¿Por qué escucharon a Jesús?
A PESAR de los adelantos de la ciencia y de la tecnología hoy día, nunca antes ha habido mayor necesidad de una guía práctica en las relaciones humanas. La humanidad no solo está dividida racial, nacional, y religiosamente, sino que frecuentemente las personas se sienten rechazadas por los de su misma raza, nación y organización religiosa.
Parte de la naturaleza humana imperfecta es la tendencia hacia la distinción de clases, y ésta ha existido durante los milenios de la historia humana. Sin embargo, algunas cosas pueden agravarla. ¿Ha observado usted la tendencia de algunos que han recibido una buena educación académica de menospreciar a las personas que no han recibido una educación tan buena? Este problema también existió en el día de Jesús. El profesor George Foot Moore dijo en Judaism in the First Centuries of the Christian Era: “Los instruidos tenían el orgullo común de enseñanza en medida doble porque era enseñanza religiosa. . . . Hillel [que vivió a comienzos de la era común] lo había expresado concisamente: ‘Ningún hombre ignorante [‘am ha-arez, “gente de la tierra,” hebreo] es religioso.’”—Compare con Juan 7:49.
Indicando el grado al que llevaban ciertas personas esta actitud, el Talmud preserva las siguientes declaraciones de rabinos que vivieron en los primeros siglos de la era común:
“Nuestros rabinos enseñaron: Que un hombre . . . no se case con la hija de un ‘am ha-arez, porque éstos son detestables y sus esposas son sabandijas, y de sus hijas se dice que [en Deuteronomio 27:21]: ¡Maldito aquel que se echare con cualquiera bestia! . . . El R[abí] Eleazar dijo: En cuanto a un ‘am ha-arez, está permitido apuñalarlo [aun] en el Día de Expiación que cae en sábado. . . . Uno no debe acompañar a un ‘am ha-arez en el camino . . . El R[abí] Samuel [hijo de] Nahmani dijo en el nombre del R[abí] Johanan: ¡Uno puede despedazar a un ‘am ha-arez como a un pez! Dijo el R[abí] Samuel [hijo de] Isaac: Y [esto significa] a lo largo de la espalda.”—Talmud babilónico, tratado Pesachim (“Fiesta de la Pascua”), folio página 49b.
No obstante, Jesús ciertamente se mezcló con la gente común. Cuando ciertos “escribas de los fariseos” se opusieron a que Jesús comiera con los despreciados recaudadores de impuestos y los “pecadores,” Jesús declaró: “Los fuertes no necesitan médico, pero los que se hallan mal sí. No vine a llamar a justos, sino a pecadores.” (Mar. 2:16, 17) Respecto a esta actitud, E. R. Trattner señala en As a Jew Sees Jesus:
“Ningún profeta judío antes de Jesús buscó jamás a los desdichados, enfermos, débiles y oprimidos para derramarles amor y servicio compasivo. Se desvivió para redimir a los humildes por medio de un toque de comprensión humana que es del todo singular en la historia judía.”
Este espíritu de compasión por la gente común seguramente hizo que muchos escucharan atentamente lo que Jesús decía. Pero eso no fue todo. También fue singular el contenido de la enseñanza de Jesús.
Humildad y perdón
En vez de instar a sus oyentes a esforzarse por grandeza en la erudición o en otra esfera, Jesús enseñó: “El mayor entre ustedes tiene que ser su ministro. El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado.” (Mat. 23:11, 12) Claude Montefiore, un erudito judío que produjo varias obras acerca de Jesús de Nazaret, escribe en Rabbinic Literature and Gospel Teachings:
“La doctrina de servir y de la humildad del servicio fue un rasgo notable de la enseñanza de Jesús. Y también era un rasgo comparativamente nuevo. No hay un paralelo completo a esta doctrina en la literatura rabínica, hasta donde yo lo sepa y haya podido indagar el asunto. Porque Jesús . . . quiere decir más que solo un pequeño punto como servir o escanciar vino en un banquete, aunque esa acción pudiera ser la ocasión o la ilustración de su enseñanza. Él quería decir el servicio de toda una vida; el rendir servicio humilde y dedicado a otros. Él quiso decir desgastarse a favor de los más humildes . . . Tal concepto era algo nuevo, una nueva enseñanza. Y es innecesario hablar aquí de su colosal importancia y efectos en la historia.”
¿Cómo debería una persona que deseaba servir a su prójimo reaccionar al ser ofendido? ¿Ha oído usted alguna vez a alguien decir: “No puedo soportarlo más. Jamás volverá a salirse con la suya”? Aunque es popular exaltar las virtudes de perdonar, muchos establecen un límite definido de la cantidad de veces que soportarán una molestia. Posiblemente el discípulo de Jesús Simón Pedro pensó que era una exageración cuando preguntó: “¿Cuántas veces ha de pecar contra mí mi hermano y he yo de perdonarle? ¿Hasta siete veces?” Sin embargo, Jesús respondió: “No te digo: Hasta siete veces, sino: Hasta setenta y siete veces.” (Mat. 18:21, 22) En otras palabras, no debe tener un límite el perdonar insultos y ofensas personales. Estos principios de humildad y tolerancia fueron otra razón por la cual se le hizo agradable a la gente escuchar a Jesús.
Buenas obras y la “salvación”
¿Cuál es su opinión de las personas que son muy religiosas? ¿Ha observado usted la tendencia que tienen algunas de recalcar exageradamente el valor de llevar a cabo preceptos religiosos o el hacer obras de caridad? ¿No dan la apariencia ciertas personas de creer que las contribuciones de caridad generosas, u otros hechos filantrópicos o religiosos, excusan actitudes perjudiciales o hasta un modo de vivir inmoral? Bajo una apariencia de piedad esos individuos pueden ser muy egoístas y causar mucha infelicidad a otros.
Como es el caso con casi todos los seres humanos, muchos judíos del día de Jesús se inclinaban a pensar que el cumplir con preceptos religiosos o hacer obras de caridad equilibraría, a los ojos de Dios, las transgresiones de su Ley. Los fariseos (que significa “los separados”) eran particularmente propensos a esta actitud. Entre las “7 clases de fariseos,” el Talmud palestinense alista “el que equilibra,” explicando: “[Él] se dice a sí mismo, voy a cumplir un precepto religioso, y entonces violar otro, y contrapone uno contra el otro.” Otra clase de fariseo, “que está consciente de sus obligaciones, trata de borrar sus pecados por su buena conducta.” (Tratado Berakhoth [“Bendiciones”], capítulo 9) La siguiente declaración muestra hasta dónde llevaban algunos esto de compensar sus actos pecaminosos con obras buenas:
“Nuestros rabinos enseñaron: El hombre siempre debe considerarse a sí mismo como si fuera mitad culpable y mitad meritorio: si cumple un precepto, feliz es él por pesar más en la balanza del mérito; si comete una transgresión, ay de él por pesar más en la balanza de la culpabilidad.”—Talmud babilónico, tratado Kiddushin (“Noviazgos”), folio páginas 40a, 40b.
Con respecto a esta actitud, Montefiore comenta: “Parece que los rabinos juzgan demasiado por los actos. . . . Y este énfasis conduce a una exteriorización extraña. Si las obras buenas de un hombre, en cualquier momento dado, exceden sus obras malas por una, puede ser clasificado entre los justos; si sus obras malas exceden sus obras buenas por una, puede ser clasificado entre los pecadores. Así es que su ‘salvación’ puede depender de que, al momento de la muerte, sus obras buenas superen por una a sus obras malas.”
Por supuesto, la literatura talmúdica incluye muchas declaraciones acerca de la necesidad de tener motivos correctos al cumplir con los preceptos y hacer obras de caridad. Se da énfasis a ‘cumplir con los mandamientos por respeto a los mandamientos’ más bien que por la recompensa. Sin embargo, las expresiones de esta clase, no neutralizan los numerosos pasajes que pintan el hacer buenas obras como un camino seguro a la “salvación.” Según lo expresa Montefiore: “Hay mucho que se puede citar (como siempre sucede) por el otro lado; pero había la tendencia de considerar todo el asunto de la vida como si se tratara de las calificaciones de un muchacho de escuela.”
Jesús, aunque no empequeñeció la importancia de la conducta correcta, dio énfasis al hecho de que los individuos podrían ser desaprobados por Dios a pesar de cumplir escrupulosamente con buenas obras religiosas y de caridad. Por ejemplo, los fariseos hacían un voto especial de observar las leyes de pureza religiosa, que incluían lavarse las manos ritualmente antes de las comidas. Sin embargo, cuando le preguntaron a Jesús por qué sus discípulos pasaban por alto ese lavado de manos antes de las comidas, él contestó: “Escuchen y capten el sentido: No lo que entra en la boca contamina al hombre; sino lo que procede de su boca es lo que contamina al hombre. . . . las cosas que proceden de la boca, del corazón salen.”—Mat. 15:10, 11, 18.
Otro voto que hacían los fariseos implicaba el diezmo, o el dar las décimas partes del producto de la tierra, y de sus árboles frutales, manadas y rebaños para el sostén del sacerdocio levítico y otras cosas necesarias relacionadas con la adoración de Dios. Aunque no había nada incorrecto en el diezmo en sí mismo, Jesús reprendió severamente a los fariseos que pensaban que el cumplir con esos preceptos religiosos excusaba la falta de otras cualidades piadosas. Jesús dijo:
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! porque dan el décimo de la hierbabuena y del eneldo y del comino, pero han desatendido los asuntos de más peso de la Ley, a saber, la justicia y la misericordia y la fidelidad. Era obligatorio hacer estas cosas, y sin embargo no desatender las otras cosas. ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito pero engullen el camello!”—Mat. 23:23, 24.
Repetidamente Jesús dio énfasis al hecho de que lo que una persona es en su corazón, que implica su patrón o modelo de pensar, emociones, deseos y motivos, vale más a los ojos de Dios que el hacer específicas obras buenas religiosas y de caridad. (Compare con Mateo 5:27, 28.) Seguramente muchos judíos sinceros del día de Jesús se complacieron en escuchar su presentación franca de esas verdades básicas.
¿Linaje o esfuerzo sincero?
Probablemente usted conoce a personas que despliegan un orgullo peculiar de que son miembros de cierta línea de familia, raza, nación u organización religiosa. Tal como es el caso hoy día, la tendencia de llevar esa actitud a los extremos existía en el día de Jesús. ¿Ha oído usted decir alguna vez de la enseñanza que se conoce como “mérito de los padres” (en hebreo: zekhut’ abhoth’)? Según la Encyclopædia Judaica, “la literatura rabínica contiene muchas declaraciones de que el mérito de los antepasados afecta el bienestar de sus descendientes.”
La descendencia de Abrahán se consideraba especialmente beneficiosa. “Tan grande es el [mérito] de Abrahán,” señala una autoridad en judaísmo en A Rabbinic Anthology, “que él puede hacer expiación por todas las vanidades cometidas y las mentiras pronunciadas por Israel en este mundo.” Un comentario rabínico sobre el libro de Génesis representa a Abrahán como sentado ante la puerta del Gehena, para liberar a cualquier israelita que de otro modo pudiera venir a parar allí. Así es que, cuando Juan el Bautista, el precursor de Jesús, instaba a todos sus oyentes, prescindiendo de sus antepasados, a arrepentirse y a armonizar su vida con la ley de Dios, lo halló necesario decir: “Produzcan frutos propios de arrepentimiento. Y no comiencen a decir dentro de ustedes: ‘Por padre tenemos a Abrahán.’” (Luc. 3:8) Jesús también desvió la atención de sus compañeros judíos de la idea de ganar méritos ante Dios porque eran descendientes de Abrahán cuando les dijo:
“Esfuércense vigorosamente por entrar por la puerta angosta, porque muchos, les digo, tratarán de entrar mas no podrán . . . Allí es donde será su llanto y el crujir de sus dientes, cuando vean a Abrahán y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero a ustedes echados fuera. Además, vendrá gente de partes orientales y occidentales, y del norte y del sur, y se reclinarán en la mesa en el reino de Dios. Y, ¡miren! hay aquellos últimos que serán primeros, y hay aquellos primeros que serán últimos.”—Luc. 13:24-30.
Los judíos en aquel entonces se representaban las bendiciones del “mundo por venir” como un banquete festivo con los patriarcas y los profetas. Pero los judíos naturales que eran los “primeros” en línea para esas bendiciones no las heredarían meramente por ser descendientes carnales de Abrahán. Si individualmente rehusaban esforzarse sinceramente por cumplir los requisitos de Dios, sus lugares serían ocupados por los que estuvieran dispuestos a ‘esforzarse,’ aunque fueran de las naciones gentiles, los “últimos” en línea, por decirlo así.
Las personas de corazón recto, que no podían reconciliar con su conciencia el hecho de que Dios tolerara lo malo sencillamente debido al linaje de uno, deben haberse complacido en escuchar la enseñanza de Jesús acerca de este asunto.
El testimonio de obras poderosas
Una importante razón por la cual muchos escucharon a Jesús fue su despliegue de obras milagrosas. En más de una ocasión demostró conocimiento sobrehumano de personas y acontecimientos. (Juan 1:47-49; 4:16-19) En una fiesta de bodas transformó agua en vino, y en otras ocasiones multiplicó milagrosamente alimento para satisfacer las necesidades de vastas muchedumbres. (Juan 2:1-11; Mar. 6:32-44; 8:1-9) Además de eso, Jesús recorría el territorio “curando toda suerte de dolencia y toda suerte de mal entre el pueblo.” (Mat. 4:23; 9:35; 10:1) En varias ocasiones hasta levantó a los muertos.—Mar. 5:35, 38-42; Luc. 7:11-17; Juan 11:1-44.
Esas obras poderosas hicieron que muchos tomaran en serio a Jesús. Muchedumbres de espectadores atónitos proferían exclamaciones como: “Un gran profeta ha sido levantado entre nosotros.” “Con certeza éste es el profeta que había de venir al mundo.”—Luc. 7:16; Juan 6:14; compare con Deuteronomio 18:15-19.
La literatura rabínica, aunque considera al cristianismo como una apostasía, no niega que Jesús y sus discípulos realizaron milagros. El erudito judío Joseph Klausner hace notar en su libro Jesus of Nazareth, según lo tradujo del hebreo al inglés Herbert Danby:
“Los Evangelios dicen que [Jesús] realizó señales y milagros por medio del Espíritu Santo y el poder de Dios; los relatos del Talmud conceden que él ciertamente obró señales y milagros, pero por medio de la magia. . . . Por lo tanto se desprende que los relatos en los tres primeros Evangelios son bastante tempranos, y que es irrazonable poner en duda la existencia de Jesús . . . o su carácter general como se describe en estos Evangelios.”
La enseñanza sin par y la actitud amorosa de Jesús hacia toda clase de personas hicieron que las personas de corazón honrado escucharan lo que decía y lo tomaran a pechos. Sus milagros sin precedentes hicieron que muchos exclamaran: “Cuando llegue el Cristo, él no ejecutará más señales que las que ha ejecutado este hombre, ¿verdad?” (Juan 7:31) De hecho, al cierre del primer siglo de la E.C. varios miles de judíos quedaron firmemente convencidos de que Jesús de Nazaret era el Mesías prometido.