La prevaleciente voluntad de Dios
Las disposiciones y costumbres de los animales varían. Pero, ¿qué puede el hombre hacer de ello? Puede aprender de Dios una lección.
CUANDO el Todopoderoso habló a Job en una serie de preguntas, él contrastó con su propia grandeza la pequeñez del hombre. Jehová señaló a su creación inanimada, la Tierra, el mar, sus olas, la nieve y el granizo, la lluvia, el rocío, la helada y el hielo, las constelaciones, las nubes, los rayos; él le preguntó a Job si podía controlarlos y entender cabalmente las leyes divinas que los gobiernan. Entonces el Todopoderoso ilustró la superioridad de su poder y voluntad por medio de señalar a la creación animal. Los leones, cabras monteses, ciervas y hasta los humildes cuervos, todos se las arreglan sin la ayuda del hombre. En seguida, Dios llamó la atención de Job a otras criaturas silvestres:
“¿Quién envió a la cebra en libertad, y quién soltó los mismísimos cercos del onagro, como casa del cual he asignado la llanura del desierto y los lugares de morada del cual la región salitrosa? Él se ríe del tumulto de un pueblo; los ruidos de un acechador él no los oye. Explora montañas por sus pastos y toda especie de planta verde la busca.”—Job 39:5-8.
¡Qué diferencia entre animales domésticos y silvestres, aun cuando de apariencia se parezcan mucho! ¿De dónde esta misteriosa diferencia de disposición interior? Dios dice que fue su voluntad enviar “la cebra en libertad” y soltar “los mismísimos cercos del onagro.” Antes de la invasión sabea Job tenía quinientas asnas, las cuales él podía usar para el acarreo de carga y para arar. Tales asnas domésticas eran notorias por su docilidad. (Job 1:3) Pero, ¿podía Job usar el asno silvestre de la misma manera? No, porque Dios había dado al onagro su libertad y había asignado la llanura del desierto como su hogar. No se debe a la voluntad del hombre el que sea tan ágil e intratable el onagro y que hasta la región salitrosa sea su lugar de morada, siendo la sal un ingrediente bienvenido en su dieta. El onagro se las ingenia para irla pasando sin la ayuda del hombre. “Toda especie de planta verde la busca,” royendo aun hasta las raíces. El onagro migra inquietamente en busca de lo verde, hasta explorando regiones montañosas por pastos.
Pero, ¿trocaría el onagro su libertad por las más fácilmente obtenidas provisiones del asno doméstico? No, y sería en vano tentar al onagro para que morara en pueblos bulliciosos a causa de alimento más abundante. “Él se ríe del tumulto de un pueblo.” Instintivamente evita lugares habitados por el hombre, de modo que “los ruidos de un acechador él no los oye.” No quiere decir eso que el onagro no puede oír bien; es en gran manera cauto debido a sus agudos sentidos de oído, vista y olfato. De invadir un hombre su dominio desolado y tratar de acechar a esta criatura, ella se aleja precipitadamente con suma rapidez. Jenofonte, el historiador griego de los siglos cuarto y quinto a. de J.C., escribió en su Anábasis:
“Los asnos, cuando eran perseguidos, habiendo ganado terreno a los caballos, se detenían (ya que los sobrepujaban mucho en cuanto a velocidad); y cuando éstos los alcanzaban, volvían a hacer la misma cosa; de modo que nuestros jinetes no podían capturarlos de ninguna otra manera que no fuera dividiéndose en relevos, y sucediéndose los unos a los otros en la caza.”
¡Qué extraño contraste entre los asnos domésticos y los silvestres, los cuales se parecen tanto en cuanto a apariencia! ¿Puede el hombre dar razón de esta diferencia o hacer mucho acerca de ella?
PODER DEL BUEY SALVAJE NO ENJAEZADO POR EL HOMBRE
Entonces Jehová trae a colación otra criatura silvestre cuyo poder el hombre no podía enjaezar, el buey salvaje: “¿Quiere un toro salvaje servirte, o pasará la noche junto a tu pesebre? ¿Uncirás a un toro salvaje firmemente con sus cuerdas en el surco, o gradará él las llanuras bajas detrás de ti? ¿Pondrás tu confianza en él porque su poder es abundante, y dejarás tu duro trabajo a él? ¿Confiarás en que él traerá de vuelta tu semilla y que juntará para tu era de trillar?”—Job 39:9-12.
La respuesta a estas preguntas, así como a las hechas anteriormente por Dios, es No. ¿Qué agricultor se atrevería? El toro salvaje no era como el ganado que se usaba para propósitos agrícolas, aunque era parecido en cuanto a apariencia. En un tiempo Job poseía quinientas yuntas de bueyes, que él usaba para arar. (Job 1:3, 14) Pero él no podía enjaezar la fuerza superior del toro salvaje para el mismo propósito. Las representaciones gráficas en monumentos muestran que los egipcios antiguos uncían sus bueyes al arado por medio de una cuerda fijada alrededor de los cuernos y amarrada al yugo y al timón. Pero, ¿podía hombre alguno uncir a un toro salvaje firmemente con sus cuerdas en el surco? No.
Entonces la pregunta: “¿Pondrás tu confianza en él porque su poder es abundante?” No, por cierto. Gran maravilla era, por consiguiente, que el hombre no pudiera servirse de su fuerza para hacer su trabajo. El toro salvaje fue uno de los animales más poderosos conocidos a los israelitas. La palabra hebrea para este animal, reem, se traduce erróneamente “unicornio” en la versión del Rey Jaime de la Biblia; pero el reem no era ninguna bestia mitológica de un solo cuerno. Tenía dos cuernos, “los cuernos de un toro salvaje.” (Deu. 33:17) Aparentemente emparentado con el ganado doméstico, el reem no estaba sirviendo al hombre, arando sus campos ni acarreando grano a casa.
Los antiguos consideraban al buey salvaje como criatura sumamente formidable; un rey asirio lo llamó ‘fuerte y feroz.’ El orientalista inglés H. C. Rawlinson tradujo esta inscripción de un rey asirio, y dice: “Cuatro toros salvajes, fuertes y feroces, en el desierto . . . con mis flechas largas de casquillos de hierro, y con golpes fuertes, les quité la vida. Su piel y sus cuernos los traje a mi ciudad de Asur.” Y el arqueólogo inglés sir Austen Layard escribió en Nineveh and Its Remains: “El toro salvaje, en vista de su frecuente representación en los bajorrelieves, parece haber sido considerado como caza apenas menos formidable y notable que el león. Frecuentemente se ve al rey contendiendo con él, y guerreros lo persiguen a caballo y a pie.”
¿Qué clase de animal era este toro salvaje? Muchos naturalistas del día actual creen que el reem hebreo debe de haber sido el ahora extinto uros, criatura parecida al buey que medía 1.83 metros de altura en la cruz. El Dr. Jorge C. Goodwin, curador coadjutor del Departamento de Mamíferos del Museo de Historia Natural Americano, declara en The Animal Kingdom: “El uro abundaba en un tiempo en Palestina; parece que en la Biblia se le menciona como el ‘unicornio.’” Si éste es el toro salvaje acerca del cual habló Dios, era a la verdad un animal sumamente poderoso. Los uros existieron en Galia (Francia) hasta el tiempo de Julio César, quien escribió en sus Comentarios (De bello Gallico):
“En cuanto a tamaño son poco inferiores a elefantes; son toros de naturaleza, color y figura. Grande es su fuerza y grande es su velocidad, tampoco perdonan ni a hombre ni bestia, al cual hayan avistado. . . .No se les puede habituar al hombre ni hacer tratables, ni siquiera cuando han sido capturados muy nuevos. El ancho grande de los cuernos así como la forma y calidad de ellos difieren mucho de los cuernos de nuestros bueyes.”
Poco extraña el que el salmista David vinculara al león y el toro salvaje: “Sálvame de la boca del león, y de los cuernos de toros salvajes tienes que responder y salvarme.” (Sal. 22:21) ¿Qué agricultor pondría confianza en este toro salvaje?
CIGÜEÑA Y AVESTRUZ CONTRASTADOS
En seguida Dios le preguntó a Job si él podía dar razón de la diferencia entre la cigüeña y el avestruz, las cuales son aves y no obstante tan desemejantes en cuanto a hábitos:
“¿Ha batido gozosamente el ala de la hembra del avestruz, o tiene ella los piñones de la cigüeña y el plumaje? Porque deja sus huevos a la tierra misma y en el polvo los mantiene calentados, y se olvida de que algún pie pudiera aplastarlos o aun alguna fiera del campo pudiera pisarlos. Ella si trata a sus hijuelos bruscamente, como si no fuesen suyos—en vano es su trabajo porque ella no tiene temor alguno. Porque Dios le ha hecho olvidar la sabiduría, y no le ha dado participación en el entendimiento. Cuando ella bate sus alas en alto, se ríe del caballo y de su jinete.”—Job 39:13-18.
¿Ha batido gozosamente el ala del avestruz, como la de la cigüeña? No. La cigüeña posee alas poderosas y vuela muy alto en el aire. La Biblia habla acerca de “la cigüeña en los cielos.” (Jer. 8:7) Empero el avestruz, aunque bata sus alas, no puede hacer lo mismo. Los piñones de la cigüeña son de envergadura y poder grandes, siendo las plumas secundarias y terciarias tan largas como las primarias, dando al ala una superficie inmensa y capacitándola a ser ave de vuelo alto y de larga duración. Pero, ¿puede el avestruz batir sus alas de tal manera gozosa?
¡Qué contraste, también, entre el avestruz y la cigüeña respecto a dónde anidan y ponen sus huevos! La hembra del avestruz “deja sus huevos a la tierra misma.” No se está diciendo que la hembra del avestruz en lo silvestre necesariamente abandona sus huevos. No, pero ella deja sus huevos a la tierra misma más bien que confiarlos a un nido construido en un árbol alto, como lo hace la cigüeña. “En cuanto a la cigüeña, los abetos son su casa.” (Sal. 104:17) El nido grande y bien consolidado de la cigüeña por lo general se construye en los lugares más encumbrados. No hace así el avestruz. La tierra es el nido de éste. En países no tropicales las hembras incuban de día, tomando su turno de noche los machos, guardando los huevos cuidadosamente. En países tropicales las aves padres incuban por turno durante la noche pero durante el día dejan los huevos al cuidado del calor del sol, estando ellos parcial o totalmente cubiertos de arena o de polvo. “La verdadera incubación de los huevos se efectúa por el calor del sol.” (The New Funk & Wagnalls Encyclopedia) Por dejar sus huevos a la tierra y por mantenerlos calientes en el polvo, ella parece estar haciendo una cosa estúpida: “Se olvida de que algún pie pudiera aplastarlos o aun alguna fiera del campo pudiera pisarlos.” Ella tal vez tenga que dejar los huevos abandonados ante el acercamiento de enemigos.
No solo hay diferencia en cuanto a la ubicación de los nidos del avestruz y de la cigüeña sino también en cuanto a la manera en que tratan sus hijuelos. Dice Juan Kitto, en The Pictorial Bible, acerca de las cigüeñas: “Ningún ave es más famosa por su apego a sus hijuelos; y, lo que es más escaso entre aves, por la bondad hacia los viejos y enclenques de su propia raza.” Pero, ¿el avestruz? “Ella sí trata a sus hijuelos bruscamente, como si no fuesen suyos.” Escribió Jeremías el profeta de Dios: “La hija de mi pueblo se hace cruel, cual avestruces en el desierto.” (Lam. 4:3) Comentando acerca de este trato brusco, el viajero inglés Tomás Shaw escribió en Travels in Barbary:
“Una porción muy pequeña de ese afecto natural, que tan fuertemente se ejerce en la mayoría de las otras criaturas, puede observarse en el avestruz. Porque, ante el menor ruido distante, u ocasión trivial, ella abandona sus huevos o sus hijuelos, a los cuales quizás nunca vuelva; o, si lo hace, tal vez sea demasiado tarde. . . . Los árabes a veces se encuentran con nidos enteros de estos huevos sin molestar, algunos de los cuales están frescos y buenos, otros podridos y corrompidos. . . . A veces se encuentran con unos pocos de los hijuelos, no siendo más grandes que pollas bien desarrolladas, medio muertos de hambre, extraviados y gimiendo en derredor, cual tantos huérfanos angustiados, por sus madres.”
Sí, “Dios le ha hecho olvidar la sabiduría,” y sin embargo, sus hijuelos son protegidos por la providencia tan bien como lo son los hijuelos de la cigüeña, el emblema de la ternura maternal. La mismísima carencia de sabiduría por parte del avestruz no es sin sabio diseño de parte de Dios, así como en los sufrimientos de Job, los cuales le habían parecido tan irrazonables a él, hubo un propósito sabio.
¿Qué sucede cuando el avestruz descubre peligro? No esconde la cabeza en la arena. Más bien, bate sus alas en alto y “se ríe del caballo y de su jinete.” Con sus dos patas largas y alas batientes esta ave corre más que muchos veloces animales cuadrúpedos. El historiador Jenofonte escribió: “Pero nadie jamás capturó al avestruz, porque en su huida siguió constantemente ganando terreno a su perseguidor, a veces corriendo, y otras veces elevándose por medio de sus alas extendidas, como si hubiera izado velas.” De manera parecida Travels in Barbary por Shaw dice:
“Los árabes no son nunca lo suficientemente diestros como para alcanzarlos, aun cuando estén montados en sus mejores caballos. Ellos, cuando se elevan para huir, se ríen del caballo y de su jinete. Tan solo le brindan una oportunidad de admirar a la distancia la agilidad extraordinaria y de igual modo la majestad de sus movimientos. . . . Ciertamente que nada puede ser más hermoso y entretenido que semejante vista; las alas, mediante sus vibraciones repetidas, aunque infatigables, sirviéndoles tanto de velas como de remos; mientras que sus patas, a la vez de ayudarles a trasladarse más allá del alcance de la vista, son igualmente insensibles a la fatiga.”
Al reírse del caballo, ¿a qué velocidad corre el avestruz? “Tan veloces son,” dice The Encyclopedia Americana, “que aun el árabe montado en su corcel de raza rara vez puede alcanzar a uno sin ayuda, y aun cuando se le caza en relevos, mientras corren las aves en círculo por su territorio favorito, frecuentemente se sacrifican uno o más caballos a la caza.” El tomo The Animal Kingdom dice: “Puede correr más que la mayoría de sus enemigos de las llanuras africanas. Sesenta y cuatro kilómetros por hora es un cálculo razonable de su velocidad.” Algunos naturalistas limitan su velocidad máxima a cuarenta y cinco kilómetros por hora; pero Martín Johnson, fotógrafo cinematográfico de la vida silvestre, dijo que la velocidad máxima del ave es ochenta kilómetros por hora.
Las palabras de Jehová acerca del avestruz, el onagro y el toro salvaje muestran que el gran Otorgador de instintos hace de acuerdo con su voluntad; y ¿qué puede hacer el hombre acerca de ello? La voluntad divina prevalece en esto igual que en todos los asuntos de la vida y somos sabios si obramos en armonía con ella. “Tú eres digno, Jehová, nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y debido a tu voluntad existieron y fueron creadas.”—Apo. Rev. 4:11.
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