La humildad... una ayuda para la paciencia
UN DOCTO bíblico conocido por todas partes del mundo había pasado las horas tempranas de la mañana, junto con algunos compañeros de viaje, observando las ruinas de Jericó. Después de regresar a su hotel se les sirvió un desayuno tardío, el mozo colocó los alimentos al pie de la mesa. Para cuando las fuentes llegaron a la cabecera estaban vacías. El docto esperó pacientemente, imperturbable, hasta que por fin el mozo trajo más alimentos. ¿Qué hizo que este hombre pudiera esperar tan pacientemente cuando en realidad le hubiera correspondido a él ser servido primero? Su humildad.
El ser paciente, como lo fue este hombre, significa ser lento para la ira, ser longánimo, mantener la calma, no encolerizarse debido a circunstancias irritantes. La paciencia contribuye a la paz y a la armonía. Un proverbio árabe lo expresa así: “La paciencia es la clave del gozo; pero la prisa es la clave del dolor.” Debido a que todos somos imperfectos, las esposas necesitan tener paciencia con sus esposos, los esposos con sus esposas, los padres con sus hijos, los maestros con sus estudiantes, los superintendentes con las personas que están a su cargo.
Hoy día la impaciencia es una falta común, porque todo el mundo parece estar apurado. Además, hay mucho orgullo y ambición, lo cual hace que muchos se impacienten con los que parecen retardarlos en su carrera para llegar a la cima. Esas personas harían bien en considerar el proverbio ruso: “El futuro pertenece al que sabe esperar.”
Sabiamente la Palabra de Dios nos aconseja a ser pacientes, longánimos: “Ejerzan paciencia, por lo tanto, hermanos, . . . hagan firme su corazón.” Se nos dice que “El amor es paciente.” ¿Por qué? Porque el amor “no es jactancioso, no se hincha.” También, leemos que “el fruto del espíritu es: amor, gozo, paz, gran paciencia.”—Sant. 5:7, 8; 1 Cor. 13:4, New English Bible; Gál. 5:22.
Una gran ayuda para la paciencia es la humildad. Esto es evidente de las inspiradas palabras del rey Salomón: “Mejor es el que es paciente que el que es altivo de espíritu.” (Ecl. 7:8) En otras palabras, el que es altivo no es paciente; y puesto que esto es así, se desprende que la humildad es esencial para la paciencia.
La Palabra de Dios nos dice que la persona altiva u orgullosa no piensa con juicio sano. (Rom. 12:3) Tiene poca paciencia en sus tratos con otros. Su actitud mental es: “¿Por qué tengo yo que esperar por otros?” “¿Por qué tengo yo que aguantar las irritaciones y las molestias causadas por la estupidez y egoísmo de otros?” “¿Quién se creen que soy?” En vez de ser lento para la ira y paciente, el hombre orgulloso es presto para expresar su desagrado.
En contraste con esto, la humildad nos ayuda a ser pacientes porque nos hace desear ser útiles a otros. Si somos humildes no nos tomaremos demasiado en serio, no esperaremos demasiado de otros, ni esperaremos trato especial o consideración especial. Comprenderemos que todos cometemos errores, que todos somos diferentes en lo que respecta a habilidades y que con frecuencia ponemos a prueba la paciencia de otros; así es que seremos tolerantes.
La Biblia nos muestra que durante siglos Jehová Dios ha mostrado paciencia, sí, durante milenios. Verdaderamente ha sido paciente con la raza humana, tal como se ilustra por sus tratos con la nación de Israel: “Jehová . . . siguió enviando avisos contra ellos por medio de sus mensajeros, enviando vez tras vez,” hasta que en su justa indignación tuvo que proceder. ¿Paciente? Sí, esperó pacientemente durante siglos antes de castigar a esa nación por su inicua infidelidad permitiendo que fueran llevados al cautiverio babilónico.—2 Cró. 36:15, 16.
Jehová Dios también es lento para la ira, o paciente, con la actual generación inicua. Desde hace mucho tiempo ha tenido suficientes razones para destruir a este corrupto viejo mundo. Pero algunas personas lo consideran lento en cumplir sus promesas de poner fin a la iniquidad. No obstante, no es lento; sencillamente “es paciente . . . porque no desea que ninguno sea destruido, sino desea que todos alcancen el arrepentimiento.” (2 Ped. 3:9) Puesto que la humildad y la paciencia van juntas, ¿puede decirse que el Altísimo, el Señor Soberano del universo, es humilde? Sí, puede decirse, tal como nos dice su Palabra: “¿Quién es como Jehová nuestro Dios, aquel que está haciendo su morada en lo alto? Está condescendiendo en tender la vista sobre cielo y tierra, levantando al de condición humilde desde el polvo mismo.” Y como testificó el salmista David: “Y tú me darás tu escudo de salvación, . . . y tu propia humildad me hará grande.”—Sal. 113:5-7; 18:35.
Jesucristo, el Hijo de Dios, hermosamente ilustró este principio, de que la humildad y la paciencia van juntas, en sus tratos con sus apóstoles. Sin duda ellos pusieron a prueba su paciencia vez tras vez, por su inmadurez espiritual, por sus mezquinas rivalidades, por su lentitud en comprender. Pero, ¿se encolerizó Jesús en sus tratos con ellos? En vez de eso, pacientemente ilustró las lecciones que quería que aprendieran. (Luc. 9:46-48) ¿Y fue humilde? Ciertamente lo fue, tal como lo mostró lavándoles los pies a sus apóstoles. De hecho, la profecía de Zacarías predijo que él sería humilde.—Zac. 9:9; Juan 13:4-15.
La Biblia también nos habla de la paciencia de los fieles siervos de Dios de la antigüedad. Con respecto a ellos, leemos: “Tomen a los profetas que hablaron en el nombre del Señor” como “un modelo de paciencia al sufrir maltrato.” Y todos ellos fueron hombres humildes, de otra manera Jehová Dios no los hubiera usado, porque “Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes.”—Sant. 5:10, NE; 1 Ped. 5:5.
Así es que esfuércese por ser humilde. En realidad nadie debe pensar más de sí mismo de lo que es necesario pensar. (Rom. 12:3) Todos cometemos errores, no usamos buen juicio, pecamos. (1 Rey. 8:46) Podemos destacarnos en algunos campos; otros se destacan en otros respectos. El proceder de la sabiduría es seguir el consejo: “No haciendo nada movidos por . . . egotismo, sino considerando con humildad de mente que los demás son superiores a ustedes.” Si tenemos esa actitud humilde tendremos poca dificultad en ser pacientes con otros.—Fili. 2:3.