Juan, el apóstol amado
PARA los cristianos familiarizados con su Biblia, los nombres de los diferentes apóstoles fácilmente los hacen pensar en cosas asociadas con ellos. Mateo, el recaudador de impuestos; Tomás, el dudoso; Pedro, el apóstol con las llaves; Pablo, el apóstol de los gentiles; Judas Iscariote, el traidor. Y ¿el apóstol Juan? El apóstol amado.
Juan estuvo entre los primeros cuatro, todos pescadores, que fueron llamados por Jesús para ser sus discípulos. Cuando Jesús lo llamó, él y su hermano Santiago estaban ocupados remendando redes en un bote con su padre Zebedeo. (Mat. 4:21, 22) Cuando Jesús lo llamó, Juan no preguntó, ¿Qué le sucederá al negocio de pesca de mi padre? ¿Cómo proveeré para mí mismo si llego a ser seguidor de Jesús? Tampoco pidió tiempo para pensarlo. No, sino que inmediatamente abandonó a su padre y su negocio de pescar y empezó su carrera como pescador de hombres.
¡Qué nueva vida se hizo accesible así para Juan! ¡Qué privilegio fué el suyo al estar en asociación íntima con el Mesías esperado por tanto tiempo; con Aquél que había estado con Jehová Dios desde la antigüedad, antes de que cualquier otra cosa o persona fuera creada; estar con Aquél que fué el primogénito de todas las criaturas, y mediante quien todas las demás cosas vinieron a la existencia! (Pro. 8:22-30; Col. 1:15; Juan 1:3, NM) ¡Qué instrucción valiosa recibió él, junto con los demás discípulos, al escuchar diariamente la predicación de Jesús y acompañarlo en sus viajes misioneros! ¡Y luego el que se le diera la comisión y autoridad para efectuar la misma obra! “Al ir, prediquen, diciendo, ‘El reino de los cielos se ha acercado.’ Curen a la gente enferma, levanten a personas muertas, limpien a leprosos, echen fuera demonios. Recibieron gratis, den gratis.” ¿Podría compararse tal obra con la de remendar redes? ¡Nunca!—Mat. 10:5-15; Luc. 8:1, NM.
Generalmente se considera que Juan fué el más joven de los doce, y no sin buena razón. Evidentemente no sólo sobrevivió a los demás, sino que en los relatos bíblicos, dondequiera que es mencionado con uno, dos o tres más, su nombre siempre se da último. Juan fué uno de los tres discípulos a quienes Jesús repetidamente dió preferencia sobre los demás, como en la resurrección de la hija de Jairo, en la escena de la transfiguración, y en el jardín de Getsemaní. (Años después Pablo se refirió a Pedro y Juan, junto con Santiago el hermano de Jesús, como columnas de la iglesia.)—Mat. 17:1; Mar. 5:37; 14:33; Gál. 2:9.
No sólo estuvo Juan entre el pequeño número de favorecidos y preferidos, sino que Jesús lo colocó en una clase exclusiva otorgándole afecto especial; tanto así que Juan repetidamente se refiere a sí mismo como el discípulo que Jesús amó. Juan ocupó la posición favorecida de recostarse contra el pecho de su Amo en esa última pascua juntos, y a él Jesús le encargó su madre la tarde siguiente. ¿Por qué prefirió de este modo Jesús a Juan?—Juan 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20.
Jesús había venido al pueblo que llevaba el nombre de Jehová; pueblo que en vez de adorarlo estaba empapado de tradición. Ellos meramente cumplían con las formas exteriores de adoración, mientras que su corazón estaba muy alejado de Jehová. Y sus líderes religiosos tenían tan poco amor para su prójimo como el que tenían para Jehová Dios. ¿Qué les importaba a ellos que los muertos estuvieran siendo levantados, que los leprosos estuvieran siendo curados, que los lisiados estuvieran siendo sanados y que a los pobres se les estuviera declarando las buenas nuevas del reino de Dios? Su interés principal era su reputación entre la gente.—Mat. 6:1-8; 11:4-6; Mar. 7:1-15.
Jesús expuso su insensatez e hipocresía y les demostró que toda la ley podía resumirse en una sola palabra, amor, y que Dios quería misericordia y no sacrificio. De hecho, el entero ministerio de Jesús fué una expresión continua de amor, para su Padre celestial y para su prójimo, tanto por palabra como por acción. En los escritos de Juan se manifiesta que él apreció profundamente este énfasis que Jesús dió al amor. Por lo tanto, no sorprende que Jesús hallara en Juan una relación estrecha, una unión más armoniosa de la mente y corazón que en cualquiera de los otros.—Mat. 9:13; 22:37-40.
Note los siguientes ejemplos que apoyan lo antedicho: “Porque Dios amó tanto al mundo que dió a su Hijo unigénito.” “Ustedes también deben lavarse los pies los unos a los otros.” “Por esto todos sabrán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre ustedes mismos.” “Si alguien me ama, observará mi palabra, y mi Padre le amará, y nosotros vendremos a él y haremos nuestra morada con él.” “Este es mi mandamiento, que ustedes se amen los unos a los otros igual como yo los he amado a ustedes. Nadie tiene amor más grande que éste, que alguno entregue su alma a favor de sus amigos.”—Juan 3:16; 13:14, 35; 14:23; 15:12, 13, NM.
Y Juan no sólo hizo que se destacara el énfasis que Jesús puso en el amor sino que él mismo hizo del amor el tema de sus epístolas. “Vean qué clase de amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.” Y de nuevo: “Amados, continuemos amándonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y consigue el conocimiento de Dios. El que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor.”—1 Juan 3:1; 4:7, 8, NM.
JUAN NO SENTIMENTALISTA
Debido al amor de Jesús para Juan y el énfasis que Juan le da al amor en sus escritos algunos han concluído que Juan fué una persona débil y sentimental. Nada podría estar más lejos de la verdad. El hecho de que fué con su hermano y madre a Jesús con la petición de recibir los primeros lugares en su reino indicaría que de ningún modo fué él tímido y retraído. (Mat. 20:20-23; Mar. 10:35-40) Boanerges, “hijos del trueno,” es lo que Jesús llamó a él y a su hermano. Cuando los samaritanos rehusaron recibir a su Señor, estos dos “hijos del trueno” le preguntaron: “Señor, ¿quiere usted que digamos que venga fuego del cielo y los aniquile?” Note también el informe de Juan respecto a otro incidente: “Instructor, vimos a cierto hombre expulsando demonios mediante el uso de su nombre y nosotros tratamos de impedirle, porque él no está siguiendo con nosotros.” Sí, “tratamos de impedirle.” Pero Jesús los corrigió.—Mar. 3:17; Luc. 9:49, 50, 54, 55, NM.
El amor entre Jesús y Juan no se basaba en mero sentimentalismo, sino en su amor mutuo por la justicia; como el vínculo entre David y Jonatán. Y, como el salmista, Juan odiaba toda injusticia. (Sal. 139:21, 22) Su amor de la justicia y odio de la injusticia lo hicieron registrar reprimenda tras reprimenda que no se encuentran en los otros relatos del ministerio de Jesús, entre las cuales se destacan las palabras de Jesús a los líderes religiosos de su día: “Ustedes son de su padre el Diablo y quieren cumplir los deseos de su padre.” Sólo él registra las palabras escarnecedoras de los hermanos naturales de Jesús, manifestando que ellos no ejercían fe en él. Otros relatos nos dicen que hubo descontento por el gasto que se hizo en el ungüento que María usó para ungir los pies de Jesús, pero Juan es el único que nos da los detalles. Fué Judas quien se quejó; y ¿por qué? Porque él llevaba la caja del dinero y era ladrón. (Juan 8:44; 7:5; 12:6, NM) Para otros ejemplos vea Juan 2:4; 19:38, NM.
Otro punto de interés en el Evangelio de Juan y el cual arroja luz sobre su personalidad es el hecho de que él nunca se refiere a él mismo por el nombre de “Juan”. Él es uno de los hijos de Zebedeo o el discípulo a quien Jesús amó, prefirió o para quien tuvo afecto. Y por eso, dado que el único Juan que él menciona es Juan el Bautista, él simplemente se refiere a él como “Juan”. Incidentalmente, esta característica de Juan presta apoyo a la opinión de algunos de que él mismo es el compañero innominado de Andrés mencionado al principio del ministerio de Jesús y también el discípulo innominado mencionado al final de su ministerio; aquél que siguió a Jesús al patio del sumo sacerdote y logró entrar porque conocía al sumo sacerdote y que arregló para que Pedro también entrara.—Juan 1:35-40; 18:15, 16.
Le debemos a Juan mucha información respecto al ministerio de Jesús. Sólo él registra el consejo que Jesús dió la noche de su traición así como también su oración. Sólo él dice claramente el propósito primario de la venida de Jesús al mundo, para “dar testimonio a la verdad”. Sólo él registra cuatro fiestas de la pascua a las que Jesús asistió, de ese modo ayudándonos a establecer que el ministerio de Jesús duró tres años y medio. Sólo él cita las referencias directas de Jesús a su existencia prehumana.—Juan 3:13; 8:58; capítulos 13-17.
Jehová Dios y Cristo Jesús usaron al apóstol amado Juan para registrar la última profecía inspirada que sería dada al hombre, el libro del Apocalipsis. ¡Qué vista anticipada de la historia tuvo Juan, hasta tres mil años en el futuro! ¡El nacimiento del Reino, la guerra en el cielo, el gran conflicto del Armagedón, y la destrucción final del Diablo y sus huestes! ¡Qué reparto de personajes! ¡Qué acción! ¡Qué drama! Todo lo cual, incidentalmente, Juan lo registró antes de escribir sus tres epístolas y su relato del Evangelio. Al leer las cosas que Juan fué usado para transmitirnos, uno recuerda el primer milagro de Jesús (registrado sólo por Juan) de cambiar agua en vino, donde el mejor vino se sirvió a lo último.
Individuos que de su propia cuenta dicen ser críticos textuales, disputan, en sus esfuerzos para desacreditar la Biblia, que Juan sea el escritor del Apocalipsis y del Evangelio que lleva su nombre. Sin embargo, su argumento de que Juan era demasiado apacible para escribir el libro del Apocalipsis ciertamente no tiene base en vista de lo que ya hemos notado respecto a su indignación justa. Y su pretensión de que el Evangelio de Juan fué escrito en el año 132 ó 150 de igual modo carece de hechos en qué basarse. Fragmentos de un papiro del Evangelio de Juan escrito en la primera mitad del segundo siglo fueron hallados recientemente en Egipto. El tiempo requerido para que las copias del Evangelio de Juan fueran traducidas y llegaran de Éfeso a Egipto claramente coloca su composición en el período de la vida de Juan.
Juan el apóstol amado probó ser digno del amor de Jesús. Por unos setenta años sirvió fielmente a Jehová Dios y hacia el fin de ellos nos dió el Apocalipsis, tres epístolas y el Evangelio que lleva su nombre. La vida, obras y escritos de Juan subrayan la verdad de las palabras de Jesús: “El que tiene mis mandamientos y los observa, ése es el que me ama. A su vez, el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y claramente me mostraré a él.” (Juan 14:21, NM) ¿Qué mayor felicidad podría querer uno?