Ganándose el respeto que le corresponde
EL JOVEN que estaba de pie en el estrado del director solo tenía diez años de edad; no obstante, delante de él se hallaban reunidos cien músicos adiestrados, cada uno de ellos un virtuoso. ¡Estaban sumamente disgustados porque la empresa se había atrevido a permitir que un mero niño dirigiera una de las mejores orquestas del mundo! Lo mostraban por sus expresiones faciales desdeñosas y desafiadoras; algunos hasta estaban chupando caramelos para mostrar su desdén.
Pero no por mucho tiempo. Una vez que el joven levantó la batuta y comenzó el ensayo, en cosa de minutos estos virtuosos instrumentistas estuvieron aplicándose con ahínco al asunto que tenían entre manos. Ahora se pasaba por alto el hecho de que él era un mero niño. ¿Qué había hecho que su falta de respeto desdeñosa cambiara a consideración deferente, a estima, a respeto? La habilidad del joven, porque verdaderamente era un prodigio. Se sabía de memoria la entera partitura musical. Más que eso, sabía qué esperar de cada instrumentista, porque podía descubrir inmediatamente cuando alguno de ellos tocaba una nota incorrecta. A pesar de su edad, tenía lo que se requiere para ser director. Incidentalmente, eso fue hace unos veinte años. Hoy Maazel todavía dirige.
No solo los directores de orquesta, sino muchas personas de la vida cotidiana, en virtud de sus puestos, tienen derecho a respeto, es decir, respeto agregado, porque todo individuo honrado tiene derecho a una medida de respeto. En particular los padres y los maestros de escuela, los superintendentes y los ministros—para nombrar solo unos cuantos—tienen derecho a respeto. Sin embargo, aunque éstos solo podrían depender de su puesto o cargo, es mucho mejor para todos los individuos envueltos el que verdaderamente se ganen el respeto que les corresponde.
La Palabra de Dios, la Biblia, esclarece este asunto de ganarse el respeto, así como hace en cuanto a todo otro aspecto de la vida. Así, ésta nos habla de ángeles que no siguen tras determinado derrotero—por respeto a Jehová Dios. Está fuera de duda que Jehová, el Creador de todas las cosas visibles e invisibles, tiene derecho al mayor respeto de todas sus criaturas.—2 Ped. 2:11.
En la Biblia también leemos acerca de una de las criaturas de Dios que en un tiempo disfrutaba de gran respeto, a saber, Job. Como él mismo nos dice: “Cuando iba a la entrada al lado de la población, . . . aun los ancianos se levantaban, se ponían de pie. Príncipes mismos restringían las palabras . . . La voz de los caudillos mismos estaba oculta. . . . Me sentaba como cabeza; y residía como rey.”—Job 29:7-10, 25.
Y, ¿por qué se le otorgaba tan grande respeto a Job? Él mismo nos dice: “Porque yo rescataba al afligido que clamaba por ayuda, y al muchacho huérfano de padre y a cualquiera que no tuviese ayudador. Con justicia me vestía, y ésta me cubría. Mi justicia era como un . . . turbante. Y quebraba las mandíbulas del malhechor, y de sus dientes arrancaba la presa.” Más que eso, Job pasa a enumerar todas las cosas egoístas o inicuas que no había hecho. En resumen, como “el más grande de todos los orientales,” él “resultaba intachable y recto, y temía a Dios y se apartaba de lo malo.” Está fuera de duda el que Job se había ganado el gran respeto que se le otorgaba.—Job 29:12, 14, 17; 1:1, 3; 31:5-40.
Conforme a la Palabra de Dios, los esposos tienen derecho a respeto: “Que la esposa le tenga profundo respeto a su esposo.” El patriarca hebreo Abrahán fue un esposo que se ganó el respeto de su esposa, pues de otra manera, aun mientras él no estaba presente, ella no hubiera hecho referencia a él como “mi señor.” ¿Estima así a usted su esposa? ¿Cómo puede usted ganarse el respeto de su esposa? Por medio de ser confiable, por medio de ser firme cuando se necesite, por medio de ser honrado en lo que toca a su dinero, tiempo e interés sexual, por medio de ser generoso, y, en particular, por medio de mostrar consideración amorosa y con reflexión en las cosas pequeñas y grandes; por medio de prestar atención al consejo: “Esposos, continúen morando con ellas de igual manera de acuerdo con conocimiento, asignándoles honra como a un vaso más débil, el femenino.”—Efe. 5:33; Gén. 18:12; 1 Ped. 3:7.
Por eso, también, los padres tienen derecho al respeto de sus hijos. “Teníamos padres . . . y les mostrábamos respeto,” escribió el apóstol cristiano Pablo. (Heb. 12:9) ¿Manifiestan sus hijos tal respeto hacia usted? ¿Le escuchan cuando usted les habla, y no replican? Aun cuando ellos piensan que usted no está vigilando, ¿continúan hablando y obrando de manera que muestre respeto? Aun si usted enseña a sus hijos a ser respetuosos, se requiere constante diligencia de su parte para contrarrestar la influencia de otros que quizás se asocien con ellos en la escuela pero que tal vez no hayan aprendido a respetar a sus padres y a otros. Claramente, la respuesta no yace simplemente en exigir respeto de parte de sus hijos; usted también tiene que seguir un derrotero que se gane el respeto de ellos. Para lograr eso usted tiene que ser consistente al tratar con ellos; usted tiene que ser imparcial y razonable, ayudándolos a darse cuenta de que hay razones sanas tras las cosas que usted requiere de ellos. Sea firme al administrar disciplina. También es importante manifestar gobierno de uno mismo, porque con la pérdida del gobierno de uno mismo se pierde el respeto.
Cualidades como las susodichas se requieren también de los que instruyen a otros, como los maestros de escuela y los profesores de universidad. Sin embargo, además, éstos deben tener suficiente conocimiento de las asignaturas que enseñan si quieren ganarse el respeto de sus estudiantes. El respeto desaparece cuando los estudiantes perciben que el maestro está fanfarroneando.
Entre otros puestos de respeto que pudieran considerarse se halla el del ministro cristiano. Si usted es ministro de Dios, entonces, por encima de todas las personas, debe tener cuidado en cuanto a su conducta; debe “tener excelente testimonio de los de afuera.” Y como otros educadores, usted debe tener un fondo de conocimiento exacto si quiere predicar y enseñar autoritativa y convincentemente. Solo por medio de llenar estos requisitos usted puede esperar recibir el respeto que le corresponde.—1 Tim. 3:7; 4:16.
No hay duda en cuanto a ello; aunque su puesto le dé derecho a respeto, es mejor para todos los individuos envueltos si usted se lo gana también por sus cualidades, logros y proceder.