanza alguna de lo que esté arriba en el cielo, ni de lo que esté abajo en la tierra, ni de lo que esté en las aguas debajo de la tierra: no te inclinarás a ellas ni les darás culto; porque yo soy Jehová tu Dios; Dios celoso.”—Éxo. 20:2-5.
Sin embargo, la triste historia de la nación de Israel muestra que vez tras vez ese pueblo obstinado violó estas leyes divinas y se hizo imágenes de diferentes criaturas bestiales a las cuales idolatró y adoró. No pasó mucho tiempo después de salir de Egipto, la tierra adoradora de toros, antes de que los israelitas se hicieran un becerro fundido de oro y le ofrecieran sacrificios como si fuera a Dios. (Éxo. 32:1-35) Esa clase de adoración de criaturas fué también el “pecado de Samaria”, instituído por Jeroboam, el hijo de Salomón, cuando se separó y formó el reino de diez tribus. A fin de impedir que estos israelitas subieran a Jerusalén para adorar en el templo de Jehová, Jeroboam erigió dos becerros de oro a los cuales la gente debería ofrecer sacrificios y oraciones.—1 Rey. 12:25-33; Ose. 8:4-7; Amós 8:11-14.
CONSECUENCIA LAMENTABLE DE EXALTARSE A SÍ MISMO
Satanás el Diablo también hizo que individuos ambiciosos, vanagloriosos y arrogantes entre los israelitas olvidaran las leyes fundamentales de Dios que prohibían la adoración de criaturas, y como resultado consecuencias terribles les sobrevinieron. María y Aarón trataron de exaltarse, pero sufrieron humillación. (Núm. 12:1-15) Algún tiempo después Coré, junto con Datán y Abiram, reunieron doscientos cincuenta príncipes y hombres de renombre en rebelión declarada contra Moisés. Considerando que los privilegios que se les habían asignado en el servicio del tabernáculo bajo el arreglo teocrático eran demasiado serviles, y anhelando más honor y alabanza y gloria, conspiraron para apoderarse de la autoridad delegada a Moisés y Aarón. En una gran catástrofe engolfadora la tierra simplemente se abrió y “tragólos a ellos con sus familias, y a todos los hombres que eran de la facción de Coré, con todos sus haberes”. “Y de la presencia de Jehová salió fuego que devoró a los doscientos cincuenta hombres que presentaron el incienso.”—Núm. 16:1-35.
El primer rey de Israel, Saúl, fué otro que cayó en el lazo diabólico de adorarse a sí mismo. El poner la voluntad propia de uno por encima de y en rebelión contra la voluntad de Dios, y el obstinadamente hacer lo que uno quiere y seguir los placeres y deseos propios de uno, no es nada más que hacer de uno mismo un ídolo. Es poner la criatura por encima del Creador. Ahora bien, Saúl fué de esa clase de personas, y por esa razón Jehová Dios lo rechazó. “Respondió Samuel: ¿Acaso tiene Jehová tanta complacencia en holocaustos y sacrificios, como en el obedecer la voz de Jehová? He aquí, el obedecer mejor es que sacrificios, y el escuchar que el sebo de los carneros. Porque la rebeldía es como el pecado de sortilegio, y la obstinación, como la idolatría.”— 1 Sam. 15:22-24.
La voracidad y la codicia son manifestaciones de egoísmo, una forma de hacerse un ídolo de sí mismo, y por consiguiente se condenan en las Escrituras como idolatría. “Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo que están sobre la tierra en lo que toca a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y CODICIA, QUE ES IDOLATRÍA.” “Que la fornicación y la impureza de toda clase o codicia ni siquiera se mencionen entre ustedes, tal como es digno de personas santas. Porque ustedes saben esto, reconociéndolo ustedes mismos, que ningún fornicario ni persona impura ni PERSONA VORAZ—QUE SIGNIFICA SER IDÓLATRA—tiene herencia alguna en el reino del Cristo y de Dios.” (Col. 3:5; Efe. 5:3, 5, NM) Escuche esta amonestación: “Huyan de la idolatría,” de toda forma de ella, porque “los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.—1 Cor. 10:14; Gál. 5:19-21; 1 Juan 5:21, NM.
El registro de lo que le sucedió al inicuo Hamán el agagueo también nos sirve de buen consejo. Este, una verdadera representación del Diablo, y quien se hizo a sí mismo un vanidosísimo y engreidísimo ídolo, se levantó y cayó de su percha en el siglo quinto antes de Cristo. Todos los siervos del rey persa Asuero “se postraban, y reverenciaban a Hamán”—todos los siervos salvo uno, Mardoqueo, un judío verdadero que adoraba fielmente sólo a Jehová el Altísimo. Ahora bien, Hamán era un jactancioso arrogante de la peor clase, alardeando delante de su esposa y amigos de “la gloria de sus riquezas, y la multitud de sus hijos, y todas las cosas en donde el rey le había ascendido”. Pero esto de nada le servía a Hamán mientras Mardoqueo rehusara arrastrarse en el suelo cuando él pasara. Al final, Hamán fué colgado en la horca que había construído para Mardoqueo, pero el fiel Mardoqueo fué exaltado a una posición próxima al rey mismo.—Ester, capítulos 3 al 10, AN.
EJEMPLOS PUESTOS POR CRISTO Y APÓSTOLES
El ejemplo que debe seguirse es el de Cristo. Al comienzo de su ministerio el “Diablo le llevó consigo a una montaña extraordinariamente elevada, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo a él: ‘Todas estas cosas se las daré si postrándose me hace un acto de adoración.’ Entonces Jesús le dijo: ‘¡Márchese, Satanás! Porque está escrito, “Es Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es a él solamente que tienes que rendir servicio sagrado.”’”—Mat. 4:8-10, NM.
Jesús no fué codicioso durante su existencia prehumana como el Logos, porque “aunque estaba existiendo en forma de Dios, no dió consideración a un arrebatamiento, a saber, que debía ser igual a Dios. No, sino que se despojó a sí mismo y tomó la forma de un esclavo y vino a estar en la semejanza de los hombres. Más que eso, cuando se halló en forma de hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en una estaca de tormento”. (Fili. 2:6-8, NM) ¡“Obediente” a todo tiempo! Diferente al Diablo, Coré, Saúl y otros rebeldes, Jesús no fué obstinado; a Jehová él le dijo, ‘no como yo quiera, sino como tú quieres.’ (Sal. 40:7, 8; Mat. 26:39, 42, 44; Juan 4:34; 5:30; 6:38) Jesús, no codiciaba autoridad, puesto o prestigio. Él rehusó ser un rey hecho por los hombres, y cuando llegó el debido tiempo de su Padre para que él se presentara como el rey de Jehová, lo hizo con la más grande mansedumbre y humildad. (Juan 6:15; Zac. 9:9, LXX; Mat. 21:4, 5) Cuando la gente trató de mostrar reverencia y honra a Jesús llamándole “bueno”, él los censuró, diciendo que títulos como ése pertenecían a Dios.—Luc. 18:18, 19.
Jesús. también dió instrucciones a sus discípulos de que ellos también deberían evitar el exaltarse a sí mismos o a otras criaturas. “No se llamen ‘Rabí’ [“Mi admirable; Mi excelente”], porque uno solo es su maestro, entre tanto que todos ustedes son hermanos. Además, no llamen a nadie su padre en la tierra, porque Uno solo es su Padre, el Celestial. Ni tampoco se llamen ‘directores’, porque uno solo es su Director, el Cristo. Pero el más grande entre ustedes deber ser su ministro [siervo]. Quienquiera que se ensalce será humillado, y quienquiera que se humille será ensalzado.” (Mat. 23:8-12, NM) De este modo vemos que Jesús repitió las palabras veraces de Eliú, quien declaró: “Permítaseme que no haga para con nadie acepción de personas, ni use con nadie de lisonjeros títulos. Que yo no sé hablar lisonjas; a no ser así, muy en breve me quitaría mi Hacedor.”—Job 32:21, 22.
Algún tiempo después el apóstol Pedro tuvo el privilegio de ser el primero en llevar el mensaje del Reino a los gentiles, pero él no se dió crédito a sí mismo debido a eso ni permitió que lo adoraran. “Al tiempo que Pedro entró, Cornelio lo recibió, se postró a sus pies y lo reverenció. Pero Pedro lo levantó, diciendo: ‘Levántese; yo mismo soy hombre también.’”—Hech. 10:25, 26, NM.
De nuevo, leemos cómo Pablo y Bernabé curaron a un lisiado entre los paganos de Listra, e inmediatamente la muchedumbre gritó: “¡Los dioses han venido a ser semejantes a hombres y han descendido a nosotros!” Ellos llamaron a Pablo “Hermes” y a Bernabé “Zeus”, y les hubieran ofrecido toros en sacrificio a Pablo y Bernabé, si éstos no hubiesen protestado vehementemente: “Hombres, ¿por qué hacen ustedes estas cosas? Nosotros también somos criaturas humanas teniendo las mismas flaquezas que ustedes, y les estamos declarando las buenas nuevas, para que ustedes se conviertan de estas cosas vanas al Dios viviente, que hizo el cielo y la tierra. y el mar y todas las cosas que hay en ellos.” (Hech. 14:8-15, NM) Pablo y Bernabé sabían bien lo que le acababa de pasar al inicuo Herodes; porque, cuando ese fanfarrón estaba presentando un discurso público, “la gente reunida empezó a gritar: ‘¡La voz de mi dios, y no la de un hombre!’ Instantáneamente el ángel de Jehová lo hirió, porque no dió la gloria a Dios; y vino a ser comido de gusanos y expiró.”—Hech. 12:21-23, NM.
LA TEOCRACIA SE MANTIENE LIMPIA DE IDOLATRÍA
La cristiandad está llena de toda forma de adoración de criaturas. Semejante a los fariseos antiguos que anhelaban los lugares más prominentes a la vista del público, los del clero del día moderno también los han anhelado mediante su vestido y conducta. Deseosos de ser seguidos, teniendo oídos con comezón por los aplausos de los hombres, ellos han introducido centenares de sectas y cultos, y mediante el substituir la Biblia con los mandamientos de los hombres hacen que la gente crédula adore multitudes de ídolos. Han canonizado una hueste de hombres muertos como “santos”, declarado que una criatura humana es la “madre de Dios”, y a éstos la gente ora. Líderes como Lutero, Wésley, Calvino, etc., son reverenciados y sus nombres son esculpidos en monumentos, placas y urnas como un memorial. Haciéndose “vanos”, ellos “cambiaron la verdad de Dios por la mentira y veneraron y rindieron servicio sagrado a la creación más bien que a Aquel que creó”.—Sal. 96:5; Mat. 23:2-7; 2 Ped. 2:1; Rom. 1:21-25, NM.
Pero todas esas prácticas demoníacas son enteramente desconocidas a la organización teocrática limpia. Entre los verdaderos cristianos no puede haber sectas divisivas, uno diciendo que pertenece a Apolo, otro a Cefas, otro a Pablo, otro a este o a ese hombre. Cristo no está dividido, y tampoco lo está la organización de Dios. “Que nadie esté jactándose en los hombres.” (1 Cor. 1:10-13; 3:3, 4, 21-23, NM) Ni siquiera es lícito adorar a ángeles, y cuando hombres santos de Dios trataron de hacerlo en tiempos pasados se les dijo: “¡Ten cuidado! ¡No hagas eso! Todo lo que yo soy es un esclavo compañero. . . Adora a Dios.” Los ángeles que aparecieron a Jacob y a los padres de Sansón no permitieron que esas personas los adoraran tampoco.—Apo. 19:10; 22:8, 9, NM; Gén. 32:29; Jue. 13:15-18.
Una forma moderada, pero sutil, de idolatría contra la cual hay que tener cuidado es la práctica que algunos tienen de aplaudir con exceso cuando su orador favorito o alguna persona prominente entre el pueblo del Señor dirige la palabra a una asamblea. Sólo el que esta persona suba a la tribuna a veces produce un nutrido aplauso. Si esta persona presenta un discurso de poco mérito y recibe una ovación máxima, empero un orador poco conocido pronuncia un discurso excelente y recibe un aplauso mínimo, ¿no es esto un paso hacia la adoración de criaturas? Si el aplauso se da por lo que se dice y no por quien lo dice, entonces se le está dando al Autor del mensaje, Jehová Dios; y ése es el modo en que debe ser.
Sí, las criaturas humanas fueron hechas con el deseo de adorar algo; entonces ¿por qué no habrían de adorar a Jehová Dios, ‘el que hizo el cielo, y la tierra, y el mar’? El temor y la reverencia de criaturas conduce a un lazo, mas “el temor de Jehová es el principio de la sabiduría”. (Apo. 14:7; Pro. 29:25; Sal. 111:10) Por lo tanto las criaturas no deberían ser sabias a sus propios ojos. No deberían ‘medirse por sí mismas’ o ‘compararse consigo mismas’. Porque “si alguno se imagina que es alguien, se está engañando, porque no es nadie”. Si alguno debe jactarse, por lo tanto, “jáctese en Jehová,” porque, de cierto, “no el que se recomienda a sí mismo es aprobado, sino el hombre a quien Jehová recomienda.” (Pro. 3:7; Rom. 12:16; Gál. 6:3, Mo; 2 Cor. 10:12, 17, 18, NM) En consecuencia, hombres sabios, poderosos o ricos no deben gloriarse en su sabiduría, poder o riquezas. Más bien, “el que se gloría gloríese en esto: en que me entiende y me conoce a mí, que yo soy Jehová.”—Jer. 9:23, 24.