Llevándose bien con otros
¿TIENE usted dificultad en llevarse bien con otros? ¿Qué puede hacerse en cuanto a ello? Por ejemplo, ¿le parece a usted que son muchos lo que lo irritan? Si usted tiene dificultad de esta clase, pudiera preguntarse: ‘¿En qué estriba la dificultad? ¿Se debe a la otra persona o a mí?’ Si parece que toda otra persona está mal, entonces lo más probable es que quizás usted necesite hacer algunos ajustes.
Un ajuste que muchos pueden hacer para llevarse mejor con otros es pasar por alto sus errores o faltas, atribuyéndolos a la imperfección. ¿Por qué hacer un punto en cuestión de algún asunto si éste es de poca importancia? Así aconseja la Palabra inspirada de Dios: “El que oculta la transgresión está buscando amor, y el que sigue hablando de un asunto está separando a los que se conocen unos a otros.”—Pro. 17:9.
Así, al pasar por alto una falta, soportándose unos a otros a pesar de las faltas, uno retiene a un amigo. Es más fácil hacer esto cuando consideramos que la otra persona es imperfecta, que comete errores. Por lo tanto, no espere demasiado de otros, sino conceda lugar al hecho de que ellos no pueden alcanzar la medida de lo que es perfecto. Al no exigir la medida plena de lo que nos corresponde, hacemos concesión por la falta del otro. Esta bondad nos ayuda a llevarnos bien con otros.
Una persona sabia hace concesión, también, por el hecho de que no puede obrar de la misma manera con todas las personas ni tratarlas a todas de la misma manera. Las personas son diferentes; tienen diferente personalidad, diferentes hábitos, diferentes rasgos. Lo que pudiéramos creer que es de buen gusto, otro pudiera considerarlo objetable. A menudo es por asuntos muy pequeños que dos personas no se llevan bien. Por lo tanto, para evitar un choque de personalidades, esté dispuesto a hacer concesiones. Sea flexible.
Por ejemplo, tenemos al apóstol cristiano Pablo. En su actividad de predicación fue prudente; trató de entender la mente de aquéllos a quienes estaba hablando; hizo llamamiento a su raciocinio. (1 Cor. 9:20-22) Cuando les habló a los hombres de Atenas, se refirió al propio altar de ellos y su inscripción “A un Dios Desconocido” y también citó de sus propios poetas para hacer que se entendieran sus puntos. (Hech. 17:22-28) El apóstol Pablo se ajustó a sus puntos de vista. ¿No podemos aplicar el mismo principio al tratar con otros? Para llevarnos mejor con otros, ¿no sería prudente ajustarnos a su personalidad? Esto no quiere decir que transigiríamos en los principios justos, sino que nos esforzaríamos por entender el punto de vista de la otra persona.
La disposición natural de alguien quizás haga que esté tan interesado en otros que desee conocer muchos detalles en cuanto a ellos y lo que han hecho. Debido a este rasgo puede producirse fricción; puede hacerse difícil el que uno se lleve bien con otros, porque algunos quizás consideren que ciertos asuntos son personales. En el interés de las relaciones agradables, ¡cuánto mejor es ser amigable y no obstante, al mismo tiempo, no demasiado personal! Quizás su amigo crea que tiene buena razón para no divulgarle a usted conocimiento en cuanto a ciertos asuntos. Por eso, antes de hacer preguntas, considere si solo pudieran ser una fuente de fricción o no.
Los hábitos o modales de otro quizás sean una fuente de irritación que haga difícil el que usted se lleve bien con él. Quizás sea desarreglado. Si ésa es su debilidad, el continuamente aguijonearlo en cuanto a ello no es la manera de conservar relaciones pacíficas. Por supuesto, esto no significa que uno debe copiar sus hábitos deficientes. Pero antes de criticar, es bueno contar hasta diez—diez de las propias faltas de uno. Después de esto uno podrá estar en un mejor estado de ánimo para dar sugerencias prudentes, si hay algunas apropiadas.
A menudo dos personas de fuerte personalidad no se llevan bien. Quizás ninguna de ellas vacile en insistir en que sus puntos de vista sobre las cosas son correctos. Cuando tales personas están en contacto estrecho, no es raro que siempre estén de riña. Si sobreviene una disputa, es bueno recordar que ninguna puede culpar a la otra por el choque, porque se necesitan dos personas para producir una disputa.
La Santa Biblia reconoce ese hecho, de modo que el consejo inspirado dado en Proverbios 17:14 dice: “El principio de la contención es como el dejar salir uno aguas; por eso, antes que haya prorrumpido la disputa, retírate.” Una menuda fuga en una presa que retiene agua con el tiempo puede resultar en una terrible inundación. De la misma manera, cuando a la cólera y a la irritación se les da una pequeña salida, pueden convertirse en un diluvio de palabras y hechos encolerizados que resulten en daño y perjuicio. Por eso, antes de que alguna discusión lleve a tal resultado, es mejor dejar el tema; o dejar a la persona “antes que haya prorrumpido la disputa,” evitando así un choque perjudicial.
Habiendo personas de tantas personalidades sobre la Tierra, ciertamente es un desafío el llevarse bien con todas ellas. Pero los cristianos están obligados a tratar, porque se les manda: “Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres.” (Rom. 12:18) Para hacer esto los cristianos tienen que ‘vestirse de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia.’ (Efe. 4:24) La “nueva personalidad” se compone de cualidades como gran paciencia, gobierno de uno mismo y apacibilidad, que lo capacitan a uno a llevarse bien aun con personas difíciles de tratar.
Además, la “nueva personalidad” trata de soportar a otros, en armonía con el mandamiento bíblico de estar “soportándose los unos a los otros en amor.” (Efe. 4:2) No obstante, la “nueva personalidad” no se lleva con la muchedumbre mundana en bromear obsceno o conducta incorrecta, tampoco se enciende en irritación y cólera y griterío. La “nueva personalidad” que lo capacita a uno a llevarse bien con otros hace lo que es correcto.
Por lo tanto, pudiera decirse que el que uno pueda llevarse bien con otros da una medida de la madurez cristiana de uno. La persona madura sabe que se necesitan dos personas para producir una disputa; además, no espera demasiado de otros y está dispuesta a pasar por alto la conducta inmatura de otros. Bien sabe que el que pueda llevarse bien con otros refleja un cuadro iluminador de su madurez cristiana.