El orgullo es peligroso
¿SE SIENTE usted atraído a personas que dan la apariencia de siempre estar en lo correcto? Más bien, ¿no lo repelen los que continuamente hacen alarde de sus habilidades, logros, riquezas o posición? ¿No le incomoda a usted que algunas personas están muy prestas a señalar los errores de otros pero rehúsan reconocer sus propios errores, hasta ofendiéndose cuando se llama a su atención alguna flaqueza?
Sí, tales expresiones de orgullo repelen e irritan. No puede haber duda de que el orgullo tiene un mal efecto en otros, derribando más bien que edificando. Puede dar origen a rencores y con el tiempo puede arruinar las buenas relaciones con los semejantes.
¿Qué es exactamente orgullo? Es excesiva autoestimación; un sentimiento irrazonable de superioridad en cuanto a los talentos, sabiduría, belleza, riqueza y rango de uno. Por lo general se despliega exteriormente por un porte arrogante, engreído, presumido.
Dado que el orgullo es una falta común entre los hombres imperfectos, hacemos bien en controlarlo y así evitar sus efectos perjudiciales. Esto requiere que desarrollemos o mantengamos un reconocimiento sincero del hecho de que el orgullo no tiene base sana. Prescindiendo de raza, nacionalidad, educación, habilidades, logros o circunstancias económicas, todos los humanos somos pecadores y prole de pecadores. Eso no es motivo para alardear, ¿verdad?
Sin embargo alguien quizás diga: ‘He trabajado duro por la posición o prominencia de que disfruto ahora.’ Pero ¿le da eso alguna base para ser orgulloso? Bueno, ¿se dio él mismo la capacidad para desarrollar algún talento o habilidad? Si hubiera nacido con grandes limitaciones mentales o físicas, ¿lo habrían capacitado sus esfuerzos más concienzudos para siquiera acercarse a sus logros presentes? Un argumento registrado en las Santas Escrituras presenta el modo equilibrado de ver esto. Leemos: “¿Quién hace que tú difieras de otro? En realidad, ¿qué tienes tú que no hayas recibido? Si, pues, verdaderamente lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?”—1 Cor. 4:7.
Además de una evaluación apropiada de uno mismo, el respeto a la dignidad del prójimo es vital para controlar el orgullo. El consejo de la Biblia es: “No [hagan] nada movidos por espíritu de contradicción ni por egotismo, sino considerando con humildad de mente que los demás son superiores a ustedes.”—Fili. 2:3.
Es bueno que el cristiano reconozca que otros compañeros creyentes pueden tener ciertas cualidades superiores a las suyas. Quizás sean dechados en mostrar amor, bondad, simpatía o consideración. Puede que años de estudio bíblico les hayan suministrado a algunos un entendimiento excelente de principios bíblicos y su aplicación al vivir cotidiano. Aunque quizás otros no sean particularmente sobresalientes en conocimiento, tal vez hayan tenido mucha experiencia valiosa en la vida. Se puede aprender algo de ellos, también, aunque solo sea el reconocer que puede haber más que una sola manera de considerar los asuntos. Esto impedirá el que uno cometa el error de tratar de encajar a todos en el mismo molde y el ser dominantes al tomar decisiones o al rechazar sugerencias.
El que un hombre haga que otro se sienta inferior debido a considerarse superior en conocimiento, habilidades o experiencia es peligroso. En la congregación cristiana, por ejemplo, un siervo ministerial pudiera abordar a un anciano con una sugerencia. Ahora bien, ¿qué pudiera ser el resultado si el anciano lo desairara sin considerar debidamente su sugerencia, dando a entender al siervo ministerial que no le correspondía hacerlo? ¿No se sentiría lastimado y entristecido el siervo ministerial porque se le había mal entendido? Al mismo tiempo el despliegue de orgullo, aunque leve, puede rebajar el punto de vista que el siervo ministerial tiene del anciano. Al haber puesto en tela de juicio sus motivaciones sin ninguna razón válida, el siervo ministerial pudiera concluir consciente o inconscientemente que el juicio del anciano en conjunto quizás no sea tan bueno. Sintiéndose lastimado por lo que ha sucedido, quizás se desahogue con un amigo allegado y puede que el punto de vista de ese amigo también sea afectado adversamente por un tiempo.
El ejemplo de Jesucristo ciertamente es digno de ser imitado. Él no permitió que el ‘conocimiento lo hinchara.’ (1 Cor. 8:1) Aunque tenía todas las respuestas correctas, no alejó a otros llamando la atención sobre su habilidad, conocimiento, experiencia y sabiduría superiores. No hizo pensar a sus discípulos que después de dejarlos jamás podrían hacer la obra al grado que él la había hecho. Al contrario, expresó confianza en ellos y les otorgó honra, diciendo a sus discípulos: “Muy verdaderamente les digo: El que ejerce fe en mí, ése también hará las obras que yo hago; y hará obras mayores que éstas, porque yo estoy prosiguiendo mi camino al Padre.” (Juan 14:12) Y como cuerpo, los discípulos de Jesucristo sí hicieron obras en mayor escala que las que él había hecho y por un período más largo.—Compare con Mateo 5:14.
Ahora bien, si Jesús como hombre perfecto pudo expresar tal confianza en cuanto a los creyentes, ¿por qué debería concluir algún hombre imperfecto que otros sencillamente no pueden hacer lo que él puede hacer? El hombre que refleja tal modo de pensar orgulloso hace las cosas más difíciles para él mismo y para otros. Desanima a otros de querer trabajar con él porque se les hace sentir inferiores e inmerecedores de confianza. Como resultado, se les roba un grado de interés personal.
Sin embargo, es especialmente peligroso un “espíritu” dominantemente orgulloso. Hace que los que lo poseen resientan la crítica, corrección o disciplina válidas; de hecho, hace que rechacen el consejo de la Palabra de Dios. Esto los lleva a adoptar un modo de vivir que de seguro les acarreará ruina. El proverbio bíblico lo expresa aptamente: “El hombre censurado repetidas veces pero que hace dura su cerviz de repente será quebrado, y eso sin curación.” (Pro. 29:1) Esto se debe a que la persona dominantemente orgullosa se coloca en oposición a Dios y a lo que Él busca en los que Él acepta como Sus siervos. Como dice la Biblia: “Todos ustedes cíñanse con humildad de mente los unos para con los otros, porque Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes.”—1 Ped. 5:5.
Por lo tanto, es vital que los cristianos se esfuercen mucho por mantener bajo control al orgullo. No solo es posible que la persona orgullosa lastime a otros, sino también que pierda la aprobación de Dios y la vida. Verdaderamente el orgullo es peligroso.