¿Son los papas infalibles?
TODOS los buenos católicos romanos creen que el papa es infalible y no puede errar o cometer un error cuando expide decretos sobre fe y la moral. Como consecuencia, creen que el papa Pío XII fué infalible cuando proclamó, el 1 de noviembre de 1950, que el cuerpo carnal de María, la madre de Jesús, subió a los cielos al tiempo de su muerte. No hay duda en la mente católica concerniente a la infalibilidad papal. Sin embargo, para el beneficio de millones de protestantes y personas de otras creencias religiosas es bueno explicar la enseñanza católica, oficial y no oficial, concerniente a la infalibilidad del obispo de Roma. Los católicos también hallarán esta discusión imparcial muy iluminadora.
Durante el reinado del papa Pío IX, un concilio general o ecuménico conocido como el concilio del Vaticano se reunió, y el lunes 18 de julio de 1870 adoptó una Constitución que contenía el dogma de infalibilidad papal. El decreto promulgado allí dice: “Nosotros . . . ensañamos y definimos, como dogma Divinamente revelado, que el pontífice romano, cuando habla ex cathedra, es decir, cuando él, en el ejercicio de su oficio como pastor y maestro de todos los cristianos, por virtud de su autoridad apostólica suprema, decide que una doctrina concerniente a la fe o moralidad ha de ser sostenida por toda la Iglesia, posee, en consecuencia de la ayuda Divina prometida a él en San Pedro, esa infalibilidad con la que el Salvador Divino deseó que Su Iglesia estuviera provista.” Por consiguiente “tales funciones del pontífice romano son de sí mismas . . . irreformables”.—Enc. Cat., v. 15, p. 308.
Comentando sobre este dogma, autoridades católicas dicen que nadie “puede consistentemente rehusar convenir con certeza absoluta e irrevocable” con tales decretos papales.a “Por lo tanto, cuando la Iglesia explica el significado de un dogma, esta interpretación ha de mantenerse durante todo el tiempo futuro, y nunca pueden desviarse de ella bajo pretexto de una investigación más profunda.”b Ni ha de ser demasiado estrictamente confinado o limitado en su lindero este poder de infalibilidad, porque “es evidente que debe de haber también objetos indirectos y secundarios a los que la infalibilidad se extiende”.c Por consiguiente, el capítulo tercero de la Constitución adoptada por el concilio del Vaticano da esta advertencia de anatema: “Por lo tanto, cuando alguien dice que el papa de Roma sólo tiene el oficio de superintendencia o de guía, y no el completo y más elevado poder de jurisdicción sobre toda la Iglesia, no sólo en asuntos de fe y moralidad, sino también en asuntos que conciernen a la disciplina y administración de la Iglesia por todo el mundo, o . . . [si alguno dice] que éste, su poder, no es verdadero y directo . . . sobre todo el clero y los clérigos individuales y los fieles, que sea anatema.”d (Letras cursivas son nuestras)
Para decirlo en pocas palabras, esta enseñanza católica se dice descansar en las siguientes conclusiones teológicas: que Cristo fundó su iglesia, no en sí mismo, sino en Pedro; que Pedro fué el primer papa de la Iglesia Católica; que la autoridad e infalibilidad pasaron de Pedro a sucesores; que tradición temprana e historia de la Iglesia apoyan la pretensión en principio; que estas conclusiones son confirmadas por esta sanción terrible impuesta por la Iglesia: “Todos los que rehusen convenir con su enseñanza están amenazados de condenación eterna.”e
PRETENSIÓN PESADA EN LA BALANZA
El dogma de infalibilidad fué proclamado por el concilio del Vaticano en 1870 con oposición violenta de dentro de las filas de la Jerarquía misma. Antes de la asamblea no menos de 162 obispos declararon que se oponían a la proclamación de tal dogma, y después que se reunió la asamblea se consumieron más de dos meses en debates acalorados sobre el asunto. “Difícilmente en parlamento alguno los asuntos importantes jamás han sido sujetos a tanta discusión como fué el asunto de infalibilidad papal en el concilio Vaticano.”f
Uno de los principales opositores en la asamblea fué el polititulado erudito croata José Georg Strossmayer, quien fué obispo de Bosnia, Eslavonia y Sirmium, así como también capellán del emperador austríaco, director del cuerpo agustino en Roma, conde del Santo Imperio Romano, y obispo del trono pontificio. El discurso que se alega que este erudito hizo delante del Concilio es digno de consideración cuidadosa, porque manifiesta un conjunto sobresaliente de hechos innegables. El espacio limitado nos permite citar sólo los siguientes extractos de este discurso.g
“Venerables padres y hermanos: . . . penetrado con los sentimientos de responsabilidad, de los que Dios demandará de mí cuando sea llamado a cuentas, me he puesto a estudiar con la atención más seria los escritos del Antiguo y Nuevo Testamentos, y les he pedido a estos monumentos venerables de verdad que me hagan saber si el santo pontífice, que preside aquí, verdaderamente es el sucesor de San Pedro, vicario de Jesucristo, y el doctor infalible de la iglesia. . . . Luego he abierto estas páginas sagradas. ¡Bueno! (¿me atreveré a decirlo?) no he encontrado nada, ni cerca ni lejos, que apruebe la opinión de los ultramontanos [los radicales que pugnaban por la supremacía papal]. Y todavía más, para mi muy grande sorpresa, no encuentro en los días apostólicos ningún asunto de un papa, sucesor de San Pedro ni vicario de Jesucristo, así como no lo encuentro de Mahoma, quien no existía entonces. . . . No, monseñores, no blasfemo, y no estoy loco. Ahora, habiendo leído todo el Nuevo Testamento, declaro delante de Dios, con la mano levantada hacia ese gran crucifijo, que no he encontrado ningún indicio del papado como existe en este momento. . . .
“Leyendo entonces los libros sagrados con esa atención con que el Señor me ha hecho capaz, no hallo un solo capítulo, o un solo versículo, en el que Jesucristo le dé a San Pedro la superioridad sobre los apóstoles, sus colaboradores.”
Strossmayer entonces llamó la atención a las sagradas Escrituras que prueban que (1) Jesús prohibió a Pedro y a los demás apóstoles ejercer señorío como los reyes de los gentiles lo hacen (Luc. 22:25), y empero, “según nuestra tradición,” dijo el obispo, “el papado sostiene en las manos dos espadas, símbolos de poder espiritual y temporal”; (2) fué Santiago y no Pedro el que presidió la asamblea de Jerusalén y resumió sus conclusiones (Hech. 15); (3) la iglesia está edificada en Cristo, no en Pedro (Efe. 2:20). Strossmayer entonces dijo:
“Ni en los escritos de San Pablo, San Juan, ni San Santiago he encontrado un indicio o germen del poder papal. San Lucas, el historiador de los trabajos misioneros de los apóstoles, no dice nada sobre este punto importantísimo. . . .
“Lo que me ha sorprendido más, y que además se puede demostrar, es el silencio de San Pedro. Si el apóstol hubiera sido lo que proclamamos que es—es decir, el vicario de Jesucristo en la tierra—seguramente que lo habría sabido; si lo hubiera sabido, ¿cómo es que ni una sola vez actuó como papa?”
REPASANDO PÁGINAS DE LA HISTORIA
Strossmayer no era sólo un estudiante diligente de la Biblia, ya que a medida que procedió con su discurso se manifestó que también era un erudito crítico de historia. “Pero por todos lados se dice, ¿No estuvo San Pedro en Roma? ¿no fué crucificado con la cabeza hacia abajo? . . . Escalígero [1484-1558], uno de los mejores eruditos, no ha vacilado en decir que el episcopado y la residencia en Roma de San Pedro debían clasificarse con las leyendas ridículas. . . . Mis venerables amigos, tenemos un dictador, delante de quien nosotros—y hasta su santidad Pío IX—debemos postrarnos y permanecer callados e inclinar la cabeza. Ese dictador es la historia. Esta no es como una leyenda, que puede hacerse como el alfarero hace su barro, sino como un diamante que corta sobre el vidrio lo que no puede borrarse. . . .
“Al no hallar indicio del papado en los días de los apóstoles, me dije: encontraré lo que ando buscando en los anales de la iglesia. Pues, lo digo francamente—he buscado un papa en los primeros cuatro siglos y no lo he encontrado. . . .
“Que el Patriarca de Roma había tratado desde los tiempos más primitivos de atraer hacia sí mismo toda la autoridad es un hecho evidente; pero es un hecho igual de evidente que él no tuvo la supremacía que los ultramontanos le atribuyen. Si la hubiera poseído, ¿se hubieran atrevido los obispos de África—San Agustín primero entre ellos—a prohibir que se hicieran apelaciones de los decretos de ellos al tribunal supremo de él?”h
Con argumento convincente, apoyado por autoridades antiguas, Strossmayer probó que el obispo de Roma no estaba por encima de los obispos de África y Asia, sino que, más bien, cada uno fué reconocido como ocupando el primer lugar en su sede respectiva. Luego Strosmayer recuerda lo que Gregorio I dijo acerca de la idea de un papa supremo. “En cuanto a este título de obispo universal, que los papas adoptaron después, San Gregorio I, creyendo que sus sucesores nunca pensarían adornarse con él, escribió estas palabras notables: ‘Ninguno de mis predecesores ha consentido en adoptar este nombre profano; porque cuando un patriarca se entrega al nombre de Universal, el título del patriarca sufre descrédito.’ . . . Estas autoridades, y pudiera añadir cien más de igual valía, ¿acaso no prueban, con una claridad igual al esplendor del sol a mediodía, que los primeros obispos de Roma no fueron sino hasta mucho después reconocidos como obispos universales y cabezas de la iglesia?”i
En este punto de su repaso histórico Strossmayer citó el testimonio de antiguos “padres eclesiásticos” para decidir “la gran controversia” en cuanto a si Pedro es la “roca” sobre la cual la iglesia de Cristo está edificada. Su conjunto de hechos devastador fué publicado en un número anterior de La Atalaya.j
PAPAS “INFALIBLES” PROBADOS FALIBLES
El obispo erudito de Bosnia en seguida llamó la atención al dilema ridículo que la pretensión de infalibilidad papal crea. “La historia no es católica, anglicana, calvinista, luterana, armenia, cismática griega o ultramontana. Es lo que es. . . . Escriban contra ella, ¡si se atreven! pero no pueden destruirla, así como el sacar un ladrillo del Coliseo no lo haría caer. . . el monseñor Dupanloup [obispo de Orléans, Francia (1849-1878)], en sus famosas Observaciones sobre este concilio del Vaticano, ha dicho, y con razón, que si declaráramos a Pío IX infalible, necesariamente estamos, y con lógica natural, obligados a sostener que todos sus predecesores también fueron infalibles.
“Pues, entonces, venerables hermanos aquí la historia alza la voz con autoridad para asegurarnos que algunos papas se han equivocado. Posiblemente ustedes protestarán contra ello o lo negarán, como deseen, pero ¡se lo probaré! El papa Víctor (192) primero aprobó el montanismo, y luego lo condenó. Marcelino (296-303) fué un idólatra. Entró al templo de Vesta y ofreció incienso a la diosa [su templo era el templo pagano más antiguo de Roma]. Dirán que fué un acto de flaqueza; pero yo respondo, un vicario de Jesucristo prefiere morir más bien que convertirse en apóstata. Liberio (358) consintió en la condenación de Atanasio, e hizo una profesión del arrianismo para que lo llamaran de su exilio y lo reinstalaran a su sede. Honorio (625) se adhirió al monotelismo: el padre Gratry lo ha probado a satisfacción. Gregorio I (785-90) llama Anticristo a todo el que adopta el nombre de obispo universal, y por el contrario Bonifacio III (607-8) hizo que el parricida emperador Focas le confiriera ese título. Pascual II (1088-99) y Eugenio III (1145-53) autorizaron los duelos; Julio II (1509) y Pío IV (1560) los prohibieron. Eugenio IV (1431-39) aprobó el concilio de Basilea y la restitución del cáliz a la iglesia de Bohemia; Pío II (1458) revocó la concesión. Adriano II (867-72) declaró válidos los matrimonios civiles; Pío VII (1800-23) los condenó. Sixto V (1585-90) publicó una edición de la Biblia, y mediante una bula recomendó que se leyera; Pío VII condenó la lectura de ella. Clemente XIV (1700-21) abolió la orden de los jesuítas, permitida por Paulo III, y Pío VII la restableció.”k
Strossmayer brevemente menciona la historia inicua de los papas Vigilio, Eugenio III, Esteban VI, Juan XI, XII y XXII, y Alejandro VI. Podría haber extendido la lista y decir acerca de las concupiscencias de Benedicto IX, Gregorio VI, Silvestre III, Julio II, Inocencio VIII, Paulo III y muchos otros, todos los cuales son oficialmente alistados por el Anuario Pontificio (1947) como papas en buena posición.l
Acercándonos ahora a la conclusión, leemos: “De nuevo digo, si decretan la infalibilidad del presente obispo de Roma, deben de establecer la infalibilidad de todos los anteriores, sin excluir ninguno; pero ¿pueden hacer eso cuando la historia está allí estableciendo con una claridad igual sólo a la del sol que los papas han errado en su enseñanza? ¿Podrían hacerlo y sostener que papas avarientos, incestuosos, asesinos y simoníacos han sido vicarios de Jesucristo? ¡Oh! venerables hermanos, ¡el sostener tal enormidad sería hacerle a Cristo traición peor que la de Judas!”
El que algunos digan que este discurso fué escrito por un monje agustino en vez de Strossmayer no reduce su veracidad en lo más mínimo.a Los hechos históricos permanecen irrefutables. Pero si esta discusión histórica le aburre, considere eventos recientes y una pregunta del día: ¿Fué infalible el papa Pío XII cuando proclamó que el cuerpo carnal de María subió a los cielos? Según lo que se ve la declaración es una mentira, porque la Biblia católica Nácar-Colunga dice claramente: “La carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios, ni la corrupción heredará la incorrupción.” (1 Cor. 15:50) Otros textos que prueban que el Dogma de la Asunción es una falsedad falible aparecieron en La Atalaya, el 15 de mayo de 1951. No la palabra del hombre, sino ¡sólo la Palabra de Dios, la Biblia, es infalible!—Juan 17:17.
[Notas]
a Enciclopedia Católica, vol. 7, pág. 800.
b Ibid., vol. 15, pág. 308.
c Ibid., vol. 7, pág. 799.
d Ibid., vol. 15, pág. 308.
e Enciclopedia Católica, vol. 7, pág. 792.
f Ibid., vol. 15, pág. 306.
g De una reimpresión de The Bible Treasury, No. 195, agosto de 1872, que fué una traducción inglesa de una versión italiana primero publicada en Florencia.
h Agustín de Hippo (354-430), llamado la “gloria de la iglesia católica”, fué secretario del concilio de Milevis (Mileve, Melvie) cuando expidió el decreto: “Quienquiera que desee apelar a los allende el mar [es decir, al obispo de Roma] no será recibido por ninguno en África a la comunión.”
i “El sexto concilio de Cartago prohibió a todos los obispos adoptar el título de príncipe de los obispos, o soberano obispo.” “El papa Pelagio II [579-590] llama a Juan, obispo de Constantinopla, que aspiraba al sumo sacerdocio, ‘impío y profano.’ ‘No deseen,’ dijo, ‘el título de universal que Juan ha usurpado ilegalmente.’ (Pelagio II, Car. 13.)”—Strossmayer.
j 1 de marzo de 1952, págs. 149-152.
k Otra bula papal fué la del papa Urbano VIII hecha cuando excomulgó al gran científico Galileo por enseñar la verdad de que la tierra gira alrededor del sol y no viceversa. Otras contradicciones notorias aparecen en los edictos de Inocencio I, Gelasio I, Pelagio I, Nicolás I, Esteban II (III), Celestino III, Inocencio III, Nicolás II, etc.—Enciclopedia de McClíntock & Strong, vol. 4, págs. 571, 572; vol. 10, pág. 673.
l 1948 National Catholic Almanac, págs. 30-35.
a Enciclopedia Católica, vol. 14, pág. 316; vol. 15, pág. 306.