¿Provoca usted a otros?
SIN duda usted ha observado a personas que, al ser provocadas, hicieron y dijeron cosas que no deberían haber dicho y hecho. Quizás hasta lo sintieron y pidieron disculpas después. Probablemente usted haya experimentado tal cólera y haya visto el daño que puede resultar del obrar imprudentemente cuando se está emocionalmente perturbado.
En la Biblia hay un ejemplo sobresaliente de comportarse imprudentemente estando en un estado provocado. Es el de Moisés, que fue provocado a cólera contra los israelitas en camino a la Tierra de la Promesa. Estas personas estaban agitadas y le exigieron agua a Moisés. Dios le dijo a Moisés que hablara a la roca y brotaría agua. Pero Moisés encolerizadamente dijo al pueblo: “¡Oigan, ahora, rebeldes! ¿Es de este risco que les sacaremos agua a ustedes?” (Núm. 20:10) Aquí Moisés cometió un grave error. En su estado provocado dijo: “sacaremos agua a ustedes,” con lo cual usurpó la gloria de Dios. Como Dios le dijo: “Porque no mostraron fe en mí para santificarme delante de los ojos de los hijos de Israel.”—Núm. 20:12.
¿Por qué pecó Moisés con la boca? ¿Por qué se comportó imprudentemente? Algunos echan prestamente toda la culpa a Moisés y dicen que sencillamente perdió la paciencia. Pero, ¿era Moisés un hombre de mal genio, que siempre estuviera buscando una disputa? Exactamente lo contrario es lo cierto. El registro bíblico inspirado nos informa: “Moisés era por mucho el más manso de todos los hombres que estaban sobre la superficie del suelo.” (Núm. 12:3) No, Moisés no era un hombre imprudente; obró imprudentemente en aquella ocasión debido a los actos injustos de otros. Moisés fue provocado, sí, empujado a encolerizarse por las malas acciones de un pueblo rebelde.
Que Moisés fue empujado a la provocación se discierne por el relato del Salmo 106:32, 33, que declara: “Además, [los israelitas] causaron provocación en las aguas de Meriba, de modo que le fue mal a Moisés por causa de ellos. Pues amargaron su espíritu y él empezó a hablar imprudentemente con los labios.” Sí, ellos fueron la causa básica de que él se encolerizara.
¡En ocasiones los israelitas hasta provocaron a cólera a Dios! “Ahora bien, el pueblo se puso como hombres que tienen algo malo de qué quejarse a oídos de Jehová. Cuando llegó a oírlo Jehová, entonces ardió su cólera.” (Núm. 11:1) También, en Deuteronomio 32:21 leemos: “Ellos, por su parte, me han incitado a celos con lo que no es dios; me han enfadado con sus vanos ídolos.” Sí, a Dios mismo se le provocó. ¿Por qué? Debido a las malas acciones de los israelitas. Su cólera fue controlada perfectamente, por supuesto—algo que no sucedió en el caso de Moisés.
Todo esto muestra que el que provoca a otro obra incorrectamente. Una persona pudiera llegar a estar provocada y en esta condición hablar u obrar imprudentemente, puesto que no tiene el control perfecto que Jehová tiene. Es verdad, la persona se comporta incorrectamente. Pero, ¿por qué lo ha hecho? ¡Porque alguien la provocó! Se dijeron cosas o se hicieron cosas que despertaron sus emociones. Ahora bien, entonces, ¿es inocente quien causa el arranque? ¡De ninguna manera! Si no hubiera provocado al otro, entonces ese individuo quizás nunca se hubiera encolerizado hasta el grado de comportarse imprudentemente. Es como en el caso de Moisés. El, siendo “por mucho el más manso de todos los hombres que estaban sobre la superficie del suelo,” ciertamente no hubiera perdido su paciencia si los israelitas no lo hubieran provocado crasamente.
Por eso, aunque usted reconozca que la persona que llega a ser provocada indebidamente está lejos de ejercer amor cristiano, usted también tiene que reconocer el grave error del que hace que otro se encolerice. Es verdad que en la vida cotidiana el amor cristiano “no se siente provocado.” (1 Cor. 13:5) Pero es exactamente tan cierto que el amor cristiano no provoca a otros. Realmente, el provocar a otro innecesariamente es una manifestación de odio: “El odio es lo que suscita contiendas.” (Pro. 10:12) Por supuesto, hay ocasiones en que los que están en puestos de responsabilidad tienen que dar consejo o corregir a otros, lo cual, aunque se haga amorosamente, quizás provoque. Pero éste no es el provocar innecesario en la vida cotidiana que se considera aquí.
Por hablar duramente a otros, por criticar en vez de perdonar, por no considerar la imperfección humana de otros, por irritar continuamente a la gente, una persona se hace provocadora. Entonces difícilmente puede esperar que lo que le suceda sea bueno, porque obra en contra de la mismísima naturaleza del hombre, que no le gusta que otros lo provoquen innecesariamente. Por consiguiente, ¿a qué se asemeja el que uno hable irreflexivamente? La Biblia responde: “Existe el que habla irreflexivamente como con las estocadas de una espada.” (Pro. 12:18) ¿En qué puede resultar esto? “La palabra que causa dolor hace surgir la ira.” (Pro. 15:1) Por eso, si usted provoca a otros, no se sorprenda de ver que despierta la cólera de ellos.
Por consiguiente, realmente es anticristiano el que uno innecesariamente provoque a otros por lo que diga o haga. Esto viola el gran principio, el gran mandamiento que Jesús señaló cuando dijo: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.” (Mat. 22:39) Podría hacer que el prójimo de uno cometiera un error, como fue lo que sucedió con Moisés en Meriba. Y, ¿qué opinión tiene Dios de los que hacen que otros yerren? Su Palabra nos dice: “El que hace que los rectos se desvíen al mal camino caerá él mismo en su propio hoyo.”—Pro. 28:10.
En vez de provocar a otros, la persona sabia cura con sus palabras y hechos. “La lengua de los sabios es una curación.” (Pro. 12:18) La persona sabia comprende que las palabras y acciones provocadoras despiertan a otros a la cólera, por eso evita decir o hacer cosas que provoquen. Trabaja duro para controlarse a fin de producir provecho a su prójimo en vez de producirle dolor. Antes de emprender un proceder que pudiera provocar a otros, la persona sabia se pregunta: ¿Me gustaría que alguien me dijera o me hiciera eso?
Sea como la persona sabia. Trabaje duro para evitar el provocar a otros. Aplique el principio que Jesús dictó concerniente a las relaciones humanas, cuando dijo: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos.”—Mat. 7:12.
Los dichos agradables son un panal de miel, dulces al alma y una curación a los huesos.—Pro. 16:24.