Preguntas de los lectores
● El párrafo 3 de la página 564 de La Atalaya del 15 de septiembre de 1951, dice: “Deben orar sobre él, para que él oiga lo que están orando y pueda demostrar que está de acuerdo, diciendo ‘¡Amén!’” ¿Significa esto que después que uno ha orado en una reunión o en la mesa todos los que escuchan deben decir “Amén” para manifestar que están de acuerdo?—A. B., Costa de Oro.
No, eso sería sacar injustificadamente la declaración de las circunstancias en que se hizo. La Atalaya estaba tratando de una persona espiritualmente enferma sobre quien los ancianos de la congregación deberían orar. Su oración sería con el propósito de edificar y fortalecer al enfermo, presentando sus problemas y ofreciendo consejos y procedimientos bíblicos para hacerles frente, además de pedir la ayuda de Jehová en favor del espiritualmente enfermo. Pero ¿permitiría el afligido que le ayudaran? ¿Reconocería sus fracasos, las causas de su angustia espiritual, la sabiduría de los consejos que se le dieran, la necesidad de seguir los procedimientos sugeridos para recobrarse? O ¿se habría descarriado tanto de la senda correcta y llegado a estar tan debilitado espiritualmente que no respondería a la ayuda brindada con oración? En tal caso habría alguna duda en cuanto a la reacción del individuo a la oración y su contenido. Por eso una expresión definida de él estaría en orden, y un “Amén” audible o en el corazón sería la manera de manifestar que estaba de acuerdo con la oración.
La situación es diferente en el caso de oraciones en reuniones o comidas. No hay razón para dudar del consentimiento de todos los oyentes. La oración apropiada en tales ocasiones no suscitará desacuerdo, y ninguna expresión de consentimiento se exige. Sin embargo, no hay objeción a que los oyentes añadan un “Amén” audible a la conclusión si lo desean hacer así. El pueblo expresó su “Amén” al final de uno de los salmos de gracias de David, y en otras ocasiones los israelitas manifestaron consentimiento por el uso de la expresión. (Deu. 27:14-26; 1 Cró. 16:7-36; Apo. 5:14) Cuando discutía la oración en una lengua desconocida Pablo dijo: “¿Cómo dirá Amén el hombre que ocupa el asiento de la persona común y corriente a la expresión de gracias de usted, puesto que él no sabe lo que usted está diciendo?” (1 Cor. 14:16, NW) Nosotros no hablamos en lenguas desconocidas hoy, pero algunos que oran no siempre manifiestan consideración para sus oyentes humanos hablando claramente y con suficiente fuerza para ser fácilmente oídos. Tal oración no edifica o vigoriza a los oyentes, y ellos no pueden unirse en el espíritu de oración de las declaraciones o indicar consentimiento, sea por “Amenes” silenciosos o audibles.
La expresión “Amén” también indica a los oyentes que se ha llegado a una conclusión. (Sal. 41:13; 72:19, 20; 89:52; Rom. 16:27; Gál. 6:18; Judas 25) Por esta razón es propio que el que ora en voz alta siempre concluya con un “Amén” claramente audible. De ese modo indicará que ha concluido, y los oyentes con la cabeza inclinada pueden reasumir su postura normal. De modo que el que ora en voz alta debe decir “Amén” al final; y los oyentes pueden hacerlo o no, como les parezca.
● ¿Es correcto proponer brindis o brindar por Dios o Cristo o el Reino?—J. S., Pensilvania.
A veces se proponen brindis, y los miembros del grupo se sienten obligados a unirse a ellos. Esta práctica está arraigada en el paganismo de hace mucho tiempo. Los babilonios brindaban por sus dioses, y terminaban borrachos. La Biblia da el relato de una de esas ocasiones. En 539 a. de J.C. Belsasar ordenó que los vasos sagrados del servicio del templo de los hebreos fueran traídos, y de ellos él y su partida de borrascosos “bebieron vino, y alabaron a los dioses”. (Dan. 5:1-4) Tal brindis de ningún modo se compara con las libaciones que Jehová Dios prescribió para el servicio de su templo. Cuando los griegos daban festines y se emborrachaban en ellos, era por razones de su religión: bebían profundamente en honor de sus dioses paganos. Después de los griegos, los romanos observaron semejantes costumbres religiosas paganas de brindar por los dioses. Naturalmente, tenían tantos dioses que todos se emborrachaban antes de que el ritual terminara. También, se brindaba por héroes humanos.
Los escandinavos, antes de ser convertidos a Cristo, se reunían para emborracharse y brindaban por Odín, Njord y Frey. Los misioneros cristianos no pudieron abolir estas costumbres, pero los brindis se cambiaron para “honrar” a Dios y Cristo y diferentes santos patrones, y para obtener salvación para su alma. El estado futuro de felicidad estaba asociado con el beber constante y la mucha embriaguez. No resulta en honra para Jehová Dios y Cristo Jesús el que costumbres paganas de brindis sean ahora transferidas a ellos, o a humanos. La Palabra de Dios, la Biblia, nos instruye sobre la manera en que podemos honrarlo, y nosotros no añadimos a su Palabra en este punto, y especialmente no cuando la añadidura proviene de costumbres paganas. Al abstenernos de esta costumbre de brindar, junto con muchas otras costumbres censurables, quizás les parezcamos de “mente estrecha” a los mundanos. Lo somos. Pero nunca olvide por un momento que nuestra angostura cristiana es nuestra salvación, así como la anchura del mundo es su destrucción.—Mat. 7:13, 14.
● ¿Aprueba la Sociedad el que se celebren fiestas de buena intención en que se hacen regalos, como en el caso de matrimonios o nacimientos? ¿Deben exhibirse los regalos junto con una identificación de los dadores?—M. F., Nueva York.
La Sociedad no desaprueba tales fiestas en que se dan regalos si se conducen apropiadamente. Pero no es bueno tener la mente en estas fiestas, e implicar al pueblo del Señor en una cadena continuada de ellas. Es fácil que una o dos comiencen una serie que pueda llegar a ser un círculo infinito de tales fiestas. Puede agobiar a los hermanos, quitarles su tiempo y su dinero que no siempre podrán gastar en regalos. Usted quizás diga que no es necesario que traigan regalos, pero la costumbre los pide y la mayoría los traerá, y sería embarazoso venir con las manos vacías. Ahora bien, ciertamente no hay nada malo en dar regalos. Cuando se dan espontáneamente, es bondad fraternal encomiable y a veces manifiesta verdadero interés cristiano. Existe la obligación bíblica de notar a aquellos hermanos nuestros que están necesitados y ayudarlos. Podemos usar una de tales fiestas como ocasión para ayudarlos, pero no tenemos que esperar tales ocasiones, no tenemos que sujetar nuestras dádivas a tales tiempos y momentos acostumbrados. A veces se necesita ayuda en otros tiempos. Debemos dar cuando la necesidad surja, y a los que estén verdaderamente necesitados, y hacerlo espontáneamente, sin que se nos solicite por invitaciones a fiestas que nos obligan a dar, sea que el que recibe los regalos sea persona necesitada o no.
¿Deben ser identificados los dadores con sus regalos? ¿Por qué deben serlo? Seguramente los que dan los regalos más costosos no buscan la aclamación pública. Podría avergonzar a los hermanos más pobres que tienen que dar regalos más modestos, y quizás los haga gastar más de lo que realmente pueden. Por eso ¿por qué engrandecer a los ricos y humillar a los pobres, aun cuando se haga involuntariamente? (Sant. 2:1-4) No es bíblica, esta publicidad para el regalo y el dador. “Cuando ustedes empiecen a hacer regalos de misericordia, no toquen una trompeta delante de ustedes, así como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los glorifiquen. Verdaderamente les digo, Ellos están teniendo su recompensa plena. Mas ustedes, cuando hagan regalos de misericordia, no dejen que su mano izquierda sepa lo que su mano derecha está haciendo.” (Mat. 6:2, 3, NW) Si se practicaran las dádivas anónimas, ¿serían los regalos tan costosos? ¿Gastaría el dador más allá de sus recursos, si no fuera identificado con el regalo? Esto verdaderamente mostraría el altruismo detrás del regalo. El dar así agrada a Dios.
Un punto final de suma importancia, sea la ocasión una en que se hacen regalos o una boda o recepción o sencillamente una reunión amigable de testigos: Dirija las actividades para que algo edificante resulte de ello. Juegos tontos son para gente pueril; los cristianos maduros han adelantado más allá de ellos, los han dejado atrás. El baile sexualmente sugestivo o apasionado acompañado del ruidoso jazz no es para cristianos, aunque el baile y música propios no pueden ser condenados. Cuando Jesús asistió a una fiesta de bodas él usó la ocasión para glorificar a Dios, ejecutando su primer milagro, el convertir el agua en vino. (Juan 2:1-11) Y podemos estar seguros de que él no hizo cola para besar a la novia—de modo que dejamos tales prácticas exaltadoras de la mujer atrás en el mundo adorador de criaturas, donde pertenecen. En vez de cualquier relajamiento de conducta o uso excesivo de comida o bebida, debemos tener las actividades bajo control y dirigir el festejo por canales provechosos, tales como el cantar canciones del Reino, jugar juegos de acertijos bíblicos, contar experiencias del campo, etc. No sólo serán dichas cosas un recreamiento adecuado para nosotros y servirán para familiarizarnos mejor los unos con los otros, sino que serán útiles para las personas de buena voluntad que estén presentes, impresionándolas favorablemente con el pueblo de Jehová.
De modo que decimos que no hay nada malo en tales fiestas planeadas adecuadamente, y los que van a ellas no deben ser criticados por los que no asisten, y viceversa. Sean moderados en la cantidad de fiestas que celebren, en las dádivas, en el disfrute del alimento y bebida materiales mientras estén allí, y háganlas espiritualmente edificadoras. Siempre recuerden que Cristo es nuestro modelo. (1 Ped. 2:21) Él no consumió demasiado tiempo en tales cosas, no hizo una exhibición ostentosa de dar, no llegó a ser glotón o borracho en tales ocasiones, o en ningún otro tiempo. Cuando estuvo en reuniones sociales él usó dichas ocasiones para la gloria de Dios, pero no usó todas sus noches en fiestas para agotarse en actividades sociales. Su celo hacia Jehová y la obra predicadora fué lo que consumió su tiempo y energía. Así deben ser las cosas entre nosotros, hemos de equilibrar nuestras diferentes actividades cuidadosamente de acuerdo con su importancia.