El mal—¿le ablanda o le endurece?
“¡PUM! ¡Pum! ¡Pum!” Tres tiros en la espalda y el padre que huía yacía muerto en el suelo, asesinado por su hijo de diecisiete años. Durante varios años este hijo había altercado con su padre y ahora había escogido esta manera de finiquitar esos altercados de una vez. La evidencia en el juicio manifestó que el asesinato fue “claramente premeditado.” Durante la repregunta él declaró: “Si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría.” Mientras el juez lo sentenciaba a unos mezquinos cinco a doce años por patricidio premeditado, el joven “permanecía de rostro imperturbable.”—Times de Nueva York del 16 de noviembre de 1960.
Este adolescente había permitido que el mal le endureciera. El trato de su padre para con él, sea que fuere justo o injusto, le pareció un mal y él había permitido que le endureciera hasta el punto de cometer asesinato premeditado. Repetidamente lee uno acerca de tales asesinatos, lo que muestra que ésta es una era de empedernimiento.
El mal, como ya se ha dado a entender, puede ser justo o injusto. Es cualquier cosa que ocasiona dolor, tristeza o angustia. Las I y II Guerras Mundiales fueron males, injustos, causados por el hombre. El diluvio del día de Noé fue un mal, uno justo, enviado por Dios. Sí, Dios a veces crea no solo el bien sino también la calamidad o el mal.—Isa. 45:7.
No tenemos que dejar que el mal nos endurezca. Todo depende de nosotros. Podemos dejar que nos ablande, si queremos. ¿Quién sabe cuántos otros jóvenes se desavienen y altercan con sus padres sin asesinarlos? Lo cierto que es esto puede verse cuando examinamos esa épica de la historia humana, la Biblia.
Puede decirse que Adán fue el primero en dejar que el mal le endureciera. Cuando se encaró con el juicio de Dios, un mal, en su contra, él empedernidamente echó la culpa a Dios y a su esposa. “La mujer que tú me diste para estar conmigo, ella me dio fruto del árbol de modo que lo comí.” ¡Qué duro había permitido él que su corazón se pusiera en solo un breve período de tiempo!—Gén. 3:12.
Las diez plagas que Dios hizo que vinieran sobre Egipto, para mostrar a Faraón quién es Jehová, fueron males. No cabe duda respecto a eso. Pero mientras que endurecieron a Faraón y a la mayoría de sus súbditos, hubo algunos egipcios que fueron ablandados por ellas. Estos ejercieron fe en el Dios de Moisés, buscaron albergue cuando se les amonestó acerca de la séptima plaga, de granizo, fuego y trueno; y muchos, como “una vasta compañía mixta,” también salieron de Egipto con los israelitas después de la noche memorable del 14 de nisán de 1513 a. de J.C.—Núm. 33:1-3.
Al mirar en nuestro derredor hoy día vemos a muchos que innecesariamente se han dejado endurecer, para su propio detrimento. Algunos que nacieron con un defecto como la ceguera o la cojera han permitido que esto los haya amargado y endurecido. Se resienten del hecho de que, según lo expresa la Biblia, ‘sufren la dentera’ debido a que sus padres ‘comieron el agraz.’ Pero el hombre, acerca del cual relata la Biblia, que nació ciego y cuya vista fue restaurada por Jesús no había permitido que esta aflicción le endureciera; ni tampoco lo permitió el hombre tullido de nacimiento a quien Pedro y Juan curaron. Ellos se mantuvieron blandos de corazón y con esperanza, y así se hallaron con la condición de corazón correcta para responder a la curación milagrosa. Los que bajo condiciones parecidas hoy día se mantienen blandos de corazón con más probabilidad recibirán la curación espiritual.—Eze. 18:2; Juan 9:1-12; Hech. 3:1-8.
Otros permiten que algún desastre los endurezca. Se rebelan porque Dios permite que ‘el tiempo y el suceso imprevisto les sobrevengan a todos.’ Todos los tales deberían considerar el ejemplo de Job. ¡Qué desastres experimentó de una vez él! La pérdida de sus diez hijos, todas sus posesiones y hasta su salud. ¿Dejó que esto le endureciera? Endureció a la esposa de él, ya que ella le dijo: “¿Todavía estás reteniendo firmemente tu integridad? ¡Maldice a Dios y muere!” Pero Job se ablandó y dijo: “Como habla una de las mujeres insensatas tú también hablas. ¿Aceptaremos del Dios verdadero solo lo que es bueno y no aceptaremos también lo que es malo?”—Ecl. 9:11; Job 2:9, 10.
También, muchos dejan que injusticias sociales, tales como la opresión económica y el prejuicio racial, los endurezcan. Comienzan una cruzada como si el corregir estos males fuese la cosa más importante en la vida y como si ésta no contuviera gozo alguno mientras hubiera que aguantar estos males. Algunos hasta se vuelven al extremo de llegar a ser comunistas ateos. ¡Qué insensatez! El apóstol Pedro aconsejó a esclavos cristianos en su día que se sometieran aun a amos irrazonables más bien que rebelarse.—1 Ped. 2:18, 19.
El samaritano de la ilustración de Jesús no permitió que lo endureciera la parcialidad que él sufría a manos de los judíos. ¡Lejos de ello! Él se incomodó para ayudar al hombre, sin duda un judío, a quien habían asaltado, golpeado y robado, y el hacerlo le hizo más feliz. Sí, tan solo el que “la sentencia contra la obra mala no se ha ejecutado con prisa,” no es ningún motivo para que lleguemos a ser duros.—Luc. 10:29-37; Ecl. 8:11.
Un motivo común por el cual algunos permiten que sus corazones se endurezcan es el mal uso o abuso de poder por parte de los que tienen autoridad. Ese pudo haber sido el caso respecto al adolescente a quien se hizo referencia antes. Cualquiera que esté en una posición subordinada—esposas, hijos, empleados y también miembros de una congregación cristiana—tienen que estar en guardia en cuanto a esto. Fallando en esto, las diez tribus de Israel permitieron que la posición adoptada por el hijo de Salomón, Roboam, que en verdad era irrazonable, les endureciera. ¡Pero cuánto mejor fue el ejemplo de David, quien no dejó que le endureciera el abuso de poder por Saúl!—2 Cró. 10:16; 1 Sam. 26:9.
Un mal más o menos común que ha hecho a algunas personas endurecer su corazón es el que está asociado con el encontrar a un cónyuge. Debido a la inexperiencia o a un carácter demasiado confiado, o debido a la improbidad de parte de otro, uno sufre una desilusión o frustración y puede herirse profundamente. A causa de esto algunos se ponen duros en todas sus relaciones para con sus congéneres y particularmente para con los del sexo opuesto. La hija de Jefté bien pudo haberse dejado endurecer cuando, debido al voto de su padre, se halló dedicada a una vida de virginidad, pero no lo hizo. Ella halló felicidad en servir a Jehová Dios de tiempo cabal.—Jue. 11:36-40.
Tampoco se limitan tales desilusiones al asunto del “amor.” Debido a que sus hermanos menores fueron preferidos más que ellos, tanto Caín como Esaú dejaron que se endurecieran sus corazones de modo que premeditaran el asesinato. ¡Qué distinto el proceder de Jonatán! Él no dejó que endureciera su corazón en contra de su amigo íntimo David el hecho de que éste había de suceder a su padre Saúl en el trono de Israel.—Gén. 4:4-8; 27:41; 1 Sam. 23:17.
Tal vez una de las pruebas más grandes que puede sobrevenirle a uno respecto al endurecimiento de su corazón es cuando se enfrenta a una reprensión o con los frutos de sus pecados. Cuando Uzías fue reprendido por ofrecer incienso presuntuosamente, lo cual era prerrogativa exclusiva de sacerdotes, se endureció e insistió en su proceder voluntarioso. Y cuando Judas se halló cara a cara con las consecuencias de haber traicionado a Jesús, dejó que esto lo endureciera de modo que se suicidara.—2 Cró. 26:16-20; Mat. 27:5.
En contraste vívido con eso, cuando se le hizo frente a David respecto a su pecado con Bat-seba, él no endureció su corazón, sino que dejó que se ablandara, diciendo: “He pecado contra Jehová.” De igual manera Pedro, cuando el canto del gallo le hizo darse cuenta de lo serio de haber negado a su Amo, no se puso empedernido, ni se justificó ni hizo excusas, como hizo Adán, sino que “salió afuera y lloró amargamente.”—2 Sam. 12:13, 14; Mat. 26:75.
Hay todavía otro mal contra el cual es menester que nos guardemos no sea que nos ponga duros, y ése es el mal que les sobreviene a otros. Nunca deberíamos ponernos insensibles a la desgracia de otros o a su apuro, particularmente no si podemos hacer algo acerca de ello. En la ilustración de Jesús acerca del samaritano amigable, el sacerdote y el levita se endurecieron cuando vieron el apuro de la persona a quien habían golpeado y robado. Pero no el samaritano; la miseria de su prójimo hizo que su corazón se ablandara. Apropiadamente mandó Dios a su pueblo de tiempos antiguos: “En caso de que alguno de tus hermanos llegue a ser pobre. . .no debes endurecer tu corazón o ser como un puño con tu hermano pobre.”—Deu. 15:7.
¿POR QUÉ NO?
Ciertamente los susodichos ejemplos bíblicos recomiendan el dejar que el mal nos ablande en vez de permitir que nos endurezca. El permitir que el mal nos endurezca es rebelarnos contra lo que Dios permite. No solo es malo en principio sino que también es perjudicial a todos los implicados. Hace que una situación mala se ponga peor y por eso debería resistirse. Equivale a devolver “mal por mal,” en vez de volver la otra mejilla. A todo tiempo deberíamos evitar las cosas que derriban, aunque no sea por otro motivo sino el que no podemos derribar a otros sin derribarnos también a nosotros mismos.—1 Tes. 5:15; Mat. 5:39.
Además, por medio de dejarnos endurecer estamos constituyéndonos como jueces de aquellos contra quienes nos endurecemos, actuando presuntuosamente. Se nos dice que ‘no nos venguemos,’ pero si nos dejamos endurecer estamos vengándonos, por lo menos mentalmente, y tarde o temprano quizás lo hagamos con actos hostiles. Sabia y justamente aconsejó Jesus: “Dejen de juzgar, para que ustedes no sean juzgados; porque con el juicio que ustedes están juzgando serán juzgados, y con la medida que ustedes están midiendo al dar se medirá para dar a ustedes.”—Rom. 12:19; Mat. 7:1, 2.
Ciertamente, el permitir que nos pongamos duros es desamoroso. Viola el mandamiento de ‘amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.’ ¿Cómo podemos siempre comprender las razones por cierta acción? No podemos leer el corazón, ¿no es cierto? No, solamente Dios puede hacer eso. El sufrir lo malo debería ablandarnos, hacer que seamos más compasivos para con otros, más contritos para con Dios. Si dejamos que el mal nos endurezca, entonces estamos poniéndonos de parte de Satanás, porque estamos permitiendo que el mal nos aparte de Dios, lo cual es exactamente lo que Satanás se jactó que podría lograr por medio de infligir mal a la humanidad.—Mat. 22:39.
ANTÍDOTOS
¿Cómo podemos impedir que el mal nos endurezca, y, en vez de eso, dejar que nos ablande? Una manera es por medio de tener presente ejemplos bíblicos de personas que sufrieron el mal y no obstante no permitieron que los endureciera. Los antiguos israelitas en la esclavitud en Egipto no permitieron que el mal los endureciera, sino más bien clamaron a Dios por ayuda. Él los oyó y a su debido tiempo los libró. (Éxo. 2:23) La fe y la oración son, por lo tanto, dos de las ayudas más grandes para dejar que el mal nos ablande en vez de que nos endurezca. Sí, tenga fe en que “solo un poco más de tiempo y ya no existirá el inicuo. . . Pero los mansos mismos poseerán la Tierra.”—Sal. 37:10, 11.
Hoy día muchos sufren males políticos, económicos o sociales injustamente. Pero más bien que dejar que cualquiera de estas cosas o todas ellas les endurezcan y hagan que amargamente dediquen su vida entera a la lucha contra estos males, ellos dejan que estos males les ablanden de modo que acudan a Dios por ayuda. Entonces cuando Sus testigos les visitan están dispuestos a recibir las buenas nuevas del reino de Dios y como resultado se hacen más felices aun mientras aguantan tales males que lo que jamás hubieran podido ser si se hubieran librado de los males pero continuado sin la esperanza del reino de Dios.
Otra gran ayuda a que el mal nos ablande y no que nos endurezca es la humildad. La humildad nos hace blandos, flexibles, dóciles, capaces de “doblarnos” en buena dirección. El mal hace que los orgullosos se endurezcan, como sucedió en el caso de Faraón, de modo que no puedan doblarse sino que se hiendan y se quiebren bajo la tensión. El mal roba a los orgullosos todo el gozo de la vida. ¡Qué insensatos! Los humildes, por otra parte, aprecian que la vida vale la pena hasta con sus males, y por eso siguen el derrotero sabio de sacar el mayor provecho posible de las circunstancias. Se mantienen blandos, de genio apacible y sumisos.
El cultivo de las cualidades excelentes de la paciencia, el aguante y longanimidad también nos ayudará a mantenernos blandos a pesar de los males. Considere cuán sufrido fue Jehová con el género humano descarriado antes del Diluvio, con la nación de Israel, y ahora es con el mundo inicuo actual. Si el Todopoderoso Dios, quien podría poner fin a los males inmediatamente, está dispuesto a aguantarlos, y deben de afligirle mucho más a él que a cualquiera de sus hijos terrenales imperfectos, entonces seguramente deberíamos procurar cultivar la paciencia, el aguante y la longanimidad para poderlos aguantar sin quejarnos. Apreciando los buenos motivos de Dios para permitir el mal—la vindicación de su nombre y la salvación de criaturas —podemos evitar que el mal nos endurezca.
Pero, sobre todo, se necesita amor si quisiéramos que el mal nos ablande en vez de que nos endurezca. El amor para con Dios hará que nos sometamos a todo cuanto permita él que nos sobrevenga en cuanto al mal. El amor a nuestro prójimo hará que nos hagamos cargo de las maneras en que él pudiera habernos perjudicado. Y seguramente, si hemos de ‘amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen’ no podemos permitir que nos endurezcamos para con ellos, ¿no es así? Por lo tanto, no olvidemos nunca esto: “El amor es sufrido y servicial. . . . No lleva cuenta del daño.”—Mat. 5:44; 1 Cor. 13:4, 5.
El dejar que el mal nos ablande es el único proceder sabio. Conduce al contentamiento, paz de corazón y mente, y paz y unidad con nuestros congéneres. Por otra parte, el dejar que el mal nos endurezca es imprudente y obra daño a nosotros mismos así como a otros. Es el proceder del orgullo, de la presunción y del egoísmo. La fe, la oración, la humildad, el aguante paciente y el amor a Dios y al prójimo nos mantendrán blandos. Al mantenernos blandos, seremos recipientes de las bendiciones de Dios tanto ahora como en su nuevo mundo cuando el mal ya no existirá más.