La sabiduría de Dios
Una serie de preguntas que el Todopoderoso Dios le hizo a Job puede conducirnos en el camino de la sabiduría verdadera.
¡INFINITA es la sabiduría de Dios! Y grande es el poder de Aquel que todo lo puede y quien ha hecho todas las cosas. Sí, sus creaciones en el cielo y en la Tierra dan testimonio de su supremacía y sabiduría insondable. Su sabiduría que se manifiesta en la naturaleza, tanto inanimada como animada, nos incita a adorar y glorificarle, de ese modo manteniéndonos humildes. Al hombre sobre la Tierra él pregunta:
“¿Puedes tú atar firmemente las ligaduras de la constelación Kimah, o puedes soltar las mismísimas cuerdas de la constelación Kesil? ¿Puedes tú sacar la constelación Mazzaroth a su tiempo señalado? Y en cuanto a la constelación Ash al lado de sus hijos, ¿puedes tú conducirlos? ¿Has llegado a conocer los estatutos de los cielos, o podrías tú poner su autoridad en la tierra?”—Job 38:31-33.
El Todopoderoso Dios hizo surgir esas preguntas para manifestar la pequeñez del hombre, tanto respecto a sabiduría como a poder, cuando se le compara con su Creador. ¿Puede el hombre controlar las muchas constelaciones celestiales en las cuales se refleja la sabiduría de Dios? “Hay 88 constelaciones reconocidas en los cielos ahora,” dice Jaime S. Pickering en 1001 Questions Answered About Astronomy. “Las constelaciones deberían considerarse de la misma manera que entidades geográficas. Designan regiones específicas en la esfera celeste, y son las direcciones de todas las estrellas y otros objetos que se hallan permanentemente dentro de sus límites y de los planetas, cometas, meteoros, el Sol, la Luna y otros visitantes temporáneos a sus regiones. Las constelaciones son infinitas en cuanto a profundidad.”
SU SABIDURÍA EN LOS CIELOS
No sabemos acerca de cuál de las poderosas constelaciones o grupos de estrellas habla el Altísimo Dios en esas preguntas a Job. Muchas personas creen que el término constelación Kesil se refiere a Orión, que la constelación Kimah equivale a las Pléyades y que la constelación Ash es la Osa Mayor. Algunas constelaciones, tales como las Pléyades y Orión, constan de estrellas que dan la apariencia de estar unidas por medio de cadenas o cuerdas; de modo que la idea es: ¿Puede el hombre soltar las abrazaderas de un grupo de estrellas de manera que se desintegre y ya no aparezcan como una constelación fija? ¿Puede el hombre mover estas poderosas estrellas de los lugares que Dios les ha asignado en su sabiduría? El hombre ni puede colocar en orden la constelación amontonada de Kimah ni desalojar las cuerdas de la constelación Kesil. Él solamente puede observar el poder y la sabiduría de Dios.
El maravilloso orden que se manifiesta en la entera esfera celeste se debe a los mandatos que han sido fijados por el Soberano del Universo, Jehová Dios. Dios es Quien puede sacar la constelación Mazzaroth a su tiempo señalado. Dijo Jehová acerca de todas las huestes celestes: “Levanten los ojos muy alto y vean. ¿Quién ha creado estas cosas? Es Aquel que está produciendo el ejército de ellas aun por número, todas las cuales él llama aun por nombre.” (Isa. 40:26) Dios, quien puede llamar todas las estrellas por nombre, es Aquel que las saca llamándolas en sus sazones respectivas; pero eso no es de la incumbencia del hombre. Dios hasta puede hacer que las estrellas salgan a la batalla, como lo hizo en los días de Débora y Barac: “Desde el cielo pelearon las estrellas, desde sus órbitas pelearon contra Sísara.” No está dentro del poder del hombre el ordenar los movimientos de las estrellas, ni se le encarga al hombre dirigirlas.—Jue. 5:20.
Aun si el hombre moderno ha adquirido un poco de conocimiento acerca de “los estatutos de los cielos,” ¿puede él poner la autoridad de éstos en la Tierra? Las leyes de la naturaleza son los pensamientos de Dios. En su sabiduría él originó estas leyes que guían a los cuerpos celestes. El hombre sabe que los cuerpos celestes ejercen una influencia dominante en nuestro clima, en las mareas y en la atmósfera, sin embargo, ¡qué absolutamente impotente es él en cuanto a ejercer dominio alguno! Los cuerpos celestes, tales como nuestro Sol, ejercen autoridad de maneras extraordinarias, como dice el libro Our Astonishing Atmosphere:
“Las secciones oscuras en el Sol que nosotros llamamos manchas solares según se cree son secciones de actividad intensa. Grandes oleajes de solevantamiento atómico surgen hirviendo desde dentro del Sol. Acompañan estas erupciones solares llamaradas enormes que pueden verse extendiéndose hacia fuera desde la superficie del Sol al espacio. Y asociados con las llamaradas hay chorros de partículas atómicas cargadas de electricidad que son arrojados del Sol como agua de una manguera. . . .Cuando las manchas solares están activas se perturba el magnetismo de la Tierra. Las agujas de las brújulas se desordenan, y la Tierra se porta como si fuese un imán bajo la influencia de tremendas corrientes eléctricas que pasan cerca de ella. Inmediatamente después de observarse una llamarada de mancha solar hay una perturbación de radiocomunicaciones en la sección de la Tierra alumbrada por el Sol. Y un día después viene la tempestad magnética, la aurora, y una perturbación adicional de radiocomunicaciones, menos severa que la primera pero que afecta toda la Tierra. Corrientes eléctricas que se desarrollan en la corteza de la Tierra pueden ser suficientemente poderosas como para trastornar las comunicaciones telefónicas también.”
SABIDURÍA EN LAS NUBES
Si el hombre no puede controlar los estatutos de los cielos y ejercer autoridad sobre los cuerpos celestes, ¿qué hay de aquello que está más cerca de nuestra Tierra—las nubes? Dios pregunta: “¿Puedes tú elevar tu voz siquiera a la nube, de modo que una masa henchida de agua misma te cubra? ¿Puedes enviar relámpagos para que vayan y te digan: ‘¡Aquí estamos!’? ¿Quién puso sabiduría en las capas de nubes, o quién dio entendimiento al fenómeno del cielo? ¿Quién puede enumerar con exactitud las nubes con sabiduría, o los jarrones de agua de los cielos—quién puede volcarlos, cuando se derrama el polvo como dentro de una masa derretida, y los terrones mismos de la tierra llegan a pegarse?”—Job 38:34-38.
¿Quién es el que puede elevar su voz a la nube de modo que ella suelte una abundancia de lluvia? No Job. Ningún hombre puede mandar a una nube que aparezca sobre él y luego ordenarle que suelte su agua. El proceso de soltar una nube su agua muestra gran sabiduría. La investigación de la física de las nubes ha logrado mucho progreso, pero lo que ya se ha aprendido es que es uno de los muchos fenómenos complejos del cielo. Hay muchos factores implicados en el proceso de la lluvia acerca de los cuales sabe muy poco el hombre. Dice el libro The World We Live In:
“Los procesos por medio de los cuales una nube produce lluvia permanecen oscuros; parece que varios mecanismos pueden funcionar, variando con la temperatura de la nube. En el helado estrato superior de nubes elevadas se cree que vapor de agua se congela en minúsculos cristales de hielo flotantes que siguen creciendo hasta tener suficiente peso como para caer. Al llegar a alturas más templadas se derriten y descienden como lluvia. A alturas inferiores pueden formarse gotas de lluvia mediante la sencilla coalescencia de gotitas minúsculas en gotas más grandes. Pero parece que hay otros requisitos. Una teoría demanda la presencia de núcleos microscópicos, en la forma de polvo o de partículas de sal, sobre los cuales el vapor de agua puede condensarse para formar las gotitas en las nubes. Otra teoría sostiene que la electricidad desempeña un papel esencial en la formación de la lluvia.”
¡Verdaderamente sabiduría en las capas de nubes! Y ¿quién tiene la sabiduría para enumerar con exactitud las innumerables nubes? Aquél acerca de quien se dice: “Él está contando el número de las estrellas,” el gran Hacedor de nubes y Hacedor de lluvia, Jehová. (Sal 147:4) Jehová, el Origen de toda sabiduría, determina el número de las nubes y cuándo su contenido ha de derramarse sobre la Tierra.
Dios asemeja las nubes llenas de agua a jarrones de agua en el cielo, y Él puede vaciarlos según le plazca. Y cuando las nubes han derramado lluvia en abundancia, de modo que el polvo llega a ser fango y los terrones se adhieren uno a otro, ¿quién puede sellar esos jarrones del cielo e impedir que caiga más lluvia? Jehová puede retener la lluvia así como producirla. El profeta Elías oró que Dios retuviera la lluvia: “Elías era hombre de sentimientos semejantes a los nuestros, y no obstante en oración él oró que no lloviera; y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y él volvió a orar, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto.” (Sant. 5:17, 18) Los hombres que tienen sabiduría verdadera adoptan las palabras de Jeremías: “¿Existe entre los ídolos vanos de las naciones alguno que pueda derramar lluvia, o pueden aun los cielos mismos dar aguaceros copiosos? ¿No eres tú Ese, oh Jehová nuestro Dios? Y nosotros esperamos en ti, porque tú mismo has hecho todas estas cosas.”—Jer. 14:22.
Junto con la lluvia y las nubes a menudo hay relámpagos. ¿Puede hombre alguno dar vida a los relámpagos, de modo que cumplan sus deseos? Tal vez maneje el hombre fuerzas eléctricas, pero los relámpagos, ¿quién puede enviarlos y quién puede controlarlos? En las palabras de Dios a Job los relámpagos son representados como dando un informe a Dios de haber llevado a cabo su tarea: “¡Aquí estamos!” ¿Podía Job lograr que los relámpagos hicieran eso para él? Una de las tareas asignadas del relámpago es la de abonar la tierra eléctricamente. “El relámpago es el mayor productor de compuestos de nitrógeno del mundo,” dice Science Digest de julio de 1956. “En formas muy diluidas, estos compuestos caen a tierra con la lluvia. . . . Hasta se considera posible que sin el relámpago, casi toda la vida vegetal de la tierra tal vez verdaderamente se marchitaría y se moriría.” ¡Qué sabiduría en el relámpago! “El estudio científico del relámpago ha estado llevándose a cabo por más de doscientos años,” informa el libro Our Astonishing Atmosphere. “Aunque el relámpago ha sido reconocido por mucho tiempo como un gigantesco destello eléctrico, su causa y comportamiento detallados han permanecido misterios hasta el tiempo presente.”
SU SABIDURÍA EN LA CREACIÓN ANIMAL
Jehová ahora toma de la creación animal ejemplos de su sabiduría, ilustrando las distintas dotes y capacidades de las criaturas vivientes. Jehová pregunta: “¿Puedes tú cazar presa para el león mismo y puedes satisfacer el vivo apetito de leones jóvenes, cuando se agachan en los escondrijos, o siguen yaciendo en la guarida para un acecho? ¿Quién prepara para el cuervo su alimento cuando sus crías claman a Dios por ayuda, cuando siguen vagando en derredor porque no hay nada que comer?”—Job 38:39-41.
Toda la creación animal manifiesta la obra sin par y la providencia amorosa de Dios más allá de la comprensión humana. Aun antes que el hombre fuese creado y se le diera dominio sobre los peces y aves y bestias y cosas que se arrastran, Dios hacía provisión para estas criaturas, tanto el león como el cuervo. Dios le pregunta a Job si él aceptaría la tarea de proveer alimento para los leones. ¿No estaba esto mucho más allá de su poder? Los leones pueden valerse solos. “Los leones jóvenes crinados están rugiendo por la presa y por buscar su alimento de parte de Dios mismo.”—Sal. 104:21.
El cuidado de Dios no llega a su fin con el noble león; se extiende aun al cuervo, aunque fuese éste inmundo según la ley mosaica. (Deu. 14:11-14) El cuervo fue la primera criatura en salir del arca y permanecer fuera y confiar en que Jehová Dios proveería para él en la Tierra limpiada por el Diluvio global. (Gén. 8:6, 7) No solo se halla en lugares desolados el hogar del cuervo, sino que su alimento es escaso y tiene que ser buscado sobre una amplia extensión de terreno, como se indica por su costumbre de volar en derredor sin descanso buscando alimento. Obtienen de Dios su alimento. El mismo Hijo de Dios dijo: “Noten bien que los cuervos ni siembran semilla ni cosechan, ni tienen granero ni almacén, y sin embargo Dios los alimenta. ¿De cuánto más valor son ustedes que las aves?” (Luc. 12:24) Puesto que Dios provee para el cuervo inmundo, podemos estar seguros de que él no olvidará ni abandonará a aquellas personas que ponen su confianza en él.
Dios cuida de los animales silvestres en la estación de la mayor necesidad de ellos. El instinto de ellos proviene directamente de Dios y les guía a ayudarse a sí mismos al parir. De manera que Dios le pregunta a Job: “¿Has llegado tú a saber el tiempo señalado para que las cabras monteses del despeñadero paran? ¿Observas tú precisamente cuándo paren las ciervas con dolores de parto? ¿Cuentas los meses lunares que ellas cumplen, o has llegado a saber el tiempo señalado en que paren? Se encorvan cuando echan sus crías, cuando se deshacen de sus dolores. Sus hijos se hacen robustos, llegan a ser grandes en el campo raso; en realidad se van y no vuelven a ellas.”—Job 39:1-4.
¿Puede hombre alguno mantener un registro exacto de todos estos acontecimientos y ejercer tal cuidado providencial sobre estas criaturas, las cabras monteses y las ciervas, como para preservarlas de peligros durante el tiempo de su parto? Las cabras monteses y las ciervas continúan de generación en generación, pero no debido al cuidado de parte del hombre. Si el hombre siquiera supiese cuándo hubieran de parir, ¿podría atenderlas como lo puede a animales domésticos?
El hombre tiene dificultad en siquiera acercarse a cabras monteses, para observarlas en el estado silvestre. “Las altas montañas,” escribió el salmista, “son para las cabras monteses.” (Sal. 104:18) En un tiempo Saúl acechaba a David “sobre las desnudas peñas de las cabras monteses.” (1 Sam. 24:2) Los acantilados solitarios sobre el mar Muerto en el desierto de Engadí deben de haber sido guaridas especiales para cabras monteses. Pero dondequiera que vivan, el hombre no halla que sea cosa fácil el acercarse a ellas, como escribió el viajero suizo Juan Burckhardt en su obra Travels in Syria:
“A medida que nos acercábamos a la cumbre del monte [Sta. Catalina, adyacente al monte Sinaí], vimos de lejos un hato pequeño de cabras monteses paciendo entre las peñas. Uno de nuestros árabes nos dejó, y por medio de una ruta larga y tortuosa procuró llegar a sotavento de ellas, y suficientemente cerca como para disparar sobre ellas; él nos prescribió que nos mantuviéramos a vista de ellas y que nos sentáramos para no alarmarlas. Él casi había llegado a un lugar favorable detrás de una peña, cuando las cabras repentinamente huyeron. No podían haber visto al árabe; pero el viento cambió, y por eso lo olieron.”
Así como las cabras monteses se valen sin el hombre, igualmente lo hacen las ciervas. Mediante el instinto dado por Dios, cuando la cierva sabe que está a punto de parir, ella se recluye en el bosque y esconde su cría y la cuida. Sus crías pronto “se hacen robustos” y “se van y no vuelven.” Se valen a sí mismos, cuidados por Dios.
Las preguntas de Jehová a Job deberían incitarnos a adorarle, a confiar en él y a estudiar, no solamente su Libro de la naturaleza, sino su Palabra escrita, el Libro de sabiduría dadora de vida. Entonces nuestra gratitud por su bondad será aumentada: “Respondan a Jehová con gracias; . . . al que cubre de nubes los cielos, al que prepara lluvia para la tierra, al que hace brotar hierba verde en las montañas. A las bestias él da su comida, a los cuervos jóvenes que siguen clamando.” “Jehová es bueno para con todos, y sus misericordias están sobre todas sus obras.”—Sal. 147:7-9; 145:9.