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¡Cuídese de los regalos!La Atalaya 1958 | 1 de mayo
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¡Cuídese de los regalos!
¿POR qué el consejo “cuídese de los regalos”? ¿No se nos dice que ‘practiquemos el dar’ y no es cierto que “hay más felicidad en dar que la que hay en recibir”? ¿Cómo podríamos tener esa mayor felicidad si otros rehusaran aceptar nuestros regalos?—Luc. 6:38; Hech. 20:35.
Todo eso es verdad, pero hay regalos y “regalos.” El cristiano maduro dará a base de necesidad y mérito, así como insta el consejo apostólico; debemos dar a nuestros hermanos que estén en necesidad y estimar dignos de recompensa doble a los que trabajan con ahínco en predicar y enseñar. (1 Juan 3:17; 1 Tim. 5:17) Pero él no dará con un motivo oculto, porque el que recibe el regalo esté en cierta situación que le permita hacerle un favor, o para imponerle una obligación. Y no sólo debería escudriñar su corazón en cuanto a sus motivos el que hace el regalo, sino que el que acepta el regalo debería hacerlo también, aceptándolo solamente si tiene buena razón para creer que el regalo se ofrece de buena fe.
Por eso es que la Biblia aconseja, especialmente a los que están en puestos de responsabilidad y por lo tanto con poder de devolver un favor, que se cuiden de aceptar regalos: “No debes pervertir el juicio. No debes ser parcial ni aceptar un soborno.” “No has de aceptar un soborno [regalo; presente, margen].”—Deu. 16:19; Éxo. 23:8.
El juez y profeta Samuel observó fielmente estos mandatos, y por eso al final de su larga carrera él pudo decir desafiadoramente a la gente de Israel: “¿El toro de quién he tomado o el asno de quién he tomado o a quién he defraudado o a quién he aplastado o de mano de quién he aceptado dinero con que se compra el silencio que yo debiera cubrirme los ojos con ello?” En respuesta la gente tuvo que admitir: “Usted no nos ha defraudado, ni nos ha aplastado, ni ha aceptado cosa alguna de la mano de ni siquiera uno.” Note: ¡Samuel no había aceptado de nadie ni una sola cosa! ¿Acerca de cuántos políticos podría decirse eso hoy día?—1 Sam. 12:3, 4.
En realidad, ni siquiera podía decirse acerca de los hijos de Samuel, porque leemos que “se inclinaban a seguir tras ganancia injusta y aceptaban sobornos y pervertían el juicio.” Una razón que los mayores de Israel le dieron a Samuel para querer un rey fué: “Sus propios hijos no han caminado en los caminos de usted.”—1 Sam. 8:3-5.
Pero el tener un rey no remedió los asuntos, al menos no por mucho tiempo, ya que la naturaleza humana caída es como es. De modo que en el tiempo de Isaías Dios vehementemente increpó a la nación de Israel: “Tus príncipes son rebeldes y camaradas de ladrones; cada uno de ellos ama el cohecho y corre tras las dádivas.”—Isa. 1:23, Mod.
En años recientes en los Estados Unidos de la América del Norte se han dado y recibido tantos “regalos” en Wáshington que se han llenado libros, periódicos y revistas con los informes de las revelaciones escandalosas. Tan vergonzosa era la situación que los legisladores se vieron obligados a nombrar un comité para hacer “propuestas para la mejora de las normas éticas del gobierno federal,” una admisión de que la ética estaba más baja que en cualquier otro tiempo.
Eso no quiere decir que este asunto de dar y de recibir regalos esté limitado a los políticos. En la primavera de 1957 la prensa pública relató acerca de cierto clérigo, James J. Stewart, del sudoeste, que fué degradado en una entrevista secreta debido a su agitación contra la costumbre de oficiales eclesiásticos de solicitar “regalos por amor” de ministros bajo su dominio, los cuales ellos a su vez presentaban a sus obispos.
Más o menos al mismo tiempo los encabezamientos de los periódicos pregonaban acerca de negocios fraudulentos de parte de oficiales de sindicatos obreros. Los encumbrados industriales no sólo contaban acerca de hacer “préstamos” y regalos descarados a oficiales de sindicatos obreros sino que, en ciertos casos, acusaron que era una práctica tan común que oficiales del gobierno habían autorizado que se hicieran tales regalos y hasta suministraban los fondos necesarios cuando estaban implicados contratos gubernamentales.
Una excepción bastante extraordinaria fué suministrada por el presidente del Sindicato de trabajadores internacionales de ropa de mujeres, Dubinsky. Él no sólo estableció una regla que prohibía estrictamente el que oficial alguno de su sindicato aceptara regalos de empresarios, sino que hasta requirió que los que hubieran aceptado regalos antes que se estableciera esta regla se lo confesaran a él. ¿Por qué hizo esta regla? Porque él sabía que tales regalos ejercen una “influencia corruptora” en oficiales de sindicatos obreros. Por ese medio él recalcaba lo que la ley de Dios dada a Moisés hace unos 3,500 años declaraba acerca del recibir regalos o sobornos, a saber, que esto ciega a “hombres de vista clara y puede torcer las palabras de hombres justos.” Sí, “el soborno destruye el entendimiento.”—Éxo. 23:8; Ecl. 7:7, AN.
Quizás alguien piense ingenuamente por el momento que no hay nada malo en aceptar un regalo de un supuesto amigo, pero al hacerlo esta persona inconscientemente llega a estar endeudada al dador y de cierto modo obligada a él, y su juicio se hace torcido, dése cuenta de ello o no. El consejo de que seamos “cautos como serpientes y sin embargo inocentes como palomas” bien puede aplicarse a este asunto del dar y recibir regalos. La persona sabia pensará dos veces antes de aceptar un regalo de una persona si está en situación de hacerle a esa persona un favor. Verdaderamente la Biblia es una lámpara y una luz para todos los que quieren hacer lo que es correcto.—Mat. 10:16.
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Entonces y ahoraLa Atalaya 1958 | 1 de mayo
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Entonces y ahora
● En 1832 se aprobó la Ley de Reforma Parlamentaria en Inglaterra y el Dr. Tomás Arnold, clérigo y director de Rugby, dijo: “A la Iglesia inglesa, tal como está ahora, ningún poder la puede salvar.” En un libro publicado en 1957—The New Ordeal of Christianity—Pablo Hutchinson dijo: “Lo que más se destaca acerca de las iglesias protestantes en Inglaterra hoy día—e incluyo en esto a la anglicana así como también a las iglesias libres—es lo vacío de la mayoría de ellas.”
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