Texto del año para 1970
“Por lo tanto vayan y hagan discípulos . . . bautizándolos.”—Mat. 28:19.
Siempre debemos recordar que cuando Jesús dijo las palabras supracitadas las estaba diciendo con el apoyo de la más elevada autoridad de todo el universo. Recuerde, por favor, que cuando Jesús se acercó y les habló a sus discípulos en una montaña de Galilea dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra.” (Mat. 28:18) Recibió esa autoridad de su Padre que está en los cielos. De modo que cuando escuchamos estas palabras debemos recordar también que el que las habla ya había sido levantado de entre los muertos y había recibido la autoridad de su Padre en el cielo para hacer cosas. Una de las cosas que había que hacer y que era de la más grande importancia era que los individuos a quienes él había enseñado por algunos años ya siguieran instrucciones y el mandato: “Por lo tanto vayan y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado.”—Mat. 28:19, 20.
No solo estos discípulos habían de hacer esta obra, sino que todos los otros discípulos que llegaran a ser tal cosa debido a la obra de los primeros a quienes Jesús comisionó también habían de hacer discípulos de gente de todas las naciones. No solo darían el testimonio acerca del Reino, según se declara en Mateo 24:14, sino que también tenían que hacer discípulos de gente de todas las naciones. Sin duda muchas personas escucharían las buenas nuevas que se estaban predicando y querrían saber más. Estas eran las personas a quienes se había de enseñar la verdad de la Palabra de Dios.
De manera que hoy día tenemos la Palabra escrita de Dios, incluso las Escrituras Griegas, que da instrucciones a los cristianos acerca de sus responsabilidades. Una de estas responsabilidades es, no solo andar en los pasos de Cristo Jesús y vivir una vida en armonía con las enseñanzas del Señor Jesús, sino también ser ministro. Un discípulo debe predicar y hacer discípulos de otros. A los once que estuvieron con Jesús en la montaña de Galilea se les dijo que fueran e hicieran discípulos. Así, este mandato de Jesús es de gran alcance y le llega a la humanidad hasta en este siglo veinte.
Cuando uno se hace discípulo del resucitado Jesucristo no vive una vida pasiva y fácil, sino que vive una vida expresiva. Tiene que hablar a otros de sus convicciones acerca del Señor Jesucristo, y de su Padre, Jehová Dios. Se esfuerza por hacer de otros a quienes habla discípulos de Cristo Jesús. Los así convertidos en discípulos son, por decirlo así, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del espíritu santo.
Pero hasta eso no es el fin del asunto. La obra de enseñar continúa después de eso. Jesús mencionó la necesidad de enseñar a las personas a observar todas las cosas que él había mandado. Uno no aprende todo en un solo día, en una semana o en un año. Aunque es verdad que muchos testigos cristianos de Jehová han leído la Biblia, quizás logrando eso en unos cuantos meses, todavía no saben todo lo que hay en ella. La Biblia tiene que ser estudiada, no solo individualmente, sino en compañía con otros testigos cristianos para poder comprender plenamente la enseñanza que Jesús dio, así como lo que el espíritu santo dirigió a sus discípulos a escribir para nuestra admonición y enseñanza.
Hay otro asunto que debemos recordar, y eso es que Jesucristo no fijó un límite de tiempo sobre el hacer discípulos. Fue una declaración amplia. Dijo: “Vayan y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos.” Eso es exactamente lo que los testigos de Jehová están haciendo hoy. De hecho, miles de misioneros han sido enviados a los fines de la Tierra para lograr esta grandiosa obra. Como señala el Anuario para 1970, por todo el mundo los testigos de Jehová han podido llevar hasta el punto del bautismo a 120.905 individuos. Estas personas de todas las naciones y lenguajes y antecedentes se bautizaron para ser discípulos de Jesucristo. No se bautizan para ser de las “otras ovejas” o de los miembros ungidos del cuerpo de Cristo. Sea que al debido tiempo esa persona dedicada y bautizada tenga de Dios la indicación de que ha sido engendrada por el espíritu de Dios para ser israelita espiritual, o haya sido hecha parte de la “grande muchedumbre” de individuos parecidos a ovejas, un hecho subsiste, y ése es que el individuo es fundamentalmente un discípulo bautizado de Cristo. De un discípulo que es de las “otras ovejas” se espera el mismo grado de fidelidad a Jehová que de uno que es parte de la novia ungida y engendrada del espíritu de Cristo. Un discípulo es un discípulo. De modo que cuando Jesús dijo: “Por lo tanto vayan y hagan discípulos . . . bautizándolos,” él quiso decir que debemos enseñar a las personas a observar todas las cosas que han sido mandadas. Esto exige tiempo y esfuerzo. Los testigos de Jehová se deleitan en tener este privilegio de efectuar la obra de hacer discípulos en estos “últimos días.” El Señor Jesús todavía está interesado en la obra que su pueblo hace, porque dijo: “¡Miren! estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas.”—Mat. 28:20.
Así pues, podemos estar seguros de que Jesucristo está muy interesado en lo que estamos haciendo en este tiempo en cuanto a ayudar a la gente a huir de Babilonia la Grande, obtener un entendimiento de la Palabra de Dios y dar prueba de que son discípulos por medio de dedicar su vida a Jehová y bautizarse. Recuerde, la obra de impartir enseñanza continúa ayudando a llevar a la gente a la madurez. Los que son discípulos dedicados y bautizados de Jesucristo son los que sobrevivirán la destrucción ardiente que se avecina para entrar en un nuevo orden verdaderamente cristiano. Estos así bautizados seguramente orarán por fortaleza para seguir adelante fielmente, haciendo la obra que Jesús mandó, a saber, hacer discípulos de gente de todas las naciones. Esto se puede hacer predicando y enseñando como Pablo y los otros apóstoles y discípulos hicieron. Debido al trabajo arduo de estos siervos fieles de Dios muchos fueron añadidos a las filas de los seguidores de Cristo en el primer siglo. Fue de algunos de estos añadidos que el registro de Hechos 17:33, 34 dice: “Algunos varones se unieron a él [Pablo] y se hicieron creyentes, entre quienes también estaban Dionisio, juez del tribunal del Areópago, y una mujer por nombre Dámaris, y otros además de ellos.” Quizás nuestra obra lleve fruto parecido mientras nos esforzamos por ‘hacer discípulos . . . bautizándolos.’