No deje que ni riquezas ni pobreza lo arruinen
LAS riquezas pueden resultar en perjuicio para los ricos, así como la pobreza puede ser perjudicial para los pobres. Un antiguo proverbio inspirado, tan cierto hoy como fue cuando se escribió, expresa bien este hecho: “Las cosas valiosas del rico son su pueblo fuerte. La ruina de los de condición humilde es su pobreza.”—Pro. 10:15.
Pero si las cosas valiosas del rico son un pueblo fuerte, ¿cómo resulta esto en perjuicio para él? No se puede negar que los ricos tienden a considerar sus riquezas como una protección, como un muro alrededor de un pueblo. Y se comprende por qué pudieran considerarlas así. Pues las riquezas por lo general significan para ellos buen alimento, hogares elegantes y otros beneficios materiales. El dinero indiscutiblemente tiene cierto valor, como dice la Biblia: “El dinero es para una protección.”—Ecl. 7:12.
Pero ¿pueden las riquezas hacer a uno inmune contra el cáncer, enfermedades del corazón y otras calamidades? ¿Pueden comprar felicidad... un matrimonio seguro, o hijos corteses, respetuosos? Al contrario, una persona realmente puede perder su salud y perjudicar los vínculos de su familia debido a esforzarse demasiado por estar en la categoría de los ingresos más altos. Es justamente como explica otro proverbio inspirado: “Las cosas valiosas del rico son su pueblo fuerte, y son como un muro protector en su imaginación.”—Pro. 18:11.
RIQUEZAS PUEDEN LLEVAR A LA RUINA
Sí, la exagerada importancia que una persona rica pueda atribuirle a su caudal material simplemente es una invención de su imaginación. En realidad, las riquezas pueden contribuir a la ruina de uno. ¿Ha notado usted, por ejemplo, que los acaudalados son comúnmente el blanco de los criminales? A menudo se oyen informes en cuanto a que fueron secuestrados, retenidos por rescate, y a veces asesinados. O esto les sucede a amados suyos, arruinando el círculo de la familia.
Las riquezas también contribuyen a calamidad de otras maneras. Ha llegado a ser común que los hijos de los acaudalados rechacen el modo de vivir materialista de sus padres. Quizás hasta rechacen a sus padres, resultando en incalculable pena de familia.
Pero aun más serio es el efecto que las riquezas pueden tener sobre la relación de las personas con Dios. Aunque quizás no rechacen el creer en Dios, tienden a relegarlo a un lugar secundario en su vida. Realmente, confían en sí mismas más que lo que confían en Dios. Esta actitud lleva a ruina final, tal como Jesucristo mostró en su ilustración acerca del rico que se ocupó excesivamente en satisfacer sus propios deseos.—Luc. 12:16-21; Pro. 11:28.
Sin embargo, las riquezas no necesariamente tienen que hacer que una persona se vuelva orgullosa y confíe solo en sí misma. Una persona con riquezas puede pensar seriamente en Dios y en la necesidad de que la voluntad de Dios se haga en esta Tierra. Quizás usted haga eso. Cuando los testigos de Jehová lo visitan para hablarle en cuanto al reino de Dios, usted escucha. Quizás acepte literatura bíblica y ofrezca contribuir generosamente por ella. Pero ¿es eso lo que se requiere para agradar a Dios?
Una experiencia de la vida real nos ayuda a entender. Un rico abordó a Jesús y le preguntó qué se requería de él “para obtener la vida eterna.” Este hombre ya obedecía las leyes básicas de Dios, pero cuando Jesús explicó que para agradar a Dios y conseguir vida eterna tenía que cesar de hacer de las posesiones materiales su interés principal y, en cambio, llegar a ser discípulo de Jesús y copiar su ejemplo de compartir cosas espirituales con otros, el rico tristemente se fue. ¿Por qué?—Mat. 19:16-22.
El problema se identifica en una ilustración que Jesús usó en cuanto a los que oyen “la palabra del reino.” De cierta clase de persona mencionada en esa ilustración, Jesús explicó: “La inquietud de este sistema de cosas y el poder engañoso de las riquezas ahogan la palabra.” (Mat. 13:22) A menudo la abundancia material tiene ese efecto. Los ricos por lo general están tan preocupados con sus propios intereses materiales que no dan a “la palabra del reino” la atención que merece. ¿Sucede así con usted?
Si realmente quiere agradar a Dios, ahora es el tiempo para efectuar un cambio. No permita que los embrollos de los intereses sociales y comerciales lo ahoguen espiritualmente. Si fuere necesario, haga ajustes radicales para poder estudiar la Palabra de Dios con regularidad. Los testigos de Jehová le ayudarán gozosamente, sin costo alguno. Hágase discípulo de Cristo, realmente copiando su ejemplo, y así ásgase del don de “vida eterna” de Dios.
NO DEJE QUE LA POBREZA LO ARRUINE
Por otra parte, los pobres también tienen que estar alerta, pues la pobreza igualmente puede contribuir a su ruina. Quizás profesen creer en Dios, y practicar la religión verdadera, pero la pobreza puede abatir su espíritu y torcer su modo de pensar. Un sabio de hace mucho tiempo reconoció que esto podría suceder, y por eso oró: “Que no venga a parar en pobreza y realmente hurte y acometa el nombre de mi Dios.”—Pro. 30:9.
Al hallarse en una situación de lamentable necesidad, una persona podría ser tentada a hurtar. Hoy en muchos casos la persona pobre ve a muchos a su alrededor que viven en abundancia, y quizás se resienta a causa de las desigualdades. Sin embargo, tales circunstancias no son justificación para hurtar, ya sea bajo las leyes de Dios o las del hombre.
Si uno cede a la tentación y se rebaja a hurtar o a cometer algún otro acto falto de honradez, ¿cuáles son las consecuencias? Puede venir a parar en la prisión, lo cual puede significar deshonra tanto para el individuo como para su familia. Además, quizás su conciencia lo atormente, o, aun peor, quizás se haga insensible y él llegue a ser un malhechor consuetudinario. Si no se dan pasos correctivos, el resultado será la desaprobación de Dios y el que uno no vea realizada la expectativa de vida eterna en el justo nuevo orden de Dios, que ahora se ha acercado.
Es preciso que la persona aprecie que no es lo que posee lo que hace que ella tenga éxito verdadero. Más bien, es su posición correcta delante de Jehová Dios. ¿Por qué? Porque solo es Dios el que puede y establecerá un gobierno justo bajo el cual no habrá ninguna desigualdad, algunos siendo favorecidos sobre otros. La promesa segura de la Palabra de Dios, la Biblia, es que todos los que satisfagan los requisitos de Dios para vivir entonces, disfrutarán de una abundancia de los excelentes productos de la Tierra.—Isa. 25:6-9; Rev. 21:3, 4.
En el ínterin, mientras se permite que existan las desigualdades de este sistema, el que uno sea rico o pobre no influye en la posición de uno delante de Dios. Es como dice el proverbio inspirado: “El rico y el de escasos recursos se han encontrado. El Hacedor de todos ellos es Jehová.” (Pro. 22:2) Sí, delante del Dios verdadero, Jehová, todos ocupan una posición sobre la base de lo que son, no de lo que poseen.
Así también es la manera en que los que adoran verdaderamente a Jehová Dios se consideran unos a otros. No juzgan a otros por su posición económica o social, sino que los aceptan por lo que son como personas. ¿Le gustaría a usted asociarse con individuos que se tratan los unos a los otros así? Usted puede hallarlos en los Salones del Reino de los Testigos de Jehová.