El precio por quebrantar la ley de Dios
Es provechoso mantenerse dentro de los límites que Dios fijó para sus criaturas.
NO PODEMOS evitarlo. Somos criaturas mortales sujetas a la ley de Dios. Fuimos creados con la facultad de conciencia, de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, y por eso somos responsables a Dios el Creador por nuestros actos.
Si violamos la ley de Dios pagamos cierto precio, así como amonesta Su Palabra: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará; porque el que está sembrando teniendo en mira su carne, segará de su carne la corrupción; mas el que está sembrando teniendo en mira el espíritu, segará del espíritu vida eterna. Así es que no desistamos de hacer lo que es excelente, porque al debido tiempo segaremos si no nos rendimos.”—Gál. 6:7-9.
En esto el hombre difiere radicalmente de la creación bruta. Los puntos en cuestión morales no existen para ella. La habilidad de pensar o raciocinar y la habilidad de hablar van parejas, y los brutos no tienen ninguna de las dos. Como el evolucionista Hooten admite en su libro Up from the Ape: “Todos los monos antropoides están equipados vocal y muscularmente para que pudieran tener un lenguaje articulado si poseyeran la inteligencia necesaria. . . . No hay nada en cuanto a un hocico que impida a su dueño que hable; pero hay algo en cuanto al cerebro que está conectado con un hocico que hace imposible el habla.” Esto también coloca el justiprecio de los valores morales fuera del alcance de una bestia.
El hombre moderno parece tratar de escaparse de la responsabilidad de enfrentarse a los puntos en cuestión morales, y no pocos psicólogos tratan de persuadirlo en cuanto a que las cuestiones morales no son importantes, pero cada vez más les está siendo remachado el hecho de que para el propio bienestar del hombre éste tiene que hacer las paces con su naturaleza moral. Es así como la Palabra de Dios nos dice: “Siempre que los de las naciones que no tienen ley [es decir, gente que no tiene la ley de Dios por medio de Moisés] hacen por naturaleza las cosas de la ley, éstos, aunque no tienen ley [de Dios], son una ley para sí mismos. Son los mismísimos que demuestran tener la sustancia de la ley escrita en su corazón, mientras su conciencia da testimonio con ellos y, entre sus propios pensamientos, están siendo acusados o hasta excusados.”—Rom. 2:14, 15.
¿A qué se debe esto? A que solo el hombre fue creado a la semejanza de Dios, siendo dotado de una medida de los atributos que su Creador tiene en su infinidad y perfección, a saber, amor, justicia, sabiduría y poder. Estas cualidades hacen al hombre responsable a Dios, y por eso, cuando el hombre viola alguna de las leyes de Dios paga un precio por ello de una o más maneras. Por lo tanto, cuando el hombre quebranta la ley de Dios, eso contribuye a relaciones malas con su Creador, con su prójimo, consigo mismo y aun con los animales inferiores. Además, el quebrantar la ley de Dios resulta en dolor, mental, físico o emocional; resulta en daño a su personalidad y con el tiempo causa su muerte.
Para una ilustración inicial consideremos el primer caso, el de la primera pareja humana: Adán y Eva. Tal vez algunos objeten sobre la base de que el registro se basa en un mito. Pero note que Génesis no es el único libro de la Biblia que presenta a Adán como el progenitor de la raza humana. El escritor del libro Primero de Crónicas igualmente le da esa distinción, así como el escritor de un Evangelio, Lucas, y el apóstol Pablo. El discípulo Judas denota la misma cosa al hablar de Enoc como “el séptimo hombre en línea desde Adán.” Y el Señor Jesús mismo aludió al relato de Génesis concerniente a Adán y Eva como autorizado.—Gén. 3:17; 1 Cró. 1:1; Luc. 3:38; 1 Cor. 15:45; 1 Tim. 2:13; Jud. 14; Mat. 19:4, 5.
RELACIONES MALAS CON DIOS Y CON EL PRÓJIMO
¿Qué sucedió en el caso de aquella primera pareja humana? Cuando Adán y Eva pecaron perdieron el favor de Dios, se causaron relaciones malas con su Dios. Esto lo manifiesta el mismísimo tono de las palabras que Dios dirigió a Adán y Eva después de la transgresión de ellos: “Del árbol que te mandé que no comieras, ¿has comido [Adán]?” Y, “¿Qué es esto que has hecho [Eva]?”—Gén. 3:11, 13.
No podemos evitarlo. El quebrantar las leyes de Dios trae consigo relaciones malas con nuestro Hacedor, Jehová Dios, y especialmente cuando hay negligencia o aun voluntariedad, como en el caso de Adán y Eva. Bien declaró el salmista: “Tú—inspirador de temor eres, y, ¿quién puede subsistir delante de ti a causa de la fuerza de tu ira?” Es la tontería más grande incurrir en la ira de Dios, porque “nosotros no somos más fuertes que él, ¿verdad?” La sabiduría exige que nos guardemos de quebrantar la ley de Dios, para que seamos recipientes de su bondad amorosa, de su favor, lo cual “es mejor que la vida.”—Sal. 76:7; 1 Cor. 10:22; Sal. 63:3.
En segundo lugar, el quebrantar las leyes de Dios contribuye a relaciones malas con nuestro prójimo. ¿Cómo se sintió Adán cuando vio que Eva había tomado del fruto que era prohibido y ahora lo estaba obligando a él a hacer una decisión por medio de ofrecerle algo de ello? Evidentemente no muy amoroso, como puede discernirse de sus declaraciones posteriores, aludiendo a ella como “la mujer” y culpándola—“ella me dio fruto del árbol de modo que lo comí.” Y, ¿cómo debe haberse sentido Eva cuando oyó estas palabras que la culpaban a ella en vez de oír a Adán pararse allí como un hombre y asumir su propia culpa? Verdaderamente su transgresión mutua había resultado en relaciones deficientes mutuamente.—Gén. 3:12.
Así ha sucedido desde entonces. Los transgresores de las leyes de Dios a menudo pagan el precio de relaciones malas con su prójimo al irritarse mutuamente, o enconarse mutuamente. También, la sociedad o su grupo particular puede obrar contra ellos como cuando se les multa, se les echa en la prisión o se les excomulga. Si no hay siempre tales castigos extremados, invariablemente hay deshonra, vergüenza o ignominia. Tal vez el que quebranta las leyes de Dios trate de mantenerlo en secreto, pero es en vano, porque “nada hay . . . secreto que no llegará a saberse.” “Honra es lo que los sabios,” que guardan la ley de Dios, “llegarán a poseer, pero los estúpidos están ensalzando la deshonra.”—Mat. 10:26; Pro. 3:35.
RELACIONES MALAS CON UNO MISMO Y CON LAS BESTIAS
Las relaciones malas con uno mismo en forma de una conciencia culpable son un precio adicional que se paga por quebrantar la ley de Dios. Tanto Adán como Eva inmediatamente tuvieron conciencias culpables al haber quebrantado la ley de Dios; por eso, se escondieron. “Todas las cosas les son limpias a los limpios,” pero ellos ya no se sentían limpios, debido a su pecado. (Tito 1:15) Cuando el hombre quebranta las leyes de Dios a sabiendas él, de hecho, se rebela contra el grado de libertad que Dios le concede y lo translimita, solo para llegar a ser esclavo de una conciencia mala, teniendo así menos libertad que antes.—Gén. 3:7.
Muy frecuentemente los quebrantadores voluntariosos de la ley de Dios pasan por alto este asunto de mantener relaciones buenas con ellos mismos. Como resultado, de repente se encuentran plagados de una conciencia culpable y frecuentemente buscan medios de descargarse de ella, por medio de castigarse de varias maneras, o por medio de confesarse con un clérigo o un psiquiatra o por medio de oraciones u ofrendas hechas a una deidad. La Biblia muestra que el estar interesado en cuanto a relaciones buenas con Dios resulta en relaciones buenas con uno mismo. Para conseguir esas relaciones buenas se requiere arrepentimiento sincero y fe en la sangre limpiadora de Jesucristo, provista con ese mismísimo propósito. Sin embargo, dependiendo del grado de voluntariedad envuelto, habrá más o menos castigo. “Aquel esclavo que entendió la voluntad de su amo, pero que no se alistó, ni hizo conforme a la voluntad de él, será golpeado con muchos azotes. Mas el que no entendió y por eso hizo cosas que merecen azotes será golpeado con pocos.” Pero para la práctica voluntariosa del pecado después de haber sido uno iluminado no hay perdón.—Luc. 12:47, 48; Hech. 3:19; 1 Juan 1:7; Heb. 10:26.
El quebrantar la ley de Dios hasta resulta en relaciones malas con la creación bruta. Por lo menos, ése fue el efecto en Adán y Eva. Como humanos perfectos tuvieron control perfecto sobre los animales inferiores, en armonía con el mandato que Dios les dio: “Tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra.” Una expresión de ese dominio sobre los animales inferiores fue el que Adán les pusiera nombre. Sí, Adán y Eva estuvieron en asociación estrecha con los animales, tanto domésticos como silvestres, sin peligro. Pero hoy en día, ¡qué enemistad existe entre el hombre y sus súbditos humildes los brutos! Por una parte, el hombre en matanza desenfrenada ha diezmado si es que no ha exterminado muchas especies, y, por otra parte, las bestias han causado la muerte a muchos de sus gobernantes humanos. Sin embargo, la Palabra de Dios nos asegura que en Su nuevo mundo la creación bruta otra vez estará en sujeción al hombre.—Gén. 1:28; 2:19,20; Isa. 11:6-9.
CORRUPCIÓN, FÍSICA Y MORAL
El quebrantar la ley de Dios también trae consigo corrupción de mente y cuerpo, penas, dolores y males psicosomáticos. Antes de que Adán y Eva quebrantaran la ley de Dios la vida era un placer ininterrumpido, pero ahora habrían de sufrir dolor. Dios le dijo a ella: “Grandemente aumentaré el dolor de tu preñez; con dolores de parto darás a luz hijos.” Y a Adán Dios dijo: “Maldita está la tierra por causa tuya. En dolor comerás su producto todos los días de tu vida.”—Gén. 3:16, 17.
¡Qué penalidad ha sido la suerte del hombre y la mujer desde entonces! No solo debido a la necesidad de ganarse la vida a duras penas de la tierra, sino también debido a las enfermedades y males corporales. ¡Cuántos males sufre el hombre que pueden ser atribuidos directamente a su tontería, como las enfermedades venéreas, el alcoholismo, el hábito a las drogas y el cáncer de los pulmones! Más que eso, recuerde el daño que causan al cuerpo y a su salud tales emociones perjudiciales como la envidia, la codicia, la ambición egoísta, el odio, el temor y la preocupación. Sí, el cuerpo es uno, y por lo tanto, lo que afecta al cuerpo afecta a la mente, y lo que afecta a la mente afecta al cuerpo; todo en armonía con lo que se conoce como el principio psicosomático. La Biblia misma reconoce este principio: “El corazón que está gozoso hace bien como sanador, pero el espíritu que está herido hace secar los huesos.” “El espíritu del hombre puede resistir su mal; pero en cuanto a un espíritu herido, ¿quién puede aguantarlo?” “Los inicuos ciertamente huyen cuando no hay perseguidor, pero los justos son como un cachorro de león que tiene confianza.”—Pro. 17:22; 18:14; 28:1.
Así como el quebrantar la ley de Dios trae consigo corrupción física, así también trae consigo corrupción moral. Al grado que una persona se entrega al pecado llega a ser tosca, burda, dura y testaruda. Embota sus sensibilidades; disminuye la habilidad o aptitud para apreciar las cosas hermosas, limpias, excelentes y nobles de la vida. ¡Cuán rápidamente se deterioró Adán al quebrantar la ley de Dios! ¡Cuán crasa su ingratitud, culpando a Dios, quien le había dado todo lo que tenía, y a su esposa, con quien era “una carne”! Reconociendo esta tendencia, los sociólogos, aun los que no se interesan en particular en las normas bíblicas de moralidad, no obstante abogan por la castidad antes del matrimonio porque las perspectivas para la felicidad en el matrimonio son mayores cuando la pareja entra en él en la condición virgen. Sí, el pecado “acondiciona” la personalidad de modo que una vez que se ha cometido deliberadamente una violación crasa a la ley de Dios hay la probabilidad de que el individuo no sea el mismo aunque el arrepentimiento sea sincero.
EL PRECIO FINAL—LA MUERTE
Finalmente, hay el precio último por quebrantar la ley de Dios, la muerte. Por haberlo hecho Adán habría de volver al suelo del cual había sido tomado: “Polvo eres y al polvo volverás.” Dios había advertido: “En el día que comas de [el fruto prohibido] positivamente morirás,” y Adán y Eva encontraron cierta esa advertencia. En uno de los días de mil años de Dios, Adán y Eva murieron, pues él vivió 930 años. Toda su prole nace siendo pecadores y todos están muriendo.—Gén. 3:19; 2:17; Rom. 5:12; 2 Ped. 3:8.
Nada se dijo a Adán en cuanto a que su alma iría al cielo o a un infierno ardiente, porque Adán era un alma, él no tenía un alma. “Jehová Dios procedió a formar al hombre del polvo de la tierra y a soplar en sus narices el aliento de vida, y el hombre vino a ser alma viviente.” “El alma que esté pecando—ella misma morirá.” “El salario que el pecado paga es muerte.” Donde leemos de fuego en conexión con castigo por el pecado el contexto invariablemente muestra que eso se usa como símbolo de destrucción.—Gén. 2:7; Eze. 18:20; Rom. 6:23.
Verdaderamente el Creador, Jehová Dios, es vindicado como Aquel que es el Legislador y Juez Soberano al dar a sus criaturas leyes justas y luego requerir que ellas obedezcan estas leyes. El quebrantarlas resulta en un cosechar mal. El obedecer las leyes de Dios es el derrotero de la sabiduría, porque considera el derecho de Dios de mandar a sus criaturas en virtud de ser su Creador y Dueño y en virtud de su poder. También le da el crédito a Dios por saber qué es lo mejor y desear altruistamente lo que es lo mejor para ellas. Ese es el derrotero de la sabiduría verdadera, pues concerniente a obedecer los mandamientos y leyes de Dios leemos: “Hijo mío, no olvides mi ley, y mis mandamientos observe tu corazón, porque largura de días y años de vida y paz te serán añadidos.” Y a esos años de paz los acompaña la felicidad. “Feliz es el hombre que ha hallado sabiduría,” y “los que se mantienen bien afianzados de ella han de ser llamados felices.”—Pro. 3:1, 2, 13, 18.