Una invitación para alabar a Jehová
¿QUE pudiese ser mayor privilegio que el servir a Jehová Dios, el Soberano supremo del universo? No hay cosa que pueda compararse a ello. A todos los que le aman se les hace la invitación: “¡Canten a Jehová, todos ustedes los de la tierra! ¡Anuncien de día en día la salvación que él da! Relaten entre las naciones su gloria, entre todos los pueblos sus maravillosos actos.” ¿Ha actuado usted en respuesta a esa invitación para alabar a Jehová?—1 Cró. 16:23, 24.
Jehová es el Autor de la provisión cuyo objeto es salvar al género humano del pecado y la muerte. Él “amó tanto al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que ejerza fe en él no sea destruído sino tenga vida eterna.” Él también es El que protege a sus siervos, no dejando que el enemigo ejerza poder irresistible en su contra. Por eso su siervo David clamó a él en aprecio: “Has demostrado ser un refugio para mí, una torre fuerte debido al enemigo.” Él seguirá siendo tal refugio y torre fuerte a su pueblo durante la destrucción en la batalla del Armagedón, ya inminente. A todos los que desean valerse de sus provisiones se da el mandato: “¡Anuncien de día en día la salvación que él da!”—Juan 3:16; Sal. 61:3.
Vivimos en el tiempo en que Dios está dando pasos para poner fin al mundo injusto, para vindicar su propio nombre que se ha representado en falsos colores y para derramar bendiciones sin fin sobre los que lo adoran. Logrará estas cosas por medio de su reino, el cual ya está en pleno funcionamiento en los cielos bajo su Hijo ungido Jesucristo, que ocupa el puesto de Rey. En respuesta al anuncio importante del establecimiento del Reino criaturas fieles en las cortes celestiales adoraron a Dios, diciendo: “Te damos gracias, Jehová Dios, el Todopoderoso, el que eres y que eras, porque has tomado tu gran poder y has comenzado a gobernar como rey.” Habiendo oído las buenas nuevas de que domina el reino de Dios, ¿adoramos a Dios nosotros aquí en la tierra como lo hacen las criaturas celestiales, y junto con ellas le damos gracias a Dios, y nos unimos a ellas en hacer la gozosa proclamación de que “el reino del mundo ha llegado a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y él gobernará como rey para siempre jamás”? Se nos invita a hacerlo, ¡y qué grandioso privilegio es responder a esa invitación ahora!—Apo. 11:15-17.
RAZÓN PARA ESTUDIAR LA BIBLIA
Cuando usted estudia la Biblia, sea que lo haga solo o con algún testigo de Jehová, tenga presente la razón para dicho estudio. Es para que usted pueda ‘ser llenado con el conocimiento acertado de su voluntad en toda sabiduría y discernimiento espiritual, para poder andar digno de Jehová a fin de agradarle plenamente mientras sigue llevando fruto en toda buena obra.’ Cuando conocemos su voluntad, debemos conformarnos a ella. Debe afectar nuestra vida y hacernos efectuar los cambios que se necesitan para “andar dignos de Jehová.” “Por consiguiente dejen toda inmundicia y esa cosa superflua, la maldad moral, y acepten con mansedumbre la implantación de la palabra que puede salvar sus almas.” Si hemos hecho eso en respuesta a la Palabra de Dios, dejando toda maldad moral, y si hemos aceptado la implantación de la palabra y verdaderamente tenemos fe en Dios y en sus promesas, entonces tenemos el privilegio y la responsabilidad de responder a la invitación divina de ser testigos de Jehová y su reino. Al hacer eso, agradamos a Dios, porque le ofrecemos lo que es acepto, un “sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de labios que hacen declaración pública de su nombre.”—Col. 1:9, 10; Sant. 1:21; Heb. 13:15.
Nunca debemos despedir de nuestra mente lo serio que es este asunto. Nuestra vida y la vida de aquellos a quienes se nos envía dependen de nuestro actuar. (Eze. 3:17-21) No una sola vez, en una declaración de fe; sino todos los días en prueba de nuestra fe, tenemos que apoyar activamente el camino de Dios. “Porque con el corazón se ejerce fe para justicia pero con la boca se hace declaración pública para salvación.” (Rom. 10:10) Otra cosa que es tan importante como nuestra fe en Dios, su Hijo y el nuevo mundo de justicia es nuestra fe en la importancia de cumplir con los requisitos divinos para conseguir la aprobación de Dios, salvación del pecado y la muerte, y vida en el nuevo mundo. Al aplicarse usted regularmente a hacer la voluntad divina por medio de hacer declaración pública de las cosas que ha aprendido de la Biblia, ‘se salvará usted y a los que le escuchan.’ (1 Tim. 4:16) Solamente si los hombres aprenden los justos requisitos de Dios y se conforman a ellos podrán escaparse de la destrucción que le sobrevendrá a este mundo en el Armagedón.
CÓMO SERVIR
El Señor Jesús nos puso el modelo para servir a Dios. Al principio de su ministerio terrestre él citó su comisión, según se registra en el rollo del profeta Isaías. Esta dice, en parte: “El espíritu de Jehová está sobre mí, porque él me ungió para declarar buenas nuevas a los pobres, . . . para predicar el año aceptable de Jehová.” (Luc. 4:18, 19) Jesús estudió la Palabra de Dios tal como se halla registrada en las Escrituras, oró a su Padre pidiendo su espíritu, y siguió Su dirección. Aunque no les negó las buenas nuevas a los que poseían muchos de los bienes de este mundo, sino que predicó a hombres como el Zaqueo rico y el gobernante Nicodemo, no obstante no era como los “fariseos, que eran amantes del dinero” y que trataban al resto de la humanidad como si fuera cosa sin valor. Él les tenía consideración a los humildes y pobres. Él vino “a buscar y salvar lo que estaba perdido”—las “ovejas perdidas de la casa de Israel.” Él “sintió tierno afecto por ellas, porque estaban despellejadas y arrojadas acá y allá como ovejas sin pastor.” Él fue a los hogares de la gente para instruirla. Con paciencia le explicaba las promesas contenidas en la Palabra de Dios. Él reconoció la urgencia de la situación, porque ése era un tiempo de juicio. Era un tiempo aceptable para actuar en respuesta a la provisión de liberación que Jehová había hecho, por medio de reconocer y seguir a su Mesías. Multitudes sí lo siguieron por el pan que les daba, por las curaciones que efectuaba, aun para escuchar las cosas que enseñaba, pero sólo unos cuantos actuaron en respuesta a su invitación: “Sea mi seguidor.” Pero a aquellos que sí manifestaron el deseo de servir a Dios y compartir con otros las buenas nuevas que habían recibido él los llevó consigo al ir predicando, para que ellos pudiesen adquirir experiencia en el ministerio. En todo esto él nos puso el modelo que debemos seguir.—Luc. 19:10; Mat. 10:6; 9:36; Juan 1:43.
Jesús instruyó a sus discípulos que ellos habían de ser testigos de él hasta las partes más lejanas de la tierra, y les aseguró que él estaría con ellos. En respuesta a su mandato, hay hombres, mujeres y niños hoy día en 175 países y territorios que han estudiado la Palabra de Dios como Jesús lo hizo, que oran al Padre pidiendo su espíritu como él lo hizo, y que andan en sus pisadas al servir a Dios como testigos de la manera que él lo hizo. Estos son los testigos de Jehová Fiel a su promesa, Jesús ha estado con ellos. Tienen sus palabras registradas en la Biblia y son atentos a las cosas que él dijo. Con regularidad se reúnen en sus Salones del Reino para estudiar la Biblia y para equiparse como predicadores y maestros del mensaje del Reino; y, como prometió Jesús, donde dos o tres se reúnen en su nombre, él está presente mediante espíritu santo. (Hech. 1:8; Mat. 28:20; 18:20) Al equiparse de esta manera, son obreros que no tienen de qué avergonzarse, capacitados para manejar la palabra de verdad de la manera correcta. Cuando personas de buena voluntad expresan el deseo de participar en enseñar a otros la Palabra de Dios se les invita cordialmente a valerse del mismo entrenamiento gratuito y a recibir instrucción personal de un ministro capacitado en el verdadero servicio del campo. Ese es el modelo que Jesús dejó, y es el que siguen hoy día los testigos de Jehová. Cada día del año pasado 236 personas más, como promedio, en todas partes de la tierra, expresaron el deseo de servir a Jehová y se valieron de este entrenamiento para llegar a ser ministros capacitados. Algunas de éstas han podido dedicar mucho tiempo al servicio, mientras que las circunstancias de otras sólo les permiten usar unas cuantas horas al mes en visitar a otros con las buenas nuevas del Reino, pero la cosa de importancia es que están demostrando el amor que le tienen a Dios por medio de actuar en respuesta a su invitación de ser sus testigos.
Pero no todos los que oyen el mensaje responden a la invitación divina al servicio. ¿Por qué no? El profeta Ezequiel los describe de esta manera: “Se sientan delante de ti como pueblo mío, y oyen tus palabras; mas no las ponen por obra; porque con su boca manifiestan mucho amor; pero su corazón va tras de su lucro. Pues he aquí que eres para ellos como una canción de amores de quien tenga hermosa voz y que toque bien: porque escuchan tus palabras, mas no las ponen por obra.” (Eze. 33:31, 32, Mod) Son lo mismo que aquellos que escucharon a Jesús pero que no respondieron a su invitación: “Sea mi seguidor.” ¡Qué gran error cometen! ¡Cuán insensato es oir las palabras que se hablan por mandamiento de Dios y no obrar en armonía con ellas! Jehová requiere amor, no expresado simplemente en palabras, sino demostrado por obediencia a sus mandatos.
Ahora es el tiempo en que, en armonía con la profecía de Jesús acerca del tiempo del fin, “estas buenas nuevas del reino” se están predicando en toda la tierra habitada con el propósito de dar un testimonio a todas las naciones antes que venga el fin. Válgase de las grandiosas oportunidades que esto le presenta a usted. Ahora, antes que venga el fin cabal, anuncie la salvación que Dios da, para que usted sea uno de los que recibirán sus beneficios. Participe en proclamar el establecimiento del reino de Dios, para que usted pueda ser uno de sus súbditos y recibir de sus beneficios para siempre.—Mat. 24:14.
¡Te ensalzaré, mi Dios, oh Rey, y bendeciré tu nombre por los siglos y eternamente! ¡Cada día te bendeciré, y alabaré tu nombre por los siglos y eternamente! ¡Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado; y su grandeza es inescrutable!—Sal. 145:1-3, Mod.