Una provisión para ayuda espiritual en tiempo de necesidad
CUANDO rugen los vientos de la tormenta y descienden torrentes de lluvia, ¿no es confortante estar en un lugar de refugio y seguridad? O cuando el Sol abrasa la tierra, ¿no es refrescante y conservador de vida estar en un oasis donde abundan agua y sombra?
De manera similar, la congregación cristiana hoy día es un lugar donde uno puede hallar confortación y estímulo. Hace mucho se predijo que en estos días sumamente angustiosos los que ocuparan puestos de responsabilidad en la organización visible de Dios serían como un lugar de escondite de tormentas y como un oasis en tiempo de sequía. El profeta Isaías predijo de los hombres maduros que toman la delantera en la congregación cristiana: “Cada uno tiene que resultar ser como un escondite contra el viento y un lugar de encubrimiento contra el aguacero, como corrientes de agua en campiña sin agua, como la sombra de un fuerte risco en una tierra exhausta.”—Isa. 32:2.
Esta utilidad protectora se manifiesta por tales siervos cristianos maduros en las congregaciones de los testigos de Jehová, no solo cuando ofrecen ayuda individualmente a otros, sino también cuando asuntos de mucha consideración exigen que varios de ellos se reúnan como comité para darle atención a un problema. Tal comité se compone generalmente del superintendente, o siervo de congregación, el siervo auxiliar de congregación y el siervo de estudios bíblicos, o puede incluir a algún otro hermano cristiano maduro.
PUNTO DE VISTA APROPIADO PARA CON EL COMITÉ
Es importante que los de la congregación aprecien la razón por la cual existe este comité. Estos hombres no debieran considerarse como policías espirituales a quienes temer. Es cierto, el superintendente y los otros dos hermanos del comité vigilan por el bienestar espiritual de los de disposición de oveja a su cuidado, pero han de hacerlo amorosamente como pastores, con ternura, y no de una manera arbitraria y dictatorial. No son amos, sino siervos.
Jesús mismo estableció el modelo correcto para los siervos de Dios, particularmente los que tienen mayores responsabilidades con relación a la congregación, en conducta para con sus hermanos. Dijo a sus discípulos: “Ustedes saben que los que parecen gobernar las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen autoridad sobre ellas. No es así entre ustedes; antes, el que quiera llegar a ser grande entre ustedes tiene que ser ministro de ustedes.”—Mar. 10:42-44.
Para demostrar esto, Jesús lavó los pies de sus discípulos, estableciendo de este modo un ejemplo de humildad. Los seguidores de Cristo hoy día, especialmente el comité de la congregación, deben cultivar tal humildad. Con referencia a esto el apóstol Pedro dijo: “Cíñanse con humildad de mente los unos para con los otros, porque Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes. Humíllense, por lo tanto, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los ensalce al tiempo debido.”—1 Ped. 5:5, 6; Juan 13:1-17.
Al tener el comité de la congregación tal punto de vista correcto de su relación para con sus hermanos, cada uno de la congregación puede sentir que estos siervos están allí para ayudar a cualquiera que desee consultarlos. No estarán bajo la impresión de que estos hermanos responsables están procurando exponer sus faltas. Lo contrario es cierto. Están buscando oportunidades para ayudar, y éste es el caso especialmente con relación a los que puedan estar experimentando dificultades.
LOS QUE EXPERIMENTAN DIFICULTADES
En ciertas ocasiones un cristiano puede cometer un acto que mortifique su conciencia. Tal vez no haya sido premeditado, pero puede haber sido vencido por la tentación. Cuando sucede tal dificultad, querrá hablar con un hermano maduro de la congregación, y esto está en armonía con el consejo bíblico: “Hermanos, aun cuando un hombre da algún paso en falso antes de darse cuenta de ello, ustedes que tienen las debidas cualidades espirituales traten de restaurar a tal hombre con espíritu de apacibilidad, a la vez que cada uno de ustedes se vigila a sí mismo por temor de que también sea tentado. Sigan llevando las cargas los unos de los otros, y así cumplan la ley del Cristo.”—Gál. 6:1, 2.
De modo que es bueno que una persona que tenga un problema serio se dirija a un hermano maduro, uno que tenga cualidades espirituales, y procure la ayuda de él. Ese hermano maduro podría ser el superintendente de la congregación o uno de los otros miembros del comité. Además, en algunos lugares, hay otros hombres de madurez semejante en la congregación y también puede uno dirigirse a ellos con confianza cuando necesite ayuda. Esto no quiere decir que uno está obligado a ir regularmente a otra persona en la congregación y confesar todo pequeño error que cometa. Todos somos imperfectos y deficientes de la norma de justicia de Dios. Como lo declaró el apóstol Pablo: “Todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios.” (Rom. 3:23) Es por eso que Jesús, al enseñar a sus seguidores cómo orar, les dijo que incluyeran en su petición a Dios este pensamiento: “Perdónanos nuestras deudas, como nosotros también hemos perdonado a nuestros deudores.”—Mat. 6:12.
Sin embargo, cuando surgen dificultades más serias, entonces es el momento de buscar el consejo de un hermano maduro. Jehová Dios, quien conoce nuestras debilidades, por este motivo ha hecho arreglos amorosos para que recibamos ayuda de nuestros hermanos cuando más la necesitamos. Observe lo que Santiago 5:14-16 declara con respecto a esto: “¿Hay alguno enfermo entre ustedes? Que mande llamar a los hombres de mayor edad de la congregación, y que ellos oren sobre él, untándolo con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto, y Jehová lo levantará. También, si hubiere cometido pecados, se le perdonará. Por lo tanto confiesen abiertamente sus pecados los unos a los otros y oren los unos por los otros, para que sean sanados. El ruego del hombre justo, cuando está en acción, tiene mucho vigor.”
La ayuda que los hombres maduros pueden brindar es una provisión que Jehová ha hecho para nuestro bien, y no solamente un arreglo por el cual ciertos individuos son asignados para inspeccionar lo que todos los demás hacen. Es patente que, cuando una persona comete pecados graves hay evidencia de debilidad espiritual. Una persona en esta condición necesita ayuda para vencer sus dificultades, y es prudente si pide esa ayuda.
Hay grave peligro al no pedir esta ayuda. Si una persona en dificultad no lo hace, puede hallar que se habitúa a un derrotero de pecado hasta que se hace irreformable o, aunque no repita el mal, puede apartarse de la asociación con la organización de Jehová por temor de que alguien pueda enterarse de su mala conducta. Cuánto mejor para el pecador es reconocer humildemente que hay ocasiones cuando necesitamos ayuda y de este modo aprovecharse de la provisión amorosa que Jehová ha hecho.
Recuerde lo que dice Proverbios 28:13: “El que está encubriendo sus transgresiones no tendrá éxito, pero a aquel que está confesando y abandonándolas se le mostrará misericordia.” De modo que si alguien ha caído en una conducta pecaminosa y está verdaderamente arrepentido de ello, lo demuestra, no ocultando su transgresión, sino confesándola, buscando ayuda, y de allí en adelante evitando cuidadosamente las circunstancias que podrían conducir a una repetición del mal.
NOTIFICANDO AL COMITÉ
¿Es necesario, cuando el pecador procura el consejo de un individuo maduro, informar a todo el comité de cada caso de falta? En este sentido es bueno recordar que no se ha asignado a los miembros de comité el inspeccionar todo lo que hacemos. Sencillamente quieren ayudar a nuestros hermanos a andar por el camino que merece la sonrisa de aprobación de Jehová.
De modo que si un hermano o hermana de la congregación se dirige a un hermano que cree que podrá ayudarlo espiritualmente, ese hermano usualmente se alegrará al poder ser de ayuda. Si es realmente un hermano con “cualidades espirituales,” desde luego, no le va a decir sencillamente al malhechor que se olvide de sus acciones no cristianas. Buscará evidencias de que el malhechor está sincera y humildemente arrepentido y lo ayudará a tomar cualesquier pasos que sean necesarios para enmendar el mal que ha cometido. En algunos de estos casos quizás al hermano le parezca que el consejo que puede ofrecer de la Palabra de Dios satisface las necesidades del caso y que es suficiente para “restaurar a tal hombre.” Si es así, el asunto puede quedarse solamente entre los dos. No hay necesidad de llevarlo más allá.
Por supuesto, si llegase a conocerse, en el curso de tal conversación, que se ha cometido repetidamente un mal de la clase mencionada en 1 Corintios 5:11, debiera traerse a la atención del comité de la congregación. Tal pecado repetido es un asunto serio, pero si el malhechor mismo ha confesado voluntariamente y desea sinceramente hacer lo que es propio a vista de Jehová, pudiera ser que se le pueda ayudar.
Ciertos otros casos que quizás no impliquen la repetición de un pecado también debieran traerse a la atención del comité, y esto aplica aunque se haya suministrado el consejo necesario y ayuda para la restauración espiritual. Estos incluyen casos de inmoralidad sexual que afectan a otras personas, ya sea que se hayan cometido por adultos o menores dedicados y bautizados, y otras faltas serias que hayan llegado a ser de conocimiento público o que fácilmente pudieran llegar a ser tema de conversación en la congregación.
Pero cuando se llevan asuntos serios al comité de la congregación, ¿quiere decir esto que una persona puede esperar entonces ser expulsada de la congregación? No, no quiere decir esto de ningún modo. El comité está allí para ayudar a los que quieren servir a Jehová. No olvidemos que el capítulo cinco de Santiago declara que cualquiera que esté espiritualmente enfermo debería llamar a los hombres de mayor edad de la congregación para que lo ayuden. ¿Con qué resultados? ¿Lo azotarían? No, le aplicarían el consejo provechoso de la Palabra de Dios. Orarían sobre él. Y si hubiera cometido pecados y estuviera verdaderamente arrepentido, pues, el texto citado dice que se les perdonarán.
Sin embargo, si estos miembros representativos de la congregación han de extender misericordia a uno que ha cometido un pecado grave, tienen que hacerlo en armonía con la Palabra escrita de Dios. No es sencillamente asunto de mostrarle misericordia porque le tienen lástima. Deben cerciorarse de que hay base para la misericordia, que el individuo está verdaderamente arrepentido. Si el malhechor está arrepentido solamente porque alguien descubrió su falta, y no le pesa por haber cometido el mal, o si es indiferente y procura justificarse, entonces, por supuesto, no está verdaderamente arrepentido y Dios no lo perdonará. El comité no estaría autorizado por la Palabra de Dios a extenderle misericordia a tal persona no perdonada.
La acción tomada por el comité, que debe determinarse después de una consideración con oración, depende en gran manera de las circunstancias. Puede ser que en algunos casos bastará un buen consejo bíblico. Por otra parte, si el mal que se ha cometido es serio, probablemente sería prudente no tener a esa persona en la plataforma para impartir instrucción a otros en la congregación, por lo menos después de un período apropiado de tiempo. Esto le da oportunidad al malhechor a suministrar pruebas de su arrepentimiento durante un período de tiempo y también les brinda a los hermanos maduros oportunidad para fortalecerlo espiritualmente.
Si el mal que se cometió no fue un escándalo público, pero suficientemente serio para requerir disciplina, entonces el que ha errado puede ser puesto bajo una prueba que no se anuncia a la congregación. Durante este tiempo, por lo general un año, se le debiera brindar ayuda espiritual regularmente para vencer su dificultad. Entonces se le levanta la prueba, nuevamente sin anunciarse a la congregación. ¡Qué provisión amorosa de Dios para los verdaderamente arrepentidos que caen en una falta seria!
Si el pecado fue ofensivo y llegó a ser un escándalo público, entonces cuando se muestra misericordia, se impone otra vez un período de prueba, pero en este caso se anuncia a la congregación. Sin embargo, en este caso, como en el de una prueba que no se anuncia, hay un esfuerzo amoroso por ayudar al pecador.
Sin embargo, hay algunas personas que han entrado a la organización limpia de Jehová y que han sido bautizadas y que con el transcurso del tiempo demuestran que no son verdaderamente cristianas. Les agrada la asociación de los testigos de Jehová porque se dan cuenta de que son personas muy confiables, y se aprovechan de esto con mala intención. El discípulo Judas escribió respecto a gente de esta clase en el versículo 4 de su carta: “Ciertos hombres se han metido disimuladamente que desde hace mucho han estado señalados por las Escrituras a este juicio, hombres impíos, que tornan la bondad inmerecida de nuestro Dios en una excusa para conducta relajada y que demuestran ser falsos a nuestro único Dueño y Señor, Jesucristo.”
Cuando una persona manifiesta que es de esta clase, un malhechor deliberado, ya sea que haya cometido una falta seria una vez o repetidamente, no tiene entonces ninguna razón por estar en la organización teocrática. Debiera ser expuesto, y es la responsabilidad del comité de la congregación expulsarlo.—1 Cor. 5:11, 13.
De todas las distintas clases de problemas que puedan llegar a la atención del comité de la congregación, se puede ver que ocupa éste un puesto de gran responsabilidad, uno que exige fortaleza espiritual. Pero también es un gran privilegio poder servir a los hermanos, y “hay más felicidad en dar que la que hay en recibir,” dijo Jesús. (Hech. 20:35) ¡Cuán cierto es esto cuando un consejo útil ayuda a los que cometen pecados a ver sus responsabilidades para con Jehová más correctamente y a cumplirlas!
Cuando se ayuda a personas a hacer la voluntad de Dios correctamente y a apreciar el arreglo maravilloso que Jehová ha hecho para estimularlos y confortarlos mediante la congregación, convendrán en que tales “dones en la forma de hombres” son verdaderamente “un escondite contra el viento y un lugar de encubrimiento contra el aguacero, como corrientes de agua en campiña sin agua, como la sombra de un fuerte risco en una tierra exhausta.”—Efe. 4:8, 11, 12; Isa. 32:1, 2.