¿Se disciplina usted mismo en cosas pequeñas?
UN MINISTRO cristiano de edad madura estaba de pie en una esquina bulliciosa de la sección elegante de Brooklyn Heights, repartiendo invitaciones para escuchar una conferencia bíblica intitulada “¿Aprecia usted la disciplina?” Al ofrecer las invitaciones con una sonrisa amigable la mayor parte de las personas las aceptaba rápidamente, pero una señora vestida con elegancia rehusó, declarando enfáticamente a la que la acompañaba, “¡Yo no quiero disciplina!”
Por su respuesta aquella señora mostró que estaba actuando bajo un popular concepto erróneo en cuanto a disciplina, a saber, que la disciplina es sinónimo de corrección, castigo o azote. Es verdad, a veces se usa en este sentido, como cuando el sabio rey Salomón aconsejó a los padres: “No te abstengas de disciplinar al simple muchacho. En caso de que le golpees con la vara, no morirá.” “La necedad está enlazada con el corazón del muchacho; la vara de la disciplina es lo que la alejará de él.”—Pro. 23:13; 22:15.
Sin embargo, la disciplina también tiene otros significados. La palabra misma proviene del latín disciplina, literalmente “enseñanza, instrucción.” Por eso, Webster define la disciplina también como “entrenamiento o experiencia que corrige, amolda, fortalece, o perfecciona, especialmente las facultades mentales o el carácter moral.” Por eso, un escritor declaró que uno “necesita la disciplina del trabajo duro y el levantarse temprano”; y otro habló de la persona que “se someterá anuentemente a la disciplina severa para adquirir algún conocimiento deseado o alguna habilidad deseada.”
Es verdad, la disciplina en sí no es agradable ni fácil; no es el seguir el derrotero del menor esfuerzo. La Biblia aclara ese punto cuando declara: “Ninguna disciplina parece por el presente ser cosa de gozo, sino penosa; sin embargo después, a los que han sido entrenados por ella, da fruto pacífico, a saber, justicia.”—Heb. 12:11.
Sí, el aceptar disciplina, sea en forma de entrenamiento o de castigo, es el derrotero sabio. Pero es aun mayor sabiduría el disciplinarse uno mismo, el prestar atención al consejo: “Echa mano fuertemente de la disciplina; no [la] sueltes. Salvaguárdala, pues ella misma es tu vida.” Y el lugar para comenzar se halla en las cosas pequeñas.—Pro. 4:13.
¿Por qué? Porque si nos disciplinamos en las cosas pequeñas será más fácil hacer esto en las cosas grandes, cosas de las cuales dependa nuestra misma vida. Por ejemplo, si usted se disciplina en armonía con las palabras de Jesús en Mateo 5:28 por medio de no seguir mirando a una mujer con pensamientos apasionados, no es probable que llegue a ser culpable de inmoralidad grave. Si usted presta atención al consejo entrañado, en 2 Corintios 10:5, haciendo cautivo cada pensamiento a los principios piadosos, hay poco peligro de que usted peque crasamente de palabra o de hecho. Aquí también aplica el principio: “La persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho.”—Luc. 16:10.
Mucho se puede decir a favor de la autodisciplina en cosas pequeñas. En vista de lo susodicho ciertamente contribuye a buenas relaciones con nuestro Hacedor. ¿Estamos propensos a ser descuidados en cuanto a cumplir nuestros votos a Dios? Entonces debemos disciplinarnos, porque se nos dice: “El Dios verdadero está en los cielos pero tú estás en la tierra. Por eso es que deberían resultar pocas tus palabras.” El apóstol Pablo dijo que él se disciplinaba para que no fuera desaprobado por Dios.—Ecl. 5:2; 1 Cor. 9:27.
También, la autodisciplina contribuye a buenas relaciones con nosotros mismos. ¿Con nosotros mismos? Sí, en que contribuye al autorrespeto. Hay gozo y satisfacción en comprender que nos hemos disciplinado y nos hemos hecho hacer algo que sabíamos que deberíamos hacer en vez de diferirlo. Aun cosa tan pequeña como el levantarse cuando suena el despertador en vez de permanecer perezosamente en la cama hasta el último minuto muestra disciplina. De hecho, hay un sentido de bienestar o fuerza que proviene con cada acto de disciplinarse uno mismo en las cosas pequeñas más bien que ceder a las inclinaciones de uno y darse gusto.
Además, la autodisciplina en cosas pequeñas es el derrotero sabio en que contribuye a buenas relaciones con otros. Considere el asunto comparativamente pequeño de nuestra manera de hablar. El habla no disciplinada o es demasiado alta o demasiado baja, demasiado áspera o demasiado amable, o puede ser completamente desaliñada, todo lo cual produce una mala impresión en otros, si es que no los ofende también. Hasta puede usted ofender por no decir una sola palabra, por la manera en que escucha o deja de escuchar cuando otros le hablan. Se requiere autodisciplina para prestar atención respetuosa, para dejar de leer o cualquier otra cosa que esté haciendo, para prestar oídos a quien le hable, pero produce provecho. Lo mismo tiene que decirse en cuanto a disciplinarse usted mismo a la mesa; el no tomar demasiado alimento a la vez, el no comer demasiado aprisa ni demasiado ruidosamente, todo requiere autodisciplina.
¡Cuán importante es la autodisciplina en las cosas pequeñas en cuanto a la salud de uno! El cigarrillo es una cosa pequeña, pero mientras más plenamente se discipline usted mismo, absteniéndose de acostumbrarlo, menos probabilidad tendrá de adquirir cáncer de los pulmones, sin decir nada de una hueste de otros males. ¿Qué hay de la postura? La buena postura requiere autodisciplina, pero ciertamente produce provecho en salud mejorada, no solo en salud física sino también en confianza y serenidad; ¡sí, y hasta en la impresión que usted produce en otros!
El valor de la autodisciplina en el asunto de la diversión tampoco ha de pasarse por alto. Se requiere autodisciplina para apagar el aparato de televisión cuando es hora de acostarse o cuando programas sin valor aparecen en la pantalla, pero, ¿no ahorra esto mucho tiempo y energía? Así mismo se requiere autodisciplina para salir de una reunión social a una hora razonable para obtener un buen descanso por la noche, tan necesario para hacerle justicia a los deberes del día siguiente. También, los deportes son provechosos por un poco, nos dice la Biblia—pero solo si nos disciplinamos en practicarlos con moderación.—1 Tim. 4:8.
No hay duda en cuanto a ello, ¡es el derrotero sabio el disciplinarnos en cosas pequeñas! ¡Con buena razón nos dice la Biblia que ‘echemos mano fuertemente de la disciplina y que no la soltemos’!