¿Es prudente seguir a la muchedumbre?
COMO el imán atrae al metal, así las muchedumbres atraen a la gente. Unas cuantas personas que se apresuran por las calles pueden, en minutos, convertirse en una poderosa ola de humanidad. Individualmente los miembros pueden ser ciudadanos decentes, respetables, pero de alguna manera esto a menudo cambia cuando llegan a formar parte de la muchedumbre.
Roberto F. Goheen, presidente de la Universidad de Princeton, comentó sobre esto después que una muchedumbre de estudiantes sin provocación se desenfrenó y dejó tras sí daño y destrucción que ascendieron a millares de dólares. “Personas de otra manera responsables,” dijo, “cesan de ser personas, y en la ‘mente’ de los implicados así, los derechos y personas de otros igualmente llegan a ser inexistentes. La fuerza colectiva de impulsos brutales gobierna al instante, y las otras personas pierden significado salvo si por casualidad se interponen y así llegan a ser o estorbos o juguetes para la chusma. Y tales son los caminos extraños del psyche que aun después del suceso muchas personas implicadas no comprenden lo que les sucedió ni a lo que han contribuido.”
Ilustra la insensatez de una muchedumbre excitada un incidente del verano pasado en Tuscaloosa, Alabama. Se esparció un rumor de que, para promover la integración, un artista de cine había llevado a una mujer de la raza negra a un cine recién integrado. Una muchedumbre avanzó hacia el teatro. Centenares siguieron. Pronto hubo una enorme y encolerizada chusma que lanzaba ladrillos, piedras y botellas, y el resultado fue mucho daño–aunque el rumor era falso.
Aun cuando una muchedumbre de personas mundanas aparentemente tenga un motivo inocente quizás sea peligroso e imprudente seguirla. Por ejemplo, hace unos cuantos años se juntó una muchedumbre fuera de un hotel de Chicago para ver al entonces vicepresidente de los EE. UU. Ricardo Nixon, que estaba allí con sus dos hijas. “Yo estaba solo a unos cuantos pasos de distancia,” dijo el jefe de la seguridad policíaca, Carlos Pierson. “Pero la muchedumbre avanzaba con tanta fuerza que yo ni siquiera podía levantar los brazos. Las muchachas palidecieron de temor. Si hubiera habido otra embestida de la muchedumbre, posiblemente las muchachas y el vicepresidente hubieran sido pisoteados.”
Se observa que a menudo influye en las muchedumbres mundanas un espíritu vil, animal. Durante ventas especiales en tiendas en la ciudad de Nueva York las compradoras han sido derribadas y pisoteadas en la enloquecida contienda de todas por ser las primeras. Y encolerizadas muchedumbres en los deportes, como la del juego de fútbol de Argentina contra Perú el año pasado, han pisoteado a centenares de personas hasta matarlas en unos cuantos minutos. Parece que la gente pierde todo sentido de decencia y responsabilidad cuando llega a formar parte de estas muchedumbres.
Quizás entre nadie es esto más evidente que entre los jóvenes hoy en día. Individualmente quizás parezcan personas respetables, pero cuando están juntos a menudo se convierten en una muchedumbre depravada de rufianes. Declaró un entrevistador que habló a muchos jovencitos que estaban en dificultades con la ley: “Cuando están todos juntos, tratan de alardear. Pero cuando están solos, hablan más como los muchachitos que realmente son.” La excusa que cada uno da generalmente por su comportamiento es: “Solo estaba siguiendo a la muchedumbre.” Es obvio que a menudo las muchedumbres tienen un efecto malo en sus miembros. ¿A qué se debe esto?
Se debe a que en las muchedumbres las personas pueden satisfacer inclinaciones hacia la maldad dando a su conciencia la excusa de que, puesto que todos los demás lo están haciendo, realmente no debe ser tan malo. Desde que el primer hombre, Adán, cayó de la perfección, la Biblia muestra que todos sus descendientes han nacido en pecado y han sido formados en iniquidad. Su inclinación natural es hacia el mal. Y, desafortunadamente, el disciplinar en justicia que se necesita para vencer estas inclinaciones viles no se encuentra en la mayor parte de las muchedumbres. En cambio, las normas de la muchedumbre a menudo se rebajan al nivel de las de los miembros más bajos, y es muy difícil que otros resistan el ser arrastrados en el derrotero de la maldad.—Sal. 51:5; Gén. 6:5; Rom. 5:12.
Reconociendo los peligros de seguir a una muchedumbre empeñada en el mal, la ley de Dios al pueblo de Israel dijo: “No debes seguir tras la muchedumbre para efectuar fines malos; y no debes testificar en cuanto a una controversia para desviarte con la muchedumbre a fin de pervertir la justicia.” Y se da el consejo en el proverbio bíblico: “Hijo mío, si los pecadores tratan de seducirte, no consientas. Si continúan diciendo: ‘Sí, ven con nosotros . . .’ no vayas en el camino con ellos. Retrae tu pie de su calzada.”—Éxo. 23:2; Pro. 1:10-15.
Esto no significa que todas las muchedumbres son malas, sino que significa, sí, que, antes de seguir a una muchedumbre, es prudente que uno se asegure de adónde se dirige. Determine si las actividades de la muchedumbre están en armonía o no con lo que Dios aprueba. No concluya que, solo porque hay tantos siguiendo un derrotero particular, éste es bueno. La mayoría puede estar equivocada.
No sea como aquellos de quienes habló el profeta de Dios: “No había un solo hombre que se arrepintiera de su maldad, diciendo: ‘¿Qué he hecho?’ Cada uno está regresando al derrotero popular.” El derrotero popular a menudo no es la senda del principio correcto. De modo que lo correcto es separarse de la muchedumbre que pasa por alto las normas justas de Dios. Prescindiendo de la mofa que usted reciba, ¡persista en su decisión! ¡Viva en armonía con los principios rectos y asóciese con los que hacen lo mismo!—Jer. 8:6; 1 Ped. 4:4.
Estos amadores de la justicia han llegado a ser ellos mismos lo que la Biblia llama una “grande muchedumbre.” Así como una muchedumbre cuyos miembros no están disciplinados en justicia puede arrastrarlo a usted a un curso de maldad, así esta muchedumbre de personas que están viviendo en armonía con las normas elevadas de la Palabra de Dios puede ser una poderosa influencia para el bien en su vida. Por lo tanto, colóquese entre la gente que pone a Dios en primer lugar, entre los que rechazan los caminos de la maldad y siguen tras lo que es correcto. De ellos dijo el apóstol Juan: “Vi, y, ¡miren! una grande muchedumbre, que ningún hombre podía contar . . . Y siguen clamando con voz fuerte, diciendo: ‘La salvación se la debemos a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero.’”—Rev. 7:9, 10.