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Una reportera de educación universitaria encuentra las mejores noticiasLa Atalaya 1977 | 1 de noviembre
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de bigamia, y no obstante deseando ahora estar en condición de limpieza moral para servir a Jehová, este hombre gradualmente persuadió a su esposa a iniciar el proceso de anulación.
Esto abrió el camino para que el hombre estuviera legal y bíblicamente libre para casarse con la mujer con quien había estado viviendo. Todos, él, su nueva esposa y sus tres hijos, dedicaron su vida a Jehová. Con el tiempo dos de los hijos sirvieron de precursores especiales por un tiempo, y el hombre llegó a ser superintendente presidente.
De modo que el trabajo misional adoptó un aspecto transformador de vidas. Me asombraba el observar el espíritu de Jehová en funcionamiento en las personas a quienes yo enseñaba. Para 1950 había tantos que querían servir a Jehová que tuvimos que celebrar una serie de bautismos en el hermoso lago de San Pedro al otro lado del río de Concepción.
Aunque mi esposo y yo estábamos ubicados en Concepción, nos transportábamos por la provincia y llevábamos las buenas nuevas del reino de Dios a zonas remotas. Viajando en trenes de tercera clase entre canastas de pescado, cangrejos y pan recién horneado, visitábamos pueblos mineros, aldeas pesqueras y poblados textiles. Nuestra predicación colocó el fundamento para las muchas congregaciones que se formaron posteriormente.
A través de los años muchos misioneros sirvieron en Concepción por algún tiempo y luego se fueron. Pero mi esposo y yo permanecimos establecidos; solo cambiamos un poco de una parte del territorio a otra. Esto resultó en que se nos llamara los padres de todas las congregaciones. Nuestra presencia continua parecía dar cierta estabilidad visible.
Con la formación de nuevas congregaciones, el territorio para mí misma y mi esposo quedó más restringido. Aunque vivíamos en Concepción, empecé a trabajar al otro lado del río en San Pedro. Allí en las afueras encontré a una señora que vivía con sus seis hijos en una choza ventilada. La había abandonado su esposo, que bebía mucho y que años antes se había ido a Santiago a vivir con otra mujer.
Un día esta señora recibió una carta de su esposo. Le ofrecía darle dinero para el sostén de los hijos si se venía a Santiago. La mujer y sus hijos con el tiempo se unieron al esposo de ella, y él empezó a acompañar a su esposa a las reuniones cristianas. Cuando, después de una larga lucha, él finalmente pudo vencer su afición al alcohol, las buenas nuevas de la Palabra de Dios habían logrado otra admirable transformación. Una familia dividida, desdichada, volvió a estar junta y fue felizmente unida en la adoración verdadera.
El poder llevar noticias que han tenido un efecto tan grandioso en la vida de la gente siempre ha sido mucho más remunerador para mí que el servir de reportera.
A través de los años he visto transformaciones en la vida de literalmente centenares de personas a quienes personalmente ayudé a aprender las mejores noticias. ¿Y cuáles son esas noticias? Que Dios nos quiere y que el gobierno de su Reino pronto eliminará todas las causas del sufrimiento humano.
No, no tengo dinero ni prestigio mundano que mostrar por mis más de cincuenta años desde la graduación, como lo tienen varias de mis ex-condiscípulas universitarias, pero sí tengo algo mucho más precioso... la satisfacción de haber ayudado a muchas personas a hacerse siervos activos de Jehová Dios.
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“Se revienta la baya de la alcaparra”La Atalaya 1977 | 1 de noviembre
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“Se revienta la baya de la alcaparra”
Desde tiempos antiguos las bayas de la alcaparra se han utilizado para estimular el apetito. La referencia bíblica en Eclesiastés 12:5 a que “se revienta la baya de la alcaparra” es parte de una descripción del hombre en la vejez. Esta ilustración sugiere que, cuando el apetito de una persona disminuye al avanzar ésta en años, ni la baya de la alcaparra despierta su deseo de alimento.
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