La impaciencia pudiera costarle la vida
“PAGA con la vida por su impaciencia.” Esas fueron las impresionantes palabras que encabezaron un pequeño artículo en el periódico alemán Süddeutsche Zeitung del 16 de octubre de 1978. El persistente toque de bocina de un automóvil detenido frente a las barreras que cerraban el paso a un cruce de ferrocarril impulsaron a una joven asistente a elevar prematuramente las barreras. Esto permitió que “un conductor impaciente” pasara. Precisamente cuando ya estaba a mitad del cruce, un tren que venía a toda velocidad dio contra el costado del automóvil. El artículo concluyó: “El conductor de 44 años de edad pagó con la vida por su impaciencia.”
Ciertamente ése es un ejemplo extremo, pero uno que ilustra lo peligrosa que puede ser la impaciencia. Indudablemente usted ha oído hablar de personas que han sufrido recaídas simplemente debido a que se impacientaron y abandonaron el lecho o regresaron a su empleo demasiado pronto tras una seria enfermedad. Y las recaídas pueden ser extremadamente serias, hasta mortales.
Las palabras “paciencia” y “paciente,” así como la palabra “sufrido,” que está estrechamente relacionada con las anteriores, aparecen más de 30 veces en las Santas Escrituras. Un ejemplo interesante se encuentra en 1 Tesalonicenses 5:14, donde se aconseja a los cristianos que “sean sufridos para con todos.” Como lo vierte la Nueva Biblia Española: “Sed pacientes con todos.” ¿Es más fácil decir eso que hacerlo? Es verdad. Pero, ¿por qué? ¿Qué hace que nos impacientemos?
CAUSAS DE LA IMPACIENCIA
A veces la ignorancia puede causar impaciencia. Una persona que no conozca todos los detalles de algo quizás no vea lo necesario de ejercer paciencia. Sin embargo, esa persona quizás actuaría de modo diferente si tuviera conocimiento exacto de todos los hechos. Si el “conductor impaciente” hubiera sabido con exactitud cuán cercano estaba y a qué velocidad venía el tren que más tarde chocó contra él, indudablemente habría mostrado paciencia.
Otra razón para el despliegue de impaciencia puede ser el que uno piense demasiado de sí mismo o se tome demasiado en serio. Apropiadamente, pues, la Biblia dice: “Mejor es el que es paciente que el que es altivo de espíritu.” (Ecl. 7:8) El que es “altivo de espíritu” es impaciente con otras personas que quizás le hagan esperar o le obliguen a aminorar el paso en su actividad. Pero, ¿es el tiempo de él más valioso que el de ellos? Él generalmente parece pensar que lo es. El individuo impaciente es desconsiderado y no tiene empatía, el saber ponerse en el lugar de la otra persona. Se apresura a criticar. No solo es “altivo de espíritu,” sino que tampoco tiene amor.
Sin embargo, prescindiendo de la causa para ello, la persona impaciente pudiera obrar imprudentemente, tontamente. Sí, pues Proverbios 14:29 dice: “El que es tardo para la cólera abunda en discernimiento, pero el que es impaciente está ensalzando la tontedad.” El ejemplo citado al principio ciertamente demuestra lo tonta que puede ser la persona impaciente. ¿Era tan importante lo que aquel conductor impaciente tenía que hacer que no pudiera haber esperado otros dos o tres minutos? Por supuesto, el esperar un poco pudiera haberle hecho llegar tarde a una cita. Pero, según resultaron las cosas, ¡por la impaciencia no cumplió con tal cita en absoluto!
SIENDO “PACIENTES CON TODOS”
¡Con cuánta frecuencia la gente se impacienta con los extraños! Puede que critiquen la manera en que otras personas conducen un vehículo, o quizás se quejen del servicio que los vendedores o camareros les rinden en las tiendas o restaurantes. Pero el ser paciente con los miembros de la familia y los amigos de uno es a veces hasta más difícil. Un vendedor quizás ejerza gran paciencia durante todo el día y trate de complacer a sus clientes, solo para llegar a casa por la tarde y ser todo menos paciente con su esposa e hijos.
¡Sí, a veces ni siquiera somos pacientes con nosotros mismos! Pero esto es importante también, para que no nos desanimemos debido a nuestras limitaciones e imperfecciones. El ser impacientes con nosotros mismos puede llevarnos a pensar que estamos batallando en vano y quizás haga que, por desesperación, nos demos por vencidos en nuestra carrera por la vida. Esto sería muy peligroso.
En el asunto de vestirse uno de la personalidad cristiana, las Escrituras son muy realistas. Aunque enseñan a los cristianos a hacer cambios en su vida, en ningún lugar de la Biblia se afirma que estos ajustes necesarios en la personalidad puedan hacerse de la noche a la mañana; tampoco indican las Escrituras que a toda persona se le hará fácil efectuar estos ajustes. (Col. 3:5-10) Por ejemplo, considere el hábito de fumar. Personas que solían fumar descubrieron que el dejar de fumar cigarrillos no era en verdad muy difícil. Pero otras tuvieron que luchar vigorosamente antes de que finalmente lograran librarse de ese hábito. Con todo, la persistencia de ellas culminó en éxito, mientras que si hubieran sido impacientes pudieran haber fracasado en corto tiempo.
Por supuesto, el mismísimo colmo de la tontedad es mostrar impaciencia para con Dios. Sin embargo, ¿no ha oído usted la queja: “Si Dios alguna vez va a hacer algo en cuanto a la iniquidad, ya es tiempo de que lo haya hecho”? Con razón la Biblia nos asegura: “No es lento Jehová respecto a su promesa, según lo que algunos consideran lentitud, sino que es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea destruido, sino desea que todos alcancen el arrepentimiento.” (2 Ped. 3:9) Extraño como parezca, la mismísima paciencia de Dios es lo que a veces tiende a hacer que nos impacientemos.
¿Qué hay si este sistema de cosas ha durado más de lo que alguna vez hubiéramos pensado o esperado que duraría? Esto no ha sido sin razón. El apóstol Pedro también escribió: “Además, consideren la paciencia de nuestro Señor como salvación.” (2 Ped. 3:15) Un conocimiento exacto de los propósitos de Dios y una humilde evaluación de nuestra propia insignificancia relativa nos permitirá permanecer pacientes.
El escritor bíblico Santiago estimula a los cristianos a ser pacientes, al decir: “Ejerzan paciencia, por lo tanto, hermanos, hasta la presencia del Señor. ¡Miren! El labrador sigue esperando el precioso fruto de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la lluvia tardía. Ustedes también ejerzan paciencia; hagan firme su corazón, porque se ha acercado la presencia del Señor.”—Sant. 5:7, 8.
Que nunca cometamos el error de impacientarnos con Dios. Además, es necesario que evitemos el impacientarnos con nuestros hermanos y hermanas espirituales, nuestros familiares, amigos y extraños. ¡La impaciencia pudiera costarle la vida!