Adoración que conduce al Reino de Dios
SEA cual sea la dirección en que usted viaje—oriente, occidente, norte o sur—usted hallará a personas desempeñando actos de adoración a un poder superior. Millones de personas que viven en lugares extensamente separados en la Tierra sinceramente creen que su forma de adoración es buena. Tienen su confianza puesta en que ésta conseguirá el favor de su deidad o deidades, y que con el tiempo conducirá a galardones eternos.
Tan devotos son muchos adoradores de tierras orientales que interrumpen sesiones comerciales importantes cuando se acerca su hora de oración. A horas señaladas cada día extienden su tapete y se postran sobre él en oración hacia su ciudad santa de Meca. Sin embargo, a pesar de su creencia de que Alá es el único Dios verdadero, muchas personas en los mismos países son exactamente tan devotas al seguir otras formas de adoración. Algunas, por ejemplo, jamás se van a acostar por la noche sin decir oraciones ante una imagen de Buda, que se despliega de manera prominente en su hogar.
La adoración en muchas tribus africanas es algo diferente, aunque con un propósito semejante en mira de obtener el favor de poderes superiores. Las ceremonias religiosas giran en torno del brujo, de quien se espera que pueda aplacar a los espíritus invisibles, que la gente cree que son los muertos que se han ido al más allá.
En los países occidentales de la cristiandad hay una semejanza señalada en la manera de adorar. Si uno entra en las grandes catedrales de las ciudades más grandes de Francia, Italia o los Estados Unidos, o visita los lugares más humildes de adoración en casi cualquier lugar de la cristiandad, uno halla a personas arrodilladas adorando ante imágenes, no, no de Buda, sino de Jesús, María, José y un sinnúmero de “santos.” Estos adoradores se interesan igualmente en agradar a Dios para merecer su favor y la bendición de un galardón futuro.
Pero, ¿a qué espera la gente de todo el mundo que sus diversas formas de adoración la conduzca? Esto varía mucho, dependiendo de la religión que se practique, y la ubicación y la educación de la gente. Los hindúes y budistas esperan alcanzar la meta mencionada como nirvana, que, sin embargo, la gente entiende de manera diferente. Para algunos nirvana significa una vida de gozo y felicidad en otro mundo, mientras que otros la consideran como una condición difícil de explicar más allá de la existencia consciente.
Muchos africanos hacen referencia al “otro mundo” o “allá arriba,” donde se cree que van las almas que han partido. En su mente evidentemente esto no es muy lejos, porque creen que los muertos regresan con regularidad y ejercen gran influencia en los vivos. Por otra parte, los musulmanes por lo general se imaginan el “cielo” como un oasis o jardín hermoso, con árboles sombrosos, arroyos y todos los medios para descanso, comodidad y disfrute. Y muchos en la cristiandad abrigan esperanzas levemente diferentes de felicidad en lo que también mencionan como el cielo.
EL LIBRO DE LA ADORACIÓN VERDADERA
Sin embargo, prescindiendo de la forma de religión que usted practique ahora, usted querrá saber acerca de la esperanza del Reino que el Creador de la humanidad ofrece a los que lo adoran de la manera que él aprueba. Sí, este Gran Espíritu ciertamente se comunica con el hombre hoy en día; no, no por medio de un brujo o un clérigo religioso, sino por medio de las páginas del libro más antiguo que existe, un libro que hasta registra información acerca del primer hombre y cómo Dios lo creó. Este es un libro oriental que se originó entre, y fue escrito enteramente por, hombres de tierras orientales. A este famoso libro, que contiene los escritos inspirados de unos cuarenta orientales, generalmente se le llama hoy en día la Santa Biblia, o simplemente las Escrituras.
Además de su gran antigüedad la Biblia desde los tiempos más primitivos ha logrado la más grande distribución de cualesquier escritos en existencia. Durante los pasados quinientos años se han impreso miles de millones de copias—muchas más que las de cualquier otro libro. Igualmente notable es el hecho de que la Biblia se ha traducido en 1,202 idiomas diferentes, de modo que está disponible para más del 90 por ciento de la población de la Tierra en su propia lengua. ¿No es tan gran distribución y amplia circulación lo que usted esperaría del Libro que está inspirado por el Dios Todopoderoso?
Pero lo que señala a este Libro particularmente como siendo de paternidad literaria Divina son sus profecías que de modo consistente se han probado confiables. Los humanos no siempre pueden pronosticar exactamente el tiempo con veinticuatro horas de anticipación; no obstante, la Santa Biblia predijo muchísimos acontecimientos siglos y hasta milenios antes de haber sucedido realmente. Ningún otro libro que afirma ser de paternidad literaria Divina ha podido hacer esto, lo cual es evidencia de que la Biblia es el libro que Dios está usando para comunicarse con los hombres hoy en día.
Pues considere por un instante cómo la Santa Biblia registró con anticipación la subida y caída de Potencias Mundiales que han dominado los asuntos de la Tierra. Bajo inspiración de Dios, el profeta hebreo Isaías predijo en el octavo siglo a. de la E.C. que Ciro el persa serviría de libertador de los israelitas cautivos en Babilonia. Dios hasta dio detalles de la conquista. Cerca de doscientos años después Ciro entró en Babilonia, exactamente como se predijo. (Isa. 44:26–45:3) El profeta Daniel, escribiendo bajo inspiración de Dios, también registró con anticipación la subida de la Potencia Mundial Medopersa. Más que eso, con términos inequívocos, habló acerca de la llegada a la prominencia de la siguiente Potencia Mundial, Grecia, su conquista de Medo Persia, y, con el tiempo, su disolución en cuatro imperios más pequeños con la muerte de su rey conquistador, Alejandro Magno.—Dan. 8:1-8, 20-22.
Quizás aun más asombrosos son los cumplimientos de veintenas de profecías relacionadas con el Mesías prometido, el nombrado por Dios como libertador de toda la humanidad. Habría de nacer de la tribu israelita de Judá en Belén. (Gén. 49:10; Miq. 5:2; Mat. 1:2-16; 2:1, 5, 6) Habría de ser despreciado y contado entre transgresores. (Isa. 53:3, 12; Luc. 22:63; 23:32, 33) Al morir ni un solo hueso de su cuerpo habría de ser roto, y sus ejecutores habrían de echar suertes por sus prendas de vestir. (Sal. 34:20; 22:18; Juan 19:33, 36; Mat. 27:35) Cada una de estas profecías y, según cálculos de algunos, por lo menos trescientas más, se cumplieron de manera notable en Jesucristo. No solo eso, la Biblia predijo las mismísimas cosas que suceden en nuestro día. (2 Tim. 3:1-5) ¡Sí, usted ciertamente puede confiar en la veracidad de la Santa Biblia!
ADORACIÓN DEL DIOS VERDADERO
Este Santo Libro, la Biblia, describe claramente el tipo de adoración que agrada al Dios Todopoderoso. Al rendir esta adoración usted recibirá las bendiciones eternas que Dios provee por medio de su reino. Para un número limitado de 144,000 personas, estas bendiciones se disfrutarán en el cielo como gobernantes con Jesucristo, mientras que para la vasta mayoría de la humanidad obediente se disfrutarán como súbditos de ese reino celestial en una Tierra restaurada a condiciones paradisíacas.—Rev. 14:1-3; Sal. 37:29, 34.
Pero a fin de ser conducido a este reino de Dios usted primeramente tiene que reconocer quién es el Dios verdadero. Su propio Libro, la Biblia, nos informa: “Tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres el Altísimo sobre toda la tierra.” “Dios es un Espíritu, y los que lo adoran tienen que adorarlo con espíritu y con verdad.” “Yo soy Jehová. Ese es mi nombre; y a ningún otro daré mi propia gloria, ni mi alabanza a las imágenes esculpidas.”—Sal. 83:18; Juan 4:24; Isa. 42:8.
Sí, el nombre del Dios verdadero, el Altísimo sobre toda la Tierra, es JEHOVÁ. Este gran Dios Jehová no es imagen sin vida, sino que es una poderosa Persona Espíritu invisible, y él no aprueba las imágenes ni siquiera como ayudas visuales en nuestra adoración. Por lo tanto, para adorarle de manera acepta usted no debe inclinarse ante imágenes no inteligentes de madera, piedra o metal, sino, más bien, usted tiene que vivir su vida en armonía con la verdad manifestada en Su Palabra, la Biblia.—Éxo. 20:4, 5; Lev. 26:1; Isa. 44:14-20; 46:5-7.
Si usted se detiene a raciocinar sobre el asunto, usted verá cuán sin valor son las imágenes materiales. Observe que son impotentes para andar o dar instrucción. Tome una imagen supuestamente santa, arrójela en un río o en un fuego llameante. ¿Puede nadar como un hombre, o salta de las llamas para salvarse de ser consumida? Si esta imagen no puede protegerse, ¿cómo lo protegerá a usted cuando surja dificultad?
Mire las imágenes hechas por la mano del hombre. ¡Cuán inanimadas son! Observe lo que el Dios vivo, Jehová, dice acerca de ellas: “Boca tienen, pero no pueden hablar; ojos tienen, pero no pueden ver; oídos tienen, pero no pueden oír. Nariz tienen, pero no pueden oler. Manos son suyas, pero no pueden palpar. Pies son suyos, pero no pueden andar; no articulan ningún sonido con la garganta.” Por lo tanto, ¿cómo es posible que pudieran ser el Dios verdadero? No pueden ser, y por esa razón, Dios dice: “Quienes los hacen llegarán a ser exactamente como ellos, todos los que en ellos confían.”—Sal. 115:4-8.
LO QUE INCLUYE LA ADORACIÓN VERDADERA
En vez de incluir la adoración a las imágenes, la adoración que conduce al reino de Dios tiene que reconocer a Jesús el Mesías, el que Jehová Dios envió a la Tierra para abrir el camino para que consigamos vida eterna y el que Dios designó como rey de su reino. La Biblia autoritativa dice: “No hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos.”—Hech. 4:12; Mat. 20:28.
La adoración que conduce al reino de Dios no solo incluye el reconocer al Dios verdadero Jehová y aceptar a su Hijo Jesucristo, sino también envuelve el practicar obras correctas. El solo poseer la Palabra de Dios no basta. Uno tiene que vivir en armonía con lo que ella dice. La nación de Israel provee un ejemplo. Tuvo las Escrituras inspiradas, pero cuando el Mesías prometido llegó en la persona de Jesús, los caudillos religiosos de esa nación lo persiguieron y finalmente hicieron que fuera muerto. Debido a que no produjeron los frutos de la justicia, Jesús les dijo: “Es por eso que les digo: El reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos.”—Mat. 21:42, 43.
Observe por qué la adoración de aquellos judíos no condujo al reino de Dios. Fue porque no producían los frutos justos que los capacitarían para vivir en el reino de Dios. Sí, a fin de conseguir las bendiciones del dominio de ese Reino uno tiene que practicar obras correctas.
Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra él mostró que esto requería el producir el fruto del amor. Poco antes de ser traicionado y muerto grabó esto de manera potente en sus seguidores, al decir: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros. En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre ustedes mismos.” Verdaderamente, tal amor ha llegado a ser tan raro que es una marca que distingue a los adoradores verdaderos.—Juan 13:34, 35; 1 Juan 4:20; 3:15.
La adoración que conduce al reino de Dios también tiene otros frutos. Como muestra el libro bíblico de Gálatas, incluye: “gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad, gobierno de uno mismo.” Para poder cultivar este fruto del espíritu de Dios uno tiene que desechar las obras de la carne, que “son: fornicación, inmundicia, conducta relajada, idolatría, práctica de espiritismo, odios, contiendas, celos, enojos, altercaciones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, diversiones estrepitosas y cosas semejantes a éstas.” La Biblia advierte “que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.”—Gál. 5:19-23.
Otra cosa que distingue en la adoración que conduce al reino de Dios es que ésta enfoca la atención en ese reino, en vez de instar a apoyar el presente sistema de cosas con su política y militarismo. No obstante, hoy en día por todas partes y en todos los países vemos que las organizaciones religiosas obran de común acuerdo con los gobiernos de este mundo y bendicen su uso de poderío militar. Esto es tan cierto de las religiones orientales como lo es del alegado cristianismo del mundo occidental, conocido generalmente como la cristiandad.—Juan 15:19; Isa. 2:2-4
Jesucristo, sin embargo, aunque instruyó a sus seguidores a ser observantes de la ley, dijo del gobierno celestial al cual Dios lo había ungido como rey: “Mi reino no es parte de este mundo.” Por esa razón Jesús dijo que sus discípulos ‘no eran parte del mundo, así como él no era parte del mundo’.—Juan 18:36; 17:16; Mat. 22:21.
Los seguidores de Jesús del primer siglo apreciaron este hecho. En evidencia de esto, el discípulo Santiago dijo que la adoración pura incluía el mantenerse “sin mancha del mundo.”—Sant. 1:27.
Por eso, en vez de aceptar el punto de vista del hombre de que el gobierno humano, particularmente la organización de paz mundial, las Naciones Unidas, es la ‘mejor esperanza de paz,’ los adoradores de Jehová aceptan el punto de vista de Dios de las cosas y acuden a Jesucristo como el Príncipe de Paz y al reino de Dios como la única esperanza del hombre para paz duradera. Son defensores francos de ese reino, predicando acerca de él públicamente y de casa en casa como Jesús mismo lo hizo cuando estuvo en la Tierra. Esta actividad de predicación es parte de su adoración —adoración que conduce al reino de Dios.—Isa. 9:6; Mat. 4:17.
Con miras a su salvación eterna, es vital que usted, también, prescindiendo de la adoración que haya practicado hasta ahora, preste atención a lo que el Creador del hombre dice sobre este asunto de la adoración. Conforme su adoración a Sus requisitos. Viva usted su vida en armonía con su Palabra inspirada. Cifre su fe en Su reino, y dé a conocer las buenas nuevas de ese Reino a otros. Solo de esta manera su adoración conducirá al reino de Dios.
¡Alaben a Jah! . . . Alabaré a Jehová mientras dure mi vida. Haré melodía a mi Dios mientras yo exista. No deposites tu confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no le pertenece salvación alguna. Su espíritu sale, él vuelve a su tierra; en ese día ciertamente perecen sus pensamientos. Feliz es el que tiene al Dios de Jacob como ayuda suya, cuya esperanza está en Jehová su Dios, . . . Aquel que conserva la fidelidad hasta tiempo indefinido.—Sal. 146:1-6.