María una discípula, no una reina
HUBO un acontecimiento muy extraordinario en el pueblo galileo de Nazaret. No fué a la hija de un rey, sino a la humilde hija de Helí que pronto había de casarse con el joven carpintero José, que el ángel Gabriel apareció con el saludo: “Buenos días, altamente favorecida, Jehová está contigo.” Naturalmente, María se turbó a causa del saludo. ¿Qué quería decir? El ángel siguió: “No tengas temor, María, porque has hallado favor con Dios; y, ¡mira! concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y habrás de llamarlo Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y Jehová Dios le dará el trono de David su padre, y él será rey sobre la casa de Jacob para siempre, y no habrá fin de su reino.” No se hizo promesa alguna de una corona adornada de joyas para ella. Ella daría a luz el hijo, pero él sería el rey. Ella no fué presuntuosa ni exigió algo más para sí misma, sino que respondió: “¡Mire! ¡la esclava de Jehová! Suceda conmigo de acuerdo con lo que usted ha declarado.”—Luc. 1:28-38, NM.
UN CÁNTICO DE ALABANZA
María luego hizo un viaje a Judea para visitar a Elisabet, quien la saludó con esta declaración inspirada por Dios: “¡Bendita eres entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! ¿A qué se debe que tenga este privilegio, de que venga a mí la madre de mi Señor? Porque, ¡mira! al caer en mis oídos el sonido de tu saludo, el infante que está en mi vientre saltó con gran alegría. Feliz, también, es la que creyó, porque habrá una ejecución completa de las cosas habladas a ella procedentes de Jehová.” Elisabet tenía razón; María estaba siendo bendecida ricamente por Jehová y ella tenía gusto en ser Su sierva.
María mostró buen juicio en su manera de responder. Su privilegio de servicio no la había hecho orgullosa ni jactanciosa, porque ella dió la gloria a Dios. “Mi alma engrandece a Jehová, y mi espíritu no puede menos que arrebatarse de alegría a causa de Dios mi Salvador; porque él ha puesto sus ojos en la posición humilde de su esclava. Porque, ¡mira! desde ahora todas las generaciones me pronunciarán feliz; porque el Poderoso ha hecho grandes actos para mí, y santo es su nombre, y por generaciones tras generaciones su misericordia está sobre los que le temen. Él ha actuado poderosamente con su brazo, ha dispersado por todas partes a los que son altivos en la intención de su corazón. Él ha abatido de tronos a hombres de poder y ensalzado a humildes; a los que tenían hambre él los ha satisfecho completamente con cosas buenas y ha despedido vacíos a los que tenían riquezas. Él ha venido para ayudar a Israel su siervo, para recordar la misericordia, tal como él les dijo una vez a nuestros antepasados, a Abrahán y a su simiente, para siempre.” (Luc. 1: 39-55, NM) Mientras expresaba gratitud sincera por la bondad inmerecida que Dios le mostraba, dirigió todo el honor a él: A Él fué que se engrandeció, al Poderoso que hace grandes actos; su nombre es santo.
BENDITA ENTRE LAS MUJERES
Pero, ¿qué hay de la declaración: “todas las generaciones me pronunciarán feliz”? ¿No indica que a esta que tuvo el privilegio de ser la madre del Hijo de Dios se le deben alabanza y gloria especiales? No; “Es a Jehová tu Dios que tienes que adorar, y es a él solamente que tienes que rendir servicio sagrado.” (Mat. 4:10, NM) Tampoco ha de dársele adoración relativa inclinándose uno ante la imagen de ella. “No debes hacer para ti una imagen tallada . . . No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirlas, porque yo Jehová el Dios tuyo soy un Dios que exige devoción exclusiva.” “Yo soy Jehová; éste es mi nombre, mi gloria no la daré a otro, ni mi alabanza a las esculturas.” Cuando Juan se inclinó ante nada menos que un ángel vivo se le censuró: “¡No hagas eso! . . . Adora a Dios.”—Éxo. 20:4, 5, NM; Isa. 42:8; Apo. 19:10, NM.
¿De qué manera, entonces, se le pronuncia feliz? ¿Se debe a que ella sea la “mujer” mencionada proféticamente en Génesis 3:15? No, porque la mujer que había de dar a luz la Simiente que magulla la serpiente, Simiente que según la promesa hecha más tarde había de venir por medio del linaje de Abrahán, se identifica en Gálatas 4:26 como “la Jerusalén que está arriba,” la organización universal de Dios.—Gén. 22:18.
¿Se le declara feliz por ser la “mujer” a la cual se hace referencia en el registro simbólico del capítulo 12 de Apocalipsis? De nuevo, No. Es imposible que en este capítulo se trate del nacimiento humano de Jesús. Se dió la Revelación a Juan en el año 96 (d. de J.C.), años después del nacimiento de Cristo, y en su mismo principio se hace la declaración llana de que estos acontecimientos aun eran futuros.—Apo. 1:1.
¿Es el gozo de ella, entonces, el de ser Corredentora de la raza humana? San Alfonso de Ligorio le atribuye a ella ese puesto al decir: “No hay nadie . . . que pueda ser salvado o redimido a menos que sea por medio de ti, o Madre de Dios.” Pero la Biblia declara firmemente: “Jesucristo el nazareno, . . . no hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre bajo el cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual hayamos de ser salvos.” (Hech. 4:10-12, NM) Y Apocalipsis 7:10 excluye a María cuando dice: “La salvación se la debemos a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero.”—NM.
¿Puede pronunciársele feliz como la Mediadora del género humano? Dejemos que Dios decida la verdad del asunto aceptando nosotros la declaración que se halla en su Palabra: “Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el cual se dió a sí mismo como rescate correspondiente para todos.”—1 Tim. 2:5, 6, NM.
Ciertamente toda persona concordará en el hecho de que fué feliz la porción de María de ser madre terrenal de Jesús, pero su porción de ser discípula de Jesús fué una fuente de gozo mayor aún. En una ocasión, cuando Jesús estaba instruyendo a una muchedumbre, una mujer alzó la voz en expresión sincera, diciendo: “¡Feliz el vientre que te cargó y los pechos que mamaste!” Hasta el día de hoy eso es lo mismo que piensan muchos. Pero Jesús corrigió a la mujer: “No, más bien, ¡Felices son los que oyen la palabra de Dios y la guardan!” Fué en esto que María halló su felicidad más grande.—Luc. 11:27, 28, NM.
“REINA DEL CIELO”
En grupos católicos se habla mucho acerca de María en términos de “Reina del cielo” y “Reina de la paz.” Esta no es una idea nueva, porque escritos apócrifos antiguos le atribuían gran honor a ella como la “madre de Dios.” Pero volvamos a una época muy anterior a ésa, al tiempo de la antigua Babilonia con su religión pagana, para descubrir el principio de esta costumbre. “Bajo el nombre de ‘Madre de los dioses,’ la diosa-reina de Babilonia vino a ser objeto de adoración casi universal. ‘A la Madre de los dioses,’ dice Clérico, ‘la adoraban los persas, los sirios y todos los reyes de Europa y de Asia, con la más profunda veneración religiosa.’” ¿Cómo se introdujo la práctica en el mundo “cristiano”? “La adoración de la diosa-madre con el niño en sus brazos continuó siendo observada en Egipto hasta cuando entró el cristianismo. . . . Para con la generalidad éste vino sólo en nombre. Por lo tanto, en vez de ser desechada la diosa babilónica, en demasiados casos sólo se le cambió el nombre. Se le llamó la virgen María, y los que decían ser cristianos la adoraron a ella y a su niño con el mismo sentimiento idolátrico con que la habían adorado antes los que franca y admitidamente eran paganos.”—The Two Babylons, por Alejandro Hislop.
Note, también, las madonas de la cristiandad. Hasta que Rafael se apartó de lo convencional, a María nunca se le pintaba con las facciones hebreas de su pueblo ni con los ojos y pelo oscuros que son tan comunes a éste. A ella, igual que a la mayoría de las madonas paganas, generalmente se le ha representado con pelo dorado y ojos azules, justamente como la diosa-reina de Babilonia. “Hay todavía otra característica extraordinaria respecto a estos retratos que es digna de atención, y ésa es el nimbo o círculo peculiar de luz que frecuentemente rodea la cabeza de la madona romana. . . . El disco, y particularmente el círculo, eran los símbolos bien conocidos de la divinidad del sol, y figuraban prominentemente en el simbolismo de Oriente. . . . Lo mismo era el caso en la Roma pagana. Apolo, como hijo del sol, a menudo fué representado así.”—The Two Babylons, página 87.
Al considerar la obra de San Alfonso de Ligorio, Las glorias de María, escrita alrededor de 1750 y declarada sin error por los papas Pío VII y León XIII, Carlos Amlin hace unas comparaciones bastante directas respecto a la gloria que se le da a la “reina del cielo” católica: “En el libro de Ligorio leemos (pág. 92): ‘A ti (María) se te da todo poder en el cielo y en la tierra, y nada es imposible para ti.’ En la Biblia católica leemos (Mat. XXVIII:18): ‘Entonces Jesús, acercándose, les habló en estos términos: A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra.’ En el libro de Ligorio leemos (pág. 257): ‘María . . . es aquel trono de gracia al cual el apóstol Pablo, en su epístola a los hebreos, nos exhorta a huir con confianza.’ En la Biblia católica leemos (Heb. IV:14-16): ‘Teniendo, pues, por sumo pontífice a Jesús, Hijo de Dios, . . . Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia.’ . . . En el libro de Ligorio, declarado, como se recordará, ‘sin error’ por dos papas, leemos (pág. 130): ‘La santa Iglesia . . . ordena una adoración peculiar a María.’”
En la página 37 de esta misma obra, Mary: Mother of Jesus or Queen of Heaven? (María: ¿Madre de Jesús o Reina del cielo?) el autor cita adicionalmente de Las glorias de María: “Acerca de otros santos decimos que están con Dios; pero solamente acerca de María puede decirse que fué tan altamente favorecida que no sólo estuvo ella misma sumisa a la voluntad de Dios, sino que aun Dios estuvo sujeto a la voluntad de ella.” En la página 49 se cita al papa Pío IX concluyendo con estas palabras su definición del dogma de la concepción inmaculada de María: “Que los hijos de la Iglesia católica romana . . . procedan a adorar, invocar y orar a la bendita virgen María.” Y de este modo la adoración de María, reina del cielo, ha venido a reemplazar la adoración de Dios en la vida de millones de personas.
Exactamente, ¿quién es esta “Reina del cielo,” a quien se le atribuye autoridad mayor que la de Cristo y acerca de quien se dice que aun “Dios estuvo sujeto a la voluntad de ella”? Seguramente no es la humilde María que engrandeció a Jehová y fué sierva gustosa de él. No; es la reina babilónica del cielo de quien Dios mismo dice en Jeremías 7:16-20: “Por tanto, no ores tú por este pueblo, ni eleves por ellos clamor y oración, ni me hagas intercesión; porque no te oiré. ¿Acaso no ves lo que están haciendo en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalem? Los hijos recogen la leña, y los padres encienden el fuego, y las mujeres amasan la pasta, a fin de hacer tortas para la reina del cielo, y derramar libaciones a otros dioses, para provocarme a ira. ¿Por ventura a mí me provocan a ira? dice Jehová: ¿antes bien, no se provocan a sí mismos, para confusión de sus propios rostros? Por tanto, así dice Jehová el Señor: He aquí, se derramará mi ira y mi ardiente indignación en este lugar, sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre los árboles del campo, y sobre los frutos del suelo; y arderá como fuego, y no se apagará.” El adorar a una “Reina del cielo” o a una “Reina de la paz” no es el modo de honrar a Dios; el modo de honrar a Dios es dar reconocimiento al Dios de paz y al Príncipe de Paz que él ha nombrado.
DISCÍPULA DE JESÚS
¡Qué contraste hay entre la humilde madre y discípula de Jesús que se describe en la Biblia y las imágenes de la “Reina del cielo” adornadas de oro y joyas y que los hombres adoran y sirven! La humildad, sinceridad y amor a la justicia eran cualidades características de María que le venían bien como discípula dedicada de Jesús. En ninguna parte la hallamos con una aureola en la cabeza y vestida ricamente como la “Reina del cielo” glorificada. Después de la muerte de Jesús ella no fué glorificada en la congregación cristiana. De hecho, muy poco se dice acerca de ella. La última mención de ella en la Biblia la muestra con los otros fieles seguidores del Señor en un cuarto superior dando su adoración a Dios. (Hech. 1:13, 14) Cuando ella murió su cuerpo volvió al polvo, y allí ella durmió en la muerte hasta el debido tiempo de Dios para resucitarla junto con otros fieles a la vida como criatura espiritual en el cielo.—1 Cor. 15:44, 50; 2 Tim. 4:8.