El Sermón del Monte... “Cuando ayunes, úntate la cabeza con aceite”
DESPUÉS de considerar el dar limosnas y la oración, Jesús dirigió atención a un tercer aspecto de importancia en la adoración que practicaban los judíos, a saber, el del ayuno. Pero antes de notar lo que el Hijo de Dios dijo sobre este asunto, consideremos alguna información básica útil.
El ayuno no se mencionaba específicamente en la ley de Dios dada por medio de Moisés. Pero la Ley sí mandaba que en el Día de la Expiación los israelitas ‘se afligieran,’ lo cual se entiende que significaba ayunar. (Lev. 23:27; Núm. 29:7; vea también Levítico 16:29-31, Biblia de Jerusalén; compare con Salmo 35:13; Isaías 58:3, 5.) Aunque éste era el único ayuno público que exigía la ley mosaica, los israelitas observaban muchos otros. Ayunaban públicamente en aniversarios de desastres nacionales y durante tiempos de sequía, escasez de cosechas, pestilencia y guerra.—Zac. 7:5; 8:19.
Además, ciertas personas emprendían ayunos voluntarios y particulares para procurar favor especial de Dios o en ocasiones de duelo. (2 Sam. 12:16) El ayuno podía durar un solo día o un espacio de tiempo más largo. La tradición judía especifica que en realidad la abstención de alimento no se extendía por un período entero de 24 horas, sino solo durante las horas de la luz del día. Por lo general los individuos emprendían estos ayunos voluntarios solamente en circunstancias calamitosas.
Pero en el caso de los fariseos la situación era diferente. Según una parábola de Jesús, ciertos miembros de aquella fraternidad religiosa emprendieron por propia cuenta el proceder de ‘ayunar dos veces a la semana.’ (Luc. 18:12) Los días en que esto solía hacerse eran el lunes y el jueves. Parece que los fariseos creían que el celebrar con regularidad ayunos voluntarios les traería bendiciones de Dios y evitaría calamidades nacionales. Como indicación de los extremos a los cuales algunos podían llegar, el Talmud de Babilonia relata lo siguiente acerca de un rabino que vivió durante el primer siglo E.C.:
“El r[abino] Zadok observó ayunos por cuarenta años para que Jerusalén no fuera destruida, [y adelgazó tanto que] cuando comía algo, se podía ver el alimento [mientras pasaba por su garganta]. Cuando quería restablecerse, solían traerle un higo, y él solía chupar el jugo y tirar lo demás.”
EL CONSEJO DE JESÚS SOBRE EL AYUNO
Jesús comenzó su consejo sobre la abstinencia de alimento diciendo: “Cuando ayunen, dejen de ponerse de rostro triste como los hipócritas, porque ellos desfiguran su rostro para que les parezca a los hombres que ayunan.”—Mat. 6:16a.
Jesús nunca mandó a sus discípulos que ayunaran, y se conocía que ellos no practicaban ayunos con regularidad alguna. (Mat. 9:14, 15) Por otra parte, el Hijo de Dios no dio a sus seguidores la dirección de evitar aquella práctica por completo. La expresión, “cuando ayunen,” indica que algunos de sus discípulos ayunarían en ocasiones especiales.—Vea Hechos 13:2, 3; 14:23.
Pero nunca deberían ‘desfigurar su rostro para que les pareciera a los hombres que ayunaban.’ Los hipócritas a quienes se refirió Jesús presentaban a propósito una apariencia de “rostro triste.” Descuidaban la apariencia del rostro durante los días de ayuno, probablemente por no lavarse o peinarse y por medio de echarse cenizas sobre la cabeza. El verdadero motivo que tenían para hacer esto era “para que les parezca a los hombres que ayunan.” Disfrutaban de que los miraran con admiración y les hicieran movimientos de aprobación con la cabeza otros hombres a quienes impresionaba su despliegue externo de devoción o piedad.
Como en el caso de las personas que hacían una exhibición del dar limosnas y oraban en público para ser observadas por los hombres, Jesús dijo acerca de los que ayunaban por razones similares: “Verdaderamente les digo a ustedes: Ellos ya disfrutan de su galardón completo.” (Mat. 6:16b; compare con Mt 6:2, 5.) En vez de obtener bendiciones de Dios, la admiración de congéneres humanos era todo el “galardón” que recibían. Lo recibían “completo” y Dios no le añadiría nada.
“Mas tú, cuando ayunes,” continuó Jesús, “úntate la cabeza con aceite y lávate el rostro.” (Mat. 6:17) Los judíos tenían como práctica regular el frotarse el cuerpo con aceite y lavarse. Sin embargo, la tradición judía prohibía hacer aquello en los días de ayuno público como el Día de Expiación y el noveno día del mes quinto, Ab (el aniversario de la destrucción del templo de Dios en Jerusalén). Los fariseos se pusieron a observar por propia cuenta prohibiciones similares durante los ayunos que voluntariamente efectuaban dos veces a la semana. Sin embargo, si acaso surgía una ocasión en la cual los que oían a Jesús desearan ayunar, deberían ‘untarse la cabeza con aceite y lavarse el rostro,’ es decir, presentar apariencia normal.
En cuanto a la razón para hacer esto, Jesús declaró: “Para que no les parezca a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en lo secreto.” (Mat. 6:18a) Ellos no deberían agradar a los hombres, sino a Dios, quien está “en lo secreto,” muy alejado de la mirada penetrante de los ojos humanos. Por eso, no habría necesidad de dar evidencia visible de estar ayunando.
Pero Jesús aseguró que, aunque los seres humanos no observaran y alabaran al que rehusara hacer un despliegue público del ayuno, “tu Padre que mira en secreto te lo pagará.” (Mat. 6:18b) Dios ciertamente está ‘mirando,’ observando cómo sus siervos efectúan su adoración. Lo que cuenta con Dios no es una exhibición exterior de hechos píos, sino sinceridad de corazón junto con hechos de bondad amorosa para con el congénere de uno. (1 Sam. 16:7; 1 Cró. 28:9) Sobre ayunar, Isaías escribió:
“En realidad ustedes hallaban deleite en el mismísimo día de su ayuno, cuando allí estaban todos sus trabajadores que ustedes obligaban a trabajar. En realidad para riña y para lucha ustedes ayunaban, y para golpear con el puño de la iniquidad [debido a que el hambre los irritaba]. ¿No siguieron ayunando como en el día de hacer oír su voz en la altura? ¿Debe el ayuno que yo escojo llegar a ser como éste, como día en que el hombre terrestre se aflija el alma? ¿Para inclinar su cabeza justamente como un junco, y para que extienda mera tela de saco y cenizas como su lecho? ¿Es esto lo que tú llamas un ayuno y un día acepto a Jehová?
“¿No es éste el ayuno que yo escojo? ¿Desatar los grillos de la iniquidad, soltar las ataduras de la vara de yugo, y despachar libres a los quebrantados, y que ustedes rompan en dos toda vara de yugo? ¿No es el repartir tu pan al hambriento, e introducir en tu casa los afligidos, sin hogar? ¿Que, en caso de que veas a alguien desnudo, de veras lo cubras, y que no te escondas de tu propia carne?”—Isa. 58:3-7.
Jesús aseguró que Dios les ‘pagaría’ a las personas que, con motivo correcto, ayunaban a veces. Ese pago excede por mucho lo que los seres humanos pueden dar. De hecho, a los que oían el Sermón del Monte les presentaba la oportunidad de adquirir vida inmortal en el cielo como parte del reino mesiánico de Dios.—Luc. 22:28-30; Juan 14:2-4; Rev. 20:6.