Juzgando con justicia, sabiduría y misericordia
Se recomienda que el lector examine este artículo antes de estudiar los dos artículos que le siguen.
EL JUZGAR es algo en lo cual nosotros los seres humanos con frecuencia cometemos errores. Esto se debe fundamentalmente a nuestras imperfecciones. ¿Ha habido alguna vez alguien que juzgara mal los motivos de usted o lo condenara fundándose en información incorrecta? ¿Le pareció a usted que faltó misericordia en el trato? Por otra parte, ¿no ha juzgado usted mismo unilateralmente a veces por no haber considerado imparcialmente todos los hechos en un caso en que otras personas estuvieron envueltas? ¿Mostró usted, también, descuido al no ser misericordioso? La honradez nos obliga a admitir lo mucho que todos hemos fallado a este respecto.
Para que el juzgar se haga con justicia, sabiduría y misericordia, se tiene que observar una norma superior a toda norma determinada por seres humanos. Dios suministra esa norma. No solo debemos estar interesados en esa norma, sino en ser guiados por ella. ¿Por qué? Porque Jehová Dios, el “Juez de todos,” la usará cuando tengamos que estar de pie ante su tribunal. (Heb. 12:23; Rom. 14:10) ¿No deberíamos, por lo tanto, gobernarnos por lo que él dice que es correcto? Ese sería el proceder amoroso y sabio que deberíamos seguir. Solo se derivarán beneficios duraderos de las acciones o decisiones que tomemos, si en nosotros influye el punto de vista de Dios en cuanto a juzgar los asuntos.
¿Dónde se puede hallar hoy día el juzgar consistente según las justas normas de Dios? Se reconoce que todavía hay personas, en ramos oficiales y comunes de la actividad, que pueden rendir fallos imparciales. Sin embargo, hoy los que están familiarizados con la Palabra de Dios y los hechos están convencidos de que, en conjunto, este mundo no está gobernado por normas justas. Yace en el poder del inicuo; sí, es extraviado por él. (1 Juan 5:19; Rev. 12:9) Esto incluye a Babilonia la Grande, el imperio mundial de la religión falsa, un imperio descrito en la Biblia bajo el símbolo de una mujer inmunda. (Rev. 17:3-5; 18:2-4) El pueblo de Dios que ha salido de Babilonia la Grande está agradecido de ya no ser víctimas del juicio pervertido de ella sobre los asuntos de fe y moralidad. La confianza de ellos está en el arreglo que Jehová Dios ha restaurado dentro de la congregación cristiana verdadera donde fieles ancianos nombrados desempeñan funciones judiciales como se predijo en Isaías 1:26: “Y ciertamente traeré de vuelta otra vez jueces para ti como al principio, y consejeros para ti como al comienzo. Después de esto se te llamará Ciudad de Justicia, Pueblo Fiel.”
En la historia del pueblo antiguo de Dios, primero se nombraron jueces en gran escala poco después que Israel salió de Egipto en 1513 a. de la E.C. Moisés, al tratar de manejar todos los casos que requerían las decisiones del Dios verdadero según Sus leyes, estuvo en peligro de agotarse. Su suegro, Jetro, aconsejó que parte de la responsabilidad se distribuyera para que se pudiera dar mejor atención a la multitud que iba siendo conducida por el desierto. Se seleccionaron millares de hombres capacitados para ayudar a Moisés. Estos habrían de encargarse de problemas o cuestiones comunes que surgieran. Moisés continuaría llevando la responsabilidad primaria de familiarizar al pueblo con la ley y las disposiciones reglamentarias de Dios, y de darles a conocer la manera en que debían andar y la obra que debían hacer. Se recomendó un arreglo muy ordenado: “Pero tú mismo debes escoger de entre todo el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres dignos de confianza, que odien la ganancia injusta; y tienes que establecer a éstos sobre ellos como jefes sobre millares, jefes sobre centenas, jefes sobre cincuentenas y jefes sobre decenas. Y ellos tienen que juzgar a la gente en toda ocasión apropiada; y tiene que suceder que toda causa grande te la traerán a ti, pero toda causa pequeña ellos mismos la manejarán como jueces. Así hazlo más ligero para ti, y ellos tienen que llevar la carga contigo. Si haces esta misma cosa, y Dios te ha mandado, entonces ciertamente podrás soportarlo y, además, todo este pueblo vendrá a su propio lugar en paz.”—Éxo. 18:13-23.
Más tarde, después que el pueblo se estableció en la tierra de Canaán, Jehová levantó jueces, no solo para escuchar casos que envolvieran violaciones de la ley, sino para librar a su pueblo de las manos de los opresores. (Jue. 2:18) Estos jueces fueron nombrados como caudillos y también ayudaban a la gente a conocer y aplicar la ley de Dios. Entre ellos estuvieron hombres como Gedeón, Barac, Sansón, Jefté y Samuel, que ejecutaron notables hazañas y también “efectuaron justicia,” según el registro que se halla en Hebreos 11:32, 33. Otros jueces del Israel de la antigüedad, que servían de hombres de mayor edad o ancianos en la comunidad, no solo se encargaban de casos jurídicos, sino que también participaban en deberes administrativos.—1 Cró. 26:29; 2 Cró. 19:4-7.
Hasta de los reyes de Israel se requería que leyeran el libro de la ley y aprendieran así a temer a Jehová y observar su palabra. (Deu. 17:19, 20) Se les instaba a juzgar los asuntos en armonía con ello, si querían prosperar y tener el favor de Dios.—2 Cró. 1:9-12.
ANCIANOS COMO JUECES HOY DÍA
¿Cuál es el arreglo que está en vigor para juzgar los asuntos entre el pueblo de Dios hoy día? Jehová ha levantado ancianos que están en posición de servir de jueces y consejeros. Estos hombres tienen que satisfacer los requisitos divinos que se exponen en 1 Timoteo 3:1-7 y Tito 1:5-9. Su responsabilidad no solo incluye encargarse de asuntos judiciales. También enseñan y aclaran lo que Dios requiere y estimulan el rendir servicio de toda alma a Dios y obedecer fielmente sus principios justos.—Col. 3:23; 1 Tes. 5:21; 1 Ped. 1:22.
¿Qué punto de vista tenemos de este arreglo según se encuentra en la congregación local con la cual nos asociamos? No queremos ser como algunos de la congregación corintia del primer siglo, que instigaban a los cristianos a pleitos de unos contra otros ante incrédulos. El apóstol Pablo censuró a éstos, diciendo: “Hablo para hacerles sentir vergüenza. ¿Es verdad que no hay entre ustedes ni un solo sabio que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que hermano va con hermano a los tribunales, y eso ante los incrédulos?” (1 Cor. 6:5, 6) Al recurrir a los tribunales mundanos para resolver asuntos que pudieran haberse solucionado dentro de la congregación cristiana estaban sufriendo un revés o derrota espiritual. Ninguno de nosotros quiere verse avergonzado o sufrir pesar por no considerar apropiadamente el arreglo que existe para juzgar en armonía con los procedimientos bíblicos hoy día. Más bien, debemos sentirnos impelidos a expresar aprecio sincero por estas provisiones teocráticas. Al prestar atención al consejo y buen juicio que proviene de los que ‘nos hablan la palabra de Dios,’ demostramos nuestro deseo de trabajar en estrecha colaboración con la clase del “esclavo fiel y discreto,” en sujeción a Cristo.—Heb. 13:7, 17; Efe. 5:24; Mat. 24:45-47.
Ahora cuando se hacen manifiestos los juicios de Jehová, estamos aprendiendo a apreciar las elevadas normas en armonía con las cuales tenemos que vivir. Se nos está ayudando debidamente a decidir asuntos personales, así como de congregación, aunque todavía somos imperfectos. Se nos está acercando más a Jehová y se nos está suministrando un goce anticipado de su justo nuevo orden. En expectativa de ese tiempo glorioso, podemos decirle con confianza a Jehová: “Cuando hay juicios procedentes de ti para la tierra, justicia es lo que los habitantes de la tierra productiva ciertamente aprenderán.”—Isa. 26:9.