¿Por qué no desear hacer lo que tiene que hacerse?
HAY muchísimas cosas en la vida que tenemos que hacer. Seamos viejos o jóvenes, hombres o mujeres, personas profesionales u obreros, amas de casa o maestras de escuela, por nuestra mismísima presencia en este mundo ciertas obligaciones recaen sobre nosotros. Esto comienza temprano en la vida y continúa mientras vivimos.
Estas cosas pueden ser el levantarse por la mañana al sonar el despertador, hacer “provisión honrada” a la vista de todos los hombres, pagar impuestos, obedecer reglamentos de tránsito, proceder como se debe en casa, en la escuela o en nuestro lugar de empleo. Prescindiendo de quiénes seamos y prescindiendo de nuestro ambiente sencillamente no podemos evitar ciertas obligaciones, sea que queramos cumplir con ellas o no.—2 Cor. 8:21.
Debido a las muchas cosas que tenemos que hacer, nuestra naturaleza humana imperfecta quizás se rebele, sin duda por el espíritu de independencia o rebelión que heredamos de nuestros primeros padres y que vemos manifestado alrededor de nosotros, hoy más que nunca antes. A menudo parece más fácil hacer las cosas que no tenemos que hacer que hacer las cosas que debemos o tenemos que hacer.
No obstante, puesto que la vida en gran parte es asunto de hacer las cosas que tenemos que hacer, ¿qué podemos hacer en cuanto a ello? Podemos hacer mucho más fáciles las cosas para nosotros mismos si cultivamos el deseo de hacer lo que tenemos que hacer. Podemos decirnos a nosotros mismos todas las razones por las que debemos hacer determinada cosa, como pagar impuestos u obedecer reglamentos del tránsito, y eso, bajo las circunstancias, es lo sabio y lo correcto. Sí, cuando lleve a cabo una obligación considere los beneficios así como el deber. Esto en sí le ayudará a hacer lo que debe hacer.
Por otra parte, ¿no es verdad que si deseamos hacer una cosa probablemente la hagamos mucho mejor y probablemente la hagamos con menos esfuerzo, con más disfrute al hacerla? Sabiamente a los antiguos israelitas se les mandó: ‘Regocíjense delante de Jehová su Dios en toda empresa suya.’ Nada había de hacerse con un espíritu de queja o con renuencia. El regocijarse en ello entrañaba el desear hacerlo.—Deu. 12:18.
Hoy en día muchas amas de casa se quejan del aburrimiento—el siempre hacer la misma cosa: tender las camas, limpiar la casa, lavar la ropa, preparar las comidas, etc. Pero como hizo notar recientemente una autora que es ama de casa: ‘El aburrimiento es lo que usted crea, y por lo menos el ama de casa puede decirse que está trabajando para personas a quienes ama, lo cual es más de lo que muchos hombres pueden decir en cuanto a su trabajo. La publicidad da un encanto romántico al matrimonio, pero todo el sistema se basa realmente en la idea de que el padre sale y se gana el pan, y la madre unta pasta de cacahuate en él.’a De modo que el ama de casa sabia disfruta de hacer las cosas para su familia, se enorgullece de hacerlas bien, y se llena de satisfacción cuando tiene éxito en mantener a su familia sana y feliz.
Por eso, también el padre sabio es el que desea cumplir con sus obligaciones de familia, que quiere hacer feliz a su esposa y criar a sus hijos de modo que teman a Dios y sean observantes de la ley. Tal padre tiene más probabilidad de tener éxito y disfrutar de ser padre que aquel que se lamenta del tiempo que emplea con su familia y la carga de obligación que representan la esposa y los hijos. Esos padres que se lamentan tienen que compartir con las madres negligentes la responsabilidad por lo que muchos jóvenes del día presente son.—Deu. 6:6, 7; Efe. 6:4.
Lo mismo es verdad de la maestra de escuela. La que desempeña su trabajo de todo corazón, que verdaderamente desea enseñar a los jóvenes, sabe que esto contribuye mucho tanto a su felicidad como a su buen éxito. Igualmente sucede con sus estudiantes: El aprender es una necesidad imprescindible para ellos, pero lo que aprendan y retengan dependerá en gran manera de su actitud hacia el aprender. El adquirir conocimiento puede ser deleitable, sí, excitante, y puede llenarlos de esperanza en cuanto al futuro. Por lo tanto, un maestro sabio trata de estimular en sus alumnos el deseo de aprender, de adquirir conocimiento.
Y cuando se trata de las relaciones más íntimas de la vida, simplemente no podemos cumplir con ellas sin querer hacer lo que debemos hacer. Por lo general los cónyuges empiezan queriendo o deseando hacer cosas unos para los otros, para hacerse felices mutuamente. Pero a menos que con cuidado sigan alimentando este deseo, su relación puede llegar a ser rutinaria y mecánica; y se hallarán pasándose por alto uno al otro y mostrándose infieles en cosas pequeñas, si es que no también en cosas grandes. Tienen que trabajar para querer o desear hacer lo correcto uno al otro y hacerse felices mutuamente aunque esto al mismo tiempo es un deber.—Efe. 5:22-33; Tito 2:4.
Sí, usted puede entrenarse de modo que desee o quiera hacer lo que usted tiene que hacer, así como usted puede entrenarse para hacer otras cosas. Nuestras inclinaciones, nuestras emociones, son susceptibles a la disciplina, así como nuestra mente y cuerpo. Usted puede espaciarse en el lado positivo de las cosas y así contrarrestar cualquier tendencia hacia el quejarse, la frustración y el aburrimiento.
Especialmente cuando se trata de nuestra relación con Dios, el desear o querer hacer su voluntad es importante. Algunos quizás traten de hacer a un lado todo sentimiento de responsabilidad hacia Dios, diciendo que no son religiosos; pero eso no los exime de la obligación que recae sobre ellos como criaturas que gozan de la vida y que diariamente se aprovechan de las provisiones que el Creador ha hecho para sostener la vida. Otros llevan a cabo su servicio a Dios, dando a conocer su nombre y propósitos a sus semejantes, porque sienten la responsabilidad que descansa sobre ellos como cristianos; y es verdad que sí tienen una obligación en este respecto. (1 Cor. 9:16, 17) Pero, ¡cuánto más feliz es aquel que desea encarecidamente hacer la voluntad de Dios, considerándolo como el magnífico privilegio que es servir al Creador y ayudar a otros a conseguir el premio de la vida eterna!
No podemos evitarlo. La vida en gran parte es asunto de cumplir con nuestras obligaciones, y puede implicar mucha repetición y trabajo duro. Puesto que eso es así, cultivemos el deseo de hacer lo que tiene que hacerse, manteniendo enfocados en la mente los beneficios que provienen de hacerlo, porque solo entonces podremos hacerlo bien y con gozo.
[Nota]
a This Half of the Apple Is Mine por Joyce Lubold.