La arqueología confirma la Biblia
A HOMBRES orgullosos que obstinadamente rehusaban reconocerlo como el Mesías y que despreciaban a sus discípulos, Jesús dijo: “Si éstos permanecieran callados, las piedras clamarían.” (Luc. 19:40) Felizmente, Jesús tuvo, y sigue teniendo, discípulos que rehúsan permanecer callados. No obstante, en cierto sentido, se ha hecho que piedras que han sido testigos silenciosos de acontecimientos bíblicos clamen y den testimonio de que la Biblia es digna de confianza. La ciencia que ha permitido que tales piedras hablen a favor de la Biblia se llama arqueología, y se define como “el estudio científico de los restos materiales del pasado.”
En su obra erudita Light from the Ancient Past (Luz del antiguo pasado), Jack Finegan nos informa que “puede decirse que la arqueología moderna tuvo su principio en 1798, cuando aproximadamente cien eruditos y artistas franceses acompañaron a Napoleón en su invasión de Egipto.” En 1822 el egiptólogo francés Champollion logró descifrar los caracteres jeroglíficos de la piedra de Rosetta. Para fines del siglo diecinueve estaban sistemáticamente llevándose a cabo excavaciones arqueológicas en Egipto, Asiria, Babilonia y Palestina, y éstas han continuado hasta la actualidad. ¿Ha contribuido la pala del arqueólogo a confirmar el registro bíblico?
EL ORIGEN DEL MUNDO Y DEL HOMBRE
Un descubrimiento que se hizo en las tumbas de Egipto nos permite comparar la explicación bíblica acerca del origen del hombre con el relato de la creación que se encuentra en un antiguo Libro de los muertos egipcio, un ejemplar del cual puede verse en un largo escaparate de vidrio en el Museo del Louvre, de París. En la autoritativa publicación Sulpplément au Dictionnaire de la Bible, Louis Speleers, curador del Museo Cinquantenaire, de Bruselas, Bélgica, explica: “El Libro de los muertos relata que un día [el dios solar] Ra dejó su Ojo divino brillando en el cielo. Shu y Tefnut le devolvieron el Ojo, el cual se puso a lagrimear, y los hombres se formaron de las lágrimas de Ra.”
Otro descubrimiento arqueológico que hace posible una comparación interesante con el relato bíblico es una serie de siete tablillas de arcilla que contienen el Enuma elis, es decir, el “Poema de la creación” sumerio-babilónico. Según este registro antiguo, Marduk, dios de la ciudad de Babilonia, venció a la diosa primitiva del mar, Tiamat, y la cortó en dos. “De una mitad formó la bóveda celeste, de la otra la Tierra sólida. Habiendo hecho esto, organizó el mundo. . . . Entonces, ‘para que los dioses vivieran en un mundo que les deleitara el corazón,’ Marduk creó a la humanidad.”—Larousse Encyclopedia of Mythology.
¿Cree usted que el hombre se formó de las lágrimas de Ra? Muchos egipcios altamente civilizados y cultos creían eso. O, ¿le parece a usted aceptable la afirmación de que los cielos y la Tierra se formaron del cuerpo partido en dos de una diosa? Estos son solamente dos ejemplos de mitos relacionados con la creación en los cuales creyeron generaciones sucesivas de personas en la antigüedad.
Hoy en día, muchos hombres altamente instruidos quieren que creamos que el universo y todas las formas de vida llegaron a existir espontáneamente, sin la intervención de ningún Ser viviente superior, y esto a pesar de que el científico francés Louis Pasteur comprobó definitivamente que la vida proviene de la vida. ¿No es más lógico aceptar el relato bíblico que declara en términos bastante sencillos que el universo físico es una expresión de “la energía dinámica” de Dios (pues Einstein y otros han demostrado que la materia es una forma de energía)? Además, ¿no es más razonable creer en lo que dicen las Sagradas Escrituras, que muestran que toda forma de vida debe su existencia a Dios, la gran Fuente de vida, y que el hombre fue creado “a la imagen de Dios”?—Gén. 1:27; Sal. 36:9; Isa. 40:26-28; Jer. 10:10-13.
LA ARQUEOLOGÍA Y ABRAHÁN
Un personaje clave en la Biblia es Abrahán. Este no solo es el antepasado de todos los escritores de la Biblia, de los judíos y de muchos árabes; a él también se le llama “el padre de todos los que tienen fe.” (Rom. 4:11) Además, debería interesar a las personas de todas las naciones el saber si el relato bíblico relativo a Abrahán es auténtico. ¿Por qué? Porque fue a él a quien Dios hizo la siguiente promesa: “Por medio de tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra.” (Gén. 22:16-18) Si deseamos estar entre “los que tienen fe” que serán bendecidos por la descendencia de Abrahán, debemos estar sumamente interesados en la evidencia que comprueba la exactitud de los detalles que se presentan en la Biblia acerca de la vida de Abrahán y el tiempo en que él vivió.
La Biblia nos informa que Abrahán (quien entonces se llamaba Abrán) fue criado en “Ur de los caldeos.” (Gén. 11:27, 28) ¿Se trata de un sitio legendario? ¿Qué han revelado los picos y las palas de los arqueólogos? Aun allá en 1854, J. E. Taylor inciertamente identificó Ur con Tell Mugayr (“Montón de Betún”), que queda a solo unos cuantos kilómetros al oeste del río Éufrates. En 1869, el orientalista francés Jules Oppert presentó en el Colegio de Francia, en París, un informe en el cual definitivamente identificó este sitio con la ciudad de Ur, basándose en el trabajo de Taylor, quien había hallado allí cilindros de arcilla en los cuales había inscripciones cuneiformes. Entonces, mucho más tarde, entre los años 1922 y 1934, el arqueólogo británico sir Leonard Woolley no solo confirmó esta identificación, sino que también descubrió que la Ur que Abrahán había dejado atrás era una ciudad próspera y altamente civilizada con casas cómodas y un templo que tenía una enorme torre, o zigurat, dedicado a la adoración del dios lunar Nanna, o Sin. Por mucho tiempo los historiadores habían expresado dudas acerca de la ciudad de Ur que se menciona en la Biblia con relación a Abrahán. Pero la pala del arqueólogo probó la veracidad de la Biblia.
Los arqueólogos también han confirmado muchas de las costumbres que se mencionan en el relato bíblico acerca de Abrahán. Por ejemplo, en Nuzu, o Nuzi, antigua ciudad hurrita que queda al sudeste de Nínive, se han hallado tablillas de arcilla que comprueban costumbres como las siguientes: El que los esclavos llegaban a ser herederos de los bienes de los amos que no tenían hijos (compare con los comentarios de Abrahán acerca de su esclavo Eliezer—Génesis 15:1-4); el que una esposa estéril estaba bajo la obligación de proveer una concubina para su esposo (Sara, o Sarai, hizo que Abrahán recibiera como concubina a Agar—Génesis 16:1, 2); el que se llevaban a cabo transacciones de negocio en la puerta de una ciudad (compare con la compra por Abrahán del campo y la cueva de Macpela, cerca de Hebrón.—Génesis 23:1-20). En la erudita publicación francesa Supplément au Dictionnaire de la Bible (tomo VI, columnas 663-672), hay más de ocho columnas en letra de imprenta pequeña que muestran cómo las excavaciones de Nuzi corroboran la Biblia. La Encyclopædia Britannica declara: “Este material [que se ha encontrado en] Nuzi ha aclarado muchos pasajes difíciles de las narrativas patriarcales contemporáneas de Génesis.”
SE CONFIRMAN LOS NOMBRES PROPIOS
El arqueólogo francés André Parrot llevó a cabo extensas excavaciones en el lugar donde se encontraba la antigua ciudad real de Mari, en el Éufrates medio. La ciudad-estado de Mari era uno de los poderes dominantes en la Alta Mesopotamia a principios del segundo milenio antes de la E.C., hasta que el rey babilonio Hammurabi se apoderó de ella y la destruyó. Entre las ruinas del enorme palacio que se descubrió allí, el equipo de arqueólogos franceses descubrió más de 20.000 tablillas de arcilla. Algunas de estas tablillas con escritura cuneiforme mencionan ciudades llamadas Peleg, Serug, Nacor, Taré y Harán. Es interesante que todos estos nombres aparecen en el relato de Génesis como nombres de parientes de Abrahán.—Gén. 11:17-26.
Comentando acerca de esta similitud entre nombres propios de fecha temprana, John Bright, en su libro History of Israel, escribe lo siguiente: “No hallamos en ninguno de estos casos . . . una mención de los patriarcas bíblicos mismos. Pero la abundancia de tal evidencia procedente de documentos contemporáneos indica claramente que sus nombres encajan perfectamente con la nomenclatura de la población amorrea de principios del segundo milenio, más bien que con la de alguna época posterior. Por lo tanto, a este respecto las narrativas patriarcales son bastante auténticas.”
Tan recientemente como en el año 1976, arqueólogos italianos y sirios identificaron en el norte de Siria la antigua ciudad-estado de Ebla. Como en el caso de Mari, Ebla no recibe mención en la Biblia, pero estos dos nombres aparecen en textos antiguos que se remontan al período patriarcal. ¿Qué fue puesto a descubierto, entonces, por la pala del excavador en este nuevo lugar? En la biblioteca del palacio real se hallaron miles de tablillas de arcilla que se remontaban hasta fines del tercer milenio o principios del segundo milenio antes de la era común. Al informar acerca de este descubrimiento en su número del 19 de marzo de 1979, el semanario francés Le Point declaró: “Los nombres propios son sorprendentemente similares [a los que se encuentran en las Escrituras]. En la Biblia hallamos ‘Abrahán’; en las tablillas de Ebla, ‘Ab-ra-um’; Esaú... E-sa-um; Miguel... Mi-ki-ilú; David... Da-u-dum; Ismael... Ish-ma-ilum; Israel... Is-ra-ilú. Los archivos de Ebla también contienen los nombres de Sodoma y Gomorra, ciudades que se mencionan en la Biblia, pero cuya historicidad los eruditos pusieron en tela de juicio por mucho tiempo. . . . Además, las tablillas tienen las ciudades alistadas exactamente en el mismo orden en que se mencionan en el Antiguo Testamento: Sodoma, Gomorra, Adma, Zeboim y Bela [Gén. 14:2].” Según lo que escribió Boyce Rensberger en el Times de Nueva York, “a algunos escriturarios les parece que [las tablillas de Ebla] rivalizan con los Rollos del Mar Muerto en lo relativo a corroborar y enriquecer el conocimiento acerca de la vida en . . . tiempos bíblicos.”
COSTUMBRES Y LEYES
La arqueología ha ayudado mucho a explicar costumbres a las cuales se alude en la Biblia, y así ha demostrado la exactitud del registro bíblico. Un ejemplo de esto es el relato que se da en el capítulo 31 de Génesis, donde se informa que la esposa de Jacob, Raquel, “hurtó los terafim que le pertenecían a su padre,” Labán. (Gé 31 Vs. 19). Se informa por qué Labán se tomó la molestia de ir en pos de su hija y del esposo de ésta por siete días. Era a fin de recobrar sus “dioses.” (Gé 31 Vss. 23, 30) Es de interés el que un descubrimiento arqueológico en la antigua ciudad de Nuzi, en la parte norteña de Mesopotamia, ha revelado que existía una ley patriarcal según la cual el poseer los dioses de la familia daba a un hombre el derecho a los títulos de propiedad de su suegro cuando éste moría. Si se toma en cuenta que Labán era nativo del noroeste de Mesopotamia, y lo traidoramente que trató con Jacob, el conocer esta ley ayuda a explicar el extraño hurto que cometió Raquel y los esfuerzos desesperados de Labán por recobrar sus “dioses.” El Museo del Louvre, en París, tiene en exhibición varios “dioses lares” de esta índole que fueron descubiertos en diferentes ciudades de Mesopotamia. Su tamaño pequeño (de 10 a 15 centímetros) también ayuda a explicar cómo Raquel pudo ocultar los terafim por medio de meterlos en la cesta de una silla de montar y permanecer sentada sobre ésta mientras Labán los buscaba.—Gé 31 Vss. 34, 35.
Una de las posesiones más atesoradas del Museo del Louvre es una losa negra vertical que mide exactamente 2,25 metros de alto y se conoce comúnmente como el “Código de Hammurabi.” Debajo de un relieve en el cual se ve al rey Hammurabi de Babilonia recibiendo la autoridad del dios solar Samas, hay 282 leyes dispuestas en columnas y escritas en caracteres cuneiformes. Puesto que, según se dice, Hammurabi reinó desde 1728 hasta 1686 a. de la E.C., algunos críticos de la Biblia han afirmado que Moisés, quien preparó el registro de las leyes de Israel más de siglo y medio después, meramente copió el código de este rey babilonio. W. J. Martin, en su libro Documents from Old Testament Times (Documentos de la época del Antiguo Testamento), muestra que esta acusación es falsa, pues dice:
“A pesar de muchas similitudes, no hay razón para suponer que el [código] hebreo haya tomado parte alguna directamente del babilonio. Aun cuando hay poca diferencia en la letra de los dos conjuntos de leyes, hay mucha diferencia en el espíritu. Por ejemplo, bajo el Código de Hammurabi, el hurtar y el recibir mercancías que hubieran sido hurtadas se castigaba con la pena de muerte (Leyes 6 y 22), pero bajo las leyes de Israel el castigo era el de pagar una compensación. (Éxo. 22:1; Lev. 6:1-5) Mientras que la ley mosaica prohibía que un esclavo que hubiera escapado fuera entregado a su amo (Deu. 23:15, 16), bajo las leyes babilónicas se castigaba con la muerte a cualquiera que diera asilo a un esclavo fugitivo.—Leyes 15, 16, 19.”
En el Supplément au Dictionnaire de la Bible, el orientalista francés Joseph Plessis escribió: “No parece que el legislador hebreo haya hecho uso alguno de los varios códigos de Babilonia y Asiria. No se puede probar que parte de su obra haya sido copiada de ellos. Aunque existen similitudes interesantes, no son de tal naturaleza que no puedan explicarse por la codificación de costumbres compartidas por pueblos de un mismo origen.”
En contraste con el código de Hammurabi, que refleja un espíritu de represalia, la ley mosaica declara: “No debes odiar a tu hermano en tu corazón... No debes tomar venganza ni tener inquina contra los hijos de tu pueblo; y tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.” (Lev. 19:17, 18) Por lo tanto, no solo queda comprobado el que Moisés no copió nada de las leyes de Hammurabi; una comparación entre las leyes bíblicas y las que se encuentran escritas en las tablillas y estelas que han excavado los arqueólogos demuestra, además, que las leyes bíblicas son superiores, por mucho, a las que gobernaban a otros pueblos antiguos.
LA ARQUEOLOGÍA Y LAS ESCRITURAS GRIEGAS
¿Qué hay de las Escrituras Griegas, comúnmente conocidas como el “Nuevo Testamento”? ¿Ha confirmado la arqueología la exactitud de esta importante porción de la Biblia? Libros enteros se han escrito para mostrar que existe tal confirmación. Ya para 1890, F. Vigouroux, escriturario francés, publicó un libro de más de 400 páginas intitulado: “Le Nouveau Testament et les découvertes archéologiques modernes” (El Nuevo Testamento y los descubrimientos arqueológicos modernos). En éste él proporcionó abundante prueba en apoyo de los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las cartas que forman parte de las Escrituras Griegas. En 1895, W. M. Ramsay publicó su libro que ahora se ha hecho clásico, St. Paul the Traveller and the Roman Citizen (San Pablo viajero y ciudadano romano), el cual contiene mucha información valiosa que prueba la autenticidad de las Escrituras Cristianas Griegas.
Más recientemente se han publicado muchos otros libros y artículos de erudición que muestran que la arqueología ha sacado a relucir la veracidad de la entera Biblia. En su libro The Archaeology of the New Testament, publicado por primera vez en 1970, E. M. Blaiklock escribe lo siguiente: “Casos notables de vindicación de la historiografía bíblica han enseñado a los historiadores a respetar la autoridad tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, y a admirar la exactitud, el profundo interés en la verdad y la inspirada percepción histórica que manifiestan los diferentes escritores que contribuyeron los libros históricos a la Biblia.”
Sí, la arqueología claramente respalda la Biblia. Pero, ¿qué hay de otros campos científicos?
[Ilustración en la página 6]
Zigurat desenterrado en Ur de la antigua Caldea
[Ilustraciones en la página 7]
Dios doméstico (hallado en Lagash)
El Código de Hammurabi
[Mapa en la página 6]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Harán
Ebla
Mari
Nuzi
Babilonia
Lagash
Sumer
Ur
Golfo Pérsico