Eficacia con consideración
¿ES USTED acaso una de las multitudes de personas que han sentido que son solo dientes de engranaje pequeños, menospreciados, en una organización grande, eficaz, semejante a máquina? Si ése es el caso, usted probablemente se siente justificado por su resentimiento. Sin embargo, aun si existiese justificación, ¿es verdaderamente provechoso para usted el permitir que el resentimiento corroa su sentido de felicidad y bienestar? Ciertamente que no. ¡Cuánto mejor tratar de comprender el valor de la eficacia genuina, aplicarla en su propia vida y relaciones, y esperar confiadamente que su buen ejemplo se les pegue a algunos de aquellos que lo observan a usted!
Cuando Faraón de Egipto descontinuó el suministrar paja para los esclavos israelitas pero insistió en que ellos hallaran su propia paja y mantuvieran la misma producción de ladrillos, eso no fue eficacia. Fue opresión crasa. Por otra parte, si usted es cabeza de familia, a usted le gusta ver que la casa funcione sin asperezas y económicamente bien, ¿no es verdad? Eficacia significa lograr los resultados deseados sin desperdicio. Por eso, ¿no es ésa la mismísima cosa que usted busca?
Ahora bien, eche un vistazo a la manera en que las cosas se hacen en su propia familia. Si usted exige perfección de todos y establece reglas y reglamentos para hacer cumplir sus requisitos, pronto encuentra usted una reacción de resentimiento, cuando no sea de rebelión declarada. Pero, ¿es incorrecto esperar que su familia mejore continuamente? No, porque Jesús pidió a sus seguidores imperfectos que fueran “perfectos, como su Padre celestial es perfecto.” (Mat. 5:48) Sabemos, por supuesto, que el hombre en su condición actual no es perfecto. No obstante, esta invitación es para esforzarnos por ser como nuestro Padre celestial. El esforzarnos por ser como él nos mantendrá en la senda correcta y con la correcta actitud mental, y resultará en que empleemos nuestra vida de manera feliz, productiva y satisfaciente.
Por su propia experiencia usted sabe que para manejar eficazmente su casa se requiere más que una lista de reglas y reglamentos desamorosos. Se requiere educación paciente de la familia por parte de usted, una disposición de hacer demostraciones personales de cómo deben hacerse las cosas. Luego, también, usted tiene que tomar en consideración la edad, la habilidad y el carácter emocional de cada miembro, y dar a cada uno exactamente la clase correcta de estímulo y ayuda. Por eso usted comienza a ver que el desperdicio que combate la eficacia genuina no es meramente desperdicio de tiempo y material. Incluye desperdicio y desgaste de los preciosos haberes humanos que componen una familia. Los jefes mundanos a menudo no toman en plena consideración este haber sumamente vital de su organización. Sus programas de eficacia están desprovistos de consideración amorosa.
Aunque es verdad que ningún cabeza de familia y ningún superintendente de hombres puede darse el lujo de fomentar la pereza ni la negligencia, deben comprender que el apremiar a la gente o el esperar demasiado de ella no es el camino de la eficacia. La más elevada norma de trabajo la desempeñarán los que se hallen en un estado de ánimo feliz, contento. Tales personas estarán anuentes a aceptar corrección cuando la merezcan, mientras estén recibiendo también encomio por los trabajos bien hechos. Y cuando ciertamente cometen un infrecuente error craso, el entrenamiento paciente, y no el chasquido de una lengua semejante a látigo, obrará maravillas.
Considere la posición de un cristiano que casualmente es superintendente en alguna planta u oficina. Está apropiadamente ansioso de promover y aumentar los intereses confiados a su cuidado, porque esto está de acuerdo con los principios bíblicos. (Luc. 19:11-27) ¿Cómo logrará eficacia? No mediante instrucciones desamorosas, impersonales, y no mediante exigencias en voz alta, insistentes, por mayor y mayor producción. Más bien, estará convencido de que, de todos los haberes de la organización que está sirviendo, las criaturas humanas son las más valiosas; porque tienen una maravillosa potencialidad de inteligencia, ingeniosidad y adaptabilidad. Las máquinas más finas del mundo son inútiles sin el conocimiento y la técnica de los hombres y las mujeres que se requieren para manejarlas. Por eso, se interesará en su bienestar, su salud mental y emocional así como física. Se esforzará por mantener una relación con cada uno de ellos en un nivel que esté de acuerdo con la dignidad apropiada de las creaciones humanas de Dios.
Se sabe bien que cuando las máquinas se manejan continuamente a velocidades mayores de aquellas para las cuales fueron construidas, la vida de las máquinas se acorta drásticamente y se presentan costosas cuentas de reparación. Esto nos hace recordar que por lo general a las máquinas se les inicia, cuando son nuevas, a velocidades comparativamente bajas, y luego se les acelera gradualmente a velocidad máxima según transcurre el tiempo. El operador sabio sabe cuándo ha llegado a la velocidad máxima segura. Aunque los humanos no son máquinas, el superintendente cristiano verá en esta ilustración la base para esperar que cada trabajador o trabajadora aumente gradualmente sus esfuerzos hasta eficacia máxima, y percibirá cuándo se ha alcanzado el máximo de eficacia seguro en cada caso individual. Ese máximo seguro es el ritmo de producción al cual puede continuar indefinidamente el trabajador sin tensión física o mental indebida.
Por eso, aunque un cristiano trabajará duro para mantener el desperdicio al mínimo y guardarse de la pereza, sabe que no puede producir perfección de imperfección. Quizás al jefe exigente, que actúa como capataz, se le ensalce en el mundo de los negocios, pero queda desaprobado por la Palabra de Dios debido a su falta de consideración. Bajo inspiración Salomón escribió: “Yo mismo he visto todo el trabajo duro y todo el aprovechamiento en el trabajo, que significa la rivalidad de uno para con otro; esto también es vanidad y un esforzarse tras el viento.” (Ecl. 4:4) La táctica del mundo en este respecto brota de la naturaleza egoísta de las obras en que participa. Esta táctica produce competencias despiadadas, odios, úlceras estomacales y una hueste de otros males—en una palabra, vanidad.
Aunque usted crea, entonces, que no está recibiendo reconocimiento apropiado y consideración amorosa, ¿por qué entregarse al resentimiento? Esto solo puede causarle daño a usted. Más bien, determínese a que los miembros de su familia y otros que quizás trabajen bajo su dirección reciban ayuda, con consideración amorosa, para ser eficaces.