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Cuando la adoración giraba en torno de un templo terrestreLa Atalaya 1974 | 15 de agosto
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los pecados del pueblo, y el macho cabrío era llevado al desierto, para que muriera allí.—Lev. 16:3-10.
Ponían el toro al lado septentrional del altar de ofrendas quemadas y luego lo degollaban. (Compare con Levítico 1:11.) El sumo sacerdote entraba primero en el Santísimo con un incensario portátil con brasas tomadas del altar. (Lev. 16:12, 13) Después de quemar el incienso en el Santísimo volvía a entrar, esta vez con parte de la sangre del toro, la cual rociaba en el piso enfrente del Arca del Pacto con su cubierta propiciatoria y hacia ella. Esta sangre era una apelación a la misericordia de Dios para la propiciación o cubrimiento de los pecados del sumo sacerdote y “su casa,” que incluía a toda la tribu de Leví.—Lev. 16:11, 14.
La tercera vez que entraba en el Santísimo llevaba sangre del ‘macho cabrío para Jehová,’ la cual salpicaba delante del Arca para los pecados del pueblo. Parte de la sangre del toro y del macho cabrío se ponía sobre el altar de ofrendas quemadas y sobre sus cuernos. La grasa de los animales se quemaba sobre el altar, pero se llevaban los cuerpos muertos fuera del campamento donde los quemaban, con su piel y todo.—Lev. 16:25, 27.
Mediante esto el pueblo recibía la satisfacción de saber que estaban haciendo lo que Dios mandaba, lo que le agradaba, y que sus pecados eran anulados o detenidos por otro año. El apóstol Pablo dice lo siguiente acerca del arreglo de sacrificios de la Ley: “La sangre de machos cabríos y de toros y las cenizas de novilla rociadas sobre los que se han contaminado santifica al grado de limpieza de la carne.”—Heb. 9:13.
Pero los israelitas tenían que observar el Día de Expiación cada año, y, además, en diferentes ocasiones tenían que hacer sacrificios específicos para ciertos pecados personales. Como el apóstol dijo al proseguir: “¿Cuánto más la sangre del Cristo, que por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas para que rindamos servicio sagrado al Dios vivo?”—Heb. 9:14.
La Ley, con su tabernáculo y templo, solo tenía “una sombra de las buenas cosas por venir, pero no la sustancia misma de las cosas,” porque “la realidad pertenece al Cristo.”—Heb. 10:1; Col. 2:17.
Nunca había venido a la mente de los hebreos la idea de que algún día tendrían un Sumo Sacerdote que realmente daría su propia vida humana como sacrificio y que entraría, no en el Santísimo del tabernáculo o templo terrestre, sino en el cielo mismo, en la mismísima presencia de Dios en su gran templo espiritual. Ese templo espiritual y cómo sirve de centro de la adoración verdadera hoy día será el tema del siguiente artículo de esta serie en La Atalaya.—Heb. 9:24.
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“En el nombre de Dios”La Atalaya 1974 | 15 de agosto
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“En el nombre de Dios”
● En su libro The Men I Killed, el general de brigada F. P. Crozier relató sus experiencias en la I Guerra Mundial y señaló: “Se hacen cosas extrañas en el nombre de Dios, y hacen que Dios sirva para cosas extrañas. Las fuerzas militares lo adoptan como su protector e inspiración, y así cada campaña militar llega a ser una guerra justificable, una guerra de derecho, con Dios elegido popularmente a favor de la autodescrita ‘justicia.’” Con respecto a los clérigos, hace notar: “Cuando estalla la guerra, el púlpito se transforma inmediatamente en una plataforma de reclutamiento de la más sutil índole. Y esta clase de ritual militar se verifica en ambos bandos.”—Págs. 176, 179.
Sin embargo, con respecto a los cristianos primitivos, el Dr. William Storey del Departamento de Teología de Notre Dame escribió en Ave Maria del 9 de agosto de 1969: “La Iglesia de antes de Constantino [antes del 325 E.C.] estaba dedicada a una solución no violenta de los conflictos humanos.” Así es que los primeros cristianos no participaban de la guerra, antes bien, eran pacíficos.—Rom. 12:18.
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