El gozo de ser altruista
“¡PRIMERO YO!” Solo dos palabras, pero estaban en letras tan grandes que llenaban toda la primera página. Proclamaban la filosofía que los musulmanes estaban ofreciendo en sus publicaciones a los transeúntes en las calles de Brooklyn, Nueva York, en septiembre de 1972.
¡Qué diferente es este mensaje de un mahometano del día moderno del mensaje que trajo Jesucristo! Él predicó el poner a otros delante de sí. Enseñó y practicó el sacrificarse a sí mismo por otros. Enunció un principio que debe haber sonado muy raro a los que le escuchaban: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.”—Hech. 20:35.
Hay algunas personas que son modelos en su altruismo. Entre ellas se hallan los padres que están tan altruistamente dedicados a sus familias que a veces hay que instarlos para que hagan algo para sí mismos, como comprar alguna ropa nueva o disfrutar de algún entretenimiento. Hubo el caso de una madre de cinco hijos que tenía que administrar los asuntos de su hogar con suma economía debido al egoísmo de su esposo. El cuidar de su familia consumía de tal manera su tiempo y energías que no le quedaba tiempo ni para los placeres corrientes. ¿Cuál era su recompensa? Tener paz mental y el amor y la gratitud de sus hijos. Puesto que su corazón estaba en servir a su familia, tenía un sentimiento de satisfacción, y, lejos de estar aburrida, tenía la felicidad que viene de dar.
¿Por qué hay gozo y felicidad en ser altruista? Porque el Creador, Jehová Dios, nos hizo a su imagen y semejanza, y él, sobre todo otro, es El Altruista. No solo nos dotó de un sentido moral, lo cual nos da la habilidad de escoger entre lo correcto y lo incorrecto, sino que también nos hizo de manera que podamos obtener las recompensas del contentamiento y la felicidad de ejercer justicia, de hacer lo que es correcto. Por eso, en una ocasión el famoso jurista inglés Blackstone, declaró que Dios “ha relacionado tan íntimamente, ha entretejido tan inseparablemente las leyes de justicia eterna con la felicidad de cada individuo, que ésta [la felicidad] no se puede lograr a menos que se cumpla con lo anterior [la justicia]; y, si lo anterior es puntualmente obedecido, no puede menos que producir lo último.” Y si esto es cierto en lo que toca a ejercer justicia, y con seguridad lo es, también es cierto en cuanto a ejercer altruismo.
Si queremos experimentar el gozo de ser altruista debemos esforzarnos por ser altruista, porque no es un asunto de hacer lo que es natural, o de seguir las líneas del menor esfuerzo. Debido al pecado heredado y a lo que nos rodea estamos propensos a hacer lo que es malo y egoísta. (Gén. 8:21; Sal. 51:5) Especialmente dentro del círculo de la familia, donde los miembros están en tan estrecho contacto uno con otro, es necesario pensar en esto. El egoísmo de parte de uno resulta en dolor o en una reacción egoísta de parte de otros; pero el altruismo resulta en gozo y satisfacción mutua. No es de asombrarse que Gladstone el primer ministro británico del siglo diecinueve haya llegado a la conclusión de que “el egoísmo es la mayor maldición de la raza humana.” Y así es, porque metió a nuestros primeros padres —y por medio de ellos a todos nosotros— en dificultad. Es la causa de todos los conflictos entre las naciones, entre el capital y el trabajo, y entre padres e hijos.
Aun pequeños actos de ayuda altruista producen gozo. Por supuesto, la empatía, la habilidad de ponernos en el lugar de otros, nos ayuda a estar alerta a tales oportunidades. Pero con más frecuencia quizás sea sencillamente un asunto de no estar siempre apurado. Tanto así que las víctimas de accidentes automovilísticos a veces piden socorro en voz alta y por largo rato antes que alguien se percate de su aprieto y disminuya la velocidad para preguntar qué ayuda necesitan. En vivo contraste estuvo el motorista de Brooklyn, quien en su camino a casa, por no estar tan apurado, notó en una intersección que el conductor del auto delante del suyo estaba indeciso. Así es que el hombre del auto posterior se apeó y le preguntó al otro motorista cuál era el problema. Al saber cuál era la calle que el motorista buscaba, el otro hombre mostró el camino yendo delante en su propio auto; pues eso era más simple que tratar de explicar. Las radiantes sonrisas y el aprecio de parte del que recibió ayuda y sus acompañantes más que compensaron al suministrador de la ayuda por el tiempo y la molestia, proveyéndole el gozo y la satisfacción de poder ayudar a otra persona.
El autor judío y líder sionista, Israel Zangwill, una vez hizo una observación bastante perceptiva que es muy pertinente a este asunto. Dijo: “El egoísmo es el único ateísmo verdadero; el anhelo de lo que es noble, el altruismo, es la única religión verdadera.” Y esto es cierto si reconocemos que la verdadera religión es ‘amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos,’ y esto incluye el cuidar ‘de los huérfanos y de las viudas.’ Es por eso que el apóstol Pablo aconsejó: “Que cada uno siga buscando, no su propia ventaja, sino la de la otra persona.”—1 Cor. 10:24; Mar. 12:29-31; Sant. 1:27.
Debido a que los testigos cristianos de Jehová están verdaderamente interesados en compartir altruistamente con otros las buenas cosas que han aprendido, son un pueblo feliz, lo cual hasta otros lo han reconocido. Así, en una asamblea de los testigos de Jehová en Viena, Austria, en 1972, una mujer que había asistido por curiosidad se interesó en los testigos de Jehová, porque, para usar sus propias palabras, vio “rostros de personas felices que sabían adónde se dirigían.” Tampoco es el de ella un caso aislado. Otros también han quedado tan impresionados por el gozo manifestado por los Testigos que comenzaron a interesarse en el mensaje que traían.
Sin lugar a dudas el mundo está completamente equivocado. Quiere tener gozo y felicidad, sin embargo persigue esa meta por medios egoístas. Pero estos dos se mezclan menos que los proverbiales aceite y agua. El gozo y la felicidad provienen de ser altruista, de hacer el bien, según uno tiene la oportunidad, a los miembros de la familia, a compañeros trabajadores o empleados, a extraños en las carreteras. Y, por supuesto, el mayor gozo proviene de compartir lo más valioso que uno puede poseer, a saber, un entendimiento de la Palabra y el propósito de Dios. Si usted tiene ese entendimiento, entonces ponga en práctica el mandamiento de Jesús: “Recibieron gratis, den gratis.” Esa es la manera de obtener gozo.—Mat. 10:8.