Compartiendo cosas con otros
1. Explique la diferencia entre la hospitalidad mundana y la hospitalidad cristiana.
La hospitalidad cristiana expresa amor; la hospitalidad mundana expresa orgullo. Hay una enorme diferencia entre las dos. Una es incitada por amor y benignidad, la otra por orgullo y egoísmo. Los mundanos practican la hospitalidad “delante de los hombres a fin de ser observados.” A menudo esperan que los que reciben la hospitalidad la devuelvan. ‘Compartiré una comida con usted, si usted comparte una comida conmigo’ es la esencia de la hospitalidad falta de sinceridad del mundo. ¡Pero cuán diferente es el cristiano! Él comparte cosas con otros no por orgullo o por desear que se le pague con lo mismo, sino por amor profundo a Dios y al hombre. De modo que mientras el mundano da a un hombre por lo que tiene, el cristiano da a un hombre por lo que es—su prójimo, su hermano. Ya pronto viene el tiempo en que todo humano viviente seguirá esta senda cristiana de la hospitalidad y así será semejante a su Padre que está en el cielo.—Mat. 6:1, NM.
2, 3. (a) ¿Qué sentimiento se manifiesta cuando uno recibe la verdad? (b) ¿A qué grado pleno han respondido al mensaje de los hermanos del Rey las ovejas, en contraste con las cabras?
2 Habiendo recibido las copiosas provisiones espirituales de Jehová, la persona de corazón recto siente el impulso de ser hospitalaria y de compartir sus cosas materiales con otros—todo teniendo presente el resultado final de compartir las buenas nuevas con otros. ¿No fueron las ovejas de la parábola de Jesús las que compartieron cosas con el Rey? Dijo el Rey a las ovejas: “Yo tuve hambre y ustedes me dieron algo de comer, yo tuve sed y ustedes me dieron algo de beber. Yo era extranjero y ustedes me recibieron hospitalariamente; desnudo, y ustedes me vistieron. Yo me enfermé y ustedes me cuidaron. Yo estuve en prisión y ustedes acudieron a mí.” ¿Cómo pudieron hacer las ovejas todo esto para un Rey celestial? “Verdaderamente yo les digo,” dijo Jesús, “Al grado que lo hicieron a uno de los menores de éstos mis hermanos, me lo hicieron a mí.”—Mat. 25:35, 36, 40, NM.
3 En el cumplimiento de la parábola, durante este tiempo del fin, ¡cuán cierto es esto! Para hacer que las buenas nuevas sean predicadas, los hermanos del Rey, el resto ungido, han resistido persecuciones y penalidades. ¿Quiénes vinieron a prestarles ayuda? ¿Las cabras? ¡Nunca! Ellas rehusan compartir cosa alguna con los hermanos del Rey; ni siquiera compartirían con ellos compasión o tiempo. Ellas no darían ayuda y alivio a los hermanos espirituales del Rey así como no darían ayuda al Rey personalmente si él estuviera sobre la tierra. Pero las ovejas, agradecidas por las riquezas espirituales que se les han proporcionado, responden no sólo dando ayuda hospitalaria al resto de los seguidores de Cristo, sino dando aún más: lealtad de corazón al Hermano del resto, el Rey. Y a causa de la ayuda y auxilio que se da a los hermanos del Rey, el Rey dice a las ovejas: “Vengan, ustedes que tienen la bendición de mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo.”—Mat. 25:34, NM.
4-6. Mientras todavía existe el sistema de cosas del Diablo, ¿cómo podemos mostrar que tenemos el amor verdadero a Dios?
4 El compartir cosas con otros, especialmente con los que son cristianos verdaderos, obviamente tiene la aprobación y recomendación del Rey. Dado que la predicación de las buenas nuevas del Reino aún no ha terminado, todavía hay oportunidad de compartir cosas con otros para ayudarlos, ya sean del resto o de las otras ovejas, a efectuar la obra del Reino. “En realidad, pues, mientras tengamos tiempo favorable para ello, obremos lo que es bueno para con todos, pero especialmente para con los que están relacionados con nosotros en la fe.”—Gál. 6:10, NM.
5 No puede haber duda de que el hacer el bien a nuestros hermanos incluye el compartir provisiones materiales. Pues al describir el amor verdadero, el apóstol Juan dijo: “Cualquiera que tiene los recursos de este mundo para el sostén de la vida y contempla a su hermano pasando necesidad y sin embargo le cierra la puerta de sus tiernas compasiones, ¿de qué manera permanece el amor de Dios en él? Hijitos, amemos, no de palabra ni con la lengua, sino en hecho y verdad.”—1 Juan 3:17, 18, NM.
6 Así como el amor es más que un movimiento de la lengua, así lo es una expresión activa del amor: la hospitalidad. “No niegues el bien a quienes se les debe, estando en el poder de tu mano hacerlo. No digas a tu prójimo: ¡Véte y vuelve, y mañana te daré! si ahora lo tienes en tu poder.” Por consiguiente, una persona con amor verdadero comparte cosas cuando se necesita ayuda; no reflexiona por tanto tiempo acerca de las cosas que nunca comparte nada o si comparte, es demasiado poco, o demasiado tarde. Dado que todavía estamos en el mundo del Diablo, a veces nuestros hermanos, sin que sea por pereza ni por culpa suya, se encuentran sumamente necesitados. La causa puede ser una tormenta, una inundación, un incendio, un accidente, enfermedad o persecución. Si uno ve a su hermano en dicha necesidad y niega la ayuda, cuando está en su poder darla, “¿de qué manera permanece el amor de Dios en él”?—Pro. 3:27, 28.
COMPARTIENDO “SEGÚN SUS NECESIDADES”
7. ¿Cuál es el punto de vista bíblico en lo que concierne a compartir las cosas? ¿Qué tenemos que vencer para obedecer la exhortación que se nos da?
7 Para compartir las cosas con otros en la ocasión correcta y en la cantidad correcta, tenemos que combatir y vencer la tendencia humana de ser olvidadizos e inconsiderados. Embargado en su propia esfera de actividad, cada hombre tiende a ser olvidadizo y no estar alerta a lo que otros necesitan. Por eso a los cristianos se les exhorta a vigilar “no con interés personal sobre sólo sus propios asuntos, sino también con interés personal sobre los de los demás.” “Compartan con los santos según sus necesidades.” “Sean liberales, listos para compartir.” “No olviden el hacer bien y el compartir cosas con otros.”—Fili. 2:4; Rom. 12:13; 1 Tim. 6:18; Heb. 13:16, NM.
8. ¿Con quiénes podemos especialmente compartir “según sus necesidades”? ¿Por qué no es esto favoritismo?
8 A causa de dedicar el tiempo cabal a la predicación de las buenas nuevas, algunos hermanos tal vez se hallen más necesitados que otros. A menudo se presenta la oportunidad de ministrar a las necesidades de éstos. Esto no es mostrar favoritismo. Es la regla bíblica, preservada para nuestra instrucción en 1 Timoteo 5:17, 18 (NM): “Que los de mayor edad que presiden de manera correcta sean considerados dignos de doble honra,” o, como la nota al pie de la página añade, “una recompensa doble.” ¿Quiénes especialmente son dignos de esta “recompensa doble”? “Especialmente los que trabajan con ahinco en hablar y enseñar. Porque la Escritura dice: ‘No debes poner bozal al buey cuando trilla’; también, ‘El obrero es digno de su salario.’” Usted conoce a los que trabajan con ahinco. No es difícil discernirlo. El interesarse personalmente en éstos y compartir con ellos “según sus necesidades” y no obstante según nuestros recursos es propio y agrada bien a Dios. No es favoritismo cuando damos dicha hospitalidad “doble” a los siervos de circuito y de distrito, a los misioneros, a los precursores y a otros “que trabajan con ahinco en hablar y enseñar” las buenas nuevas. Es la voluntad de Dios.
9, 10. (a) ¿Qué dijo el apóstol, cuando escribió a la congregación, concerniente a los que presiden de una manera correcta y que trabajan con ahinco en predicar las buenas nuevas? (b) Tal como era el caso con los cristianos del primer siglo ¿qué privilegio nos es disponible hoy en día?
9 El apóstol a menudo recomendó que a ciertas personas, a causa de su trabajo, se les recibiera con hospitalidad generosa y comprensiva: “Les recomiendo a Febe nuestra hermana quien es una ministra de la congregación que está en Cencrea, para que ustedes la reciban bien en el Señor de manera digna de los santos, y para que la auxilien en cualquier asunto en que los necesite, porque ella misma también demostró ser defensora de muchos, sí, de mí mismo.” Pablo sabía que Febe, “una ministra de la congregación de Cencrea, era una trabajadora concienzuda y que ella a menudo había compartido sus víveres con otros, sí, con el apóstol mismo. Ahora él recomienda que los hermanos de Roma la reciban de la misma manera que ella ha recibido a otros, “de manera digna de los santos.”—Rom. 16:1, 2, NM.
10 Cuando el cuerpo gobernante de los cristianos del primer siglo despachaba siervos especiales a las congregaciones para ministrarles según sus necesidades espirituales, era privilegio de los hermanos a quienes esto concernía extender hospitalidad. Es igual hoy día. El cuerpo gobernante envía siervos especiales, como siervos de circuito y de distrito y hermanos de Betel para ayudar a las congregaciones espiritualmente. Es privilegio de las congregaciones recibir a estos siervos especiales “de manera digna de los santos,” y compartir con ellos “según sus necesidades.”
11. (a) ¿Qué significa compartir cosas “según sus necesidades”? (b) Al compartir cosas, ¿qué es lo que verdaderamente gana el favor de Dios?
11 Dado que la hospitalidad cristiana es “según sus necesidades,” es liberal pero a la vez moderada. Debemos estar listos para compartir, pero debemos ser razonables al compartir. (Tito 3:1) Sea “moderado en los hábitos.” Aunque la liberalidad es una regla bíblica, la extravagancia no lo es. Nadie debe empobrecerse, aunque sólo sea temporalmente. A veces los hermanos no ofrecen compartir cosas con otros porque creen que lo que pueden ofrecer no es algo especial, que no es un “becerro cebado.” Estos hermanos no ven el asunto desde el punto de vista correcto. Ningún hermano debe dejar de hospedar a un siervo especial porque lo que puede ofrecer es alimento común. Cuando el Hijo de Dios extendió hospitalidad, ¿creyó él que el alimento común no era bastante bueno? Pues, la comida que él proveyó milagrosamente para los 5,000 no constaba del “becerro cebado,” sino de pan y pescado. Aunque Jesús, por el poder de Dios, pudo haber provisto un banquete tan suntuoso como el de los ricos romanos, optó por alimentarlos “según sus necesidades.” Por eso nunca crea que usted tiene que sacar a lucir condiciones mejores que las que realmente tiene; eso no sería seguir la senda de la hospitalidad, sino la senda del orgullo. Nuestra generosidad cristiana debe ser igual a nuestra disposición de economizar por causa de las buenas nuevas. Entonces nuestra generosidad jamás se convertirá en extravagancia y nuestra economía jamás se convertirá en tacañería. Cuando usted comparte, lo que vale con Dios no es la cosa que usted comparte, sino por qué la comparte: “Si primero está allí la voluntad pronta, es especialmente aceptable de acuerdo con lo que una persona tiene, no de acuerdo con lo que una persona no tenga.”—1 Tim. 3:2; 2 Cor. 8:12, NM.
12. (a) Explique la manera cristiana de recibir cosas. (b) ¿Qué peligro yace en el egoísmo desenfrenado?
12 Así como tenemos que ser razonables al dar, tenemos que ser razonables al recibir. Dado que damos “de manera digna de los santos,” de manera semejante debemos recibir. Sea razonable al aceptar lo que se ofrece. Por ejemplo, si se le ha invitado a usted a compartir la comida de otro, sea moderado, sea altruísta. Si hay cinco personas para compartir una comida y sólo hay cinco pedazos de carne en la mesa, la cosa benigna, la cosa altruísta que debería hacerse es tomar sólo un pedazo, aunque el apetito de uno desee más. Jehová aborrece a las personas egoístas. Por eso ninguna persona codiciosa heredará el reino de Dios. (1 Cor. 6:10, NM) Recuerde, al fin del reinado de mil años de Cristo será una expresión de egoísmo la que hará que un sinnúmero de humanos comparta el destino del Diablo. Comience ahora a desarraigar toda forma de egoísmo. Mientras más progreso logremos ahora en esa dirección, mejor nos irá cuando venga la prueba final. Por eso, así como se requiere que uno sea alerta y benigno al dar, también hay que serlo al recibir.
COMPARTIENDO “SIN QUEJARSE”
13. Para que la hospitalidad valga con Dios, ¿cómo tiene que darse?
13 La persona altruísta no da de mala gana. “Que cada uno haga exactamente como lo ha resuelto en su corazón, no de mala gana o bajo compulsión, porque Dios ama al dador alegre.” No parece que sería necesario exhortar a alguien respecto al no dar de mala gana. Sin embargo, a Pedro le fué necesario decir: “Sean hospitalarios unos a otros sin quejarse.”—2 Cor. 9:7; 1 Ped. 4:9, NM.
14. (a) ¿A qué se debe que algunos sean dadores quejosos? (b) ¿Cómo puede uno descubrir a los que abusan de la hospitalidad, y qué regla bíblica debe aplicarse a ellos?
14 Evidentemente algunos de entre los primeros cristianos han de haberse quejado al ofrecer hospitalidad. Puede que hayan sido egoístas, mezquinos, avarientos. O posiblemente hayan tenido una experiencia con alguien que abusó de su hospitalidad, que los hizo “avinagrarse.” En Tesalónica ciertas personas ‘andaban desordenadamente’ y no estaban “haciendo ningún trabajo.” Puede ser que algunos de éstos hayan sido sablistas y hubieran estado viviendo de la hospitalidad de los hermanos. Puede que hubieran estado yendo a diferentes hogares, dando sablazos a los hermanos. Sea como fuera, Pablo creyó prudente dictar la regla: “Si alguien no quiere trabajar, tampoco déjenle comer.” Si se aplica este principio bíblico no hay por qué le deba parecer peligroso a hermano alguno el extender hospitalidad. ¿Por qué? Porque si es perspicaz a grado alguno puede distinguir quién abusa de la hospitalidad. Porque el sablista no es de mente espiritual; su conversación no es sinceramente teocrática. Se echa de ver en seguida una falta de mentalidad espiritual. Pero, ante todo, hay la señal positiva del trabajo. Un trabajador concienzudo no tiene tiempo de dar sablazos, porque está demasiado ocupado para eso, trabajando para proveerse lo que necesita y predicando las buenas nuevas. Un sablista tiene tiempo para dar sablazos porque no es un trabajador concienzudo. Así que hay maneras fáciles de discernir quiénes son dignos de nuestra hospitalidad. Con éstos debemos compartir ‘sin quejarnos.’—2 Cor. 9:7; 2 Tes. 3:10, 11, NM.
15. ¿Qué elogio y estímulo dió el apóstol Juan a su amado amigo Gayo?
15 Muchos son los que se mencionan en la Biblia que estimaron la hospitalidad como gran privilegio y dieron “sin quejarse.” El apóstol Juan escribió a Gayo: “Amado, tú estás haciendo un trabajo fiel en todo lo que haces por los hermanos, y hasta siendo extraños, que han dado testimonio de tu amor ante la congregación. Sírvete enviar a éstos por su camino de manera digna de Dios. Porque fué a causa de su nombre que salieron, sin tomar dinero de la gente de las naciones. Nosotros, por lo tanto, estamos bajo la obligación de recibir hospitalariamente a estas personas, para que lleguemos a ser trabajadores junto con ellos en la verdad.” Gayo había mostrado hospitalidad a los trabajadores concienzudos y ahora Juan, a quien se le había contado del maravilloso espíritu que mostraba, lo elogia por estar “haciendo un trabajo fiel.” Anima más a Gayo diciéndole que siga recibiendo a los hermanos “de manera digna de Dios” mismo.—3 Juan 5-8, NM.
16-18. (a) ¿Quién fué Lidia, y por qué debemos ser semejantes a ella? (b) ¿Cómo consideró el apóstol Pablo la hospitalidad? ¿Por qué debemos ser semejantes a él?
16 Otra persona que mostró el espíritu correcto fué Lidia. Pablo la conoció en Filipos, Macedonia. Ella aceptó la verdad y se bautizó. “Bueno, cuando ella y su familia fueron bautizadas, ella dijo con súplica: ‘Si ustedes me han juzgado fiel a Jehová, entren en mi casa y quédense’ Y sencillamente nos obligó a aceptar.”—Hech. 16:15, NM.
17 Lidia verdaderamente siguió la senda de la hospitalidad. Pablo también mostró el espíritu correcto. Lidia consideró que sería un gran privilegio hospedar a estos siervos de Jehová. Y Pablo no estuvo demasiado ansioso de aceptar; nunca se portó como si Lidia estuviera obligada a invitarlo a su casa. Pablo jamás mostró la actitud de “Lo merezco,” “Usted me lo debe.” Él no hizo ninguna referencia a comida y abrigo. Lidia misma hizo la sugestión. ¡Cuán alerta estaba ella! Ella sabía que Pablo necesitaba comer y que necesitaba un lugar donde dormir durante la noche. Y Pablo, no deseando hacerse una carga a nadie, prescindiendo de cuán substanciales fueran sus recursos, aceptó sólo después que ella le pidió con ahinco. El comentario de Lucas—“Y sencillamente nos obligó a aceptar”—muestra cuán considerada y afectuosa persona era Lidia. Sea usted semejante a ella.
18 Nosotros también debemos ser como Pablo. Él nunca hizo que persona alguna se sintiera como si le debiera algún favor al apóstol. Por eso jamás considere la hospitalidad como algo que se le debe a usted. Jamás piense que los hermanos tienen la obligación de extendérsela. Por ejemplo, si un hermano usa su automóvil para traerlo a usted a una reunión, jamás piense que de allí en adelante él está obligado a hacerlo todas las semanas. La actitud correcta y altruísta debe ser: ‘Pues, prefiero caminar hasta el lugar de la reunión y no serle una carga a alguien. Si un hermano me muestra benignidad llevándome a la reunión en su automóvil, daré gracias a Jehová por su benignidad afable; y si no lo hace otra vez, no quedaré resentido.’ El mantener nosotros esta actitud desinteresada hará que los hermanos que dan sientan que lo que comparten lo comparten como “un don generoso y no como algo sacado por fuerza.”—2 Cor. 9:5, NM.
HACIENDO EL ESFUERZO
19. Cuando hacemos el esfuerzo de ser hospitalarios, ¿qué debemos tener presente?
19 Si deseamos compartir cosas con otros, tenemos que hacer el esfuerzo que se requiere. Este esfuerzo no debe hacer que la persona a quien se invita se sienta incómoda, y debe ser fácil de aceptar. Por lo tanto, si usted invita a comer a un colaborador concienzudo, en vez de decir: “¿Le gustaría a usted comer con nosotros?” diga: “Venga a comer con nosotros.” Si es sincera su invitación, exprésela positivamente. Recordando la actitud del apóstol Pablo acerca de no hacerse carga a nadie, usted puede imaginarse cómo él hubiera respondido a una pregunta como: “¿Le gustaría a usted comer con nosotros?” Lidia usó una invitación positiva, y aun entonces ella ‘lo obligó a aceptar.’
20, 21. (a) Dé ejemplos bíblicos de aquellos que hicieron un esfuerzo especial por compartir las cosas. (b) ¿Qué respuesta sincera inspiró su hospitalidad?
20 El hacer el esfuerzo requiere, a veces, afán especial. Cuando Pablo escribió a Timoteo, mencionó cómo a Onesíforo le costó afán especial visitar al apóstol en la cárcel y llevarle refrigerios. “El Señor le conceda misericordia a la familia de Onesíforo, porque a menudo me trajo refrigerio, y no se avergonzó de mis cadenas. Por lo contrario, cuando sucedió que estuvo en Roma, diligentemente me buscó y me encontró.” En una ciudad grande como Roma se requería una ‘búsqueda diligente’ para hallar a Pablo. Pero Onesíforo hizo el esfuerzo. Él trajo al apóstol preso refrigerios, no una vez ni dos sino “a menudo.” Tan profundamente conmovió al corazón de Pablo esta hospitalidad que tuvo que exclamar: “El Señor le conceda hallar misericordia de Jehová en aquel día.”—2 Tim. 1:16-18, NM.
21 Otra persona que hizo un esfuerzo especial para hacer posible la hospitalidad fué la mujer sunamita. Ella observó que Eliseo estaba sirviendo a Jehová. Cuando él pasaba por allí, ella hacía el esfuerzo de decirle que entrara para que tuviera algún refrigerio. Un día ella decidió que podía hacer más. De modo que le dijo a su esposo: “Yo sé que este hombre, que pasa siempre por nuestra casa, es un santo hombre de Dios. Vamos a prepararle en lo alto una pequeña habitación y a ponerle allí una cama, una mesa, una silla y un candelero, para que él pueda retirarse a ella, cuando venga a nuestra casa.” Un día cuando Eliseo descansaba en esta habitación preguntó a su anfitriona si podía mostrarle alguna benignidad en recompensa. Ella no pidió nada. Pero por medio de su siervo, Eliseo se enteró de que la sunamita no tenía hijos y que su esposo ya era viejo. Comprendió la grande bendición que le sería a esta mujer tener un hijo. El profeta la llamó y le dijo que al año siguiente ella abrazaría a un hijo. ¡Qué porción bendita fué la suya! Su esperanza más acariciada se realizó—sólo porque ella hizo posible que un siervo de Jehová compartiera su albergue.—2 Rey. 4:9, 10, NC.
22-25. (a) ¿Cuál puede ser la causa de no estar “listos para compartir”? (b) Cuando el apóstol Pablo se halló necesitado, ¿quiénes estuvieron “listos para compartir” y quiénes no? (c) ¿Por qué dijo el apóstol que “robó” a las congregaciones macedonias al aceptar su sostén?
22 Cuando los hermanos no están alerta para mostrar consideración y no están “listos para compartir,” como la sunamita y Onesíforo, y tienen los recursos, ¿es porque son mezquinos? Más probablemente se debe a completo descuido o quizás a falta de madurez. En relación con esto se nos hace recordar a los corintios, cuando Pablo les ministró por primera vez. A pesar del trabajo de tiempo parcial se halló necesitado. Ahora bien, los corintios no estuvieron “listos para compartir.” No hicieron ningún esfuerzo para compartir víveres con Pablo. Más tarde, cuando se ausentó de ellos, Pablo sintió la necesidad de mencionar el hecho de que les había ministrado sin pedir una sola cosa:
23 “¿Cometí un pecado al humillarme para que ustedes fueran ensalzados, porque sin costo gustosamente les declaré las buenas nuevas de Dios? Robé a otras congregaciones aceptando sostén con el fin de ministrar a ustedes; y no obstante cuando estuve presente con ustedes y me encontré necesitado, no llegué a ser carga para absolutamente nadie, porque los hermanos que vinieron de Macedonia me proveyeron abundantemente lo que necesitaba.”—2 Cor. 11:7-9, NM.
24 Esas palabras deben hacernos pensar. Los corintios no pensaron. Pablo les ministró más de un año, y no obstante ellos jamás compartieron con él ‘según sus necesidades.’ Cuando se halló necesitado, los hermanos de Macedonia suministraron lo que necesitaba y de manera abundante. Era un golpe duro la declaración de que Pablo había ‘robado’ a otras congregaciones al aceptar sostén de ellas para ministrar a los corintios y muestra cuán profundamente conmovido quedó el apóstol. ¿Por qué fué esto? No por causa de él mismo. “He aprendido, en cualesquier circunstancias que esté, a bastarme a mí mismo. Sé en verdad pasarlo con escasas provisiones.”—Fili. 4:11, 12, NM.
25 Este es el punto descollante: Los hermanos de Corinto aparentemente tenían abundantes recursos materiales y podían compartir cosas. En realidad, la riqueza de Corinto era tan famosa que llegó a ser proverbial. Pero las congregaciones macedonias—eran pobres, muy pobres, tan pobres que Pablo habló de su “profunda pobreza,” la cual ‘hizo abundar las riquezas de su generosidad.’ No obstante, a pesar de esta pobreza severa los macedonios rogaron tener el privilegio de compartir cosas; a menudo dieron más de lo que sus recursos verdaderamente les permitían. Además, las congregaciones macedonias necesitaban lo poco que tenían para adelantar las buenas nuevas en su propio territorio, y ¡mire! estaban sosteniendo a Pablo en una ciudad cuya riqueza la había hecho famosa. Los corintios pudieran haber ayudado. Pero Pablo, que siempre quería que las buenas nuevas fueran un don gratuito, nunca les pidió ayuda, y ellos jamás ofrecieron ayudar.—2 Cor. 8:1-4, NM.
26. ¿Cómo pueden las congregaciones cristianas hoy en día mostrar un espíritu “macedonio” de compartir?
26 ¡Qué contraste! Los corintios demasiado inconsiderados y demasiado inmaturos para pensar en compartir cosas y los macedonios tan considerados y tan maduros que compartían las cosas de tal modo que hasta hacían más de lo que realmente podían. Hoy día las congregaciones cristianas deben ser semejantes a los macedonios, consideradas y alertas en lo que concierne a compartir cosas. Algunos hermanos que tienen automóvil con gusto hacen todo lo que pueden con él para traer a las personas de buena voluntad a las reuniones. Esto está bien. Sin embargo a veces los que son dueños de automóvil se olvidan de que pueden compartir el transporte con sus propios hermanos. ¡Qué maravilloso es cuando los hermanos usan sus automóviles para ayudar a los enfermizos o ancianos y a los que viven en lugares apartados! Algunos que descuidan el espíritu de compartir dicen: ‘Pues, ¡si manejo hasta el borde de la población para llevar a una hermana anciana a su casa después de la reunión, pierdo media hora yo!’ Cierto, el compartir cosas tal vez le tome algo de su tiempo. Pero cuando hacemos un esfuerzo especial por ayudar a nuestros hermanos y usamos unos minutos, ese tiempo no se pierde: “No olviden el hacer bien y el compartir cosas con otros, porque con dichos sacrificios Dios queda bien complacido.”—Heb. 13:16, NM.
27. ¿Qué preguntas concernientes al compartir cosas con otros debemos hacernos?
27 Pregúntese usted ahora: ¿Comparto yo cosas con otros? ¿Podría hacerlo? ¿Hago yo esfuerzo especial por mostrar benignidad a mis hermanos? Piense en esas preguntas. Y si usted tiene automóvil y está lloviendo después de una reunión, antes de partir ¿hace usted un esfuerzo especial por averiguar si le puede mostrar benignidad a alguien llevándolo en su automóvil? Si usted va a tener una comida y le sobrará algo, ¿piensa usted alguna vez en invitar a un precursor a que la comparta con usted? Si usted tiene ropa de sobra, ¿le pregunta usted alguna vez a un hermano necesitado si puede usarla? ¿O se olvida usted de compartir cosas con otros? El apóstol de Cristo dijo: ‘No se olvide.’
28. ¿A qué deben estar alerta los siervos de congregación?
28 Si usted es un siervo de congregación e invita a un hermano de una congregación cercana a pronunciar un discurso, ¿deja usted a la casualidad el que lo reciban hospitalariamente los hermanos? ¿O les informa usted acerca de su privilegio? ¿Puede usted imaginarse a los hermanos macedonios, a pesar de su pobreza, dejando a un ministro visitante emprender el camino a casa sin darle algo de comer?
TODAS LAS COSAS POR CAUSA DE LAS BUENAS NUEVAS
29. (a) Aunque los hermanos comparten cosas con nosotros por causa de las buenas nuevas, ¿qué obligación nuestra no queda cancelada? (b) ¿Cómo puede expresarse la gratitud igual que el amor tanto en palabra como en hecho?
29 Cuando los hermanos nos muestran hospitalidad según nuestras necesidades, sabemos que lo hacen, en el sentido eminente, por causa de las buenas nuevas. El conocer esto no anula la obligación que tenemos de estar agradecidos; en realidad, con más razón debemos estar alerta para mostrar agradecimiento. Cuando los hermanos comparten cosas con usted, no olvide expresar aprecio con palabras. Fué predicho para estos “últimos días” que los hombres se portarían “sin gratitud,” y así es. (2 Tim. 3:1, 2, NM) ¡Pero los de la sociedad del nuevo mundo nunca deben faltar en cuanto a mostrar gratitud! A veces no únicamente podemos expresar aprecio por palabra, sino también por hecho. Por lo tanto, al viajar en un automóvil con alguna persona que usted sabe es de recursos limitados, tal como un precursor, una contribución razonable para gasolina y aceite refleja un espíritu agradecido. Siempre recuerde que si un hombre muestra aprecio por beneficios pequeños, aun insignificantes, muestra que considera el corazón de los hombres y no sus bienes, que él justiprecia a un hombre por lo que es y no por lo que tiene. De modo que la gratitud puede ayudarnos a ser semejantes a nuestro Padre celestial, quien considera el corazón.
30. ¿Qué bendiciones emanan de compartir cosas con otros por causa de las buenas nuevas?
30 Realmente, la hospitalidad que se extiende por causa de las buenas nuevas produce ricas bendiciones. Porque se produce no sólo un espíritu de gratitud al hombre, sino, más importante que eso, de gratitud a Dios. Mientras más agradecidos estamos a Dios más se ensancha nuestro corazón, y más nos enriquecemos de discernimiento espiritual. Dijo Pablo: “En todo están siendo ustedes enriquecidos para toda clase de generosidad, la cual produce por medio de nosotros una expresión de gracias a Dios; porque el ministerio de este servicio público es no sólo satisfacer abundantemente las necesidades de los santos sino también ser ricos con muchas expresiones de gracias a Dios.” Así que, la hospitalidad, tanto dada como recibida, profundiza el amor que le tenemos a Aquel que ha puesto el espíritu hospitalario en el corazón de nuestros hermanos, al Dios de bondad amorosa, Jehová.—2 Cor. 9:11, 12, NM.
31. ¿Por qué el compartir cosas materiales no es el principal objetivo del cristiano verdadero? ¿Cuál es su interés principal?
31 Si estamos dispuestos a compartir cosas materiales por causa de las buenas nuevas, ¡es inconcebible que nos descuidemos y dejemos de compartir las buenas nuevas mismas! Sin embargo, muchas son las personas que piensan que todo lo que Dios requiere es que seamos benignos y que hagamos el bien de manera física. Pero en realidad el compartir las buenas nuevas del reino de Dios con otros es aquello por medio de lo cual usted se ‘salva a sí mismo y a los que le escuchan.’ Tiene algo defectuoso e incompleto el amor de aquellos que están dispuestos a compartir cosas físicas pero no cosas espirituales, pues ellos no están siguiendo verdaderamente a Cristo. (Mat. 19:21) De modo que no basta con sólo ministrar para las necesidades corporales: “Si doy todas mis posesiones para alimentar a otros, . . . pero no tengo amor [para seguir a Cristo compartiendo cosas espirituales vivificantes], en nada he aprovechado.” Si realmente amamos a Dios y a nuestro prójimo, entonces haremos todo, incluyendo el compartir cosas materiales con otros, para adelantar las buenas nuevas y así nos uniremos al apóstol en afirmar: “Hago toda cosa por causa de las buenas nuevas, para hacerme un partícipe de ellas con otros.”—1 Tim. 4:16; 1 Cor. 13:3; 9:23,NM.
32, 33. ¿De qué emanan un espíritu hospitalario y buena disposición a compartir, pero en qué resultan? Por eso, ¿a quiénes debemos asemejarnos?
32 ¡Cómo enriquecen la hospitalidad y el espíritu de compartir! Por medio de mostrar hospitalidad a los extranjeros “nos recomendamos como ministros de Dios, . . . por bondad.” Por medio de compartir cosas con nuestros hermanos mostramos amor y gratitud y trabajamos por el adelanto de las buenas nuevas. En verdad, “en todo están siendo ustedes enriquecidos para toda clase de generosidad.” Entre otras cosas, usted consigue la mayor felicidad: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.” Usted obtiene un gozo interior indescriptiblemente galardonador. Usted enriquece el amor que otros le tienen a usted. Ante todo, usted enriquece el amor que le tenemos a Jehová por medio de estimular muchas ‘expresiones de gracias a Dios.’ Sí, el dar enriquece a los que lo practican. Salomón declaró: “Un hombre da sin reserva, sin embargo se hace más rico; otro retiene lo que debe dar, y sólo sufre indigencia. El hombre liberal será enriquecido.” Por eso aunque la hospitalidad y el compartir emanan del estar conscientes de las necesidades de otros, resultan en enriquecer la vida de los que practican esto.—2 Cor. 6:4-6; 9:11; Hech. 20:35, NM; Pro. 11:24, 25, Norm. Rev.
33 Por eso, ¿por qué sufrir indigencia? ¿Por qué no ser enriquecidos en todo? “Sean liberales, listos para compartir.” “Sean hospitalarios unos a otros sin quejarse.” (1 Tim. 6:18; 1 Ped. 4:9, NM) Sean semejantes a Abrahán, que fué hospitalario para con los extranjeros y hospedó a ángeles. Sean semejantes a Lidia, que consideró la hospitalidad un gran privilegio. Sean semejantes a Onesíforo, que hizo que el corazón de un apóstol se abriera de par en par hacia él a causa de su benignidad. Sean semejantes a la sunamita que hizo un esfuerzo especial por ser hospitalaria y al hacerlo se enriqueció con un hijo. Sean semejantes a los macedonios, que, a pesar de su profunda pobreza, fueron tan alertos y tan considerados para compartir cosas con otros. Sí, sean semejantes a su Padre celestial: ¡SIGAN LA SENDA DE LA HOSPITALIDAD!
[Ilustración de la página 373]
Les recomiendo a Febe nuestra hermana . . .