El poder refinador de la adversidad
¡CUAN propensos estamos a retraernos o a tratar de salirnos de las pruebas y sufrimientos que la adversidad nos impone! Pero, ¿no son tales penas el destino común de la humanidad? Como exclamó el paciente Job en medio de sus pruebas: “El hombre, nacido de mujer, es de vida corta y está harto de agitación.” Y como observó el sabio rey Salomón, el destino del hombre “significa dolores y vejación.”—Job 14:1; Ecl. 2:23.
Puesto que la adversidad es el destino de la humanidad, ¿por qué rebelarse en contra de ella? La adversidad, sea cual fuere su causa o naturaleza, realmente puede efectuar bien para nosotros si aguantamos lo que nos imponga con el estado de ánimo correcto y por causa de los principios. No es sin buena razón que repetidas veces nos recomienda la Biblia la virtud del aguante o perseverancia.—Mat. 24:13; Heb. 12:1; 2 Ped. 1:5, 6.
Sí, el someternos a condiciones que causan sufrimiento, mental o físico, puede ejercer un poder refinador sobre nosotros. Puede hacer que uno llegue a ser una persona mejor, más comprensiva, más altruista. Se pudiera asemejar este poder refinador al calor que en tiempos antiguos se usaba para refinar el oro y la plata y que hoy se usa para templar el acero. Usando esta ilustración, Jehová Dios proféticamente hizo que se registrara acerca de su pueblo fiel: “Ciertamente traeré la tercera parte por el fuego; y realmente los refinaré como al refinar la plata, y . . . el oro.” Como resultado de esta obra refinadora Dios podrá decirles: ‘Ustedes son mi pueblo,’ y ellos prestamente reconocerán: ‘Jehová es nuestro Dios.’—Zac. 13:9.
¿Cómo aplica este principio a nuestra vida cotidiana en estos tiempos modernos? Por ejemplo, sea por desgracia, falta de buen juicio o egoísmo, uno quizás se haya metido en un aprieto financiero. Uno pudiera adoptar la salida fácil entrando en bancarrota personal, lo cual muchas personas están haciendo. Según el U.S. News & World Report del 3 de abril de 1967, el número de tales bancarrotas para los doce meses que terminaron el 30 de junio de 1967, sería de por lo menos 186.000. Esto es el triple de lo de hace diez años y envuelve una pérdida para los acreedores de 1.500.000.000 de dólares. Pero a uno se le puede refinar eliminando bastante del descuido o del egoísmo si acepta los compromisos, practica economía rígida y trabaja duro para cumplir con ellos, si es posible hacerlo; sin decir nada en cuanto a mantener el pundonor de uno y una conciencia más limpia.
Este derrotero más honorable es el que recomendó el salmista de la antigüedad, el rey David, cuando habló favorablemente acerca de aquel que “ha jurado a lo que es malo para sí, y no obstante no lo altera.” O como lo expresa una traducción libre moderna, David elogió a aquel “que cumple con lo que promete a cualquier costo.”—Sal. 15:4, The Jerusalem Bible.
Otro ejemplo que pudiera darse del poder refinador de la adversidad que se aguanta a causa de los principios y con el estado de ánimo correcto es la que a veces les viene a los padres al descubrir que un hijo suyo es lo que antes se llamaba “retrasado mental,” pero que ahora se describe más considerada y exactamente como “aprendedor lento.” ¿Qué harán? ¿Se amargarán y quedarán resentidos? ¿O transferirán a la ligera su carga a una institución estatal y se olvidarán del niño, como han hecho algunos padres? No, hay una manera mejor.
Es verdad, el tener a tal niño en la casa quizás imponga una carga grande sobre el resto de la familia, pero, ¡qué posibilidades ofrece el llevar esta carga en lo que concierne a refinarlos al entrenarlos a ejercer paciencia, simpatía y entendimiento; en resumen, altruismo! Como lo expresó una sobresaliente escritora de los Estados Unidos... cuyo libro autobiográfico ha resultado en gran consuelo para muchos padres que tienen hijos que aprenden lentamente: “Mi hija imposibilitada me ha enseñado mucho. Me ha enseñado paciencia, sobre todo lo demás.” De hecho, la más reciente opinión médica sostiene que, de ser posible, lo mejor para todos los interesados, para la sociedad, para los padres y para el niño mismo, es el tenerlo en casa.—The Child Who Never Grew, Perla Buck (1950).
Luego, de nuevo, se puede experimentar el poder refinador de la adversidad ‘cumpliendo con lo que uno promete, con los votos de matrimonio de uno, a cualquier costo,’ a pesar de desilusión y desengaño agudos. A menudo siguen resultados desdichados cuando se casan personas que carecen de entendimiento, como sucede con adolescentes. Muchos buscan la salida fácil, por medio de la separación o el divorcio; y éste es el derrotero que están emprendiendo muchos adolescentes en los Estados Unidos, pues hay de tres a cuatro veces más divorcios entre las personas casadas adolescentes que entre las personas de mayor edad.
Sin embargo, hay grandes posibilidades para refinar las personalidades de cada uno por medio de que cada uno resuelva aguantar el período de ajuste que se necesita; por medio de aprender a ejercer gobierno de uno mismo bajo provocación, aprendiendo a expresar interés altruista en el otro, progresando así a la madurez emocional que en primer lugar cada uno debería haber tenido antes de casarse. Después de todo, al casarse ¿no juraron continuar juntos en toda circunstancia, y no depende en gran parte de ellos mismos cuánto gozo o dolor obtiene cada uno de la relación? Los que quieren tener éxito en el matrimonio encontrarán mucho consejo útil en la Palabra de Dios, la Biblia.—1 Cor. 7:10, 11; Efe. 5:22-33.
Por supuesto, todo esto tiene la más pertinente aplicación a los cristianos que se han dedicado a Dios, para hacer su voluntad, y para seguir en los pasos de Jesucristo. Al llevar a cabo su dedicación bien pueden hallar penalidades en forma de disciplina y adversidad que no habían previsto. Pero al aguantar serán refinados, así como indican las palabras inspiradas: “Ninguna disciplina parece por el presente ser cosa de gozo, sino penosa; sin embargo después, a los que han sido entrenados por ella, da fruto pacífico, a saber, justicia.” Y, además, los cristianos tienen la promesa de recibir vida eterna por medio de aguantar y perseverar hasta el fin.—Heb. 12:11; Mat. 24:13.